No
ha habido premeditación ni, por supuesto alevosía, pero eran las 12
de la noche cuando me senté para ver esta película. Y la misma
hora, cuando al día siguiente repetí. Las 12 PM, hora bruja para
una película de brujas. No brujas novatas ni brujas del país de Oz,
tampoco brujas de Eastwick ni brujas televisivas moviendo la nariz.
Nada de eso. Todas estas brujas son brujas cotidianas con las que
estamos dispuestos a compartir café y hasta churros si se tercia. En
Dies Irae las brujas son seres marginales que tienen puesto precio a
su cabeza, seres molestos para los poderes establecidos que
conservan los conocimientos primigénios del hombre y que se han
convertido en mosca cojonera de quienes quieren dominar al pueblo por
el miedo, las armas y la religión.
Pero
Dies Irae, el film de Dreyer, es mucho más. Así, podemos decir que
es una de las películas de la historia del cine que más ríos de
tinta y comentarios ha vertido. Ha sido analizada, estudiada y
diseccionada desde todos los puntos de vista posibles. La lectura de
comentarios especializados invita, como ha sido mi caso a ver dos
veces el film tratando de encontrar en él, aspectos y detalles
pasados por alto en un primer visionado y me ha hecho tomar
conciencia de que es imposible aportar algo nuevo, diferente y
distinto, cosa que no pretendo. Pero quiero dejarles, breves y
concisas mis impresiones. Tal vez no son las unánimente aceptadas u
oficialmente establecidas, pero son, en su valor, singular y limitado,
las mías.
En
Dies Irae he encontrado como línea conductora, la brujería, pero
alrededor de esa línea zigzaguea la intransigencia, el
fundamentalismo religioso, la hipocresía y especialmente el amor.
Todo ello formando un cuadro propio del Rembrand más genuino donde
los trazos del genial pintor se suplen con un excepcional vestuario
propio de la época y del lugar, escuetos decorados e intensos
claroscuros.
Dies
Irae, además de un canto alegórico al Día del Juicio Final es la
historia de un amor en tiempo de brujas. El amor de Anne por Martin,
hijo de su marido Absalón, pastor luterano, quien, formando parte
las comisiones de caza de brujas, consiguió dejar en libertad a una
de ellas a cambio de casarse, en segundas núpcias, con su hija Anne,
mucho menor que él. La injusta persecuión y quema de una anciana
curandera vuelve a desempolvar aquellos momentos nunca enterrados.
Anne, como hija de bruja es potencial carne de hoguera y si todo ello
no fuese suficiente, su amor por Martin viene a complicar las cosas,
especialmente bajo la atenta e intransigente mirada de la abuela Meret,
madre de Absalón.
Estamos
ante el fundamentalismo hipócrita de ignominiosos seres de negro que
obtenían confesiones a base de insufribles torturas (por cierto, la
escena donde la anciana Herlofs Marte está siendo torturada y vejada por
prohombres eclesiásticos, es una de las más impactantes y crudas
que he visto en una pantalla) y que luego, en el momento de la
muerte, parecen autoflagelarse buscando al Dios del perdón muy diferente
a aquel al que decían servir en vida. Seres hipocritas, que hablan
de almas pero sirven al cuerpo del poder terrenal.
Esta
historia, la urde Dreyer en un entramado de espacios austeros en una
línea similar a la de Juana de Arco, aunque sin excederse en los
primeros planos, tal vez porque la intensidad de los sentimientos se
acentúa con las luces de espacios naturales soleados que contrastan
con las sombras interiores, reflejo de unos personajes tortuosos,
inseguros, y presuntamente culpables. Personajes que se mueven en
amplios espacios poco amueblados, a mi parecer para acentuar ese
efecto que el propio Karl Teodor Dreyer decía buscar, la
abstractalidad, una forma de exponer la vida, cribada por el tamiz
personal del propio realizador y reducida a lo sustancial, donde lo
accesorio (entiendase utillaje) tiene poca cabida.
Film
religioso en las formas y sustancialmente intimista que nos remonta a
una Europa de ignorancias e inquisiciones. Un film “de profundis”
que nos obliga a reflexionar y sé bien que eso, por lo
general, no resulta fácil. Mis conclusiones son mías y no pretenden
ser las de otras personas. Por ello no me atrevo siquiera a
recomendarsela, del mismo modo que la puntuación es exclusivamente
mía, trás la habitual jornada de reflexión.
Puntuación:
8,75