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El Ministro general peregrino en la Tierra Santa:
Studium Biblicum Franciscanum (Jerusalén, 26.10.2003)
FRANCISCO Y LA PALABRA DE DIOS
Muy estimados Hermanos:
Me produce una alegría especial hallarme aquí, en la Flagelación, sede del Studium Biblicum Franciscanum, y encontrarme con todos los Profesores y Estudiantes de la Comunidad Académica de la Facultad de Ciencias Bíblicas y de Arqueología. El motivo de esta alegría extraordinaria es evidente. Aquí, en esta Fraternidad, he vivido momentos muy hermosos de coparticitación y de verdadera fraternidad; aquí, de la mano de Profesores muy competentes en las Ciencias Bíblicas y Arqueológicas -algunos de ellos están ya en la casa del Padres, otros están aquí presentes-, he aprendido a gustar la Palabra de Dios; aquí he descubierto también la importancia del «Quinto Evangelio» para comprender la Sagrada Escritura. Por todo ello, y por muchas otras cosas que afluyen a mi corazón, doy las gracias a todos mis Profesores, expertos en Sagrada Escritura y Arqueología y, sobre todo, auténticos testigos del amor a la Palabra y de la auténtica vida franciscana. Igualmente, os doy las gracias a todos vosotros por todo lo que hacéis para nutrirnos con el pan de la Palabra y para continuar y desarrollar las Ciencias Bíblicas y Arqueológicas, a las que tantos hermanos franciscanos dedicaron su vida entera. Mi palabra quiere ser una palabra de aliento a continuar. Hemos alcanzado una meta importante para nuestro Studium: el ser declarado Facultad de Ciencias Bíblicas y de Arqueología. Lo que nos parecía un sueño ya es una realidad. Pero debemos seguir creciendo. Contad conmigo en todo lo que os pueda ayudar como Ministro general y como antiguo estudiante de esta Facultad. Tened la certeza de que no ahorraré ningún esfuerzo.
Pensando en esta visita, me he preguntado varias veces: ¿Que nos diría el Hermano Francisco a nosotros sus hijos y hermanos aquí presentes y a los que siguen este viaje del Ministro general a la Tierra de Jesús?
Creo, queridos hermanos, que lo primero que nos diría, más aún, que lo primero que nos dice es que seamos una Fraternidad a la escucha obediente de la Palabra. «Escuchad, señores hijos y hermanos míos, y prestad atención a mis palabras. Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios» (CtaO 5). Francisco mismo fue siempre, en su pensar, hablar y actuar, un hombre «hecho escucha» atentísima de la Palabra, como muestran con plena coherencia sus escritos y sus biografías. Esto sólo pudo realizarse porque había colocado la Palabra divina y evangélica en el centro de su vida, convirtiéndola en objeto de prolongadas meditaciones, de soporte de su oración, de preguntas sobre cómo traducirla en vida de la manera más rápida y eficaz. La escucha de la Palabra fue para él una experiencia tan gozosa e implicante que se volvió «bienaventuranza»: «Dichoso aquel religioso que no tiene placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas incita a los hombres al amor de Dios en gozo y alegría» (Adm 20, 1-2).
Escuchar para obedecer, escuchar para vivir la Palabra escuchada. Esta fue la gran preocupación de Francisco. Este debe ser nuestro gran empeño: «Guardad sus mandamientos con todo vuestro corazón y cumplid sus consejos perfectamente. Alabadlo, porque es bueno y enaltecedlo en vuestras obras» (CtaO 7-8). La sabiduría del hermano menor, el conocimiento de la Palabra de Dios, no es fin en sí, sino que debe transformarse en vida. Si el conocimiento de la Sagrada Escritura fuera un fin en sí mismo, se reduciría a una «letra que mata» (Adm 7), a la «sabiduría de la carne», que «quiere y se esfuerza mucho por tener palabras, pero poco por tener obras» (Rnb 17, 11).
Por eso no deja de recordar Francisco, a sí mismo y a sus hermanos, la llamada exigente de Jesús: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida » (Jn 6, 63), pues sólo realizan la plenitud de la verdad cuando la fuerza del Espíritu que mora en nosotros las transforma en vida. En este contexto hay que leer la llamada de Francisco a guardar «el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos» (Rb 12, 4). Sólo encarnando el Evangelio, sólo obedeciendo a la voz del Hijo de Dios, sólo observando los mandamientos y cumpliendo los consejos del Señor, sólo deviniendo fraternidad a la escucha obediente de la Palabra responderemos a la misión que el Señor nos ha confiado a nosotros, Hermanos menores: «
para esto os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz» (CtaO 8-9); y sólo así lograremos «poner el Evangelio en el corazón de la cultura y de la historia contemporánea» (Juan Pablo II al Congreso de las Universidades OFM).
Queridos hermanos: ¿Cuánto tiempo dedicamos a la lectura/escucha de la Palabra? ¿Con qué actitud la escuchamos? Son preguntas que me planteo y que os dejo para vuestra reflexión personal.
Que nos acompañe en el camino la bendición del Hermano Francisco: «Benditos seáis del Señor los que hagáis estas cosas y el Señor esté enteramente con vosotros. Amén» (CtaO 49).
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