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sábado, 31 de agosto de 2024

La Brújula 5ª Edición

 




“Cada maestrico tiene su librico”

                                                                                        Proverbio popular

                                                              INTRO

¿Otra introducción al Psicoanálisis? Ummm. Ya hay unas cuantas, y algunas de categoría. Entonces ¿por qué? ¿pa qué? Son preguntas que me asaltan potrosas a la hora de sentarme a escribir, algo que, por otra parte, remolón, he ido retrasando con excusas baratas. Pero ya me vale, aquí estoy, el día de los arcángeles, con el spotify de amigable compañía, decidido a coger el toro por los cuernos, y eso pasa por responderlas.

       Creo que la respuesta está en el título, Manual de psicoanálisis para terapeutas, simple y claro. Porque ese es mi propósito declarado, hacer una introducción al psicoanálisis presidida por la sencillez y la claridad, lo cual, dada la materia de la que se trata, no está en absoluto garantizado.

       También queda bien definido el destinatario, los terapeutas, que no psicoanalistas, y mucho menos los psicoanalistos. No abriga esta elección colegofobia alguna, descuiden, simplemente es que es muy importante a la hora de abordar la tarea tener claro quién es el interlocutor, y en mi caso viene marcado desde el origen por mi circunstancia. Llevo más de veinticinco años impartiendo cursos de introducción al psicoanálisis bajo el techo del programa de formación de Psicoterapia Clínica Integrativa que gestó y condujo mi colega y amigo Juanjo Albert hasta este Agosto que nos dejó, sin ruido y por sorpresa.

       Así pues, son muchos años de bregar con una tropa variopinta de terapeutas de amplio espectro venidos desde los más remotos confines y donde la tribu gestáltica es la hegemónica.

       Tener que presentar el vasto campo de la teoría psicoanalítica a un auditorio ajeno a ella en unas pocas clases me obligó a una labor de síntesis feroz que he ido modulando y destilando con el paso del tiempo. Por otra parte, al ejercer de supervisor, he tenido la oportunidad de ser testigo de las dificultades habituales a las que se enfrentaban los alumnos en el ejercicio de la práctica clínica. La impresión más generalizada que he recogido es que más allá del reconocimiento y expresión de las emociones conflictivas retenidas o "desconectadas", con el alivio correspondiente, a menudo no había un norte claro que guiara el proceso ni una escucha afinada de las huellas del fantasma inconsciente que recorría el discurso.

Podría citarles un caso que nos sirva de ejemplo.

       Se trata de una sesión realizada en la Formación. Aclarar que trabajan por parejas terapéuticas donde uno ejerce de terapeuta y otro de paciente, pero el cambio de función conlleva cambio de pareja. En este caso “la paciente” refiere lo que le sucedió con su paciente masculino que de entrada le despierta ternura y que de pronto y por sorpresa le espeta, “tu mirada cálida me da desconfianza”, para a continuación retirarse y volverse inaccesible. Ante eso ella piensa “estoy haciendo algo mal” y le invade un sentimiento de miedo y vergüenza. El terapeuta le hace algunas preguntas investigando su miedo y su vergüenza y ella termina comentando, “Mi fantasía es que yo le pueda estar gustando”.

El terapeuta le señalará: “Tanto miedo, tanto deseo”

Ella: “Ya sé, ya sé. Si le damos la vuelta es mi deseo”, y rompe a llorar. “Siento que estoy haciendo algo mal. ¿Qué puedo hacer con esto?”

Él: “¿Qué quieres hacer?”

Ella: “Abrirlo”

Él: “Está bien. ¡Ábrete, explóralo!”

Ella: “Me da vergüenza”

Él: “¿Puedes mostrar esa vergüenza conmigo ahora y ver qué haces con ella?”

Ella: “Me cuesta mostrarme ante los hombres” Dice mientras me lanza una mirada de reojo. Y en ese plural y en esa mirada soslayada revela que me incluye. La transferencia ya está operando.

       Y a partir de ahí aparecerá la figura del padre, en concreto, el recuerdo infantil de los 4-5 años, de aquellos días en los que compartía bañera feliz con él, y también “el día en que me dijo que ya nunca más podía bañarme con él. Me sentí rechazada, como si hubiera hecho algo malo.” (llora)

Él: “¿Qué necesitaría tu niña para ser reparada?”

       Y tendremos que considerar que más allá del alivio que le procurarán las propuestas reparadoras que vinieron y de las intenciones desculpabilizadoras que las presidían, quedó flotando en el aire una pregunta que no llegó nunca a formularse y que está pidiendo a gritos que alguien la enuncie: ¿Por qué le aparece ante el paciente que la rechaza la fantasía paradójica de que ella le pueda estar gustando?

Porque es en el ambiguo territorio del fantasma donde habita la oscura verdad velada. Pero descuiden, no les voy a destripar el pastel ahora. Quería simplemente mostrarles que hay varios niveles de intervención y que según a dónde se apunte, uno se encontrará con una u otra respuesta. Y no da igual. Y es que la clave, querido lector, reside en hacer las preguntas precisas.

       Pero para hacerse esas preguntas hay que tener presente todo un ECRO muy específico. ECRO es el acrónimo de Esquema Conceptual Referencial Operativo, término acuñado por Pichon Riviere en la mitad del siglo pasado y que me parece muy apropiado recuperar y cotejar su vigencia.

      Porque se trata precisamente de eso, de establecer un esquema conceptual básico con el que abordar la clínica y que el tal esquema referencial nos resulte eminentemente operativo, es decir, que nos ayude a orientarnos en la práctica del día a día.

      Yo a mi ECRO le llamo coloquialmente la brújula y, en su voluntad operativa, al conjunto de conocimientos que tengo intención de transmitirles con este libro los caracterizaría como cortados por un enfoque que podemos llamar brujular, es decir, regidos por un Norte universal que nos oriente fiablemente en medio de las más desabridas tormentas, a condición de que podamos identificar los distintos puntos cardinales.  

Acceder a configurar esa herramienta de apariencia tan simple no será sin embargo tarea fácil, al contrario, tamaña empresa tiene mucho de aventura conceptual y como toda aventura conlleva transitar novedosamente territorios oscuros marcados por las dudas y la incertidumbre y además habrá que estar atentos y prevenidos porque en esas aguas equívocas es donde habita amenazante y voraz el temible Bacalao, fenómeno sobre el que pronto les pondré al corriente.

