Revista COLOQUIO - AÑO I, N° 4 |
LA CRUZ DE SAN BENITO
Mons. Martín de Elizalde osb
Una de las devociones más difundidas, y no solo por la influencia de los monasterios benedictinos, es la Cruz de San Benito, especialmente en la forma de medalla, que es la más frecuente. Presentaremos brevemente su significado y haremos su historia, para atender al deseo de muchos amigos y devotos de San Benito.
La medalla
La medalla presenta, por un lado, la imagen del Santo Patriarca, y por el otro, una cruz, y en ella y a su alrededor, las letras iniciales de una oración o exorcismo, que dice así (en latín y en castellano):
Crux Sancti Patris Benedicti
Cruz del Santo Padre Benito
Crux Sacra Sit Mihi Lux
Mi luz sea la cruz santa,
Non Draco Sit Mihi Dux
No sea el demonio mi guía
Vade Retro Satana
¡Apártate, Satanás!
Numquam Suade Mibi Vana
No sugieras cosas vanas,
Sunt Mala Quae Libas
Pues maldad es lo que brindas
Ipse Venena Bibas
Bebe tú mismo el veneno.
Como se puede apreciar por las iniciales distribuidas en la cruz, a esta, el texto de la plegaria la acompaña siempre, y a la vez es una ayuda para la recitación de la misma. El texto latino se compone -después del título: Crux Sancti Patris Benedicti (C.S.P.B.) - de tres dísticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz, con el deseo suplicante de tenerla como guía y apoyo, y la expresión del rechazo a Satanás, a quien se manda que se aparte - con las palabras de Jesús, cuando fue tentado por él (Mt. 4,10) -, manifestando que no va a escuchar sus sugerencias, pues es malo lo que ofrece. Es una auténtica confesión de fe y de; amor a Cristo, y una renuncia al diablo.
El bautismo y la cruz
Notemos que en este breve texto, la victoria
sobre el demonio se atribuye a la cruz de Jesucristo, que es luz y guía para el
fiel, y que se opone al veneno y a la maldad del tentador. Es un eco de la
consagración bautismal, donde se impone la cruz al neófito, quien es lavado con
el agua de la regeneración y recibe la luz del Señor Resucitado; pronuncia
también las palabras de renuncia al demonio y confiesa la fe.
Por ello, el cristiano que lleva la medalla no lo hace con una preocupación
supersticiosa por apartar los malos espíritus, sino consciente que es .por la
presencia del Señor Jesucristo y una vida conforme a la gracia, como habrá de
mantener alejado al diablo y sus tentaciones. El fruto de esta devota práctica,
la protección de Dios, se alcanza con una vida que sea respuesta coherente al
Evangelio. Donde está la gracia divina, no se puede aproximar el demonio. Pero
el combate contra las asechanzas y tentaciones diabólicas no le va a faltar al
fiel, pues el Maligno quiere impedir su camino hacia Dios. Es entonces que la
oración, la señal de la cruz, la invocación de Cristo Nuestro Señor y de los
santos, son necesarios. Escribe Dom Guéranger: No es preciso explicar largamente
al cristiano lector la fuerza de esta conjuración, que opone a los artificios y
violencias de Satanás aquello que le causa el mayor temor: la cruz, el santo
nombre de Jesús, las propias palabras del Salvador en la tentación, y en fin, el
recuerdo de las victorias que el gran Patriarca San Benito obtuvo sobre el
dragón infernal (1).
