Mostrando entradas con la etiqueta de pantalla en pantalla/ estrellas de la semana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta de pantalla en pantalla/ estrellas de la semana. Mostrar todas las entradas

sábado, agosto 20, 2011

Bailar, con B de Bob (Fosse)


No hay buenas noticias, queridos míos, salvo que Doris (Mary Ann Kappelhoff) Day, esa chica con aspecto de ruda granjera germana, enérgica y precisa bailarina, cantante de voz blanca y perfecta dicción, insólita actriz de Hitchcock, compañera cinematográfica de Frank Sinatra, James Cagney, Cary Grant, James Stewart y del su también amigo, Rock Hudson, defensora activa de los derechos de los animales, a meses de cumplir los 88 años y con más de seiscientos cincuenta canciones grabadas durante su larga y brillante carrera, sacará un nuevo disco - My Heart- en los próximos meses.
Como siempre, el arte nos salva de la (auto)destrucción.
Agosto laborioso y viajero, los dejo en compañía de Bob Fosse, otro muchacho de múltiples habilidades que decidió acabar con su vida y su brillante, creativa carrera, a fuerza de cigarrillos (seis paquetes diarios), pastillas y excesivo trabajo.
El emparejamiento de Bob y Doris no es tan arbitrario como parece: el musical-homenaje sobre la obra de Fosse comienza con una de las canciones que la cantante incluirá en su nuevo álbum: Life is Just a Bowl of Cherries. Una definición que quizás contentaría a los azorados, patidifusos Monty Python.
A tener en cuenta la primera frase de esta canción: "people are queer". Leída hoy mismo, con las huestes sacralizadoras sueltas, resulta como mínimo inquietante.
¡A bailar se ha dicho!










sábado, agosto 06, 2011

Tomar Sol



Millones de personas se lanzan a las playas buscando cambiar(se) a fuerza de sudores y amontonamientos el color de la piel: blanco despigmentado de ordenador, televisión y luz eléctrica por un más que dorado e imperial Obama.
Mientras tanto, al mismo tiempo, unos pocos cientos que quizás no tengan siquiera la posibilidad de hacer vacaciones, se lanzan a las calles munidos de pancartas, manos limpias y huesos resistentes para que los pongan moraditos a golpes y patadas.
Unos toman sol, los otros pretenden tomarla pero no los dejan. Imagino que los que dan órdenes impías para reprimir a los segundos se encuentran, es un decir, entre los primeros, aunque sus cuerpos aceitados descansen en reposeras de mejor diseño, relajadamente aposentados en playas más privadas y refrescándose en remotas calas exclusivas de transparentes aguas o en espléndidas, aturquesadas piscinas propias.
El mundo, mi mundo, se resquebraja. El planeta resistirá nuestras tropelías, supongo, aunque día sí y día no pretenda, y consiga, quitarnos de encima como si fuera un perro lanudo que sale del agua. Yo, atado a la mesa de trabajo por propia decisión y sin buscar nada especial, encuentro a un viejo amigo, Julio Sosa, tan virtual como la mayoría de los que tengo en facebook. Uruguayo, varonil a la antigua, con dicción impecable y dramatismo preciso, siempre ha sido para mí un cantante casi perfecto.



Sin embargo hoy mismo, cosas de los links que nos llevan, curiosos, de un lugar a otro, me encuentro con Juan Carlos Baglietto, un baladista rockero que, llegada la no siempre "sensata" madurez, decide (re)visitar el tango. No es un apuesto metrosexual de revista; algo mas que maduro, le sobran algunos kilos y le faltan bastantes pelos. A pesar de esto o tal vez por ello, es de verdad maravilloso. Demuestra que se puede ser sensible sin empantanarse en la cursilería, que se puede ser hombre sin caer necesariamente en la patética y cada día más prescindible, inoperante, castradora, caricatura del macho.


jueves, junio 16, 2011

Parejas de hoy y de siempre: MARTHA & MAURICE


Joseph Maurice Ravel (Ciboure, Labort, 7 de marzo de 1875 – París, 28 de diciembre de 1937) fue un compositor francés del siglo XX.
Martha Argerich (Buenos Aires, 5 de junio de 1941) es una pianista argentina de música clásica, considerada una de los mayores exponentes de su generación, que es también la de la posguerra. Especialmente celebrada por sus interpretaciones de Chopin, Liszt, Bach, Schumann, Ravel y Prokofiev, tocó junto a los más importantes directores y solistas de las últimas cinco décadas.


...Tenía un poco más de 12 años, había tocado en el Colón y Perón me había dado una cita en la residencia presidencial. Mamá preguntó si podía acompañarme y le dijeron que sí, por supuesto. Yo no era muy peronista; me acuerdo de que siempre estaba pegando por todos lados papelitos que decían ‘Balbín-Frondizi’. Él nos recibió y me preguntó: ‘¿Y adónde querés ir, ñatita?’. Y yo quería ir a Viena, para estudiar con Friedrich Gulda. A él le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos. Lo más cómico fue que mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaría tocar un concierto en la UES. Y parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole «por supuesto señora, vamos a organizarlo», mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. El la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dio cuenta de que yo no quería. Fantástico, ¿no? Y le dio un trabajo a mi papá. Lo nombró agregado económico en Viena. Y a mamá le dijo que le parecía que ella también era muy inteligente, emprendedora y capaz y le consiguió otro puesto en la embajada.
(Martha Argerich, en revista Clásica nº 133, Buenos Aires, 1999.)



