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jueves, 4 de mayo de 2023

VOSOTROS, EL PUEBLO. POEMAS ANTISOCIALES: Prólogo.




ENFERMOS DE OSCURIDAD


Vivimos tiempos salvajes, despiadados y cruentos, hipócritas y fariseos, y alguien, aunque le caigan chuzos de punta, tiene que contarlo.

Obviamente, no lo harán los cómplices del sistema: ni los políticos (da igual la bandera que defiendan, no nos engañemos), ni los mandamases de turno (da igual el disfraz que se pongan), ni los patrones ni los banqueros ni los borja maris, ni cualquiera, en suma, que esté en lo alto del iceberg. Ni lo harán, por supuesto, los poetas crípticos y herméticos, desde su templo de símbolos y metáforas, tan sutiles e inofensivas y ajenas al pueblo. Pocos, en realidad, se atreverán en estos tiempos de oscuridad y penuria que estamos viviendo a contarlo, porque contarlo es ser políticamente incorrecto, un lastre para la sociedad y el establishment, para lo que a toda costa quienes manejan los hilos nos quieren vender, y decir la verdad hoy en día es algo que el canon (poético en este caso) nunca perdonará, y por lo que se paga, de una u otra manera, un alto precio: doy fe.

De hacerlo, lo harán los que no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo, los que no tienen miedo a gritar porque nadie ha velado nunca por ellos: poetas realistas, sociales, críticos, killers, incendiarios, de no ficción, que jamás verás reseñados en Babelia ni El Cultural.

“Pero es lo que es, y alguien tiene que encargarse del trabajo, por sucio que sea. Basura, casquería, despojos, bajos fondos, corruptela política, esos son los asuntos del Lobo”.

Y este poemario feroz, nihilista y amargo, que ahora tienes en las manos y estás a punto de comenzar a leer, querido lector, su manifiesto. Toda una declaración de principios e intenciones, del primer al último verso.

Si tienes miedo a escuchar verdades como puños, no lo leas.

Si no quieres complicarte la vida ni llorar lágrimas negras, no lo leas.

Si te va la literatura de ficción y evasión, no lo leas.

Si eres de los que no quieren oler la mierda de los vertederos, no lo leas.

“Lo mío son otras cosas. El barro. El cieno. La basura. Soy el coleccionista de miserias. Mi alimento es la carne cruda. El sufrimiento. La locura”.

Rafael López Vilas no puede dejarlo más claro.

Y si algo valoro como poeta es la autenticidad de otro poeta, comparta o no su filosofía y estética, y su valentía a la hora de exponer su poética.

“Hombres destruidos, apesadumbrados finiquitados desmembrados, borregos numerarios del inframundi”.

De eso, en definitiva, va este poemario que abrasa como el fuego del mismísimo infierno, no te quiero engañar. Ni, por descontado, él tampoco. Lo comprenderás en cuanto leas el poema con el que abre el libro, y lo irás corroborando a medida sigas leyendo, hasta que te duelan en todo el cuerpo sus golpes.

Es lo que hay, un mundo salvaje y podrido, despiadado y feroz, la humanidad y el almuerzo al desnudo, con sus lepras y úlceras a flor de piel, y así nos lo ha contado El Lobo, te guste o no, lo disfrutes o sufras (según tu punto de encaje, que diría Castaneda), es lo que hay: “estos cuadernos negros, enfermos de oscuridad”.

Sin concesiones a nada ni a nadie, metiendo el dedo en la llaga y removiendo dentro la herida, estremeciendo las vísceras y el corazón, abrasando, doliendo, cortando el aliento y no dejando títere con cabeza, López Vilas denuncia lo que somos y nos han hecho en la Tierra, la cárcel de sombras en que vivimos, y el absurdo, la farsa y el terror de estar vivos.

Como Louis-Ferdinand Céline (con el que, por cierto, el autor de este libro tiene mucho en común) afirmó en una ocasión: “Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso: cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón”.

Quedas, pues, avisado, incauto lector:
en tus manos va a estallar el obús.

Ve buscando trinchera.

Vicente Muñoz Álvarez,
prólogo a Vosotros, el pueblo. Poemas antisociales, 
de López Vilas 
(Versátiles Editorial, 2023)



jueves, 22 de diciembre de 2022

LOBO COME LOBO: Prólogo de Antonio Javier Fuentes Soria.


