jueves, 6 de agosto de 2015

La noche seguro que me alcanzará

 Fausto estaba re feliz porque vinieron a visitarlo su hermano con la familia. Este hermano le dio tres sobrinos hermosos, a cual más adorable, pompones saltarines de rulos morenos y con ese acento caribeño que dan ganas de grabarlos y usar sus risas de ringtone. De sus cinco hermanos, Fausto juntó diez sobrinos. Estos tres son los más pequeños y tenerlos de visita lo llenaba de amor.

A mí también me llenan de amor mis sobris. Los chicos de Mariana, Marcia, Lisa y Felipe. Y también las hijas de mi hermano. Creo que Fausto y yo entramos en esa franja de consumidores llamada “tíos profesionales sin hijos”, que les dan los gustos más caprichosos. ¿Para qué estamos si no?

Para aprovechar la visita, Fausto, sus sobrinos, las hijas de Mariana y yo fuimos la plaza. A Plaza Colombia, claro. Las dos nenas se reían con las palabras que no lograban entenderle a los tres mosqueteros. Enseguida el quinteto se puso a jugar como si se hubieran conocido de toda la vida, como si no hubieran habido miles de kilómetros entre sus vidas. Jugaban, corrían, gritaban, se peleaban y volvían a jugar. El más chico de los colombianos, Gael, se cayó y se lastimó la rodilla. Tuvimos que hacer el teatro del “no pasó nada, no pasó nada”, para que no se largara a llorar. ¡Pero los asustados éramos nosotros!

Mientras los chicos jugaban, Fausto y yo nos pusimos un poco al día. Fausto estuvo un poco desaparecido de todos lados, típico de alguien que está enamorado. Así que le conté del departamento nuevo y de las confusiones (?) con Facundo. De que yo creía que me había olvidado de Franco, pero que ni yéndome yo ni yéndose él, lograba distanciarme de eso que yo creía que era amor. Su respuesta fueron varias preguntas. “¿De verdad te habías confundido? ¿No será que eso era lo que tú querías? ¿Volverte a enamorar, colgarte del mundo de otro? ¿Por qué no descubres tu propio mundo? ¿De qué te estás escapando? ¡¿Por qué no te enamoras de tí misma, niña?!”.

Los chicos jugaron hasta cansarse y después los llevamos a casa, a tomar una deliciosa merienda argentinocolombiana. Cuando vinieron a buscar a las nenas y Fausto se llevó a sus sobrinos, ya se había hecho de noche y yo me quedé terriblemente acompañada por una pregunta inmensa. Como esas que hacen los niños en su edad más dulce.

lunes, 6 de julio de 2015

Hoy voy a beber del vino que me pone ciego

 Con Facundo estuvimos aprovechando los pocos pisos que nos separan y unas muy buenas excusas para cenar juntos. Al principio un poco parecíamos dos viuditas,él llorando por Isabella y yo, bueno, yo tratando de desprenderme la cabeza de Franco. Pero con el correr de las semanas, los encuentros fueron mutando y no sé qué pasó que medio como que nos empezamos a coquetear un poco. ¿O me parecerá a mí?

Entre esas buenas excusas estuvieron las de haber encontrado un vino excelente en oferta o el haber cocinado de más y no poder freezar el enorme resto que quedaba. Así que por una cosa o por otra, poco a poco, entre cena y cena, nos fuimos contando un poco nuestras vidas. No sé si me gusta Facundo. Aparte de que no me gustaría ser el clavo que saque otro clavo, no me cierra la idea de involucrarme con un amigo de Franco. Sobre todo porque si volviera el tiempo atrás y viajáramos al momento antes de que Franco se fuera a Londres, yo seguiría estando con él.

Después de una cena, con el cenicero sobre la mesa, Facundo me lo confirma: “Si no se hubiera ido, Franco seguiría estando con vos. Siempre me pregunta si te veo y en qué andás”, me cuenta Facundo. “Si hasta una vez hablamos de que si tenía que aceptar o no la beca esa, porque él estaba re enganchado con vos”. Yo no sé si creerle o llorar. En eso, el que se larga a llorar es él y me dice “¡Ojalá Isabella se hubiera enamorado así de mí!”. Y ahí caigo en la cuenta de que lo que yo creía coqueteo era un compartir un duelo. Y de que estaba presenciando el nacimiento de una nueva amistad. Y también, claro, de cierta miopía emocional.