El ejemplo de San Benito
El origen de la Cruz de San Benito no puede
atribuirse con certeza al mismo santo. Más adelante veremos las circunstancias
históricas en que aparece y se difunde esta devoción. Pero su sentido es
profundamente coherente con la espiritualidad que inspiraba al Padre de los
monjes de Occidente y que este supo trasmitir a sus hijos. La vocación a la vida
eterna es la llamada de Dios a la salvación en Jesucristo, y esa llamada espera
una respuesta, no solo con los
labios, sino con el corazón. En la Regla escrita para sus monjes, San Benito
dejó su enseñanza: Escucha, hijo, los preceptos del
Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con
gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. Así volverás
por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la
desidia de la desobediencia (2). El "trabajo de la obediencia" es la respuesta
solicita del que ama a Dios y hace su voluntad; es el fruto de la caridad, del
amor generoso y desinteresado. La desobediencia es el resultado de la tentación
en el Paraíso, donde el demonio sugirió a Adán y Eva que hicieran su propia
voluntad, satisfaciendo sus deseos y sus aspiraciones de poder. Ese pecado de
nuestros primeros padres dejó su consecuencia en todos sus descendientes, y
aunque el sacrificio de Cristo nos reconcilió con el Padre de los cielos, somos
siempre deudores suyos y nacemos con la mancha original. El bautismo nos limpia
del pecado original, nos hace hijos de Dios y nos da la vida de la gracia. La
vocación del cristiano nace en el bautismo, y de esta manera tiene la fuerza
para resistir al diablo, si es fiel y consecuente con los dones recibidos. Pero
justamente necesita responder a esa vocación y a los dones de Dios, con amor
filial y con sus obras, sin lo cual podría ser presa de las malas tentaciones.
El demonio, si bien ha sido derrotado, tiende todavía sus asechanzas, y
encuentra muchas veces en nosotros un oído que se deja seducir. Por eso San Benito nos exhorta a no atender a esa voz que nos
sugiere cosas malas, y escuchar más bien la que nos viene de Dios, en el
Evangelio y en toda la Escritura, en la Iglesia, en la oración, y a través de
maestros experimentados en las vías del espíritu.
Es ante todo de esta manera que debemos considerar la protección contra el
demonio, que Dios nos presta por la intercesión de sus santos. Satanás será
menos fuerte contra los que viven en la comunión con Dios y se esfuerzan por
obrar el bien. Y ello se debe a la virtud del bautismo, del cual procede la vida
del cristiano y donde nace y se desarrolla la vocación a la perfección y a la
vida monástica. Escribe un autor: Quienquiera ... se lance resueltamente a la búsqueda de
las realidades sobrenaturales, sentirá muy pronto que en él se enfrentan Dios y
el diablo. Todo compromiso por Dios conlleva, pues, la necesidad de armarse
contra el ángel caído. Esto es claramente visible desde el primer compromiso
cristiano, que sanciona el sacramento del Bautismo: la renuncia a Satanás va
junto con el ingreso en la Iglesia (3).
El signo de la cruz y la protección contra el demonio en la vida de San Benito
Con este signo de salvación, San Benito se
libró del veneno que unos malos monjes le ofrecieron: Cuando fue presentada al
abad, al sentarse a la mesa, la vasija de cristal que
contenía la bebida envenenada para que la bendijera, según costumbre en el
monasterio, Benito, extendiendo la mano, hizo la señal de la cruz y con ella se
quebró el vaso que estaba a cierta distancia; y de tal modo se rompió, que
parecía que a aquel vaso de muerte, en lugar de la cruz, le hubiesen dado con
una piedra. Comprendió en seguida el varón de Dios que debía contener una bebida
de muerte lo que no había podido soportar la señal de la vida (4). El episodio,
según el relato gregoriano, debió inspirar las palabras del exorcismo referidas
a la bebida que ofrece el Maligno, así como la protección atribuida a la señal
de la cruz.