 


Me ha jodido con premeditación y alevosía, me ha enviado el puñetero libro en pedeefe y me ha privado de entrar en la librería de guardia, de buscarlo, de encontrarlo por fin, de olisquearlo, de dejarle las cuatro perras a esa dependienta con pinta de ratón de biblioteca (tan distinta a las de Zara) y de salir cruzando la puerta victorioso, con la sonrisa dibujada del niño que calza zapatos nuevos. Me ha privado, también, de la parada en la puerta, de ese arrebato de impaciencia que te asalta y que, irremediablemente, te obliga a meter la mano en la bolsa, sacar el tesoro recién encontrado, y abrir, al azar, cualquiera de sus páginas, en medio de la acera, y de sentir cómo, entonces, tu mundo se para mientras el del resto de los mortales sigue girando. Y me ha robado el pálpito de la lectura agitada en todos los putos semáforos que se tiñen de rojo en el largo trayecto que une mi casa y la santa basílica de mi librero. Me ha privado de esa ansia brutal y enfermiza que te asalta cuando encuentras literatura de la buena. Me ha privado, en definitiva, de todo lo que siento cuando invierto algunas de las pocas monedas que tienen a bien anidar por un tiempo en mis bolsillos, en comprar un libro de Bukowski, de Fante, de Wolfe, de Montero Gonzalez.

El lobo aúlla y te acobarda, y lo hace en cada una de sus líneas, en cada uno de sus versos. En el universo poético contemporáneo resulta difícil encontrar un club de carretera en el que ofrezcan desnudos integrales, y aquí, sentado en primera fila, la cosa te intimida hasta el punto de tener que taparte los ojos. Ajeno al artificio superfluo y redundante, el lobo te enseña los colmillos y te ataca sin rodeos, ¿querías caldo?, pues tres tazas.

A veces, no siempre, pasa con los libros. Pasa, sobre todo, con los buenos libros, con los buenos libros de poesía. Pasa eso, que descubres en cada página un espejo, pasa que te asustas, pasa que comienzas a pensar cosas extrañas, pasa que te vuelves paranoico y te preguntas si el autor te ha estado espiando durante todos estos años, si ha abierto una rendija en la cuarta pared del escenario de tu nada interesante vida.

Te sientes, en cierto modo, invadido. ¿Qué hace un tipo que no me conoce de nada hablando de mis propias miserias? Y pasas página, y vuelves a las ya leídas, y te encuentras una y otra vez, y lo haces ahora con escasas ganas de mirarte a los ojos para no tener que, de nuevo, descubrirte.

Y el tipo escribe bien, con profundidad y dinamismo, como los buenos. Esta mezcla me fascina. No es fácil eso de cavar y apartar la arena mientras el lector asiste atónito a su propia caída en un pozo infinito.

El lobo te clava su feroz dentadura en las primeras líneas y no te soltará hasta que, exhausto, decidas parar un rato. Pero no quiero caer en lo que el propio autor define como “papiroflexia palabrera”. “No vengas a pedirme azúcar” advierte casi al inicio en una especie de inventario de directrices poéticas propias. Es como un cartel que cuelga de la puerta en el que sugiere lo que vas a encontrarte al cruzarla. Cuando la cruces, conocerás el crudo invierno y sabrás de qué te hablo.

El universo de los escritores malditos está repleto de una especie de desleales que reniegan del poeta, de tipos que huyen de ser catalogados como tal. Bukowski comenzó a escribir poesía porque odiaba a la poesía y aún más a los poetas. El lobo viaja en ese mismo barco, te lo suelta a bocajarro y es un mensaje que subyace en cada renglón del libro. El problema, alguien tendría que decírselo, es que el agua del rio acaba, finalmente, siendo, lo quiera o no, agua de mar.

Reniega, además, de todo lo que se mueve, de lo que permanece inmóvil, de esta sociedad, del individuo, del colectivo, de la epidemia de incultura que silenciosa se expande entre nosotros, de la tiranía de quienes nos manejan, de los poderes establecidos; reniega de ti, de mí, e incluso de sí mismo.

Tienes ante ti un libro imprescindible si eres de esos tipos raros que se calientan con los versos impúdicos, con ese tipo de poemas de alcantarilla a los que algunos llaman realismo sucio, un libro repleto de verdades como puños que te romperán el hocico y a los que volverás, seguro, para que te lo partan de nuevo.