El viaje que vamos a hacer para llegar hasta ahí, a la propuesta de lo que podemos llamar un psicoanálisis brujular, constará de dos partes y un epílogo. En la primera parte (lecciones I - VII) haré una presentación de los conceptos fundamentales. En la segunda (lecciones VIII - XX) abordaremos las llamadas estructuras clínicas -que yo prefiero llamar estructuras subjetivas-, para terminar en el epílogo desplegando en detalle de qué demonios hablamos cuando hablamos de la brújula.

Viene a ser una versión remozada del seminario introductorio que imparto desde hace años. Comprobarán que he puesto mi decidido empeño en darle un sustrato eminentemente clínico, es decir, pasado por la piedra de la práctica y sustentado por la exposición de múltiples viñetas clínicas. Fueron muchas ocasiones a lo largo de estos años en mi periplo de estudiante y de estudioso, en las que hubiera dado mi apéndice por un maldito ejemplo. Desde este lado, no he olvidado ni rehuido el reto.

      Y me he dejado para el final un dato que es clave antes de emprender el viaje.

       La versión del psicoanálisis que yo practico es esencialmente freudiana, pasada por el cedazo lacaniano, que es la corriente teórica que me ha servido de guía en este largo deambular, pero he de advertir que mi aproximación a la enseñanza de Lacan es parcial y personal. Parcial porque no es total, antes al contrario, es decididamente fragmentaria y selectiva. Y personal porque, ¿Qué si no?, ¿cacatúa?

       Con todo ello he de dejar claro que no pertenezco a ninguna escuela, iglesia, ni institución. Podríamos decir que soy un psicoanalista free lance, con la fortuna de haber crecido en un territorio fronterizo proteico y diverso que me ha regalado la posibilidad de una visión mestiza, abierta y crítica.

       Corren tiempos de fragores identitarios y de banderas. Hace mucho que dejé West Point atrás y me vine a la frontera donde habitan los indios y con los años aprendí a fumar el calumet y a hablar algunos dialectos nativos, incluso he de confesar que he bailado con lobos, pero también he de reconocer que se me da mejor bailar con las palabras que con los pies. Así que ahí vamos, zarpando ya a esta aventura heurística, rumbo a los manantiales del saber, en pos de esa brújula amiga que habrá que descubrir o inventar, golpe a golpe y verso a verso. Amén.


                                                                                           En Mamouna, mayo de 2019


viernes, 10 de mayo de 2024

El por venir



 Hoy hace cinco años ya que vio la luz mi querida Brújula. Tempus fugit que decía el poeta. La observo en silencio luciendo palmito en mi estantería junto a otros volúmenes con pedigrí y un orgullo recatado me alegra el alma. Hay que ver cómo crecen los sueños, tan callando.

Pensaba que mi tarea estaba cumplida. No me veía teniendo más que decir. Pero, va a ser que no. A la Brújula le espera un hermanito, fruto de un polvo intelectual salvaje, de los de aquí te pillo aquí te mato, que me cogió por sorpresa. Y es que en las cosas del querer, ya se sabe, nunca digas de este agua no beberé, porque la sed nunca cesa. Aquí os dejo un adelanto de lo que está por venir. Salud.



          Estrenando el verano de 2021 cayó en mis manos un librito amarillo de apenas 100 páginas -tamaño enano no, lo anterior- titulado Yo soy el monstruo que os habla publicado unos meses antes y que conseguí vía Amazon remitido desde California (USA). El autor era un tal Paul B. Preciado, a la sazón un célebre filósofo trans y un completo desconocido para mi hasta ese momento, ¡qué ignorancia por Dios! El impacto que supuso su lectura todavía repica en mis mientes y abrió un socavón profundo en el centro de mi concepción de cómo pensar el mundo, ya sabéis, la dichosa weltanschauung. Fue tal la conmoción que yo que venía todo satisfecho de publicar hacía relativamente poco mi Manual de psicoanálisis para terapeutas -donde había expuesto la síntesis de mi forma de entender el psicoanálisis, es decir, la subjetividad y sus derivas a la luz de la gramática inconsciente- me vi impelido a tener que zambullirme de nuevo en la mar océana del conocimiento para revisar y repensar los cimientos de esa construcción epistémica que el torpedo del tal monstruo había intentado reventar dejándolo en riesgo de derribo. Casi na.

          El núcleo duro conceptual al que Preciado dispara es el que viene llamando paradigma de la diferencia de los sexos, paradigma fundamental que sostiene la cosmovisión imperante, supuestamente desde el siglo XVIII, Foucault dixit, aunque para mí, tan ignorante, que el tal paradigma viene desde los tiempos de Eva y Adán. Es desde ese propósito decidido de demolición del obsoleto y opresivo orden establecido, que promueve “la buena nueva” del evangelio queer del que se presenta como abanderado en su condición de persona no binaria registrada como hombre trans

         Trans es el significante amo de la época actual, este primer cuarto del siglo XXI -que yo vengo denominando de forma coloquial como los tiempos que corren (LTQC)-, significante polisémico donde los haya, fruto bomba de las tropelías lenguajeras urdidas entre Foucault y Judith Butler, tan performativa ella, que cabalga, si no galopa, a lomos de la revolución del gender, -para nosotros el Género- pero que lo trasciende en su efecto expansivo, abarcando y aglutinando en su espíritu otros movimientos sociales, políticos, económicos, tecnológicos y culturales que componen ese mainstream globalizado que venimos llamando posmodernidad.