Los ataques del demonio también se dieron contra el abad de Casino y sus monjes:
el "antiguo enemigo", muy contrariado por la conversión de los paganos de la
región, atraídos por la predicación del Santo, se presentaba a sus ojos para
amenazarlo y atemorizar a los suyos: Pero el antiguo enemigo, no sufriendo estas
cosas en silencio, se aparecía no ocultamente o en sueños, sino en clara visión
a los ojos del padre, y con grandes gritos se quejaba de la violencia que tenía
que padecer por su causa, tanto que hasta los hermanos oían sus voces, aunque no
veían su imagen. Sin embargo, el venerable abad contaba a sus discípulos que el
antiguo enemigo aparecía a sus ojos corporales horrible y encendido y que
parecía amenazarle con su boca y con sus ojos llameantes. Y a
la verdad, lo que decía lo oían todos, porque primero le llamaba por su
nombre; y como el varón de Dios no le respondiese, prorrumpía en seguida en
ultrajes contra él. Así, cuando gritaba, diciendo: "Benito, Benito", y veía que
le daba la callada por respuesta, añadía al instante: "Maldito y no Bendito ¿qué
tienes conmigo? ¿Porqué me persigues? (5). Estos ataques directos, estos
combates encarnizados con el demonio, son una constante en la vida de San
Benito, que le proporcionó con ellos ocasiones de nuevas victorias, como dice
San Gregorio poco después.
Ya en el comienzo de la permanencia en Subiaco, el demonio rompe la campanilla
de que se servía el monje Román para avisar a nuestro Santo cuando debía retirar
sus alimentos (6). Leemos también que el demonio, en forma de una ave negra, le
provoca terribles tentaciones al mismo Benito (7), y a otro monje lo distrae de
la plegaria, llevándolo a vagar (8). A un hermano lo lleva a mostrarse soberbio,
ganado por los malos pensamientos que el demonio le sugiere; significativamente,
Benito, advirtiendo su turbación, le manda: Traza una cruz, hermano, sobre tu
corazón (9). Inspira al presbítero Florencio que, celoso, hostigue a Benito y
sus discípulos (10), y siempre buscó dificultar la vida del monasterio, tanto en
lo material, como en lo espiritual, suscitando inconvenientes de todo tipo, como
la muerte de un adolescente (11).
Estos episodios, relatados por el Papa San Gregorio, muestran de qué manera San
Benito combatía con el demonio, el cual lo atacaba constantemente, como
adversario de toda obra buena. Un encuentro con el demonio ilustra lo dicho:
Yendo un día el santo al oratorio de San Juan, sito en la misma cumbre del
monte, salióle al encuentro el antiguo enemigo bajo la forma de un albéitar (o
médico), llevando un vaso de cuerno con brebajes. Como Benito le preguntara
adónde iba, él le contestó: "me voy a darles una poción a los hermanos". Fuese
entonces el venerable padre a la oración, y concluida ésta, volvió
inmediatamente. El maligno espíritu, por su parte, encontró a un monje anciano
sacando agua, y al punto entró en él y lo arrojó en tierra, atormentándole
furiosamente. Al volver de la oración el varón de Dios, viendo que era torturado
con tal crueldad, dióle tan sólo una bofetada y al
momento salió el maligno espíritu, de suerte que no osó volver más a él (12).
Su mejor defensa era, con la oración, la fidelidad al Señor y la confianza en
El, la caridad, la constancia en el bien, la práctica de la justicia. Una vida
santa, por una parte, provoca la enemistad del demonio, mas por la otra, es la
mejor defensa contra él, pues donde está Dios por la gracia, no puede entrar a
dominar el terrible enemigo.
Los monjes del desierto
No sorprende entonces que la devoción
tradicional acudiera a la intercesión y al ejemplo del Santo Abad, para oponerse
al demonio, con la señal de la cruz y las palabras de la oración. Pero es
preciso considerar todo esto en su conjunto: los ataques diabólicos muestran la
impotencia de su autor ante el desarrollo de la fe y su afianzamiento; intentan
asustar a los fieles, los tientan y solicitan, para apartarlos del buen camino.
