Tal vez mi destino
pendía de un hilo telefónico.
O del email que nunca recibí.
Poco a poco, descendí los escalones del miedo
hasta que aquellas pesadas tardes de domingo
de los años perdidos
de los años perdidos
cavaron la fosa de la monotonía
y enterraron otros tiempos de luz.
Sólo quedó, vigilando el vacío,
la pantalla muda del ordenador.
(c) Mayusta 2010