          Para poder responder a la impugnación a la totalidad con que Preciado me interpelaba desde sus páginas, he tenido que tomarme el tiempo necesario para intentar comprender la naturaleza del fenómeno que se nos venía encima, bien complejo pardiez. Han sido tres intensos años dedicados a la lectura, voraz primero, pausada después, de un abanico de textos que abarcan un amplio arco de miradas dispares en relación a la que está cayendo. Necesitaba documentarme y reunir suficiente información para poder hacerme una idea propia y crítica de los distintos decires en danza, ortodoxos, heterodoxos y mediopensionistas. He leído a un ramillete de autores de lo más florido, algunos de un barroquismo tan oscuro que ni Caravaggio. A veces corrí el riesgo de quedar atrapado por infumables argumentos sargazo y otras sentí la inquietante incertidumbre de transitar por tierras brumosas y pantanosas dispuestas a engullirte sin avisar, también el vértigo de bordear tentadores precipicios sin saber volar. Salí airoso de tan ardua travesía con la firme determinación de bocetar un mapa temático en el que abordar y distinguir los diversos campos en juego que intersectan alrededor del tema trans. Sé que hay ya mucha literatura al respecto, algunos textos realmente iluminadores y también panfletos con vocación de llevarte al huerto, y entre tanto tráfico de ideas me encontré, cómo no, al taimado bacalao. Quien me conoce ya sabe que ese bicho, malnacido estructural, a la vez que me irrita, me pone, como Moby Dick al viejo Ahab. Así que armado de mi brújula y mi paciencia decidí darle caza y aportar mi humilde granito de arena(s) al asunto. De momento os brindo el título:

        

          El caleidoscopio trans y otras cuestiones posmodernas.

          Una aproximación brujular a los tiempos que corren (LTQC)


El resto, iremos viendo.

          

          

                                                                     Mamouna, 10 de Mayo de 2024



viernes, 26 de enero de 2024

LA(S) ANOREXIA(S


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       Supongo que todos recordaréis las imágenes que estremecieron al mundo de una joven anoréxica desnuda publicitadas por Benetton allá por 2007. Su impacto era tan brutal que fueron prohibidos los grandes carteles que la anunciaban en las calles de Milán con ocasión de un salón de Moda. Era un esqueleto viviente llamado Isabelle Caro, modelo de 25 años que falleció tres años después. En un blog contaba su historia y su calvario al que llamaba Anna, la anorexia. Cito de un artículo publicado en El País. Su dieta consistía en un poco de líquido, algo de chocolate y dos pastelitos de fresa. “Esperaba con impaciencia a que llegaran las cinco de la madrugada, hora a la que me concedía el derecho a beber por fin unos tragos de coca-cola light y mis dos tacitas de té que degustaba en una suerte de ritual eufórico…[…] Rechazaba todo deseo, todo placer; nociones prohibidas en mi vida, que iba en busca de la perfección de un ideal de pureza”.

       Sírvanos este breve testimonio, como podrían ser tantos otros, de carta de presentación de esta dolencia singular y enigmática que desde su espanto silencioso nos grita e interpela como sociedad y como profesionales. ¿Qué espíritu demoníaco habita a estas jóvenes que en su arrebato transfigurador les conduce por los lindes de la muerte?

       Puede ser una buena idea hacer un poco de historia guiados por Nicolás Caparrós e Isabel Sanfeliú3 en su La anorexia, una locura del cuerpo.

       Y es así que nos cuentan que Galeno, en el siglo I, cita a Hipócrates refiriéndose a “Los que rehúsan el alimento son llamados anorektous, que significa ‘los que carecen de apetito’ o ‘evitan el alimento’. Desempolvando la etimología, Baravalle nos señala que la palabra anorexia está compuesta por un prefijo negativo ‘an’, y el verbo ‘orexo’ que significa ‘tender’, ‘desear a alguien’. Ninguna mención a la ingesta. Son pues anoréxicas aquellas personas que no desean, que no tienden.

      […] El ayuno, antes de integrarse en el nódulo central de este cuadro, ha pasado por múltiples alternativas debidas ante todo al espíritu de la época (Zeitgeist): implicó una connotación de santidad, después, de posible posesión diabólica, más tarde de magia y acaso simulación, para terminar siendo reducto de una medicina más o menos psicologizada.

       […] ¿Por qué se ayuna? El ayuno provoca omnipotencia y confusión subversivas: la negación y frustración del cuerpo junto con la aspiración a la inmortalidad, a la comunión con el objeto idealizado en permanente contigüidad con la muerte. Éxtasis y eternidad, caos y destrucción. Al poner a prueba en su límite las leyes de lo biológico, los apoyos psíquicos se tambalean y surge la vivencia inefable de triunfo sobre lo contingente. La renegación de lo pulsional está en la base de la perfección soñada, de la superación del conflicto. La privación del alimento deriva en un sentimiento maníaco de control del cuerpo: En los ayunos ascéticos esta vivencia se matiza con la sublimación, en la anorexia se exacerba a través de una patología narcisista” (pág.21).

       Y para despedir a estos autores citaré unas líneas en las que empieza corrigiendo a Hipócrates: “El paciente anoréxico, preciso es decirlo, no sufre de falta de apetito, y está aquejado de un peculiar control sobre sí mismo. Los rasgos más característicos que troquelan esta compleja conducta son:

   a) El miedo, que a veces degenera en pánico, a engordar, incluso en aquellos casos en los que el peso está ya por debajo del promedio.

   b) Vivencias distorsionadas en lo relativo a la experiencia ponderal y a la imagen del cuerpo.

   c) Rechazo a mantener el peso por encima del mínimo que se considera normal (pág.20).

  

     Y ya cerrado el texto, me debato en cómo continuar. ¿Abro nuevos textos? ¿Sigo sumando más información? ¿Amontono más ítems y más datos? ¿Entro a saco en los desarrollos lacanianos, algo que me produce a la vez tedio y vértigo? ¿Para qué? ¿Qué gano aturdiéndoos más vuestras mientes? Y se me ocurre, querida tripulación, que podría estar bien hacer un breve receso en la exposición, elaborar una síntesis brujular de lo recién visto y despejar los hilos conductores que articulan el material expuesto. Luego, desde ahí, ya veremos. Vamos allá pues.

 

Una lectura brujular

       Parémonos a pensar en los rasgos que venían a destacar Caparrós y Sanfeliú como los más característicos de la conducta anoréxica, aunque donde dicen tres, bien podrían haber listado cinco o n, basta asomarse a las listas infinitas del DSM. Pero centrémonos en estos tres e interroguémoslos.

