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lunes, 13 de agosto de 2018

Cosecha del 59 (16)






Antonio Carmelo P. Mendo (4 de julio)


viernes, 29 de abril de 2016

Cosecha del 59 (15)



El bandoneonista


Las nieves del tiempo platearon su sien, sin embargo, su mirar aún conserva ese aire gavión que enloquecía a las pebetas durante los tiempos de gloria.

Por entonces, sus fotos descollaban tras las vidrieras de la calle Corrientes y su bandoneón aderezaba los conciertos y las grabaciones de los grandes del tango.

Fue aquella una época de madreselvas en flor, pese a lo que decían en las vitrolas las letras de las canciones.

Fue la época de los días parranderos y las noches de bacanal, siempre de copetín en copetín o de boliche en boliche con las percantas, ajeno al devenir de un siglo que empezaba a languidecer y a los cantantes que acompañaba les parecía un "cambalache problemático y febril".

Pero todo aquello se fue difuminando como la luz mortecina de un farol de arrabal: las grandes estrellas se retiraban, las garufas decayeron, las bacanas envejecían junto a cualquier otario y él, al mismo ritmo, iba quedando fuera de lugar.

De pronto, el mundo había dejado de girar a sus pies y estaba cambiando en todos los órdenes.

Era no más el efecto del nuevo siglo. Era ese hálito fulgurante que emana cuando lo inédito cataliza las esperanzas y, mientras pervive, parece vislumbrarse a toda la humanidad apretujada en una vagoneta con rumbo al progreso.

Poco después, extinguidos los fuegos de artificio, una atribulada sensación de derrota anidó en los corazones. Con todo, sobrevivieron unos pocos cantantes, unos cuantos instrumentistas y, principalmente, algún que otro garito donde, al cabo de tantos años, no es preciso más que cualquiera de ellos suba al escenario por sorpresa, igual que el bandoneonista esta noche, para desentumecer el espíritu genuino del tango y la farra y recomponer unos tiempos que, en verdad, nunca se fueron del todo.

La vieja melodía resuena canyenguera y la pista de baile se colma de súbito.

Las notas exhalan sensualidad.

Las parejas oscilan concupiscentes, marcando el paso a la antigua, y todo recobra el pulso de entonces. 

Sobre el escenario, el bandeonista otea complacido, con mirar gavión. Por momentos, el mundo vuelve a girar a sus pies y con eso le basta. 

No obstante, simula agradecer los aplausos aun a sabiendas de que no son para él... aun a sabiendas de que, en realidad, lo que aplauden las parejas es la impronta de un siglo problemático y febril que dio paso a otro semejante sin fenecer del todo. Un siglo que únicamente fue difuminándose muy despacio. Como la luz mortecina de un farol de arrabal.

 Tomás Pavón (20 de julio)

jueves, 31 de marzo de 2016

Cosecha del 59 (14)



Los chicos rebeldes

Los chicos rebeldes se han vuelto tiernos con la edad
se emocionan leyendo poemas,
circulan lento frente a los escaparates del pasado
han abandonado el gusto por las citas
y envejecen con cierta elegancia,
a sus novias ya no les dicen tías
les llaman corazón,
han aprendido a lavar la ropa, a planchar y a doblar
con cuidadoso acierto
cada uno de sus errores,
a los chicos rebeldes el amor ya no les quita el sueño
pero no podrían vivir ni un sólo día sin amar,
hacen trampas con el tiempo pero tienen los días contados.
Los chicos rebeldes saben que ya no volverán a caminar
sobre ninguno de sus propios pasos
por eso ahora cada caricia es siempre la primera
cada beso el último beso.
Ya no persiguen ni se dejan perseguir
son incómodos frente a la ambición
aman las causas perdidas
y nadan contracorriente.
Los chicos rebeldes con la edad toman pastillas que no les drogan
drogas que no les matan
y mueren un poquito cada día
sin perder ni ocultar
el brillo errático de sus miradas.
Los chicos rebeldes han aprendido a despedirse sin decir adiós
se van sin hacer ruido ni dejar rastro
solos, siempre solos
con el mundo dentro.