La mejor defensa contra ellos es confiar en Dios y mantenerse firme en el
propósito de la fe y del bien obrar, porque donde está la gracia y la santidad,
el demonio nada puede. La vida monástica, vida consagrada a Dios en la oración,
el retiro y el trabajo, es el campo de los más duros combates contra el mal. Ya
en la Vida del primero de los monjes, San Antonio Abad, escrita por San
Atanasio, obispo de Alejandría de Egipto, en el siglo IV, se describen los
combates que sufrió el solitario, y que adquieren un valor de testimonio y de
ejemplo: el monje se interna en el desierto, donde habitan los demonios, para
desalojarlos de allí, y ganar esos espacios para Cristo.
El episodio narrado en el c. 30 del 2° libro de los Diálogos, que hemos
transcrito más arriba, el diablo que se dirige con unas misteriosas bebidas al
monasterio para tentar a los hermanos, tiene el precedente de un encuentro
similar que le acaeció a abba Macario: vio a Satanás en figura humana, llevando
unos pequeños envases con distintas pociones para ofrecérselas a los hermanos,
que eran otras tantas tentaciones (13).
Recordemos aquí otro texto elocuente. En los Apotegmas o Dichos de los Padres
del desierto se lee la siguiente anécdota: Un hermano fue a visitar a abba
Poimén, pues deseaba confiarle sus pensamientos, pero no se animó a abrirle su
corazón, a pesar de que lo intentó muchas veces. Advirtiólo el anciano, y le
insistió que hablase, y el hermano le dijo que lo atormentaba una tentación muy
fuerte de blasfemar. El anciano le respondió: No te turbes por este pensamiento.
Los combates carnales nos llegan muchas veces por culpa de nuestra negligencia,
pero este pensamiento no procede de la negligencia, sino que es una sugerencia
de la serpiente. Cuando llega el pensamiento, levántate, ora y haz la señal de
la cruz, diciéndote a ti mismo como si te dirigieras al enemigo: "¡Sea el
anatema para ti y tu tentación! Caiga tu blasfemia sobre ti, Satanás, pues yo
creo firmemente que Dios es providente con todos: ¡Este pensamiento no viene de
mí mismo, sino de tu mala voluntad!" (14). Las palabras empleadas nos recuerdan
la oración que acompaña ala Cruz de San Benito, las cuales, con la señal de la
cruz, se confirman como el arma más eficaz para mantener apartado al demonio y
sus tentaciones.
Origen y difusión de la Cruz y Medalla de San Benito (15)
Más arriba decíamos que no se puede demostrar
que la Cruz y Medalla de San Benito se remonte hasta el mismo Santo. Su difusión
comenzó a raíz de un proceso por brujería en Baviera, en 1647. En el lugar de
Natternberg, unas mujeres fueron juzgadas por hechiceras, y en el proceso
declararon que no habían podido dañar a la abadía benedictina de Metten, porque
estaba protegida por el signo de la Santa Cruz. Se buscó entonces en el
monasterio y se encontraron pintadas representaciones de la cruz, con la
inscripción que ya conocemos, la misma que acompaña siempre a la medalla. Pero
esas iniciales misteriosas no podían ser interpretadas, hasta que, en un
manuscrito de la biblioteca, iluminado en el mismo monasterio de Metten en 1414
y conservado hoy en la Biblioteca Estatal de Munich (Clm 8201), se vió una
imagen de San Benito, con esas palabras. Un manuscrito anterior, del siglo XIV y
procedente de Austria, que se encuentra en la biblioteca de Wolfenbüttel
(Helmst. 2°, 35`j, parece haber sido el origen de la imagen y del texto. En el
siglo XVII J. B. Thiers, erudito francés, la juzgó supersticiosa, por los
enigmáticos caracteres que la acompañan, pero el Papa Benedicto XIV la aprobó en
1742 y la fórmula de su bendición se incorporó al Ritual Romano.
En el siglo XIX se dio un renovado fervor por la Cruz-Medalla, desarrollado en
Francia por el celo de Léon-Papin Dupont (1797-1876), llamado el santo hombre de
Tours. Hombre muy fervoroso, con muchas relaciones en los medios eclesiásticos y
dotado de gran generosidad y caridad, difundió la devoción por la Santa Faz, y
también propagó el uso de la medalla de San Benito. En la obra ya citada de Dom
Guéranger se refieren gracias y milagros atribuidos a la invocación del Santo y
a la medalla. La primera edición del escrito del abad de Solesmes data de 1862,
pero es anterior, de 1849, una obrita del abad de San Pablo extramuros, D.
