Ellos no lo saben, pero los vemos.
Están sentados en el escritorio.
Se miran, tal vez se descubren, ninguno de los dos comienza
el diálogo.
La noche anterior el padre le pregunta a su hijo.
¿Qué vas a ser cuando seas grande?
El susurra por lo bajo, escribidor.
¡Escritor dirás¡ tendrás que prepararte y estudiar muchos
años, y sobre todo leer.
¡Pero papá he leído más de treinta cuentos¡
Algunos me los sé de memoria.
Mi maestra dice que la memoria no es un músculo, sino una
caja de resonancia donde todo queda registrado.
Te acuerdas que el
año pasado escribí un cuento sobre la vida de un tigre.
Recordé la lectura de Emilio Salgari.
Antes de dormir llegaron a ver los primeros destellos de luz, cerraron las cortinas, y se acostaron
abrazados.
El ahora está sentado en la cama,
mira a su papá, no le pregunta nada.
.
La conversación anterior le preocupa, sabe que todavía es un
niño
.
Tiene miedo de sentirse confundido-lo sabemos por
experiencia-
.
Pronto dejará de sentir esa incertidumbre, el sueño ganará la
batalla.
-Lo que nosotros sabemos- y él no sabe, o quizás sí lo sabe,
pero no puede discernir, es que nada está escrito.
Lo que nosotros sabemos, y en cierta forma somos cómplices,
es que su papá se resiste a pensarlo como un adulto.
.
Sólo piensa en su niño, en los primeros pasos, en aquellas
primeras palabras.
.
Los años lo alejarán de su regazo, -también esto lo sabemos-
porque conocemos su historia
.
El intuye, que puede ser la razón de su desconcierto
,
va mas allá de lo que él quiere ser en la vida, mas allá de
la profesión.
Ni a él, ni a nosotros que percibimos la atmòsfera, tenemos
certeza,
de que nada está escrito.