Te dejo, amigo lector, solo ante el peligro. Tiembla al descubrir que un animal poético, oculto y mudo, te observa.

Antonio Javier Fuentes Soria,
prólogo a Lobo come Lobo,
de Rafael López Vilas
(Versátiles Editorial, 2019)


martes, 15 de marzo de 2022

LO HUMANO Y LO DIVINO EN EL OJO DE TARKOVSKI: Prólogo.



COMO GOTAS DE ÁMBAR
en la inmensidad que es la vida

SIEMPRE he pensado que un libro conecta (o no) con un determinado lector cuando este se identifica y reconoce de algún modo en él, que lo que en el fondo buscamos (aunque sea subconscientemente) como lectores es ver nuestra odisea reflejada en los libros, nuestros deseos, temores, dudas y sentimientos, o lo que es lo mismo: nuestra forma de estar y sentir en la Tierra. Y he pensado siempre también (y cada vez lo pienso más) que la buena literatura autobiográfica es aquella que hablando de la propia experiencia, trasciende lo meramente anecdótico y refleja la de la colectividad: de lo particular a lo universal, y viceversa.

Tengo siempre presentes a la hora de escribir estas premisas (consiga llevarlas a buen puerto o no, cosa que, aunque lo parezca, no es nada sencilla) y agradezco igualmente como lector que otros poetas las tengan en cuenta también: en esa simbiosis de escritor y lector reside, para mí, la magia de la poesía.

Lo demás, la forma, la ética, la estética y el ritmo, ha de venir añadido y personalizar a cada poeta en concreto. Pero si el lector no se reconoce en los poemas de un libro, estaremos, desde mi punto de vista, ante un libro fallido.

Por eso he disfrutado (y sufrido) tanto los dos primeros poemarios de Pedro César A. Verde, Retrovisor (Canalla Ediciones, 2016) y Para que el piano suene alguien tiene que matar al elefante (Canalla Ediciones, 2018), y por eso he aceptado escribir el prólogo de su nuevo libro, Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski: con pocos poetas de mi generación me identifico tanto, hasta el punto de reconocerme totalmente en muchos poemas, y pocos me llegan tan hondo como él.

Pedro habla en primera persona de su vida, de sus padres, abuelos, mujeres e hijos, de sus trabajos y anhelos, fantasmas y miedos, de su angustia y vacío existencial, y es como si estuviera leyéndonos el pensamiento y traduciendo en versos nuestras emociones. Y en eso, en esa simbiosis de lector y escritor, insisto, reside para mí la magia de la poesía.

Sin olvidar que el resto, la forma, la ética, la estética y el ritmo, en el caso de este y los demás poemarios de Pedro, viene también añadido, y muy bien orquestado además: un puñado de poemas confesionales impecablemente escritos, nostálgicos y evocadores, melancólicos y reflexivos, amargos y estremecedores, que reflejan la sensibilidad de un poeta extraordinario.

Podría, llegados a este punto, hablar de las influencias cinéfilas del libro (además de Tarkovski, por supuesto, siempre presente), de las brillantes metáforas y asociaciones que contiene, de la importancia de lo visual y de los momentos congelados en el tiempo (como gotas de ámbar, pensaba al leerlo, en la inmensidad que es la vida), de la honestidad con que se auto examina y disecciona el poeta, de la crítica social (explícita o encubierta) que contienen estos versos, o de lo desoladores, incisivos y certeros que en ocasiones pueden llegar a resultar... Pero no lo voy hacer, porque esa tarea, opino, corresponde al lector y ha de ser él, en suma, quien diga la última palabra.

Simplemente, pasen y lean:

Vicente Muñoz Álvarez,
prólogo a Lo humano y lo divino en el ojo de Tarkovski
(Rasmia Ediciones, 2022)


miércoles, 10 de mayo de 2017

BREVE HISTORIA DEL CIRCO: Prólogo.