Francesco Leopoldo Zelli Iacobuzzi (1818-1895) (16), la cual, fue publicada en
francés por la iniciativa de Dupont y Dom Guéranger empleó en su propio trabajo.
En ella, el autor, que fue uno de los que encarnaron los esfuerzos de reforma
monástica en su patria, hace la historia de la medalla, acudiendo a distintos
autores, y con ella influyó en los que en Francia escribieron sobre el
particular. Es conocida la importancia que el cenobio ostiense tuvo en la
restauración benedictina del siglo XIX: en él emitió la
profesión Dom Guéranger, y los hermanos Mauro y Plácido Wolter, que luego
establecerían la vida monástica en Beuron y Maredsous, pasaron allí parte de su
período de formación. También, algunos jóvenes llegaron desde Brasil, con la
esperanza de profesar en Roma la Regla benedictina y trasladarse luego a su
país, para incorporarse a los monasterios existentes, que no podían recibir
novicios (17). No es de extrañar, entonces, que en ese plan más vasto de
renovación espiritual, desde el monasterio paulino, convertido en una suerte de
centro de irradiación del fervor benedictino, se difundiera juntamente la
devoción a la medalla de San Benito. De hecho, la representación más popular de
la misma es la llamada "medalla del jubileo", diseñada por el monje de Beuron,
Desiderio Lenz, el artista inspirador del famoso estilo que lleva el nombre de
la "escuela beuronense", y acuñada especialmente para el Jubileo benedictino de
1880. Se celebraba ese año el XIV centenario del nacimiento de San Benito de
Nursia, y los abades de todo el mundo se reunieron en Monte Casino, desde donde
la imagen se diseminó por todo el mundo.
Una curiosidad bibliográfica es el folleto La santa Cruz de San Benito Abad en
México. primera edición castellana por Manuel M de Legarreta. México, Imprenta
Guadalupana de Reyes Velasco 1895 que es la traducción castellana de la versión
francesa de la obra mencionada del abad de San Pablo, Don Francesco Leopoldo
Zellí-Iacobuzzi. En la Advertencia que la precede, y que se encuentra en la
edición francesa, se dice que Dupont, el "santo hombre de Tours", conoció el
original italiano, y lo hizo traducir a su lengua. De la sexta edición (1882),
se hizo la primera española en México, que es la que conocemos (18). En el
Prólogo de ella se relatan los inicios de la devoción benedictina en ese país,
debida al celo de ún sacerdote, el Padre Domingo Ortiz, desde 1878, y a la
"Legión de la Santa Cruz de San Benito Abad", que el Papa León XIII reconoció
con Breve del 20 de diciembre de 1895. Es interesante esta implantación de la
devoción, que es anterior en unos 20 años a la llegada de los benedictinos a
México.
La bendición de la medalla
La medalla recibe una bendición, que es
conferida por los monjes sacerdotes de la Orden de San Benito, con una fórmula
particular. En ella, de acuerdo con el texto que acompañó la medalla, se pide a
Dios que aleje el poder del diablo, en un contexto de alabanza divina, de
confianza en la Trinidad por el amor del Señor Jesucristo, que ha de venir para
juzgar a vivos y muertos. Se implora para el fiel que llevará la medalla, y que
se ocupare en obras buenas, la salud del alma y del cuerpo, y la santidad, así
como las gracias que la Iglesia ha concedido a los monjes, con quienes se
establece como una fraternidad espiritual. Finalmente, se pide a Dios que los
que usan la medalla busquen evitar las insidias y engaños del diablo, con el
auxilio de tu misericordia, para que se presenten ante Ti santos e inmaculados.
