Ojos que miran
no me ven
cero a la izquierda.
Pelo zanahoria
chaleco leopardo
short tan corto
altas medias negras
cuerpo maravilloso
tan bella
tan lejana
tan ausente.
Mirar
ser ignorado
tan de otro mundo
tan extraño.
Soñar un cruce
de miradas
una palabra
un adiós
un hasta siempre.
Texto de Piedra, fotografía de la red.
Esta tarde tenía que escribir de la soledad de San Antonio allá en su ermita. Las mozas de hoy en día no vienen a rogar por el principe de sus sueños; ya se valen por si solas para buscar compañero que no marido.
Llueve a lo lejos, la mar está en calma. San Antonio descansa, tampoco tiene prisa después de haber visto cómo sus elegidos fallaban y las recomendaciones que antaño hizo no sirvieron de nada.
Estoy por coger una vela y llegar hasta la ermita, por ver si San Antonio se acuerda de cuando los novios y novias eran, ahora hasta la palabra cambió de uso y, tendremos que buscar otra nueva.
Ayer tarde el mar estaba en calma, las nubes dibujaban un horizonte de borrasca en retirada, y San Antolín podía descansar tranquilo en su monasterio. El día había sido duro, la lluvia incesante no dio respiro a San Pedro, que tuvo que hacer horas extraordinarias para controlar que no se desmadrase.
Ancha es la mar y grande la fe de los pescadores que pertrechados de caña y sedal suben a lomos del monstruo para desafiar la suerte. Esperan que a la caída del sol, algún pez incauto se acerque al acantilado a buscar su sustento diario y pique el anzuelo.
Esta mañana hemos dado un paseo por los caminos de Pacanda. Tras la lluvia tranquila, reposada, de toda la noche, los prados reflejaban al sol un verde lujurioso.
Las ovejas parece como si no fuera con ellas, se dedican a lo suyo, mantener la hierba corta.
La laguna cerca del molino está repleta de agua, tuvo que llover en cantidad para llenarla hasta el camino.
Los robles y hayas mantienen aun las hojas, señalando con el color que pronto llegará la invernada.
Dentro de unos días, cuando apriete el frío y caigan las hojas, estaremos de vuelta en Málaga, será un tiempo de espera hasta la primavera, cuando en los paseos por Pacanda vuelva a estallar la vida en cada rincón. Esperamos sumarnos a la buena nueva y volver a escuchar al cuco buscando nido, ver correr a los corzos por la pradera o jugar con el petirrojo a la puerta de casa.
Texto y fotografías de Piedra
Hace unos días subí al blog mis fotos del otoño en Málaga, hoy quiero traer una muestra del otoño en Asturias y para la ocasión he seleccionado cuatro fotografías del río del Infierno en Espinaredo (Infiesto).
El sábado 6 de noviembre, Luis Mario Arce sabio en aves y pájaros, tuvo la gentileza de acompañar a un grupo de socios del Circulo Cultural de Valdediós a un paseo por la orilla del río del Infierno.
Comenzamos la ruta en La Pesanca, un castañar en plena sazón en estos días, donde algunos domingueros se afanaban en llenar de castañas sus canastas; nosotros que estábamos por eso de los pájaros, mirábamos a las copas para ver al arrendajo saltar de rama en rama, quedándonos extasiados no sé si por el colorido del pájaro o por el color otoñal de los castaños; en otro momento el agateador jugaba con nosotros a esconderse tras el tronco cuando acabábamos de localizarlo o el mito hacía sus acrobacias, tan pronto cabeza arriba como cabeza abajo.
Al llegar al hayedo después de atravesar el robledal, los ojos se nos iban tras las setas y con todo el dolor de mi corazón dejamos atrás los boletos para mirar el colorido tan variado de cada árbol, unos estaban aún verdes, mientras otros alcanzaban un amarillo como de estación del FEVE, al lado de otro ya rojo, o el de más alla, pardo como tierra en el invierno de la Mancha.
Tuvimos suerte y a la vuelta pudimos observar una bandada de chovas acompañadas de un cernícalo y un azor todos tan tranquilos jugando con los últimos rayos de sol antes que el viento del norte nos trajese la borrasca.
En fin, un día otoñal maravilloso de color y amistad.
Texto y fotografías de Piedra
Llegas a la Cuevona, despacio, con toda la precaución del mundo, por una carretera de ensueño y al entrar en el mundo oscuro de las cavernas, compruebas que los del cartel eran andaluces: la altura parece no tener límite, la anchura es suficiente para les vaques, el riu y los paisanos en carruaje; la oscuridad como boca de lobo se adorna con luciérnagas entre las estalactitas y el ronroneo del río pone música de fondo.
Cuando ya te haces a la oscuridad, se crea la luz y llegas al pueblo de Cueves donde te esperan las dos mellizas para que subas a ver el Sella desde las cumbres. Como no sabes muy bien qué cima ascender, si la de levante o la de poniente, das una vuelta por el pueblo, te haces la foto en el hórreo con las cebollas y las mazorcas, y dejas la escalada para otra tarde, cuando la brisa traiga querencias de aventuras.
Texto y fotografías de Piedra