       Empecemos por a) ¿Por qué ese miedo-pánico a engordar? ¿Qué significa para ella coger esos kilos? ¿Qué sentido tiene ese horror al peso? Hay algo ahí que va más allá del capricho estético o la coquetería ¿no? Algo loco. ¿Y qué es lo loco sino lo que no quiere saber del límite? Lo cual nos lleva directamente a c) y el rechazo al peso normativo, es decir, al peso normal, esto es, a la Norma. Lo cual nos va demarcando un escenario reconocible. Dijimos desde el principio que en la conducta anoréxica subyacía un problema vincular. Es decir, algo grave ocurre entre esa madre y su baby que se juega dramáticamente en la interacción que supone el acto alimenticio, y obviamente el cachorro tiene poco que decir. De entrada, le viene todo dado, y es obvio que ‘eso’ que la madre le da no debe de ser muy saludable; es lo que tiene la ‘mala leche’. Así que habría que indagar en la madre y su propia historia. Un mundo. Aquí cobra sentido la sentencia lacaniana de “un problema con el otro en el campo del Otro", dando a entender que en el problema concreto de la interacción entre ese baby y esa mujer que es su madre, entran en juego unas variables que los sobredeterminan y que apuntan a un déficit simbólico.

       ¿Y qué pasa con b)? Esa distorsión ‘loca’ de la imagen corporal es la consecuencia lógica del trastorno de la función especular en el estadío del espejo, ni más ni menos que allá donde se configuran los cimientos de la identidad, los primeros atisbos del Yo. La falla del narcisismo trófico es una carencia que se arrastrará siempre en mayor o menor medida. La anorexia es uno de sus síntomas más graves. La bulimia es su reverso. Por eso se dan con tanta frecuencia imbricados ambos cuadros. La anorexia mostraría la cara defensiva del conflicto y la bulimia su lado compensador.

       Pero ¿de qué conflicto hablamos? No quiero anticiparme a las tesis de Lacan, así que siguiendo a Caparrós y Sanfeliú recojamos su reflexión sobre el ayuno y cómo la privación del alimento provoca un sentimiento maníaco de control del cuerpo, ni más ni menos que estar por encima de la necesidad, esa pleitesía al régimen de naturaleza, y claro, cómo no, “un sentimiento de omnipotencia y confusión subversivas”. Esa omnipotencia es el resultado del desafío al Otro totipotente de la infancia, un órdago adolescente que deja atrás su impotencia y dependencia infantiles para autoafirmarse en su radicalidad autosuficiente. Pero esa apuesta por la ‘independencia’ del Otro, va más allá de sus padres, y es una confusión fatal que la aboca a la deserción de lo social y a la soledad más absoluta, una vez desvanecido el espejismo alienante de su tribu de “iguales”.

       Volvamos a Isabelle Caro, anoréxica desde los trece años, hija de una madre muy posesiva y un padrastro ausente. Es a los 25 años cuando decide colaborar en la campaña contra la nueva epidemia juvenil y muestra su cuerpo esquelético desnudo, patético saldo de su romance letal con ‘Anna’, que es como ella llama coloquialmente a su ‘calvario’. En la entrevista nos describía con detalle el “ritual eufórico” que se permitía ingerir …¡a las cinco de la madrugada! -¡¿estamos locos o qué?!- dejando constancia de la autarquía de su goce en esas prácticas alimenticias” fuera de las leyes y los hábitos de la comensalidad corriente.

       Y es la primera vez que he mencionado el término de goce, porque se me ha escapado, pero viene bien y a cuento para dar cuenta de su “rechazo a todo deseo y todo placer, nociones prohibidas en mi vida, que iba en búsqueda de la perfección de un ideal de pureza”. Y en esta afirmación se condensan cientos de farragosas páginas mareadoras de perdices. En realidad, ya estaba implícito desde la etimología, donde decíamos que “son anoréxicas personas que no desean, que no tienden a”. Y aquí se hace pertinente toda la distinción entre el impulso al goce y el deseo que desgranamos en su día con su bacalao correspondiente, bacalao que sigue vigente y pululando por doquier, y sírvanos de muestra la declaración de C y S cuando dicen que “la renegación de lo pulsional está en la base de la perfección soñada”. Caparrós no es lacaniano sino ‘analítico vincular’, así que se entiende su planteamiento, pero desde una perspectiva brujular tendremos que precisar que es la ruta deseante representacional la que está ‘renegada’, y que será en términos pulsionales como se jugará el conflicto, concretamente por la vía de la privación. Y que ese rechazo de la ruta deseante es consecuencia directa del rechazo de la falta en el Otro, es decir, del límite simbólico. Y, consecuentemente, la persecución de ese ideal de pureza se juega en régimen imaginario, es decir, territorio del Yo ideal -o Ideal Tirano- y de ahí sus callejones sin salida, porque todos sus movimientos no son más que falaces escapatorias.

       Así pues, mil bazas diferentes, infinidad de combinaciones contingentes y palos de distintos tipos, pero, a fin de cuentas, brújula en mano, sota, caballo y rey. No lo olvidéis.

       

sábado, 2 de diciembre de 2023

Aviones Plateados

         



          Escucho en la lista de novedades que me surte cada semana Spotify una vieja canción, "Aviones Plateados", de El Último de la Fila, una nueva versión recién salida del horno. Hay algunas diferencias respecto a la versión original,      -ha ralentizado un poco el ritmo, ha moderado su amarga intensidad y ha desleído su duende moruno- pero sigue siendo una canción irresistible de amor perdido y despecho auto infligido -"credenciales de posesión, ¡qué tontería!"- y un retrato doliente con pinceladas fotográficas de la soledad de una habitación con vistas: "Veo tu casa desde mi mi balcón. Chimeneas y tu ropa al sol. Aviones plateados rozando los tejados. Vestido y en la cama vigilo tu ventana...". Y no sigo, porque seguro que los de mi quinta os la sabéis de memoria, y los que no, ya estáis corriendo a darle la vez. Bueno, en pro de mi objetivo, citaré una última frase, precisamente la que va a continuación: "Miro libros de pintura que robé. No tengo hambre, hoy no comeré..."

