De tanto conversar él mismo y escuchar conversaciones ajenas, Trimarchi notó que una de las dificultades más comunes en el Sótano de las Bailadoras era la ambigüedad.
*
Nuevos textos de Álvarez Gómez.
De tanto conversar él mismo y escuchar conversaciones ajenas, Trimarchi notó que una de las dificultades más comunes en el Sótano de las Bailadoras era la ambigüedad.
*
Estos seres no quieren ser advertidos cuando bajan las escaleras, y es por eso que en general lo hacen en puntas de pie, sosteniendo los zapatos en una mano y deslizando la otra por la baranda de madera. La mala fama es mérito de ellos por no haber entendido jamás cómo funcionaban las cosas en aquel recinto, y por no haber sabido responder con elegancia a los comentarios explicativos del dueño.
Aproximadamente una vez por mes, sin previo aviso, se oyen los pasos de alguno de los pequeños hombres que bajan las escaleras. Viene uno por vez, pero su parecido es tan grande que es imposible distinguirlos. Son pelados, bajitos y gordos, y caminan con un pequeño portafolio –que nunca nadie vio abierto- y cuyo interior sigue siendo un misterio.
Es difícil explicar esto, porque a primera vista las cosas raras nunca se perciben. El dueño, detrás de la barra, lo descubrió una noche en que estaba particularmente despierto, quizá por no haber tomado nada, o por simple aburrimiento.
Es increíble lo que puede lograr el aburrimiento.
Fue en medio de uno de los bailes. Ellas estaban en el escenario, desplegando una coreografía en la que se sumergían los parroquianos como buscando alivio. Como todas las noches en aquel sótano. Pero el dueño estaba más despierto que el resto –nadie puede saber cómo- y en un descuido de alguna de ellas, lo vio. Una de las bailadoras, entre paso y paso de baile, abrió la boca, y dejó salir una lengua bífida, fina y suave, pero partida en dos. Pero no termina allí. La misma mujer, una de las más bellas –si es que fuera posible compararlas- volvió a abrir la boca, y ahí fue cuando el dueño del bar vio que tenía unos colmillos pequeños, como dientes de leche de niño, pero de punta afilada. Inmediatamente bajó la vista y siguió con los suyo, que eran las cuentas y los cobros. No tenía sentido alarmarse. Los parroquianos no iban a creerle.
Las bailadoras no tienen glándulas para guardar el veneno. Se sospecha que éste está distribuido por el cuerpo, que viaja por ahí dentro. Una mordida pude ser letal.
Las bailadoras eligen a sus víctimas con cuidado. Son aquellas que no pueden salvarse, aquellas que no podrían curarse con los tratamientos tradicionales. La mordida es suave, como un pinchazo de una aguja, que apenas se siente. El veneno es suave o salado, pasa de un cuerpo a otro a toda velocidad, y las víctimas lo confunden con un beso breve.
Jamás ha habido quejas. Nadie nunca habló de la lengua partida. Lo que todos saben –y nadie dice- es que lo que queda después de recibir el veneno es esperar la muerte. Esta pude venir de inmediato o tardar unos días, incluso meses, dependiendo de la cantidad de veneno recibido. Es alarmante, pero muchos prefieren el veneno a la incertidumbre, como si matar al aburrimiento con el veneno fuera siempre mejor que morirse de aburrimiento. Que son –como es evidente- cosas bien distintas.