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Mostrando las entradas etiquetadas como Relatos

Lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte

Hace ya algún tiempo escribí un pequeño cuento que titulé "Lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte". Me sirvió para cerrar  Infraleve , un libro de esos que uno publica  cuando es demasiado joven y luego no deja de arrepentirse una y otra vez. En el relato contaba una historia real que luego muchas veces mi madre recordó: la historia de una pastilla de jabón y de una mirada en un espejo.  Hoy, más de diez años después, una pastilla de jabón casi desaparece en mi mano. Y no he podido evitar recordar. El cuento, el jabón, el espejo, mi padre y mi madre. Ya no me reconozco en esa manera de escribir. Y al cuento le falta ritmo por todos los lados. Pero la imagen me sigue pareciendo bella. Y cada vez que me viene a la cabeza me emociono. Por eso he decidido publicarlo de nuevo aquí. Una vez más. A pesar de todo. Lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte Desde que su marido murió, ella no hacía más que mirarse al espejo. Siempre al mismo espejo. Una y

Eso haré

–¿Y si digo que últimamente sólo leo narrativa y que, con la excepción de algún texto de encargo, no me apetece escribir ensayos? –Quedas mal. –¿Por qué? –Porque sí, ¿es que no lo ves? Eres profesor, y crítico, te dedicas a eso. –Ufff, pero es que me interesa más lo que dicen los escritores que lo que dicen los artistas. –No me lo creo. –Es raro, lo sé. No es que ya no me interese el arte. Es que parece que sólo me interesa a través de la literatura. –A ver, explícate. –Pues eso, que parece que necesito el filtro de la escritura para que me interese lo que los artistas visuales quieren decir. Es como si la narrativa me hubiera atrapado. Me interesan las historias que me cuentan las novelas. Más que la teoría que me cuentan los ensayos. O incluso más que las imágenes que me ofrecen algunos artistas. –Ya veo. –Es como si estuviese virando hacia otro lugar. –¿Como si cambiaras de campo? –Quizá. –¿Como si en el fondo estuvieses pasando de la Historia del Arte a la Literatura?

Sueño lúcido

Todas las noches soñaba que era engullido por la lava de un volcán. No importaba el lugar en el que estuviese, el fuego siempre acababa devorándolo. Por la mañana, se despertaba cansado, con la piel enrojecida y llena de arañazos. Y durante el día apenas podía quitarse de encima esa sensación de malestar. Había probado todo tipo de terapias, pero ninguna había dado resultado. Un día, después de buscar en Internet durante varias horas, encontró información sobre una tribu del Sureste Asiático que había dado con la forma de actuar en los sueños de modo consciente. La técnica no era excesivamente compleja. Tenía que concentrarse en un objeto singular que nadie más conociese y dormir con él bajo la almohada. Cuando ese mismo objeto apareciese en el sueño, sabría que estaba soñando y podría dominar la realidad a su antojo. Tras pensarlo brevemente, decidió tomar algo que sólo él conocía. Un diente de leche que, precisamente, un día puso bajo la almohada y que el Ratoncito Pérez no quiso

Pongamos que todos son tú

Pongamos que todos son tú. Que todos de los que escribes, en el fondo, son tú. O mejor: que tú eres escrito por ellos, por todos de los que escribes, por todos los que te acechan. Todos los que te escriben. Tú eres en ellos. Pongamos que tú eres en ellos. O pongamos que ellos son tu yo. ¿Ellos? Ellos. Todos de los que escribes. Ellos. Los que están ahora ahí, rodeándote, acechándote, mirándote fijamente. Ellos, por supuesto. Todos de los que escribes. Los que te siguen en cada palabra, en cada línea, en cada punto y seguido. Ellos. Los que están ahí. Ahora. En este preciso momento. Ellos, por supuesto. Todos de los que escribes. Pero ¿qué hacen ellos aquí? Estaban ahí mucho antes de que osaras preguntarlo. Ellos, todos de los que escribes. Estaban ahí. Antes. Sentados a tu mesa. Antes de que tuvieras lengua para preguntar, antes de que se inventaran las preguntas. Mucho antes. Antes incluso de que hubiera luz sobre la tierra. Ellos ya estaban ahí. Esperándote. Esperando a ser escritos.

El tosedor

Me he tomado un momento de relax y me he escapado al concierto de Barbara Hendricks en el Auditorio de Murcia. Acabo de llegar fascinado con la señora Hendricks (no me esperaba menos) pero consternado con la cantidad de toses que he tenido que escuchar. Es algo que siempre me ha obsesionado. A veces pienso que hay gente que va a los conciertos sólo para hacerse notar, y espera a los pianísimos para tocar a los demás lo que no suena. Las toses de hoy me han recordado a un relato que escribí hace mucho y que tenía perdido en los archivos del antiguo ordenador. Es una cosa de juventud y está muy mal escrito. Pero al releerlo, he sentido que transmitía bien lo que ha sucedido esta noche. Como no tengo pudor alguno, y tampoco tengo tiempo ahora para ponerme arreglarlo, lo voy a colgar tal y como lo he encontrado. Ya me contáis qué os parece. El tosedor Nadie sabía la razón exacta que le impulsaba a toser en los conciertos, pero, al parecer, venía de largo. La primera vez que su madre lo lle