          Y aquí viene lo bueno. Resulta que como quién no quiere la cosa ha habido un cambio que casi me pasa desapercibido pero no, pues va Manolo García y canta: "Miro libros de pintura que compré". Ahí queda eso. Ya está. No hay más. Ni menos. Sólo un trueque verbal. Una palabrita de nada. Un afeite aseado: 'compré' por 'robé'. Y todo arreglado. A otra cosa mariposa y aquí no ha pasado nada. O sí. O a mi me lo parece. Será deformación profesional, "las cositas del significante", ya sabes. Mira que eres pejigueras. Pues sí, vivo de eso, y creo en eso. Vaya, te estás poniendo profundo. Sólo es una canción de amor. No, querido. Ya no estamos hablando de eso. Hemos cambiado de partido y de juego. Ya no se trata de una operación nostalgia por la banda sonora de mi juventud. Se trata de aguzar la escucha y alzar el dedo para no dejar pasar impunemente  ante nuestras narices el virus contagioso y chirlero de la pandemia Woke. ¿Mande?

          Bueno, tomo nota de que acabo de introducir un palabro que merece una mínima aclaración, y aunque es posible que la mayoría ya lo conozca, porque la peña anda muy puesta, seguro que hay otros que no, así que siguiendo la ola inclusiva que nos arrastra le daré un vuelta y vuelta para que podamos entendernos mejor -o por lo menos intentarlo-.

          Lo woke -pronúnciese güok- es un término muy en boga en el discurso cultural norteamericano que ha cogido vuelo político en los últimos años y en los twenty arrasa y se hace trending topic y salta el charco, y aquí estamos, chopados y sin enterarnos. La verdad es que todo va cada día más rápido, el bendito móvil y las redes imponen su urgencia por ley. 'A toda mecha' se quedó corto, y los mensajes, en su compulsión centrífuga, se vuelven casi desaparecidos, como Manu Chao que cuando llegaba ya se había ido, volando vengo, volando voy.

          Así que sin prisa pero sin pausa, que diría aquél, diré que lo woke es la forma cool de referirse a lo "politicamente correcto" (p.c.), aquel movimiento que desde las buenas intenciones nos conmina a un enjuague de boca revisionista que J.F. Garner parodia ácidamente en su versión p.c. de los cuentos infantiles: "Cuando Blancanieves despertó vio ante sí los rostros de siete hombres barbudos y verticalmente limitados que la contemplaban inmóviles alrededor de la cama...",-bye, bye forever mis queridos enanitos-, o la propuesta del Museo Británico de sustituir el término "momia" por "restos momificados" dadas las resonancias colonialistas del primero o sus connotaciones de 'monstruo' horripilante en obras de ficción, mientras se despiporra en su sarcófago Tutankamon. Y diez mil ejemplos más, desde los más estrepitosos a los más subliminales, los más peligrosos, porque es en lo sutil y lo minúsculo donde anida invisible el bicho invasor, acordaros del puto virus pandémico.

          Así que mucho ojito con el birli birloque del Último de la Fila que citábamos más arriba. ¿Qué sentido tiene cambiar "libros de pintura que robé" por "libros de pintura que compré"? ¿No darme malas ideas? ¿No fomentar en mí los bajos escrúpulos? ¿Incentivar el alicaído negocio editorial? ¿Apoyar a las pequeñas librerías? Pues vamos apañados. El neopuritanismo rampante resopla a babor.

          Francamente me parece una infantilización moralista que me pilla viejo. Un buenismo peligroso que con sus mejores propósitos inocula ese otro virus, el de la censura, contra ese bien tan arduamente conquistado como es la libertad de expresión. Antes fueron los curas y sus rombos y ahora la policía del pensamiento molón. Antes las tres Ave Marías de penitencia y ahora la ominosa Cultura de la Cancelación. Glups. Y lo más jodido es identificarse con ella. Hacerla propia. La autocensura es la novia chunga del Superyó.

          ¿Qué te pasó Manolo? ¿O fuiste tú Quimi? Para no caer en agravios comparativos, dejémoslo en cosa de los dos. Me cuesta entenderlo. Me cuesta creérmelo. Me sabe a derrota, vuestra y mía. Derrota de una generación que crecimos soñando con la libertad y el rock.   El cuento de la criada, esa distopía siniestra, ya no suena tan disparatada. Y al Big Brother de Orwell yo lo imagino con la cara de Elon Musk.

          En fin. Ya está bien por hoy. Me quedo con otra de vuestras flechas de belleza afilada:

          "Retales de mi vida. Fotos a contraluz. Me siento hoy como un halcón, herido por las flechas de la incertidumbre" (Y a ver quién que la conozca se resiste a cantarla).

          Salud

                                                                               
                                                                                         Mamouna. Diciembre 2023

domingo, 30 de abril de 2023

La clínica psicoanalítica en los tiempos que corren

 



 

      Abordar en media hora el tema que intitula mi ponencia es una osadía ingenua por no decir un despropósito, pues daría para unas Jornadas enteras por sí solo. Así que partiendo de la imposibilidad del propósito intentaré una aproximación básica a tan vasto tema apuntando esquemáticamente a un mínimo desplegamiento y ordenamiento de sus elementos.

      Para ello sería preciso explicar algunos conceptos teóricos que hicieran inteligible la propuesta, pero dada mi experiencia previa en el Congreso de Málaga, donde tras mi ponencia sobre “El narcisismo del terapeuta” fui reconvenido públicamente por Miguel, el ingenioso maestro de ceremonias, que me dedicó aquel ocurrente “Javier Arenas, tío, no se te entiende nada”, me asaltan serias reservas al pensar en cosechar de nuevo similar reconocimiento. Aún así, y simplificando todo lo posible, me liaré la manta a la cabeza y correré el riesgo.

      El título de marras comprende dos sintagmas bien explícitos: Uno, “la clínica psicoanalítica”, y dos, “los tiempos que corren”, ligados por una preposición, ‘en’, que los ubica. Empezaré por el segundo.