ARTE DE LA ENSOÑACIÓN

Flâneur: esa es la primera palabra que me viene a la cabeza cuando, después de leer atentamente este libro, me siento frente a la pantalla en blanco del ordenador a escribir su prólogo. Y acto seguido, como en tromba, otras muchas: búsqueda, esplín, evasión, amor, soledad, huida, musa, miseria, ideal, solidaridad, poesía, arrebato, híbrido, freak, ensayo, diario, gatos, nómadas... y a la par y añadidos, algunos nombres propios: Munay (encabezando indiscutiblemente la lista), Nick Cave, Lou Reed, Baudelaire, Walter Benjamin, Robert Walser, Tod Browning, Henry Miller, Jack Kerouac... 

Esa es la sensación que he tenido durante el viaje que Pablo Cerezal nos propone en esta Breve historia del circo, la de sentirme un observador de su mundo exterior e interior, real e imaginario, y vagar sin rumbo ni destino por la geografía de su corazón.

Y reproduzco al respecto, porque me parece que condensa a la perfección el trasfondo y filosofía del libro, la siguiente frase: Escribo despedazando la página en blanco, como una tormenta de verano que redibujase la geografía arisca del asfalto y el tierno diseño de los campos, perdiéndome en circunloquios como lo hacen las aguas en los rediles de barro, tras su suicidio vertical que a nadie importa. Así escribo, con la misma carencia de sentido.

Palabras clarificadoras del propio autor, que nos avisan de lo que aquí nos vamos a encontrar: un aluvión de poesía y pensamientos y un divagar constante de dentro hacia fuera de su cabeza, puro flujo de conciencia, como leitmotiv de su escritura.

Pero no por ello penséis que este libro os resultará espeso ni aburrido, porque como las grandes novelas confesionales (Trópico de Cáncer, por ejemplo, de su admirado Henry Miller, con la que encuentro no pocos paralelismos), Breve historia del circo engancha de la primera a la última página con una brillantísima prosa poética, un montón de suculentas anécdotas y un análisis de la psicología humana tan emotivo, solidario y sincero, que os sentiréis (pongo la mano en el fuego por ello) plenamente identificados con él.

A caballo entre la poesía y la prosa (de hecho, intercalando ambos géneros, y también un puñado de estupendas fotografías), el ensayo y el diario, lo intimista y lo reflexivo, lo privado y lo público, Pablo nos sumerge en la caótica vida de Cochabamba, con sus coloristas mercados, injusticias y contradicciones, al tiempo que va diseccionando su apasionada relación de pareja y las dudas y expectativas que genera su futura paternidad, ejes básicos sobre los que gira el argumento del libro.

Aunque en realidad Munay, Cochabamba, su pareja, su gato, sus ensoñaciones y sus largos paseos, tal cual él mismo nos advierte, sean sólo una excusa para lo que en el fondo siente y necesita y quiere, que es escribir.

Escribir ni más ni menos que este fantástico libro, Breve historia del circo, que ahora tenéis en las manos y que os apremio sin más dilación a leer, con la total certeza de que, como a mí, os llegará directo al corazón.

We're on the road together.


Vicente Muñoz Álvarez, prólogo a Breve historia del circo (Chamán Ediciones, 2017).



domingo, 30 de septiembre de 2007

LOS PRÓLOGOS DE 'RESACA / HANK OVER'


Os vamos a dar tiempo. Ahora que ya podemos confirmar editorial (ese Caballo de Troya que Constantino Bértolo tiene dentro del grupo Mondadori) y fecha de publicación de Resaca / Hank Over (abril de 2008), aquí os adelantamos esa parte de los libros que se suelen saltar, como un charco, o cruzar con cierta mala leche, como si se nos fueran a embarrar los pies. El prólogo, vamos. Dos prólogos en esta parte, dos charcos en los que podeis ver ya algunos de los reflejos de lo que será esta antología, los motivos que nos llevaron a compilar los relatos y a elegir a Bukowski como punto de encuentro, etc. Dos primero sorbos, a la espera de la fiesta salvaje que será la edición en papel. Y una invitada espacial, esta hija de Satanás, de Miguel Ángel Martín, el autor de la portada, y a la que desde hoy nombramos la pin up oficial de este blog