Noche de fiesta

El diario La Verdad me ha invitado a enviar un cuento de verano para la semana que viene. He intentado crear algo bonito y veraniego, pero, dado mi estado de ánimo, no ha habido manera. Antes de proceder al envío, os lo dejo aquí para que me ofrezcáis vuestras sabias opiniones. Esta vez las necesito como el comer. Noche de Fiesta Salí un poco mareado de la fiesta. Eran las cuatro de la mañana y no había un alma en las calles. Apenas podía tenerme en pie, pero quise regresar andando, para ver si se me pasaba la borrachera. De camino a casa no se me ocurrió otra cosa que pasar por un callejón largo y estrecho que siempre procuro evitar. Una decisión, sin lugar a dudas, equivocada, pues, nada más entrar, me encontré de bruces con lo que temía. Un grupo de adolescentes tenía acorralado a un mendigo al final del callejón. Observé cómo se reían de él, lo tiraban al suelo y comenzaban a darle patadas y puñetazos. Al ver aquella escena, se me revolvió el estómago. Pero sobre todo quedé complet

Hay una pistola apuntando a mi sien izquierda

Hay una pistola apuntando a mi sien izquierda y no puedo parar de escribir. Un hombre vestido de negro me apunta con una pistola a la cabeza y me ordena que siga escribiendo, escribiendo sin parar, porque, de lo contrario, disparará. Ésta es la situación: me dice que lo primero que tengo que hacer es dejar clara la situación, que todos sepan lo que está ocurriendo, o lo que ha ocurrido, puesto que, cuando lean estas líneas, seguramente habrá ocurrido. Es la situación. No sé cómo ha entrado en la habitación. No he escuchado ningún ruido, ni siquiera he visto su reflejo en el cristal de la ventana frente a la que escribo. Ésta es la situación: está detrás de mí, de pie, con una pistola que me oprime la sien izquierda con tal presión que parece un cuchillo que quisiera clavarse en mi cerebro. Es la situación. El hombre que viste de negro está detrás de mí y yo no veo su reflejo en mi ventana. Sólo me veo a mí: yo solo en la habitación. Yo y una pistola que me estruja la sien. No se refle

La otra historia del minotauro

Algún día contaré la verdadera historia del laberinto. En la historia que siempre se repite, el Minotauro es el monstruo que habita el laberinto, hijo de Pasífae y un toro. De un dios transformado toro. De un dios y una mortal. Un héroe, por tanto. Recluido por el rey para que nadie fuese testigo de la infidelidad de su esposa. Allí el Minotauro sobrevive alimentándose de los jóvenes que le eran entregados como tributo al rey. Y así sucede hasta la llegada de Teseo, enamorado de Ariadna, que consigue dar muerte al monstruo y después salir siguiendo el ovillo de hilo que lo conduce a la luz. Ésta es la historia que se repite. La heterodoxa. La que todo el mundo sabe. Pero es la falsa historia. No es la que me gustaría contar a contar. En mi historia el Mintauro es un habitante y Teseo un profanador. Teseo es el asesino que altera la paz del laberinto. El verdugo que intenta dar muerte al Minotauro. Aquel que rompe el equilibrio perfecto de la naturaleza, el que introduce la violencia, e

El padre de Thomas Bernhard

Aún recuerdo aquella noche como la más larga de mi vida. La más larga y la más amarga. La noche en que vi morir a mi padre. O mejor, la noche en que “sentí” morir a mi padre. Y escribo “sentir” porque aquella noche tuve su mano cogida hasta el último momento. Él sufría, pero en ese último momento agarró con fuerza mi mano como si fuese lo único capaz de asirlo a la vida. Decían que estaba inconsciente, que ya no sentía nada, que sólo era cuerpo, que ya nada humano quedaba en él. Sólo cuerpo, carne y sangre: órganos que poco a poco dejaban de funcionar. Y a pesar de todo se aferraba a la vida, o a lo que él, en su ser-cuerpo, pensaba, o sentía, que era la vida: mi mano. Yo sentía con fuerza cómo apretaban sus dedos, y me parecía entonces que mi mano era un ancla, un último amarre que evitaba su partida. Pero ese anclaje, pienso ahora, lejos de sostenerse en tierra firme, lo hacía un fango movedizo, en el lodazal de mi perversión. Y es que en esos momentos yo no era tierra firme. No es

Lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte

[A mi madre, In memoriam ] Desde que su marido murió, ella no hacía más que mirarse al espejo. Siempre al mismo espejo. Allí pasaba horas y horas. Casi todo el día. Sentada. Mirando aquel espejo que nada tenía de particular. Vivía sola, en un primer piso en el que apenas penetraba la luz. Y en aquella penumbra, apenas paliada por la incandescencia de una bombilla, el espejo le ofrecía siempre la misma imagen, el reflejo de un rostro aún joven, pero, en cierto modo, marchito, un rostro marcado por el sufrimiento, ojeroso, descuidado, velado en ocasiones por algún cabello grasiento de un larga melena que en origen debió de ser rubia. Sentada frente al espejo llevaba casi cuatro meses. Pero no estaba loca. Ella no estaba loca, se repetía una y otra vez, simplemente indagaba, estaba buscando algo, algo que tenía que estar allí. De algún modo tiene que permanecer, pensaba. Algo debe quedar. Algo de él, ahí, mirándose, algún miasma de su reflejo habitando en la superficie especular. Él se ha