-Un pez y un pájaro pueden enamorarse, pero ¿dónde construirán su nido?
Lo dice Woopy Goldberg en
Corina, Corina, una comedia inocente que resulta no serlo tanto. ¿Cómo podría ser inocente siendo que plantea una relación amorosa, en realidad el lento crecimiento de ella a través del contacto cotidiano y los pequeños (des)encuentros domésticos entre una sensible mujer negra y un joven hombre viudo, blanco y con hija pequeña al que interpreta ese mafioso asesino de ojos claros que se llama Ray Liotta?
Era sábado y me había tirado a dormir alguna película digestiva de la tarde para prevenir posibles cabezazos en una reunión nocturna con comida japonesa y, supuse mal, no menos oblicuas charlas psicoanalíticas.
Me desperté para ducharme y lo hice entre escalofríos. El agua estaba en su punto justo, pero el mundo había girado algunos grados más hacia el horror y la desesperanza.
Noruega, sí, pero también Amy Winehouse: ¡pobre muchacha loca, qué poco le duró la vida! Mientras veía por la tele estropicios variados y cadáveres nórdicos afeando el plácido orden de las calles céntricas de Oslo, no podía apartar de mi cabeza la imagen de la incómoda cantante, ahora ya muerta y, para mí, con las medias rotas.
No podía imaginarla de cuerpo entero, ni siquiera pretendía hacerlo -algo me decía que la situación en que la habían encontrado no sería para nada agradable, muy poco apropiada como aperitivo de mi
sushi dinner posterior- sin embargo se me aparecían una y otra vez sus piernas quietas, cubiertas con unas medias largas, calzas en realidad, de tejido grueso y dibujos de colores vivos -calaveras, estrellas, corazones, porros o jeringuillas- profusamente salpicadas de enganches, corridas y grandes agujeros.
Como nunca fue una top-model anoréxica, ni una actriz joven con problemas amorosos, ni una antigua miss en depresión aguda, ni una pobre heredera desgraciada, abundarán los tópicos lagrimeos mediáticos, aunque esta vez nadie dirá, espero, aquello tan resabido de
la muñeca rota.
Mientras tanto, los que de verdad la querían, los que amaban su voz especial, ella sí rota con la desgarrada ternura de un viejo par de medias, encenderán una vela en su memoria, escucharán sus pocos discos editados, aumentarán las ganancias de la casa productora.
Pasado algún tiempo -él siempre pasa, inexorable- su imagen icónica se convertirá en póster y película, en chándal, coche o camiseta; será una ilustración más en la Guía Universal de Muchachas Descarriadas.
Y es que la cosecha de mitos malditos nunca se acaba.
Retrato de Amy en técnica mouse por Dante Bertini.