Argerich contrajo matrimonio en tres oportunidades: la primera con Robert Chen, padre de su hija mayor, Lyda. Desde 1969 a 1973 estuvo casada con el director de orquesta Charles Dutoit, que continúa haciendo grabaciones y conciertos con la pianista, y con quien tuvo a su segunda hija, Annie. Su tercer marido fue el pianista Stephen Kovacevich, padre de su tercera hija, Stephanie.
Actualmente vive en Bruselas.



Al ingresar al Conservatorio de París en 1889, Ravel fue alumno de Charles de Bériot. Ahí conoció al pianista español Ricardo Viñes, que se convirtió en su amigo entrañable e intérprete escogido para sus mejores obras; ambos formarían parte del grupo conocido como Los Apaches, que armaron revuelo en el estreno de Pelléas et Mélisande de Claude Debussy en 1902. Impresionado por las músicas de Extremo Oriente en la Exposición Universal de 1889, entusiasmado por la de los rebeldes Emmanuel Chabrier y Erik Satie, admirador de Mozart, Saint-Saëns y Debussy, influido por las lecturas de Baudelaire, Poe, Condillac, Villiers de L’Isle-Adam y sobre todo de Mallarmé, Ravel manifestó tempranamente un firme carácter y un espíritu musical muy independiente. Sus primeras composiciones lo probaban: eran ya muestras de una personalidad y una maestría tal que a su estilo sólo podría hacerlo evolucionar el tiempo: Ballade de la reine morte d’aimer (Balada de la reina muerta de amor, 1894), Sérénade grotesque (Serenata grotesca, 1894, ), Menuet antique (1895), Habanera para dos pianos (1895), así lo demuestran.



Martha Argerich y Maurice Ravel nunca se conocieron personalmente, sin embargo, ¿alguien sabe de alguna pareja que se lleve mejor?

jueves, mayo 26, 2011

Woody Allen: anclado en París.


Woody Allen no tiene más vergüenza. O quizás sería más preciso decir que a esta altura de su vida el brillante intelectual neoyorquino ya ha perdido todos los pudores.
Decenas de años cumplidos, un sinfín de experiencias, una enorme cantidad de películas realizadas y la compañía constante de Mia Farrow con todos sus hijos adoptivos durante una larga temporada de su vida, parecen haberlo inmunizado contra la siempre castradora, estéril, inoperante autocensura creativa. Lo digo porque pocos se atreverían a sacar adelante una idea tan ingenua, tan de primerizo como esta: "el sueño del pibe", que dirían los porteños, la fantasía de un chaval, como podríamos traducirla aquí para los no-porteños que me lean.
Midnight in Paris, su última invención, es, además de esto, un descarado homenaje a la ciudad y la cultura francesas y una leve, ligera elucubración sobre el paso del tiempo y sus avatares. Como si no quisiera dejar duda alguna sobre los porqués de su fascinación con la Ciudad Luz, la película comienza con un repertorio de postales vivas de los lugares más bellos de la capital francesa; algunos nada más, porque a esta vieja dama indigna, oronda depositaria de gran parte de la historia cultural de los últimos siglos, le sobran rincones deliciosos, paisajes impactantes y monumentos espectaculares.
Quizás el carisma de Woody Allen se deba a su cercanía sentimental, a que somos muchos los que pensamos, sentimos, deseamos como él.
En un buen día de ambos, y con más de un esfuerzo lingüístico, podríamos pasearnos juntos por esos paisajes urbanos que él fotografía tan bien; rememorando historias pasadas, asombrándonos de las bellezas presentes, imaginando el impredecible, aunque para nosotros fatalmente acotado, futuro.
¿Hay algo más que tiempo, acaso? ¿Todo lo demás no es sueño, ilusión, delirio fantasioso?
"Es que ustedes son surrealistas y yo soy una persona normal", dice con cara alelada el protagonista de Medianoche en París a las reencarnaciones de Buñuel, Dalí y Man Ray en la escena en que estos intentan ayudarlo con extravagantes consejos sobre el amor y sus desvelos, usando frases absurdas, incomprensibles, extraídas de la siempre esotérica poética Dadá.
Pero, ¿se puede considerar normal a este guionista estadounidense de mediado éxito decidido a devenir literato de culto en la deslumbradora París? Posiblemente sean mucho más normales su rubia futura esposa y los encorsetados padres de esta, empeñados en llevarse la ciudad - o al menos gran parte de sus iconos- en varias bolsas caras de boutiques de lujo.
Mientras transita el presente de una Ciudad Luz conservadora de sus antiguos fastos, acompañado de una cámara piadosa que evita mostrar los dolorosos, quizás necesarios, deterioros de tanta última mediocridad globalizada, el autor de la película se pregunta:
¿Todo tiempo pasado fue mejor?,
dispuesto a encontrar una respuesta válida a sus inquietudes en las andanzas de ese otro autor desconocido que sin ninguna duda lo representa.
Más joven sí, mucho, más alto y quizás también más guapo, ¿pero no se trata de hacer realidad esas fantasías que también son nuestras? Para lograr el encantamiento, Woody Allen nos envuelve además en músicas de Django Reinhardt, Josephine Baker o Cole Porter y, a medida que el filme avanza, nos da, y se da, supongo, variadas respuestas, todas ellas tan válidas como contradictorias.
Es que antes del húmedo final con puente y medianoche, el rubio guionista estadounidense enamorado de la bohemia parisina ha visitado la casa de Gertrude Stein y Alice B. Toklas, ha flirteado con una joven amante de Picasso y ha compartido charlas, charleston y saraos con los eternamente alcoholizados Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald.
Fábula con moraleja, parábola con final feliz, Woody Allen parece aceptar para si mismo lo que la Stein aconseja al escritor protagonista de su película -debería iluminar sus textos, aligerarlos: la gente necesita distraerse- y ofrece al público su visión más ligera y conciliadora de la vida, muy alejada de la sordidez pesimista de Match Point o Delitos y faltas, dos obras maestras.