El texto no se limita, pues, a un solo aspecto del combate espiritual, como
sería la lucha con el demonio entendida en un sentido casi físico, sino que
apunta a una comunión profunda en el amor de Dios, haciendo su voluntad, que
incluye el rechazo del mal, y poniendo en práctica con caridad generosa y piedad
los mandatos divinos.
Es de desear, entonces, que los numerosos fieles, que son devotos de San Benito,
y llevan la Cruz y Medalla, para recibir con abundancia las gracias y
bendiciones que Dios derrama sobre los que responden con su vida, sus
pensamientos y sus buenas obras a la llamada evangélica, interiorizándose cada
vez más del espíritu del Santo Padre de los monjes, lo pongan en práctica. Así
lo pide la Iglesia con la antigua oración de la fiesta de San Benito: Oh Dios,
que te dignaste llenar del espíritu de todos los justos a tu santísimo confesor
Benito, concédenos a nosotros, tus siervos, que celebramos su solemnidad, que
llenos de su espíritu, cumplamos fielmente, auxiliados por tu gracia, lo que
hemos prometido.
(Medalla que aparece en la obra de Dom Guéranger: "Essai... " (cf. supra nota 1)
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Notas:
(1) GUÉRANGER P. : Essai sur I'origine, la signification el les priviléges de la
Medaille ou Croix de Saint Benoit. Poitiers-Paris, Oudin Fréres, 1879. 7. ed.,
p. 18.
(2) Regla, Pról. 1-2.
(3) NESMY-JEAN, CL. : Saint Benoit et la vie monastigue. París, Ed. du Seuil,
1959, p. 52 (Maítres spirituels)
(4) S. GREGORIO MAGNO: Diálogos, libro II, c. 3 (traducción de L.M. Sansegundo
OSB), en: San Benito. Su vida y su Regla, Madrid 1968, BAC, 2. ed., p. 183.
(5) Id., c. 8
(6) Id., c. 1
(7) Id., c. 2
(8) Id., c. 4
(9) Id., c. 20
(10) Id., c. 8
(11) Id., c. 11; incendio en la cocina, id., c. 10; el diablo, sentado sobre una
piedra, no permite que esta sea removida, id., c. 9. También hace que se entibie
el fervor de un peregrino, id., c. 13
(12) Id., c. 30
(13) Macarlo 3 (n° 456), en: REGNAULT, L.: Les Sentences des Péres du désert.
Collection alphabétique. Solesmes, 198 1, p. 174.
(14) X 63 (n° 667), en: REGNAULT, L.: Les Sentences des Péres du désert.
Troisiéme recueil ... Solesmes, 1976, p. 80.
(15) La bibliografía moderna sobre la Cruz y Medalla de San Benito se encuentra
en el Apéndice III: La medalla de San Benito, pp. 739-742, en el volumen: San
Benito. Su vida y su Regla, citado en la nota 4. Agréguense las páginas que
dedica al tema el prof. A. Linage Conde en su monumental San Benito y los
benedictinos, Braga, 1991, vol. I, pp. 82-84.
(16) CRIPPA, L.: L'abate cassinese D. Francesco Leopoldo Zelli lacobuzzi nel
centenario delta morte (1895-1995), en: Benedictina 42, 1995, pp. 472-501;
TURBESSI, G.: Vita monastica dell'Abbazia di San Paolo nel secolo XIX, en: Revue
Bénédictine 83, 1973, pp. 49-118. En p. 100, nota 3, cita la obrita de ZELLI
IACOBUZZI: Origine e mirabili effetti delta Croce o Medaglia di S. Benedetto,
Roma, 1849.
(17) TURBESSI, G., art. cit.
(18) Un ejemplar se conserva en la biblioteca de la Abadía de San Benito, en
Luján, y lleva escrito en el frontispicio: Pertenece al R.P. Fr. Antolín
Villanueva, quien debió adquirirla en México, donde fue uno de los primeros
monjes enviados desde Silos para fundar allí.