Aunque un poco siento que estoy volviendo pasos para atrás, que yo creía que ya me había olvidado de Franco, me doy cuenta de que con unas copas de más lo tengo más que presente, por más lejos que esté. En eso, mensajes de Camila. ¿Camila? ¿A esta hora?

“Hola Nat. Tengo algo que contarte. ¿Te acordás el pibe ese que te dije que me gustaba, el que era compañero mío en uno de los colegios donde doy clase? Bueno. Resulta que lo conoce a Franco y a Facundo. Dice que cuando ustedes quieran, salimos los cuatro, al cine o a tomar mate al Parque Lezama”.

¿El mundo es chico o qué?

sábado, 6 de junio de 2015

Cuando no alcanza pintar la pared

 Fue una minimudanza, sí, pero mudanza al fin. El departamento nuevo es igual al anterior pero dos pisos más cerca de la tierra. Igual, yo siempre ando por las nubes. Como sea, tuve que reordenar mis pertenencias y sacar de las cajas mis cosas y encajar mi cabeza en un espacio nuevo. Benito también estaba medio desorientado, en su nuevo rol de gato mío y ya no prestado.

Desarmé y rearmé todo y, como si fuera una mudanza de mayor distancia, también perdí cosas. Una media, una bolsita con pulseritas y collares y colitas de pelo. Pero lo que más lamenté fue un sacacorchos que me había traído de unas vacaciones de Mendoza. No solamente por el recuerdo de esas vacaciones con mi hermano, mi cuñada y ese novio que...

Me lamenté porque en el momento mismo en que terminé de desarmar todo, tenía ganas de invitar a las chicas y no tenía mi destapador favorito y ¿cómo descorchar así? Me quedé con la botella en la mano, esperando a mis amigas. Me senté en el suelo, las chicas estaban en camino, Benito se acostó al lado mío, me puse a mirar la casa. Entre la cocina y el living hay una pared enorme, alta, que quedó blanca y radiante. Me dieron ganas de pintarle un mural, un cartel, algo y agarré una cajita de tizas, que me había olvidado que tenía y me puse a dibujarle encima.

Con las tizas en la mano, pensé en las cosas que se pierden y las que se reencuentran con las mudanzas y mientras las tizas se gastaban, me imaginé pegarle un vinílico de esos que se usan ahora. Pero en vez de un dibujo, mandar a imprimir un cartel enorme, de esos motivacionales que hay un montón en Pinterest, que diga “¿Qué vas a hacer hoy?”.

Para cuando vinieron las chicas, yo seguía con el vino encorchado. Subí a mi antiguo departamento a pedirle un destapador a Facundo. Y ya que estaba, lo invité a celebrar nuestras mudanzas.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Vuelta por el universo

Así como le dediqué un fin de semana a tirar cosas y limpiar el departamento, le dediqué el siguiente a limpiarlo más aún y embalar mis petates. Después del aviso de Facundo sobre su regreso al monoambiente, le había dedicado todos los ratos libres que tenía en el trabajo a la búsqueda de una nueva casa.

Durante cuatro semanas vi y visité todo tipo de casas, departamentos, ph. Con luz, sin luz, mínimos y apretados, enormes y arruinados. También aprendí a leer avisos inmobiliarios y a interpretar lo relativo de las distancias. Seis cuadras hasta el subte puede ser “cerca del subte” y “amplio y confortable” puede ser oscuro y con manchas de humedad. Sin hablar de citas a ciegas con los vendedores que te muestran una casa como si fuera la suya y como si fuera un suegro apurando al yerno a que se case rápido con la nena, que el tiempo pasa. Ay, qué agotador es buscar.

Ya por vencida, opté por pedirle albergue a mi mamá. Sabía que no me lo iba a negar y además, la que era mi habitación, sigue con posters de los Caballeros de la Quema pero en donde estaba la cama hay una máquina de caminar y donde estaba el escritorio hay una máquina de coser. Las dos, llenas de polvo. Iba a extrañar mucho Barracas, pero si seguía buscando me iba a volver loca. Y Facundo ya estaba listo para volver a su casa. Y a su gato, mi Benito temporal.

