Todos los hombres éramos mujeres, pero, a las ocho semanas, se nos descompusieron las cosas. Poco después de la fecundación, tenemos lados izquierdo y derecho; más tarde nos donamos los órganos: corazón, hígado, cerebro... Una insistente tradición (también llamada ‘genética’) nos dota primeramente, a todos , de un cerebro de mujer, aunque los órganos sexuales ya se hayan diferenciado en el feto.
Si hubiésemos nacido bien a las ocho semanas, hombres y mujeres nos mataríamos menos, nos ayudaríamos más y no cruzaríamos el semáforo en rojo; seríamos más respetuosos; o sea, más femeninos.
Si entonces no le cae una tormenta de testosterona, al cerebro se le reforzarán las conexiones que favorecerán el habla, la comprensión mutua, el rechazo al conflicto, la compasión y la ultrasensibilidad ante las emociones ajenas.
(Claro es, por un enredo de hormonas o por una educación férrea, habrá alguna mujer de Malvinas tomar, alguna dama de yerro; pero, en general, la madre Naturaleza nos raciona las excepciones.)
En cambio, en los fetos masculinos, durante la octava semana, el elefante de la testosterona entra en la cristalería de las conexiones cerebrales femeninas; destruye muchas, pero crea otras, que definirán el carácter masculino, lanzado a la competencia, la agresión y el dominio, y al casi analfabetismo para leer las emociones en los rostros.
Louann Brizendine, médica estadounidense, afirma: “No existe un cerebro unisex. La niña nació con un cerebro femenino” ( El cerebro femenino , p. 34). Esta radical diferencia hizo que el vir y la mulier sapientes se complementen y sobrevivan en las selvas y las ciudades (otras selvas). Las diferencias salvaron a nuestra especie, mas habría que reeducar ahora a los hombre en la compasión femenina.
El matritense Carlos Alonso del Real escribió un libro curioso: Realidad y leyenda de las amazonas . Él asegura que estas señoras no existieron; más aún, que su mito difama a las ginecocracias: “Las poblaciones matrilineales son más bien pacíficas” (p. 48). En el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo), extrañemos la paz del mundo que nos perdimos a las ocho semanas.
Si hubiésemos nacido bien a las ocho semanas, hombres y mujeres nos mataríamos menos, nos ayudaríamos más y no cruzaríamos el semáforo en rojo; seríamos más respetuosos; o sea, más femeninos.
Si entonces no le cae una tormenta de testosterona, al cerebro se le reforzarán las conexiones que favorecerán el habla, la comprensión mutua, el rechazo al conflicto, la compasión y la ultrasensibilidad ante las emociones ajenas.
(Claro es, por un enredo de hormonas o por una educación férrea, habrá alguna mujer de Malvinas tomar, alguna dama de yerro; pero, en general, la madre Naturaleza nos raciona las excepciones.)
En cambio, en los fetos masculinos, durante la octava semana, el elefante de la testosterona entra en la cristalería de las conexiones cerebrales femeninas; destruye muchas, pero crea otras, que definirán el carácter masculino, lanzado a la competencia, la agresión y el dominio, y al casi analfabetismo para leer las emociones en los rostros.
Louann Brizendine, médica estadounidense, afirma: “No existe un cerebro unisex. La niña nació con un cerebro femenino” ( El cerebro femenino , p. 34). Esta radical diferencia hizo que el vir y la mulier sapientes se complementen y sobrevivan en las selvas y las ciudades (otras selvas). Las diferencias salvaron a nuestra especie, mas habría que reeducar ahora a los hombre en la compasión femenina.
El matritense Carlos Alonso del Real escribió un libro curioso: Realidad y leyenda de las amazonas . Él asegura que estas señoras no existieron; más aún, que su mito difama a las ginecocracias: “Las poblaciones matrilineales son más bien pacíficas” (p. 48). En el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo), extrañemos la paz del mundo que nos perdimos a las ocho semanas.
POR: Víctor Hurtado Oviedo, Editor del diario La Nación (Costa Rica)
Nota publicada en ese diario con motivo del dìa Internacional de la Mujer, y puesta en este blog con autorizaciòn del autor