UbertoStabile (20 de julio)

  

viernes, 4 de marzo de 2016

Cosecha del 59 (13)

Afochilindrinas


Solo me recreo en las palabras, una de las pocas maneras de reconstruir un mundo a la deriva.

La fragmentación del mundo se reconstruye en la mirada poética.


Cuando el mundo mira, la mirada construye y reconstruye.


Sueño que respiro, y respirando ronco; ansío la esperanza y se trueca en ilusión. Solo deseo el respirar de un sueño.


Cuando soñé respirar, respiraba soñando («y soniando tu chugas / con un luzero / implendo d'alegria / lo firmamento»).


¿Cuánto estúpido leyendo los posos del café? Así la vida: miradas al pasado que desprecian el mañana.


Las siluetas se desdibujan en el lienzo de la noche.


La noche ya clarea. Tiempo de silencio: silencio del tiempo.


He recorrido todos los rincones por los que intuía tu presencia y solo atravesé sombras de tu ausencia.


Cuando la noche se quiebra, tiemblan los corazones, ahítos de misterio.


Pienso en las mentiras de la memoria y se me confunde la historia.


En cuatro por cuatro, se expone la armonía; se arrumba el misterio; se descubre la miseria; se deslumbra la coherencia.


Una vez, en un día sin tiempo, la verdad se escondió en la noche y la noche delató su infortunio. No fue nada: la vida volvió a su constante gañido.


La primavera, de noche, es oscura, negra como la culpa de un católico arrepentido.


Cuando la noche llora, el día se retarda. Los bisiestos se resienten.




viernes, 27 de abril de 2012

Cosecha del 59 (12)


Otoño
La cotidiana estampa de la vida sencilla
me cerciora del tiempo transcurrido y distancia
años de vino y rosas definitivamente
idos.

Pensé que debería decir a mis amigos
que ha llegado la hora de dar un golpe seco
en la mesa del mundo, donde se pasa lista
a las grandes razones y a las definitivas
hazañas de los hombres.
Y escribí este poema.

Decirles que nos queda poco tiempo y maltrecho
para dar las respuestas a todas las preguntas
que la edad nos escupe con obstinada furia.

No sé si mis amigos están para estos trotes
ni siquiera conozco mi propia resistencia.
Han pasado los años, granadas las cosechas,
y somos ya señores de respetada estampa
que protegen sus cosas como viejos felinos
sentados al ocaso.

Debiera de expresarles a mis buenos amigos
la duda metafísica que me congela el alma:
un hombre que descubre la clave del camino:
ver pasar a los otros desde la orilla quieta
sin saber si está ciego o la noche ha llegado
hasta el borde pasmado de sus ojos abiertos.

Mis amigos trabajan y en silencio transitan
por su vida ordenada, sin preguntas ni acechos
ni malos pensamientos ni deseos impuros.
Han puesto barandillas para cuidar turistas
que impúdicos se asomen al volcán de sus pechos.

Escriben, ganan pasta, pontifican y gozan
con calculado riesgo.

Apenas se vislumbra de pasión un adarme,
un diezmo de lujuria, escátimas al orden
en sus frentes marchitas.

Mis amigos lo saben y ejercen su derecho
de madurez oronda que mira la dorada
memoria del tesoro definitivamente ido.

Sus hijos espejean el vigor de sus sueños
y en sus malas palabras, sus gritos y sonrisas,
narran la pesadumbre desolada del tiempo.

Todo comienza y pasa con obstinada prisa;
son muchos los ejemplos que ilustran cada día
la medida fugaz de la dicha y el beso.

Mas no sirve de nada el escarmiento dulce
que la vida nos brinda al descontarnos horas.

[de Tratado de ignorancia]

José Luis Bernal Salgado (25 de julio)



Ilustración: Ignacio Fortún