Con todas mis cosas embaladas, con Facundo trayendo las suyas y esperando que viniera el flete para volver a Castelar, pasé a despedirme de Alberto y Stella. Habían sido tan amorosos conmigo siempre que me pareció que debía saludarlos. “¿Cómo que te vas? ¿A dónde te vas? ¿Pero cómo no nos dijiste antes? Nosotros tenemos un departamento en el segundo piso. Todavía no lo alquilamos porque no dimos con nadie y no queremos hacerlo por inmobiliaria. ¿No querés quedarte acá en el edificio?”. Como si fuera un regalo del cielo. Me largué a llorar ahí en el mismo pasillo. Benito vino a darme vueltas por las piernas. En eso sale Facundo. “¿Te vas a quedar acá? ¿No querés llevarte el gato? Era de mi hermana, se lo regaló un novio que después la dejó. Nunca nos llevamos bien y parece que te quiere más a vos que a mí”.

Por un momento estuve tentada de bajar a jugar al quini. Pero justo llegaron los del flete y les pedí que me ayudaran a mudarme al 2º piso.

lunes, 6 de abril de 2015

Alta suciedad

 Yo no creo que los feriados nos lleven a la ruina como sociedad. Ni que tantos días libres detengan la industria ni la producción. Por ejemplo, el fin de semana largo de marzo decidí dedicárselo a limpiar mi casa. Puse música a todo lo que daba, total Alberto y Stella se habían ido a Mar del Plata y estaba sola en el piso, y tiré papeles, junté ropa para donar, me deshice de cosas que ya no necesitaba. Benito me ayudaba a decidir qué tirar y qué guardar, mientras investigaba mis cosas y las cosas de Facundo que quedaron ahí e invadía cajas, cajones y estantes.

No es que estuviera sucio, mugriento ni nada por el estilo. Te lo juro. Es que quería usar esos días libres extra para mover muebles en el monoambiente y en mi cabeza, reorganizarme las ideas y los libros, desprenderme de lo que ya era hora de soltar y de olvidar, tirar diarios, revistas y tickets de compras ¡Y escuchar mucha música! ¡Y bien alta! Así se me pasaron las horas, sacudiendo polvo, como Mafalda cuando limpiaba la tierra del mapamundi con los Beatles de fondo. Cuando paré al final de la tarde para tomar una merienda, vi que en el celular tenía mil mensajes de Whatsapp, dos llamadas perdidas y un mensaje de cada una grabado en el contestador. Pensé que sería mi mamá, pero no.

Una era de Fausto, el colombiano de Atención al Cliente. Que qué estaba haciendo que no respondía sus mensajes de Whatsapp, que tenía que contarme de alguien que había conocido el sábado a la noche y que iba a volver a ver esa noche; que iban a ir con otros colombianos a una fiesta en Palermo, que eran muy chéveres y que me lo iba a pasar muy bien. Que lo llame para decirle si iba o que fuera directamente a su casa, que se juntaban más temprano a comer arepas en su depa.

La otra era de Facundo. Que lamentaba decirme que necesitaba que le devolviera el departamento. Que se había separado de Isabella, que ella se iba a volver a Brasil y que él quería volver a Barracas y a Benito. Que había hablado con Franco y que me mandaba saludos.

Me bañé, me vestí de sábado a la noche, saludé a Benito, le avisé que volvía tarde y me tomé un 24 a la casa de Fausto.

jueves, 5 de marzo de 2015

Tengo un amigo nuevo. Pero no es más grande que Rúben Paz

Todos los viernes, mis compañeros de trabajo organizan un tour por bares para festejar la llegada del fin de semana y, si hay algún cumpleaños, también. Hacía mucho tiempo no me sumaba, porque desde que tengo más responsabilidades siempre los despedía sentadita en mi escritorio, pero ese viernes, terminé justo a tiempo para ir con ellos.

No tiene mucho de divertido salir del trabajo un viernes y seguir hablando del trabajo, pero era una linda forma de acercarme a aquellos con los que comparto tanto tiempo. Y con algunos que no conocía, porque en estos meses se sumaron muchos laburantes nuevos.

Como Fausto, que trabaja en el piso de abajo, en atención al cliente y lo bien que hace, porque caímos en un bar de San Telmo, en Defensa y Venezuela, en una mesa re larga y quedamos sentados uno al lado del otro. En estos tipos de encuentros de mucha gente, una no termina hablando con nadie, porque habla con todos al mismo tiempo. Pero con Fausto, terminamos siendo parte de una cita a ciegas, los dos sintonizamos enseguida y yo me enamoré de su tonada colombiana y de sus modales dulces con las mozas del bar.