      De “los tiempos que corren”, habría que decir que más que que corren, vuelan, dado el frenesí desquiciadamente acelerado de cambios que se llevan sucediendo. Cambios de todo tipo, desde el marco económico al tecnocientífico, el geopolítico, el ideológico y el individual. Configuran una verdadera y novedosa weltanschauung, y perdonen el palabro, pero le tengo cariño porque además de ser el que más se ajusta a lo que estamos hablando, tiene un pedigrí sonoro y filosófico imbatible. Es un término alemán que significa “forma de concebir el mundo y la vida”, también traducido como “cosmovisión”. Hay que decir que estos tiempos tan galopantes han sido designados con diversos nombres, desde la “modernidad líquida” de Bauman a la Hipermodernidad como la cita, entre otros, Recalcati o la Tardomodernidad del inevitable Byung Chul Han, pero el que se ha terminado imponiendo mayoritariamente es el de la posmodernidad.

      ¿Qué podemos decir de la posmodernidad? Pues teniendo en cuenta el amplio espectro de asuntos que abarca destacaré con Lipotvesky, filósofo y sociólogo francés que popularizó el término, que la condición posmoderna deviene por la crisis y ocaso de los reguladores sociales y culturales de referencia, haciendo agua las instituciones básicas garantes de la tradición, desde la religión al modelo de familia, la escuela y la Universidad, o los sindicatos y la perspectiva de clases.

      La caída del muro de Berlín como hito histórico en el umbral de los 90 viene a certificar el hundimiento soviético y el fracaso definitivo de la ideología comunista como adalid de la Revolución social y política que vertebró el convulso siglo XX. Otros movimientos ascendentes recogerán el testigo alternativo de la lucha por la justicia social cobrando especial protagonismo las reivindicaciones identitarias en campos tan polémicos como la raza o el género.

      Pero la verdadera revolución va a ser la tecnológica. La llegada de Internet, la red de redes, va a dinamitar los cauces tradicionales de la información y la comunicación social a nivel universal. En un salto cuántico, lo local se vuelve global y el teléfono móvil,-el iphone o sus primos chinos-, se convierte en la primera pandemia del siglo XXI.

      Por otra parte, los avances científicos en el campo de la denominada “reproducción asistida” también dinamitaron los cauces tradicionales de la procreación natural donde el encuentro heterosexual era condición sine qua non para concebir un embarazo y reproducirse la especie.

      A su vez, la conquista legislativa que supuso la legalización del matrimonio homosexual fue un aldabonazo que abrió el espectro de los nuevos modelos familiares más allá de la familia tradicional, esa que ahora ha venido a llamarse ‘patriarcal’. Y con el patriarcado hemos topado mi querido Sancho. Y es un tema del que habría mucho que decir y no tenemos tiempo.

      Transcribiré una de las múltiples definiciones que encontramos en internet que dice así: “En un sentido literal significa el gobierno del padre. Históricamente el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte la esposa, los hijos, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social”.

      Obviamente no voy a entrar a destripar los diferentes estratos que se dan en un concepto tan fundamental y abigarrado como éste y con tantas perspectivas. Me ceñiré a remitirlo elípticamente al tema que nos ocupa. La figura del padre en el psicoanálisis. Y ahí toca distinguir la propuesta freudiana y la lacaniana.

      Freud será recordado en la historia del conocimiento por su tesis sobre la dimensión inconsciente del psiquismo humano, y de la mano de tan trascendental concepto elaborará el marco en el que se constituyen las claves de la subjetividad, el conocido como complejo de Edipo, tan vituperado y malentendido en los tiempos que corren. Como forma parte ya del acervo colectivo, simplemente destacaré el papel interdictor del padre respecto a la relación fusional de la madre y el baby, que constituirá la ley del incesto, esa Ley simbólica universal que Levy Strauss designa como fundamento de la cultura y de la naturaleza humana en su texto ya clásico Las estructuras elementales del parentesco.

      Será Lacan quien despliegue el concepto desglosando los llamados tiempos del Edipo, en los que no entraré, pero sí que apuntaré a que distingue dos semblantes del padre, el imaginario y el simbólico, con características bien diferentes y sus correspondientes y decisivas consecuencias, además de proponer un enfoque estructural que plantea el Edipo como una estructura dinámica cuyos elementos ocupan unos determinados lugares. Así que las figuras asignadas a los clásicos lugares establecidos por la familia tradicional, la madre y el padre, pueden ser sustituidas por “funciones”, de manera que la función madre o la función padre podrán ser sustentadas por cualquier persona que las detente, independientemente de su sexo o de su género, asunto éste fundamental para poder pensar la operatoria edípica en los nuevos modelos familiares.

      Aclarado esto, si retomamos el hilo que veníamos desplegando respecto a “los tiempos que corren”, esos que venían a alinearse con la tan traída posmodernidad y su crisis de los valores y los referentes de la tradición, hay que decir que Lacan se anticipaba un par de décadas, cuando allá por 1969, en plena resaca sesentayochista, habló de la “evaporación del padre” a propósito de los movimientos estudiantiles que apelaban a la revolución libertaria al grito de eslóganes tan poéticos y subversivos como “Prohibido prohibir” y su contestación indesmayable a cualquier tipo de autoridad. Así que la cosa viene de lejos, aunque es en este último tramo histórico del cambio de siglo y por las circunstancias que apuntábamos antes, que su efecto de aceleración exponencial se hace sistémico, e, inevitablemente, todo ello va a reflejar sus efectos en el campo de la clínica. Así que toca ya abordar el primer sintagma de la ponencia que teníamos pendiente: la clínica psicoanalítica (en los tiempos que corren).

      Antes que nada, hay que precisar que cuando hablamos de la clínica psicoanalítica nos referimos a un modo de pensar la clínica psicológica singular y bien distinto del enfoque de la psiquiatría hegemónica biologicista. Por más que Freud, discípulo aventajado de Brucke, eminente fisiólogo representante del ala dura del positivismo, empezó ejerciendo de neurólogo, conforme fue escuchando a sus histéricas, fue alejándose del microscopio y haciéndole sitio a la palabra, y de ahí a los entresijos del lenguaje y al relato singular de los acontecimientos de su vida. Ese cambio de foco, de la biología a la biografía, cambiará la forma de entender y abordar el malestar psíquico. Nada que ver pues con la psiquiatría oficial, esa, como dice Fernando Colina, “absorbida por una marea clasificadora que, con su aritmética taxonómica y su codificación abusiva, se desentiende del sentido y contenido de lo que le pasa a la gente”. El DSM, con sus casi 500 trastornos mentales tipificados, es su biblia laica y supuestamente científica, aunque, como denuncian muchos autores, más que hacer ciencia han caído en el cientificismo y de éste han hecho ideología, una ideología muy rentable por cierto para la todopoderosa industria farmacéutica. Pero obviamente tampoco podremos entrar en ese jardín, harto representativo de los tiempos que corren. Me centraré en los cambios acontecidos dentro del espectro clínico del propio psicoanálisis, contrastando la casuística de sus orígenes con la emergencia de nuevas tipologías surgidas en los últimos treinta o cuarenta años.