Vicente Muñoz & Patxi Irurzun



AGUA BENDITA Y ESPERMA
Patxi Irurzun


“Azotavírgenes, litronero”, solía escribirme algún supernumerario cabrón, hará unos 20 años, allá en mi mesa de la Universidad de Navarra. Era su respuesta a la lista de escritores favoritos que yo también apuntaba sobre esa misma mesa para distraerme durante las aburridas clases de literatura. “Bukowski”, ponía, por ejemplo, yo por la mañana, y por la tarde llegaba él, escupía lapos de agua bendita, lo borraba y anotaba sus palimpsestos: “Sindios, macarra, invertido”…
Pero lo mejor de todo era que —digo yo— para sentirse tan ofendido, aquel meapilas del opus debía de conocer los libros del viejo indecente. La máquina de follar. Hijo de satanás. Mujeres… Igual el pobre hasta se mataba a pajas leyéndolos a escondidas y eso le mortificaba más que un buen cilicio (y le proporcionaba un secreto e intenso placer, por partes iguales).
El caso es que yo me sentía especial por haber descubierto hacía dos o tres años a aquel escritor irreverente, maldito, follador y bebedor insaciable… No importaba que lo hubiera hecho en una edición de La senda del perdedor del Círculo de Lectores (que era cualquier cosa menos minoritario o exclusivo), ni que después, cuando buscara en la biblioteca otros títulos de Bukowski sus fichas aparecieran en el cajón sobadas, amarillentas, pegajosas, casi como —hablando de pajilleros—las páginas de esas revistas guarras que circulaban de mano en mano en los colegios de curas.
Todo el mundo, en realidad, manoseaba los libros de Bukowski, aunque fuera clandestinamente. Y nadie se quedaba indiferente. En mi caso, lector voraz y escritor incipiente, fue una auténtica revelación. Como pasar de escuchar Parchís a los Sex Pistols.
—¿Pero se puede escribir así?— me preguntaba—. ¿Se puede hablar del sexo, del alcohol o de cómo se nos mueven las tripas con esa naturalidad? ¿Se puede sacar con la literatura toda esa mierda que llevamos dentro, o contar cómo nos estriñe hasta volvernos locos? ¿Se puede, además, hacerlo de ese modo, tan divertido, tan directo, como un gancho a todo lo establecido?
Se podía. Gracias a Bukowski, le desencajé la mandíbula a todas mis lecturas. Él me llevó, haciendo eses, a otros autores, y estos a otros: Fante, Carver, Hubert Selby Jr., ¡Raúl Nuñez! (que, sorpresas te da la vida, se levanta increíblemente en esta antología de su tumba, sobre la que hemos derramado tanto whisky –la resurrección se la debemos a David González–).
Mientras tanto, yo continuaba escribiendo, deformado por todas esas influencias, y comenzaba a publicar cuentos en fanzines, revistas literarias o pequeñas editoriales. Iba conociendo también a otros autores (como Vicente Muñoz, el otro antólogo de este Resaca / Hank over, a quien solía mandarle relatos con la esperanza de que me hiciera un hueco en su Vinalia Trippers, publicación de referencia en la literatura escrita en los márgenes) y era evidente que ellos también habían leído a Hank.
Sin embargo, a mí me parecía que aquella admiración por Bukowski se mostraba bastante contenida, por varios motivos: el primero de todos, puro egoísmo, la necesidad de proteger ese que suponíamos nuestro pequeño y secreto tesoro de una democratización que lo fagocitara (algo así como escuchar a los Sex Pistols en Los 40 principales).