Y todos hablaban y revisaban redes sociales en sus celulares y sacaban mil selfies en las que aparecí de distintos ángulos y con diferentes niveles de alcohol en sangre. Pero en todas, con Fausto al lado, hablando de todo y de tanto y de qué hacía él acá y qué hacía yo en mí.

Ya asomaba la luna y me había quedado sin cigarrillos. Con más ganas de irme a mi casa que a comprar, pasé por el baño y me encontré con otra de las chicas de atención al cliente, que durlock de por medio me preguntó si no lo conocía a Fausto de antes, que parecía que había tanta buena onda. No, le dije rápido, y apreté el botón para salir rápido de la situación. “Ah, entonces no sabés que Fausto…”. Y justo entraron otras chicas y me quedé con la intriga.

Volví a la mesa y ya habían pedido la cuenta. El aire acondicionado se había roto y los pibes querían seguir su recorrido. Yo estaba cansada y preferí bajarme del tren. Lamenté tener que dejar la conversación con Fausto, pero tenía sueño y hambre. Cuando me estaba yendo, saludé a todos y cuando le di un beso a Fausto, me dijo al oído: “Me encantan tus zapatos”. Fue el mejor piropo que pude haber recibido en varias semanas.

viernes, 6 de febrero de 2015

Más o menos bien

 Revisité los lugares que había conocido con Franco y no estuvo nada mal volver. Volver a esos lugares, volver a hablarnos, volver a verlo. Me dijo que no me avisó que venía porque pensó que estaba muy enojada. Bueno, no sé cómo esperaba que me yo tome el temita de que estaba saliendo con alguien en Londres. Bueno, no sé qué debí esperar.

El asunto es que salimos, paseamos, hablamos. Me contó lo que hizo en Londres, y en otras ciudades, porque aprovechó la estadía y la beca para pasear por Europa y conocer varias ciudades. Fantástico. Me contó que es muy lindo todo, que hay muchas cosas para hacer, pero que la gente es muy fría y que algunas veces le parecía mejor inversión de tiempo juntarse con otros argentinos -y argentinas- que intentar acercarse a los gringos. Yo lo escuché, escuché sus aventuras y miré las fotos que tenía en el celular. Pero ya no era el Franco que me había dado vuelta mi mundo. Era otro que estaba dando vueltas en su propia órbita. Me invitó a ir a visitarlo cuando quiera y yo me pregunté si era visitarlo en Londres o visitarlo en su planeta, donde cuidaba de su rosa caprichosa, o esa idea de hacer carrera estudiando en el exterior.

No tenía planes para irme de vacaciones, más que la pileta de los padres de Flavia, o pasear en bicicleta por el barrio, o leer en el departamento, con Benito amasándome la panza. La visita de Franco puso en jaque todos mis planes. Por un momento me ilusioné con que pasaríamos un fin de semana en el Tigre o no sé, algo así. Pero eso no pasó. Franco se volvió y yo me quedé con una sensación de vacío, como cuando salís del cine y la película no te gustó nada.

En ningún momento Franco me preguntó cómo andaba, en qué anduve, si conocí a alguien o qué tal iba el departamento. No es que tuviera algo especial para contarle, sino que todo eran sus andanzas. Andar, llegar. Ir, venir. Después de despedirnos, él ya se iba y yo me pregunté a mí misma qué tal me iba. Y la verdad es que me va más o menos bien.

Franco se fue en avión a su vida en Londres y yo me fui en 17 a Barracas.

lunes, 5 de enero de 2015

Mañana es mejor

 Pasé Navidad con mi familia, sin detenerme en que hace exactamente un año estaba en Plaza Defensa tocando tambores y tomando cerveza del pico con Franco. Ni lo pensé, ni me acordé. Año Nuevo, no. Año nuevo fue para compartir la cena con las chicas, sus maridovios y sus hijos.

Salvo Camila y yo, todas están enfamiliadas. Más bien, Camila y yo somos las únicas que enfrentamos la resistencia al mandato social de consolidar un proyecto de a dos. O en realidad, sólo no conseguimos un novio para llevar a los encuentros de este tipo.