      Si como planteaba Freud, “el síntoma es una transacción entre el impulso y la defensa”, es obvio que el síntoma va a estar condicionado por la modalidad de la defensa operante, y que ésta, a su vez, vendrá condicionada por las características de la época referida, es decir, por los ideales imperantes en un determinado contexto histórico, esa instancia simbólica que Lacan vendrá a designar como el Otro, entendido, entre otras cosas, como el código de valores que regulan la relación del sujeto con sus objetos de satisfacción. En los tiempos de Freud el Otro se caracterizaba por imponer el moralismo severo y represivo de la moral victoriana reinante, y por ello mismo señalará a la represión como la defensa característica de las neurosis, la modalidad estructural de la mayoría del personal, siendo el síntoma neurótico una realización encubierta del deseo inconsciente, y la Histeria y la Neurosis Obsesiva las dos variantes de las llamadas neuropsicosis de defensa.

      Citaré a Elisabeth von R, un caso clínico de los primeros historiales freudianos, para ilustrar su dinámica. Se trata de una joven aquejada de una astasia-abasia que la impide caminar y que tras rastrear su historia Freud diagnosticará como una parálisis funcional simbólica que acontece tras la muerte de su hermana y en su funeral, contemplando al desconsolado cuñado, atravesarle fulgurante un pensamiento: “Ahora él ya está libre y puede hacerme su mujer”. Deseo proscrito e inaceptable para su conciencia que será reprimido y rechazado a su inconsciente y sucedido por el síntoma. Y desgranando los detalles del síntoma a nivel lingüístico, Freud desvelará que su parálisis funcional expresa la prohibición, somatizada mediante conversión, que le impide “dar ese paso” indigno. Y será la elucidación y verbalización de ese deseo inconsciente lo que hará desaparecer el síntoma. Así pues, el mecanismo patogénico se resumiría en: deseo moralmente inaceptable – represión del mismo al inconsciente – emergencia del síntoma simbólico. Hay que tener en cuenta que la tal represión del deseo indebido es una reedición metamorfoseada del conflicto edípico en donde la función paterna prohíbe el deseo incestuoso, que es reprimido al inconsciente, constituyendo la dinámica básica de la clínica neurótica.

      Dicho esto, regresamos a la actualidad, es decir, a “los tiempos que corren”, para dejar constancia de una clínica que no responde a esa dinámica y que viene recibiendo diferentes nombres, desde los llamados “Nuevos Síntomas” como los denomina Miller, el yernísimo, a la “Clínica del Vacío” que propone mi admirado Mássimo Recalcati, y que nos deja por fin ante el tema que nos convoca. Y me remitiré a Recalcati y su texto homónimo, en el que nos presenta un abanico de cuadros donde cita de forma un tanto desordenada a la anorexia y la bulimia, las toxicomanías, los ataques de pánico, la depresión, el alcoholismo y las psicosis ordinarias, mencionando su vecindad con la clínica borderline y su dimensión narcisista. Este batiburrillo nosológico y fenoménico, que ni la fiesta de Blas, lo va a oponer a la que él llama Clínica de la Falta, que en realidad sería otra forma de nombrar a la clínica del deseo que recién venimos de ver que teoriza Freud a propósito de Elisabeth von R, es decir, una clínica relativa al deseo inconsciente reprimido y al síntoma en su condición de formación metafórica sustitutiva.

      Lo que caracterizaría a esta nueva clínica, a estos nuevos síntomas, es precisamente su ausencia de valor metafórico, es decir, su falta de valor simbólico, es decir, su falta de mensaje cifrado al Otro.

      ¿Y eso por qué?, sería la pregunta obligada. Y para responder a esa pregunta vendría toda la exposición que hicimos previamente sobre “los tiempos que corren”, esos que caracterizábamos como los del “ocaso del Padre” y su función simbólica. Porque el Otro contemporáneo ya no es el hipermoralista normativo de Freud. La cultura del esfuerzo y el sacrificio fue borrada del mapa por el neocapitalismo rampante que rechaza el límite, la falta y el deseo, pues apuesta de forma descarada y sin freno por el goce del exceso y del Todo Es Posible. En la amoralidad posmoderna la nueva religión es el hiperconsumismo urgente y su templo el megacentro comercial un viernes por la tarde o, más posmoderno todavía, el encanto irresistible de Amazon, que ni el genio de la lámpara, pues da igual lo que le pidas que te lo lleva a tu puerta, mañana no, ayer, y sin gastos de envío.

      Así pues, la dimensión simbólica del Otro palidece y se transmuta en un Otro que promueve el goce ilimitado del objeto, descarriando al sujeto de la senda del deseo, esa que siempre está atravesada por el límite. Y este desleimiento del código del deseo es lo que le abre la puerta a esa creciente manifestación de la pulsión. Y, atención, pues como quien no quiere la cosa, acaba de aparecer la estrella de la función.

      ¿De qué hablamos cuando hablamos de la pulsión? ¿Es lo mismo que el deseo? ¿Sí?, ¿No? Y en tal caso ¿qué les diferencia? Bueno, ya os anticipo que este asunto es un temazo que nos confronta directamente con el fenómeno del Bacalao. ¿El qué? El Bacalao, que es mi forma de referirme al malentendido conceptual que campa a sus anchas en el discurso psicoanalítico y que hoy por ti y mañana por mí, si te he visto no me acuerdo. A mí, personalmente, me dispara todas las alergias.

