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jueves, 14 de junio de 2012

DIES IRAE (CARL THEODOR DREYER - 1943)



No ha habido premeditación ni, por supuesto alevosía, pero eran las 12 de la noche cuando me senté para ver esta película. Y la misma hora, cuando al día siguiente repetí. Las 12 PM, hora bruja para una película de brujas. No brujas novatas ni brujas del país de Oz, tampoco brujas de Eastwick ni brujas televisivas moviendo la nariz. Nada de eso. Todas estas brujas son brujas cotidianas con las que estamos dispuestos a compartir café y hasta churros si se tercia. En Dies Irae las brujas son seres marginales que tienen puesto precio a su cabeza, seres molestos para los poderes establecidos que conservan los conocimientos primigénios del hombre y que se han convertido en mosca cojonera de quienes quieren dominar al pueblo por el miedo, las armas y la religión.

Pero Dies Irae, el film de Dreyer, es mucho más. Así, podemos decir que es una de las películas de la historia del cine que más ríos de tinta y comentarios ha vertido. Ha sido analizada, estudiada y diseccionada desde todos los puntos de vista posibles. La lectura de comentarios especializados invita, como ha sido mi caso a ver dos veces el film tratando de encontrar en él, aspectos y detalles pasados por alto en un primer visionado y me ha hecho tomar conciencia de que es imposible aportar algo nuevo, diferente y distinto, cosa que no pretendo. Pero quiero dejarles, breves y concisas mis impresiones. Tal vez no son las unánimente aceptadas u oficialmente establecidas, pero son, en su valor, singular y limitado, las mías.

En Dies Irae he encontrado como línea conductora, la brujería, pero alrededor de esa línea zigzaguea la intransigencia, el fundamentalismo religioso, la hipocresía y especialmente el amor. Todo ello formando un cuadro propio del Rembrand más genuino donde los trazos del genial pintor se suplen con un excepcional vestuario propio de la época y del lugar, escuetos decorados e intensos claroscuros.

Dies Irae, además de un canto alegórico al Día del Juicio Final es la historia de un amor en tiempo de brujas. El amor de Anne por Martin, hijo de su marido Absalón, pastor luterano, quien, formando parte las comisiones de caza de brujas, consiguió dejar en libertad a una de ellas a cambio de casarse, en segundas núpcias, con su hija Anne, mucho menor que él. La injusta persecuión y quema de una anciana curandera vuelve a desempolvar aquellos momentos nunca enterrados. Anne, como hija de bruja es potencial carne de hoguera y si todo ello no fuese suficiente, su amor por Martin viene a complicar las cosas, especialmente bajo la atenta e intransigente mirada de la abuela Meret, madre de Absalón.

Estamos ante el fundamentalismo hipócrita de ignominiosos seres de negro que obtenían confesiones a base de insufribles torturas (por cierto, la escena donde la anciana Herlofs Marte está siendo torturada y vejada por prohombres eclesiásticos, es una de las más impactantes y crudas que he visto en una pantalla) y que luego, en el momento de la muerte, parecen autoflagelarse buscando al Dios del perdón muy diferente a aquel al que decían servir en vida. Seres hipocritas, que hablan de almas pero sirven al cuerpo del poder terrenal.

Esta historia, la urde Dreyer en un entramado de espacios austeros en una línea similar a la de Juana de Arco, aunque sin excederse en los primeros planos, tal vez porque la intensidad de los sentimientos se acentúa con las luces de espacios naturales soleados que contrastan con las sombras interiores, reflejo de unos personajes tortuosos, inseguros, y presuntamente culpables. Personajes que se mueven en amplios espacios poco amueblados, a mi parecer para acentuar ese efecto que el propio Karl Teodor Dreyer decía buscar, la abstractalidad, una forma de exponer la vida, cribada por el tamiz personal del propio realizador y reducida a lo sustancial, donde lo accesorio (entiendase utillaje) tiene poca cabida.

Film religioso en las formas y sustancialmente intimista que nos remonta a una Europa de ignorancias e inquisiciones. Un film “de profundis” que nos obliga a reflexionar y sé bien que eso, por lo general, no resulta fácil. Mis conclusiones son mías y no pretenden ser las de otras personas. Por ello no me atrevo siquiera a recomendarsela, del mismo modo que la puntuación es exclusivamente mía, trás la habitual jornada de reflexión.

Puntuación: 8,75

domingo, 17 de junio de 2007

VAMPYR , LA BRUJA VAMPIRO (CARL THEODOR DREYER - 1931)





Hoy quiero hablar sobre la obra de un cineasta europeo, danés por más señas, Carl Theodor Dreyer, uno de esos pioneros que contribuyeron al nacimiento y crecimiento del cine, con unos medios absolutamente escasos pero, eso sí, con muchas y buenas ideas en su cabeza.

Y esto lo afirmo con conocimiento de causa porque acabo de ver una de sus películas más importantes, Vampyr, también conocida aquí en España como La bruja vampiro.

Lo primero que hay que reconocer que Vampyr fue un absoluto fracaso comercial allá por el año 1932 cuando se estrenó. Tanto que a Dreyer no le quedaron ningunas ganas de volver a hacer cine y tardó nada más y nada menos que 10 años para dirigir un corto titulado Good Mothers y 11 para rodar el largometraje Day of Wrath. Pero esto es algo que a los auténticos genios les suele pasar con frecuencia, la incomprensión del gran público.

Vampyr nació como una película de terror y probablemente en los años 30 consiguiese el efecto deseado. Lo que sucede es que el 2007 es sustancialmente muy distinto al 1932 y lo que entonces ponía los pelos de punta hoy es causa de una ancha y distendida sonrisa. Es por ello que la película debe verse desde la óptica formal de como Dreyer nos cuenta su historia de vampiros más que desde la óptica de la propia historia en si. Y así nos encontramos ante un film que entremezcla surrealismo y expresionismo al mismo tiempo que explora formas cinematográficas diferentes. Distinta, curiosa e inquietante resulta la filmación de la ciudad desde el interior de un ataúd. Distinto resulta el tratamiento dado a los blancos cuando la temática de vampiros, sombras, fantasmas y otros engendros parece más propicia a la exaltación de las sombrías oscuridades por encima de claridades diáfanas. Surrealistas son las sombras en busca de personaje. Y expresionismo puro el gesto y la mirada de Allan Gray (Julian West).

La obra mas reconocida de Dreyer es La pasión de Juana de Arco. Pero Vampyr es un buen y recomendable aperitivo. Sin duda.