Después de los fuegos artificiales y que a los grandes nos agarrara el noni antes que a los chicos, nos fuimos a dormir todos con la panza llena y el corazón contento, en la casa de los padres de Flavia, que tiene quincho y pileta y es la casa en la que pasamos casi todos los veranos durante nuestra adolescencia. Con colchones desparramados por toda la casa, los matamosquitos compartían enchufes con los celulares y Camila y yo compartimos habitación. Como cuando éramos chicas, nos quedamos hablando bajito, sacándole el cuero al marido de Belén y festejando cómo creció Felipe.

Resistiéndole al sueño las dos, todavía hablábamos cuando Camila acomodó su almohada y suspiró “Lo único que le pido al 2015, es que mañana haya sol, así podemos empezar el año en la pileta”. Y su deseo me sacudió el sueño. ¿Cuáles eran mis New Year Resolutions? ¿Cuál era mi lista de deseos? ¿Cuáles eran mis objetivos para el año nuevo? ¿Qué iba a hacer con ese año todito nuevo para mí?

Cuando estoy a punto de entregarme al sueño, mensaje de texto en el celular. ¿Será un saludo de fin de año que llegó tarde? Era de Franco. “Hola! Feliz año nuevo. Estoy en Buenos Aires. Si querés nos vemos. Un beso.”

Mi deseo para empezar el 2015 era conseguir un remis hacia Barracas.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Nunca estuve tan lejos de mi mundo

 Era la Noche de los Museos y yo tenía una cita. ¡Alegría! El día se prestaba para cargarme de expectativas y me lo tomé para eso. Limpié mi casa, moví muebles de lugar, tiré papeles. Me encontré unas entradas de cine, de una vez que fuimos con... ¿cómo se llamaba? El salame ese que se fue a Londres. Chau, chau, muy lindo todo, chau. Me di un megatratamiento de belleza, más bien de masoquismo.

Divina como estaba, esperé a Luis Alberto. Luis Alberto se llama. Nombre de poeta tiene. Me propuso hacer un recorrido por los museos de su barrio y el mío. Él vive en San Telmo y yo, en Barracas. Así que caminamos y conocimos, hicimos colas, nos perdimos en calles que ni sabía que existían. La noche estuvo tan bella como el día. Pero Luis Alberto, ay, qué chasco.

Quiero decir... yo sabía de su novia en Italia y no me hice expectativas con él, sino con el hecho de tener una cita, un encuentro con alguien, una invitación a conocer el mundo de un otro. No me esperaba pasar la noche con él ni mucho menos. No me molestó que haya llegado tarde, no. Ni que no supiera hablar de otra cosa más que de él y de su novia italiana. Tampoco que se haya colado en filas, que haya salteado lugares por creerlos poco interesantes. No. Lo que me molestó fue que con nombre de poeta y todo, no hubiera nada en su mundo que me llamara la atención. Lo que me decepcionó fue encontrarme con un otro con el que no tenía nada, absolutamente nada que ver. Paseé toda la noche con una persona que podría no haber conocido jamás y mi vida hubiese continuado igual. Y a mí me gusta la gente que te mueve los muebles de lugar en la casa que es la vida.

Por mi trabajo hay una casa de comidas que en la pizarra donde ponen el menú del día, siempre escriben una frase. El lunes cuando fui a comprarme el almuerzo, estaba esta frase de Sartre escrita en tiza celeste: “Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Y me encendí de amor

 Me compré un par de patines. No sé si es que los días que pasé cuidando a las nenas de Mariana, mientras estaba Felipe internado, me empapé de ganas de jugar o si me agarró un ataque de envidia y les quise copiar los rollers a Lisa y Marcia. Obvio que los estrené con ellas, por las calles de Castelar. Para cuando Felipe pudo volver, yo decidí segur patinando por mi barrio.

Ocurre que en la oficina mantuve el secreto, porque me da no sé qué que me vean, así que a la salida, me hago la que voy a volver caminando a Barracas y cuando ya hice algunas cuadras por Puerto Madero, me saco los zapatos y me pongo a rollear. Andar como por el aire, me desenchufa de los números y los balances y de la rutina y con estos días tan lindos, es cargarme de pilas, llenarme los ojos de árboles floreciendo y de sol y de brisa. También es más práctico que una bici y más rápido que caminar. Y voy cantando canciones del MP3 a los gritos.

