La pasada semana Tony
nos dejó. Lo suyo, por esperado y casi deseado que fuera, fue un
golpe muy duro. No dejó que nadie lo visitara ni que le
administraran sedantes. Tony
se fue tal como vivió, con integridad.
Era el más inteligente
de todos, y también el más transigente. Antes de tomar cualquier
decisión, la razonaba hasta el más pequeño detalle, priorizando la
justicia y la bondad. Tony
era así, y no pocos disgustos le dio la vida, casi todos ajenos a
sus actos y más de uno por su integridad.
De los
que fuimos, es decir quienes fundamos aquel
peculiar grupo de amigos, en que la libertad y la verdad más
pura se convirtieron en bandera, solo quedamos Joan y yo, y
Joan está mal, muy mal, andar cien metros
lo agotan. Mis
viejos amigos han roto las estadísticas. Año
más, año menos, tras una vida sana y
feliz nos han abandonado a los setenta.
Hoy
recuerdo con una sonrisa,
una conversación con Tony y Joan,
al recriminar ambos
mi obsesión por buscar el límite, que se asemejaba más a la
búsqueda de un final rápido y glamuroso, que al
de la aventura. Y
mi respuesta, estúpida por demás por saber que llevaban razón:
-
El límite solo lo conoces cuando no
consigues llegar a tu objetivo -
Estoy
harto de hablar siempre de los mismo, pero es lo que hay y no puedo
cambiarlo.
La
vida es una broma de mal gusto, injusta
en el mejor de los casos.