martes, marzo 01, 2011

Mujer(es)


Viendo a las estrellas del cine internacional haciendo cola como si fueran vulgares ciudadanos en trámite -banco, super o mini mercado, hospital, iglesia o cementerio, ministerio de hacienda, restaurante de moda o boutique en rebajas, siempre hay una cola en la que se hace necesario plantarse a esperar- me preguntaba si tanto esfuerzo para llegar hasta esa supuesta cima del mundo, finalmente vulgar, cotidiana, muy poco estelar, merecerá realmente la pena.
Años de escuela, cástings, entrevistas y manoseos diversos; días de trabajo duro en horarios incómodos y/o intempestivamente desagradables; horas de gimnasio, maquillador, joyeros, modistos, peinadores y zapateros, para luego encontrarse en una situación tan poco agradecida, esperando su turno -por favor,¿quién es la última?- hasta que un personaje al que nadie conoce pero que detenta el fálico poder del micrófono en mano, les haga un puñado de preguntas tan estúpidas como él mismo.
No importa que hayan interpretado con sutileza, creatividad y vigor a una bailarina en trance, a una niña perdida en el desierto o a una curiosa reina en gestación, finalmente se verán de pie sobre una alfombra tan roja como barata, esperando el momento de exhibir todos los detalles de su cuidado look, alertas para hacerse con los segundos oportunos en los que poder nombrar la mayor cantidad de veces posible al emporio económico responsable de los muchos lujos que llevan encima.
Es como si todas las actrices tuvieran finalmente un costado Frances Farmer, sean o no alcohólicas, acaben o no lobotomizadas. ¿Destino de mujer o simple destino humano?
Creo que no puedo, o en realidad no me interesa, darle contestación a esta pregunta.


Me gustan los actores porque siempre me han gustado de una forma especial los artistas. Me conmueve su fragilidad cuando la muestran, me divierten sus motivaciones cuando las descubro. Seres sensibles, y por tanto inestables, esconden tras la vanidad sus innúmeras inseguridades y sus constantes dudas. Son pocos los que se conforman con unos minutos de aplausos: quieren que un batir continuado de palmas sea la única banda sonora de sus vidas.
Esta misma semana, mientras algunas de estas luminosas y no siempre iluminadas estrellas se exhibían sonriendo en la pasarela de Hollywood, otras escapaban para siempre de la escena. Por distintas razones, al menos tres de ellas no me resultan ajenas:
Jane Russell, por su calidad de ícono secundario. Ni tan rubia para ser Marilyn, ni tan étnica para ocupar el lugar de Kathy Jurado, Dolores del Río o María Félix. Su última aparición sobre un escenario fue hace años, para presentar un Oscar al mejor maquillaje. Muy mayor, aunque nada ausente, comentó la ironía de los que la habían elegido para ese papel de meritoria tan poco afortunado.
Annie Girardot, porque, inmensa actriz, en Rocco y sus hermanos supo morir como nadie a manos de un hombre-actor, Renato Salvatori, que se convertiría después en su esposo, padre también de su única hija. Y además, actriz de la vida, mujer de bandera, habló mucho y escribió algo más sobre ese mal que la llevaría, desmemoriada, a la muerte.
Al final, aunque no última, una malagueña salerosa, Amparo Muñoz, la que, convertida en Miss España primero, en Miss Universo después, supo ser también Miss Decadencia sin perder casi orgullo ni belleza.




Ilustran: Jane Russell por George Hurrell. Frances Farmer con su perro, Girardot con Salvatori (los días felices) y Amparo Muñoz sin sostén alguno, en fotos promocionales sin pie de autoría.