En eso que voy, de lo más campante, completamente enmímismada con un disco de Flopa y Minimal, me agarra un semáforo y ¿a quién veo al lado mío por Alem, a la altura de Brasil? A este chico, que no sé cómo se llama, que tenía una ragazza en Italia, que lo conocí en un bar de San Telmo.¡ Y yo vestida de oficina y con unos rollers! “Hey, vos tenías una ragazza en Italia”, le digo, sin mucha más información para establecer una charla. “Sí, en Roma, y vos tenías un novio en Londres”, me recuerda rápido. “Tenía, sí. Ya no tengo más. ¿Y vos? ¿Tenés todavía tu ragazza?”, le pregunto. Me contesta: “Sí, sigo teniendo mi ragazza, pero a veces preferiría no tenerla más. No tenerla cerca es muy difícil, quiero decir, tenerla lejos... hablando de tener... ¿tenés algo que hacer el sábado? Es la Noche de los Museos ¿viste? y hay mil cosas para ver. ¿Querés que vayamos juntos?”.

Creo que las nenas también me contagiaron la vergüenza y ante la propuesta me puse colorada como si tuviera 8 años de vuelta. Le dije que sí y después de agendarnos los celulares, me di vuelta para seguir patinando. Casi como si fuera un tema nuevo, me fui pensando y repasando la conversación y repitiendo su nombre mientras el viento me agitaba el pelo.

domingo, 5 de octubre de 2014

La rima que duerme con todas las palabras

Benito tiene una costumbre, que su dueño anterior le debe haber inoculado, que es la de desfilar por la mesa mientras desayuno. No pisa las tostadas ni mete la pata en la taza, sólo se pasea y me mima con la cabeza y con amor. Con bastante paciencia lo bajo y a los dos segundos está caminando de vuelta sobre el individual, oliendo el frasco de mermelada o bailando con el humito del café con leche. Un poco lo malcrío, sí.

Justamente estaba desayunando cuando sonó el celular. Raro que alguien me llame a esa hora. Era Nora, la mamá de Mariana, una de las chicas. “Iban en el auto por la autopista y con la lluvia de anoche casi tuvieron un accidente. No les pasó nada grave, Mariana está bien, pero el bebé se adelantó unas semanas. Están en el sanatorio. Dos kilos cien. Yo recién vuelvo a mi casa y en un rato voy de vuelta. ¿Le podés avisar a las chicas?”.

Son esas llamadas en las que todo se mueve. Dejé la mesa armada con Benito y todo y salí corriendo. En el camino, me imaginé en cada cumpleaños suyo, recordando cómo me enteré de su llegada: Felipe es el tercer hijo de Mariana. Es el varón esperado, después de dos bombonas que son una belleza, Lisa y Marcia.

Mariana estaba en la habitación 23. La encontré apoyada en las almohadas blancas comiendo un yogur, bella, prolija y con los ojos maquillados como siempre los tiene. Las nenas ya le habían hecho dibujitos a Felipe, en donde le decían que lo esperaban pronto en casa. Felipe, en la sala de cuidados intensivos, dormía en una cajita cristalina, rodeado de aparatos. Ella, segura y fuerte, me dijo en tono de promesa: “Unos días y nos vamos. Va a estar todo bien”. La abracé y abracé el milagro de la nueva vida que ahora era parte de su vida.

Me tenía que ir enseguida, mi día todavía no había empezado. Dejé a Mariana con su cuñada, que llegó cuando me iba, con un ramo inmenso de flores. Pasé por la sala vidriada donde Felipe seguía dormido y le lancé un beso al aire. Recién nacido y ya despierta enamoradas.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Romance de suelas y suelos

 Cada vez que Camila cumple años, se le da por hacer unas fiestas estrambólicas. Fiesta de disfraces, temáticas, pelotero para grandes, cosas así. No sé de dónde las saca pero sus ideas son geniales. Y esta vez nos invitó a celebrarlo en una milonga en La Boca para aprender a bailar tango. Estábamos todas y algunos de sus amigos nuevos, más primos y familia, y nos sumamos a la clase en banda. Casi ninguno habíamos bailado jamás y a mí me había enganchado la idea porque Franco me contó que estaba yendo a aprender a un bar en Londres.