Otra de las razones eran los críticos literarios, que durante mucho tiempo estuvieron mirando para otro lado, como si Bukowski no existiera, o como si todos fuésemos gilipollas y no nos diésemos cuenta de que en los créditos de muchas de las novelas y libros de cuentos del viejo indecente que publicaba Anagrama —con aquel diseño tan pulp—, se podía leer: “15ª edición” (claro que hubiera sido mejor que los críticos no abrieran nunca esas bocazas suyas que no mordían la mano que les daba de comer, pero que cuando se dignaron a hablar de Hank fue para hundirle los colmillos justo en mitad de la polla; aquella polla tiesa y descomunal, desde la cual eyaculaba nutritivos chorros de esperma sobre toda una generación de lectores y de escritores a los que empezaban a salirnos pelos en los huevos. Para esos críticos, los libros del Bukowski eran una suerte de literatura juvenil y superficial para leer con una sola mano y cualquiera que publicara un libro en el que un personaje se tomaba un botellín de cerveza a morro, un epígono, una mala copia del escritor norteamericano, que ya de por sí consideraban que no le llegaba al tobillo a cualquiera de los autores cansalmas y pedantes que ellos reseñaban a dos páginas en los suplementos literarios).
Con semejante panorama, reconocerse bukowskiano no era una buena carta de presentación, sobre todo para los escritores que aspiraban a hacerse oír con voces propias (voces que cualquiera que lea esta antología podrá observar que, digan lo que digan los críticos, la influencia, o mejor dicho, las lecturas seminales de Bukowski no han ahogado, y así en la siguientes páginas hay más de un texto que se mueve en claves distintas al realismo sucio).
Hay otro obstáculo más difícil de sortear—al menos para mí— cuando uno reconoce a Bukowski como uno de sus autores favoritos, y es su machismo, aunque dicho sea de paso, si las mujeres son a menudo en sus libros simples huecos en los que Chinaski, el famoso alter ego de Bukowski, encaja su pilila, los hombres —empezando por el propio Chinaski— no salen mejor parados, y son retratados como una especie de cloaca con tres patas en la que desaguan litros de cerveza y de masa encefálica hecha puré con la batidora de la estupidez humana. En Resaca / Hank over, de todos modos, Vicente y yo hemos puesto especial empeño, sin caer en cuotas ni en lo políticamente correcto (la mejor muestra es la portada del siempre genial Miguel Angel Martín) para que este libro no fuera uno de esos bares “solopi”, en los que, normalmente a altas hora de la madrugada y en avanzado estado de embriaguez, se encuentran “solo pitos”, y para que en la nómina aparecieran varias escritoras a las que el viejo indecente ha conseguido bajarles las bragas en alguna ocasión.
Una última razón para disimular la bukowskimanía es que cualquiera de sus lectores sabe que a Hank no le hubiera gustado nada que lo subieran a un altar. Ni siquiera aunque este fuera la barra de un bar. Y sin embargo, ¡que se joda Bukowski! Y también ¡a tomar por culo todos los argumentos anteriores! Ha llegado la hora de reconocer, sin complejos, la admiración que sentimos por él. Porque en el fondo somos buenos chicos (y chicas) y no nos vamos de las pensiones de mala muerte sin pagar ni nos liamos a hostias con nuestro padre, como vulgares chinaskis. Teníamos una deuda con Buk y Resaca / Hank Over es una forma de empezar a pagarla. La antología de todos modos está muy lejos de ser un tributo reverencial (y de hecho recoge también algún que otro texto que parodia el estilo del norteamericano) y tampoco surgió de un modo premeditado.