      Así que toca aclarar y distinguir en lo posible estos dos conceptos fundamentales que con frecuencia se manejan como si fueran sinónimos sin serlo, y de esa guisa tenemos servido el lío. Pero elaborar esa diferencia conceptual como Dios manda precisaría de un tiempo del que no disponemos, luego, no queda otra que la ultra síntesis en modo Matrix.

      Veamos: Freud, inicialmente, designó con el término deseo (en alemán ‘wunsch’) el anhelo o impulso psíquico hacia el objeto. Años después introduciría el término pulsión (en alemán ‘trieb’) que define como “concepto límite entre lo psíquico y lo somático”, para referirse al mentado impulso, pero incorporando con la nueva nominación la dimensión somática en juego. Será un deslizamiento sutil que con Lacan se radicaliza, quedando reservada para la pulsión la vertiente energética-afectiva-somática y restando para el deseo la dimensión psíquica, es decir, simbólica significante. Y añadirá que el destino energético de la pulsión será significantizarse y acceder a su condición de deseo. Hay que decir que, en términos de Lacan, el campo somático energético de la pulsión se correspondería con el registro de lo Real, y el campo significante del deseo con el registro Simbólico, pero este asunto de los registros mejor lo dejamos para la próxima reencarnación.

      ¿Y para qué nos sirve todo este chute en vena de teoría freudo lacaniana? Pues para poder comprender y situar nosológicamente todo ese campo clínico tan disperso y bizarro que veníamos a conocer como Nuevos Síntomas o Clínica del Vacío. Y con todo este farragoso bagaje conceptual que venimos de sintetizar, estamos en condiciones de intentarlo pues, con suerte y un poco de imaginación, ya estáis en condiciones de entender la diferencia que hay entre aquellos síntomas que afectan al cuerpo cargados de un sentido (recordad la parálisis funcional de Elisabeth von R) y que llamaremos semánticos, simbólicos o metafóricos y que se corresponden con la llamada clínica del deseo, y aquellos otros que en su somaticidad están por fuera del sentido y que componen una clínica que, frente a la inanidad nosológica de una etiqueta como ”los nuevos síntomas” o de alternativas más o menos crípticas del espectro lacaniano,-clínica de lo real, clínica del objeto @-, propuse designar por pura lógica y economía conceptual como clínica de la pulsión, pues atañe a las consecuencias resultantes de los trastornos acontecidos en el circuito libidinal en el que la pulsión, destinada tras significantizarse y psiquizarse a convertirse en deseo, puede sufrir distintos avatares que obturen dicha transcripción, viéndose abocada, al anegarse el cauce simbólico, a manifestarse por otros cauces no metafóricos que afectarán al cuerpo, dando distintas formas clínicas según que el trastorno curse:

-por la vía del afecto y tendremos la angustia como es el caso de la Agorafobia Vera o de la clínica del Trauma, también llamada clínica del pánico, característica del Trastorno por estrés postraumático.

-por la vía del dolor y tendremos la Fibromialgia

-en forma de lesión y tendremos el Fenómeno Psicosomático

-o por la vía de la conducta, es decir, la pulsión en forma de impulsión, también llamadas “prácticas de goce", y ahí nos encontramos las Adicciones, las Autolesiones y los Trastornos de la Conducta Alimentaria (Obesidad, bulimia y Anorexia, aunque en propiedad en esta se jugaría la privación).

      Y así ordenados, pese a su amplitud fenoménica, componen un campo clínico congruente y frecuentemente intersectado. Para ilustrarlo terminaré presentando una viñeta muy didáctica que nos ofrece la película Precious, la historia de una adolescente muy, pero que muy obesa, que además ha sufrido abusos sexuales por parte de sus padres desde muy chiquita hasta la actualidad en la que se halla embarazada de su segundo hijo fruto de la violación sistematizada de un padre drogadicto que ya no convive en la casa. Ella sí convive con una madre despótica que la usa y la abusa sistemáticamente sin que ella muestre ningún atisbo de rebeldía. En ese panorama tan traumático ella sólo encuentra refugio en un mundo privado de fantasías compensatorias, en una ingesta desmedida y, por fin, recientemente, en una academia educativa para casos “especiales”. Allí conocerá a la señorita Rain que con pasión y sabiduría la confrontará con el valor del límite y de la palabra y desde un acogimiento respetuoso le irá acompañando en un laborioso proceso de subjetivación. Tras sugerirle la conveniencia de que interrumpiera su embarazo, o, de llevarlo a término, darlo en adopción pues no podría atender adecuadamente a la criatura ni a sí misma, Precious se afirma en su deseo de llevarlo adelante pues, dice, “no hay nada mejor para un niño que estar con su madre”. Y con esa decisión contracorriente, le da un sentido a su vida. Tras dar a luz y sufrir un violento episodio con su desquiciada madre, huye de la casa con su bebé. La película termina con una conversación con su madre meses después en presencia de una trabajadora social en la que por fin toma la palabra y le planta cara. Cierra con un “Nunca volverás a verme”. Y tomando a sus dos hijos, se va, pero ésta vez sin huir, dejándola atrás para siempre.

      Así pues, podemos constatar que el síntoma cardinal de esta mujer, una obesidad mórbida, no es un síntoma metafórico, sino una respuesta pulsional desaforada, una hiperfagia compulsiva, como vía de conjugar la angustia resultante del traumatismo por abuso y maltrato crónico en un contexto, esos padres perversos, de absoluto desamparo simbólico. Será a través del encuentro con la maestra que la acoge, la reconoce y la instruye, es decir, que la nutre simbólicamente, que Clareece, pues así se llama la muchacha, se podrá encontrar a sí misma y su lugar en el mundo.

      Aprovecharé para decir que este tipo de intervención que despliega la señorita Rain constituye lo que yo vengo a llamar una pedagogía del límite.  Es decir, un trabajo centrado en la elucidación y adquisición del límite simbólico como herramienta brujular imprescindible para la adecuada constitución subjetiva. Pero ese sería otro cantar que hoy ya no podremos abordar. Me conformo con dejar bocetado esquemáticamente mi visión personal de la clínica psicoanalítica en los tiempos que corren, y confiar en que a alguno de los presentes le haya servido de algo soportar pacientemente mi sermón bienintencionado. Gracias por su atención.

 

                                                                 Javier Arenas / Bilbao, Abril 23