Así que en una de esas noches que hubo, que parecía primavera cuando todavía invierno, estábamos en un salón enorme y caluroso, con olor a humedad, unas ventanas gigantes y piso de madera, paso atrás, paso al costado, cruzo los pies, retrocedo. Y vuelvo a empezar. No era la descripción de mi vida sino de los movimientos básicos de esta danza del amor. Aprendimos lo elemental y después de hora y media de práctica en solitario, se abrió el telón para dar inicio a la milonga, vino más gente, gringos y baqueanos, empezaron a correr los vasos y a bailar en el sentido contrario a las agujas del reloj se ha dicho.

En eso, cortamos el baile para que hubiera torta, velitas y que los cumplas feliz. Ese momento hermoso en que todos miramos al que cumple años mientras piensa en tres cosas que desea mucho. Ya quisiera yo cumplir años ahora mismo y pedir tres deseos, pero más que nada quisiera que se me cumplan. Aunque… si se cumplieran enseguida ¡¿qué haría?!

Aprovecho la marea de los que se vuelven al oeste y me prendo en la despedida. Taxi y ganas de aterrizar en la cama. Abro la puerta del auto y abro el correo. Hay uno largo de Franco, que decido leer cuando esté acostada. Saludo a Benito, me lavo los dientes y pongo a cargar el celu. Enchufado, leo el mail de Franco. Empieza con “espero que no te enojes”, sigue con un “conocí a una chica en la milonga” y termina con “te mando mil besos”, entre muchas otras palabras.

martes, 5 de agosto de 2014

Mil horas, como un perro

 Benito es amoroso conmigo. Me espera en la puerta, duerme a mis pies, se acomoda en mi falda. Y eso que ni siquiera soy su dueña y de hecho estoy ocupando su casa. Es un segundo piso por escalera, en un edificio de la aristocrática avenida Montes de Oca y el día que empiecen a cobrar las expensas por belleza edilicia, estoy frita. La ventana al cielo y los ronroneos por kilo tampoco están incluidos en pago mensual. Los vecinos, divinos. La otra noche, Benito, por acariciarse con la puerta, que no abre desde afuera, la cerró justo cuando salí a sacar la basura, sin la llave en la mano. Yo estaba muy de pijama y rodete, y aunque no me conocían me recibieron con un vaso de soda de sifón y mientras esperábamos que viniera el cerrajero, que tardó mil horas, me presenté y les conté de Facundo e Isabella y que estoy a cargo de Benito por el momento. Son un matrimonio que calculé que tendrían más de cuatro décadas de casados, hijos de mi edad y nietos como los que quisiera mi mamá que yo le dé. Alberto y Stella. De hecho, me contaron de un festival que se haría en la Plaza Colombia por el día del Niño. El Batacazo del Arte, me dijeron que se llama, y que ahí iban a llevar a sus nietitos, que lo hacen todos los años y que hay talleres y shows de payasos. Me vino genial el dato, para llevar a mis sobrinos, les dije.

Mientras me hablaban, yo pensaba que siempre que veo un matrimonio así, me muero de ganas de preguntarles cuál es el secreto, dónde está la clave, cómo se hace para que los años pasen y el amor quede. Si es verdad lo del amor eterno, si se puede aceptar el compromiso de estar juntos para siempre y mantenerlo. Si es real esa sensación de conocer a alguien y creer que es LA persona para compartir toda la vida. Muero de amor cuando veo un par de viejitos caminando de la mano por la calle ¡y acá en Barracas hay muchas parejas así!

Momentos antes de que llegara el cerrajero, junté coraje y les pregunté hacía cuánto estaban juntos y no pude más de la sorpresa cuando me dijeron que hacía dos años que se habían casado y tres que se habían conocido en un tour de 15 días por Europa. Les llama la atención, me dijeron, que siempre vivieron cerca. “A veces uno está en la misma ciudad y no se cruza a nadie y estás a miles de kilómetros de distancia y te encontrás con el amor”, me dijo Alberto justo antes de separarnos en el pasillo, acompañados por el cerrajero. En cinco minutos el asunto de la puerta estuvo arreglado y yo sentí unas ganas enormes de salir a caminar. Esta vez con la llave en la mano.

sábado, 5 de julio de 2014

Sábado de invierno al taco

Cada vez que tenemos que celebrar el Día del Amigo, siento que me tengo que partir en las distintas Natalias que soy y que juntaron amigos y amigas a lo largo de todos estos años. Siempre el privilegio lo tienen las chicas de Castelar, pero ocurre que este año no tenía ganas de pasarlo allá y quería que alguna vez sean ellas las que vengan a mis pagos. Así que las invité a un bar muy lindo, muy lindo, que queda al 600 de Bolívar. Y me di el gusto de invitar, porque teníamos que celebrar mi nuevo puesto de jefa.