La idea germinó en el fanzine Borraska, que comencé a editar en Internet al finalizar mi avatar como azotavírgenes en la facultad de filología y convertirme en un Factotum, con diversos trabajos, a cada cual más cabrón (operario de fábrica, barrendero, peón de obra o periodista), lo cual me venía muy bien para adornar las solapas de mis libros, que de todos modos nadie compraba. Con Borraska me iba algo mejor, en ella recalaron muchos de los autores que había conocido en los márgenes, y con su colaboración saqué adelante varios números monográficos sobre obsesiones personales como la muerte, la locura, la masturbación, el trabajo (es decir, la muerte dos)… El contador de la página marcaba miles de visitas, y recibía con frecuencia emails de todo tipo y procedencia. En uno de ellos el escritor Javier Marroquín me sugería la idea de efectuar una voltereta hacia atrás, sin red, y publicar en papel libros con relatos como los que a menudo leía en Borraska. Para dar un poco de bombo al proyecto se nos ocurrió la idea de montar, usando Borraska como plataforma, un concurso de cuentos macarras, “¿qué tal si lo planteamos como un homenaje a Bukowski?”. Dicho y hecho, redacté unas bases majaretas (que hemos incluido en un making of en este libro, junto con la invitación que cursamos a los participantes o una carta que mandamos a Linda Bukowski, por si sonaba la flauta y nos cedía un inédito de su marido) y Javier se comprometió a poner los 300 euros y la caja de cervezas para el premio.
Hijos de satanás, así se llamó el certamen, recibió unos 200 cuentos, la mayoría de ellos desde países latinoamericanos (y también alguno desde presidios españoles) y algunas notas ilustres de ánimo, como las remitidas por el mismísimo Pedro Juan Gutiérrez o Antonio Skármeta. Pero, salvo alguna honrosa excepción, como la del ganador del concurso, Josu Arteaga, cuyo relato incluimos en Resaca / Hank Over, los cuentos no parecían capaces de trazar la pirueta sin red que suponía saltar al papel impreso sin caerse de la manos de los lectores y estamparse contra el suelo en posiciones de lo más ridículas.
El veneno ya estaba inoculado, de todos modos, así que retomando la idea de los cuentos bukowskianos comenté la jugada con Vicente Muñoz, que ya había saltado a la arena del circo literario con otras dos antologías en las que se reunía lo peor de cada casa (“Golpes. Ficciones de la crueldad social” y “Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers”), y fue de ese modo como nos decidimos a invitar a Resaca / Hank Over a autores que ya habíamos visto muchas veces subir al trapecio y mantenerse en él con una botella de vino en una mano o haciendo cortes de mangas en el vacío.
Todo lo demás vino rodado. La antología, como suele suceder, se armó como le dio la puta gana a ella, lo que en principio iba a ser una colección de relatos se convirtió en un híbrido con cuentos y poemas, escritores con los que contábamos a tiro fijo se desmarcaron, llegaron otros en los que no habríamos pensado ni por el forro, faltarán seguramente muchos que merecerían estar aquí, etc. Y una cosa más, el título nos los regaló Goio González, compadre de otro de los antologados, Kutxi Romero, y chinaski de pro al que le debemos unos cuantos tragos por su genial acierto al desvelarnos que en inglés Hangover quiere decir Resaca.
Por lo demás, no hay mayor misterio: en el fondo, la antología, más que un homenaje a Bukowski es una buena excusa para que tanto quienes participamos en ella, como quienes la lean –o al menos eso nos gustaría– pasen un buen rato, que es a fin de cuentas la mejor herencia de Hank, lo que sabemos que vamos a obtener cuando abrimos uno de sus libros.
Salud, pues, y feliz resaca a todos los hijos de satanás. Los demás pueden seguir bebiendo a escondidas.