Sábado a la noche, en la vigilia del Día del Amigo, y las seis a las risas, chocando vasos y celebrando lo que había que celebrar, que no era sólo mi nuevo puesto sino también un nuevo embarazo de Mariana y el divorcio de Flavia. La mesa, que nos quedaba de lo más cómoda, tenía un menú de amores variadísimo: Mariana, en tren de ser madre por tercera vez y un feliz segundo matrimonio; Flavia, divorciada para casarse con un compañero nuestro que reencontró por Facebook; Camila, siempre buscando al amor de su vida; Marina, disfrutando de su soltería (¡y de su soledad!); Belén, aprendiendo lo que es la convivencia de la mano de un escritor neurótico 25 años mayor que ella. Y yo, con Franco y el amor por Whatsapp desde Londres.

En eso, tres chicos que festejaban el cumpleaños de uno de ellos, nos piden compartir la mesa. El cumpleañero estaba como yo, a pleno con el celular. Nos pusimos a hablar primero de su remera de Sonic Youth y después de la manía esa de estar con amigos o donde sea, pero no estar de veras ahí. Él me preguntó en dónde estaba yo, en vez de estar celebrando con mis amigas. “En Londres, con una especie de novio que tengo, que se fue hace dos meses y vuelve en diez”, le dije. “Vos sabés que no va a volver, ¿no?”, me respondió. Yo le hice dientitos, de esos de “tenés un hambre, vos”, y le pregunté dónde estaba él. “En Italia, con una ragazza que conocí en Güerrín”, justamente una noche que tenía mucha hambre”, me contestó.

Cuando nos fuimos, Camila, mi-amiga-profesora-de-Lengua me comentó: “Me gustó el cumpleañero. Pronunció la u de Güerrín y dijo mucha hambre y no mucho hambre”.

A mí también me había gustado eso.

jueves, 5 de junio de 2014

Pasajera en tránsito perpetuo

Franco se fue a Londres y yo volé a recuperar mi vida. No es la primera vez que me diluyo un poco ante la llegada del amor, pero esta vez me agarró más madura, más viva. ¿O más vivida? El asunto es que tuve que volver a mí y a mis cosas. Unos días después, y como si una despedida no fuera suficiente, mi jefa nos comunicó que en dos semanas largaba todo y se iba a vivir a Nueva Zelanda. ¡A Nueva Zelanda! Que sí, que la vida es corta y que la cansó la vida en la ciudad, los números y que desde siempre quiso vivir en una isla.

Por supuesto que entre mis compañeros se quebraron las costillas de tanto darse codazos, haciendo mérito para sucederla, pero mi jefa ya había designado a quién poner en su lugar. Yo estaba en las mejores condiciones para el puesto, pero no me quise adelantar y dejé que suceda lo que sucedió: en el brindis de despedida me anunció que debería llevar los portarretratos con fotos de mis sobrinos a su oficina.

Por supuesto que así no podía seguir viviendo en Castelar, arriesgándome a que un paro ferroviario me haga llegar tarde a alguna reunión, porque las combis venían repletas y era imposible conseguir un asiento. Además, con Franco en Londres, ¿qué sentido tenía andar por esa autopista que había sido nuestra? Así que se alinearon los planetas y tuvo lugar un enroque de casas. Camila, que al tercer mes de vivir sola, se cansó de la humedad, las goteras, las pérdidas y los cortocircuitos que el dueño de su casa se negaba a arreglar, se mudó a mi casa; Facundo, que en las vacaciones en que Franco le cuidó la casa, conoció a una garota brasilera que le robó el corazón, se mudó con ella a una casa chorizo en Chacarita y yo, que necesitaba volver a vivir a Capital, me mudé a su casa en Barracas, con un alquiler a un módico precio, a condición de cuidar a Benito el gato, porque Isabella, la brasilera, es alérgica.

Mi mamá se molestó un poco por volver a tenerme viviendo lejos suyo y cuando me preguntó por qué me mudaba, rápida, mi respuesta fue: “Por su puesto”.