Pamplona, 5 de julio de 2007




VISIONES DE HANK
Vicente Muñoz Alvarez



Se lo debíamos al bueno de Hank. Todos los que nos hemos reunido a brindar sobre su tumba en esta fiesta, y muy en concreto Patxi Irurzun y yo. Para ambos Charles Bukowski fue un flechazo inmediato, un amor a primera vista, acostumbrados a las soporíferas lecturas que durante nuestra adolescencia nos habían recomendado o impuesto. Existía una vida allá fuera, en la calle, al fin de la noche, en los conciertos y bares que frecuentábamos, en el monótono y alienante transcurrir de los días, en los amores rotos y las borracheras, en la locura y en la desesperación, que no reflejaban de ninguna manera todas aquellas lecturas. Y fue precisamente Bukowski ( junto a Miller, Céline, Kerouac, Carver y algunos otros ), a medida que su obra fue publicándose en nuestro país, el primero que nos habló sin tapujos de esa vida inmediata y próxima, desmitificando con mordaz ironía el papel tradicional del escritor. Hank era un poeta frustrado, pendenciero, bebedor e inconstante, enloquecido, salvaje y espontáneo, que retrataba sin artificios ni grandilocuencias vanas el mundo despiadado en que vivíamos, que escribía en nuestro mismo idioma de peleas y putas, de bloqueos creativos, de zurullos y caspa, de la misma gente y los mismos problemas que a nosotros nos afectaban... Un escritor del mundo real ( al menos del nuestro, claro, hay varios y todos en este, y cada uno decide cuál le atrae y a cuál pertenece ).
Al margen de la influencia mayor o menor de su obra en la nuestra, fueron Bukowski y algunos otros ( a los que tuvimos casi clandestinamente que ir descubriendo ) los que nos hicieron en realidad amar la escritura y espolearon nuestra vocación creativa, y no, desde luego, toda la infumable ( para un adolescente inquieto ) sarta de autores que nos habían vendido de estudiantes como ( alta ) literatura. Si accedimos después voluntariamente a otras ( altas ) lecturas, fue debido precisamente a autores como Bukoswki ( que nos llevaron a Hamsum, Fante, Céline, Hemingway, Pounz, Rimbaud, Whitman... ), que nos hablaron en el lenguaje pop( pular ) que entendíamos y nos mostraron un camino literario y existencial mucho más próximo y verdadero.
En un recodo de ese camino nos encontramos Patxi Iruzun y yo, y muchos de los autores que homenajeamos hoy a Hank. Corrían los años 90 y la explosión de fanzines y revistas subterráneas y contraculturales del momento había ido poniendo en contacto a muchos escritores de la misma o semejante cuerda, ninguneados sistemáticamente hasta entonces por el aparato logístico de la cultura oficial. Borraska y Vinalia Trippers (o lo que es lo mismo: Patxi y Vicente & trippers, respectivamente), nacidas en plena eclosión del mundo del zine, fueron desde su inicio proyectos y plataformas afines que sirvieron, junto a otras ( Ojalatemueras, Monográfico, El canto de la tripulación, Anna Bel Lee ) para dar a conocer la obra de muchos autores que habíamos crecido con Bukowski en nuestra mesilla de noche. Casi de modo paralelo, una en papel impreso y otra en la red, ambas publicaciones editaron durante la segunda mitad de los 90 textos de muchos escritores realistas que de una manera u otra habían bebido de fuentes hasta entonces consideradas cultura popular, cuando no directamente cultura basura: el cómic, la televisión, el rock, el porno, el gore... integrándolas en su obra y fundiéndolas en su manera de crear y escribir.
Antologías de relatos como Golpes. Ficciones de la crueldad social ( DVD ediciones 2004 ) y Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers ( Eclipsados, 2007 ), o de poemas como Feroces ( DVD,1997) y Poemas para cruzar el desierto ( Línea de fuego, 2004 ), han ido estos últimos años recopilando la obra de muchos de estos autores, poniendo de relieve la existencia de un discurso literario y crítico muy diferente al que se nos muestra y vende desde las altas esferas.
Cuando hace algunos meses Patxi me habló del concurso homenaje a Bukowski en Borraska, no pude resistir la tentación de dar un paso al frente, proponiéndole una antología en su nombre, para prepararle al viejo una celebración por su sitio. Comenzamos entonces a pedir material, relatos y poemas, a los autores que, sin agotar por supuesto la nómina, nos parecieron más representativos para la ocasión, y poco a poco, en un fascinante proceso de construcción colectiva, las piezas del puzzle fueron encontrando su hueco hasta convertirse en lo que hoy es este libro.
Autores más y menos conocidos ( algunos casi inéditos ) y un magistral Raúl Núñez ( al que David G, siempre presente, convocó desde el lado oscuro ) poniendo la guinda al pastel, lanzamos desde aquí reunidos un guiño al bueno de Hank y os invitamos ahora a todos a compartir esta fiesta.
La mayoría de las líneas temáticas de la obra bukowskiana (que por otra parte son relativamente reiterativas y escasas, todo hay que decirlo) han sido aquí de un modo u otro desarrolladas: las mujeres y el sexo, la violencia doméstica, la filosofía de bar, el hipódromo, las peleas callejeras, los trabajos mal pagados, la locura y la muerte y, por supuesto, las resacas y las borracheras, inevitables, claro, en cualquier homenaje a Henry Chinaski.
Ahora bien ( y este es un factor importante ), cada autor lo ha hecho desde su visión personal, su estilo y punto de vista, que en algunos casos no es, digamos, muy bukowskiano. Todos los aquí congregados tenemos por una u otra razón una deuda con Hank, pero cada cual la ha interpretado y saldado a su modo, a veces incluso poco condescendiente con el pretendido estilo Bukowski.
Frecuentemente suele (des)calificarse a los escritores que reconocen esta deuda como plagiadores del mismo y faltos de universo propio. La obra personal de cada uno de los antologados en este libro (y a ella me/os remito) es una prueba fehaciente de que en la mayoría de los casos esa posible influencia no es más que eso, y de que cualquiera de ellos posee idearios y planteamientos estéticos muy alejados de ese registro.
Pero aquí y ahora, que es donde estamos, nos hemos reunido ex profeso en memoria de Hank, y hemos aportado nuestra visión del mismo para brindar felices y desinhibidos sobre su tumba.
A él, estoy convencido, le hubiera gustado más que cualquier ramo de apestosos crisantemos.

Salud y pura vida allá donde ahora estés, viejo.

Te debíamos esta fiesta.

León, verano de 2007.