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jueves, 22 de julio de 2010

Los huevos y la morcilla

Hoy sábado, algo más recuperado, paso a contaros mi experiencia.

El viernes no tenía que ir al trabajo porque había pedido un "moscoso" para cuidar a mis niños. En consecuencia, el jueves era mi primer gran día para someterme a la prueba de los "santos huevos" después de la fumada. Y, en efecto al grito de si había huevos yo, impetuoso e ilusionado, dije un rotundo si. La verdad es que ni con la edad se aprende cuando uno siente todavía la necesidad de vivir nuevas y reconfortantes vivencias. Me estrené con los huevos con morcilla, patatas fritas y pimientos verdes, vino y pan. Dios mío, yo que había visto en una foto los ojillos de asombro de Pablo mirando su plato, no me lo podía creer. Yo estaba en la misma situación, aquello era una realidad ineludible. Ortega, su circunstancia, yo, la morcilla estábamos allí, existencialmente junto a la pipa en la sombra de J.P. Sartre. Y frente a mí, entre Javier y José Luís, una niña preciosa y rubia me miraba. Era todo como un sueño. Las pipas y el tabaco estaban en el frío mármol de la mesa y esperaban pacientes que les llegara el momento de su participación en nuestra dicha.

Ya ha realizado José Luís la crónica pulcra y concisa de la noche con inigualable maestría. Y Diana despierta o dormida creyendo en los españolitos liados entre sábanas. Y José Luís despierto en la madrugada otoñal de un Madrid que celebrará su fumada lenta. Y yo en el coche, escuchando a Diana Krall, camino de casa, con mi Salvatella en la boca, respirando y suspirando mis humos y mis sabores, mientras el güisqui, dos por cierto, me traían a la memoria mis años de juventud. Y José Luís, desvelado después de prepararse dos carajillos magníficos, suntuosos, haciendo su crónica. (Por cierto, ¿dónde está ese otro cronista llamado xxx). Dios mío, si la tensión no me subiera yo también me apuntaré otro día al carajillo de José Luís. Fue una velada inolvidable con Javier, Ignacio, Ricardo y José

Pero señores, lo malo estaba por llegar. Ya en la cama, los huevos se me movían de un lado a otro y la morcilla se inquietaba. El sueño quería llegar pero cuando me iba a envolver, cuando pretendía apoderarse de mí, cuando la sombra del ensueño se desplegaba, volvían los huevos a tomar su posición y la morcilla jaleaba con entusiasmo toda aquella algarabía. Fue una noche un tanto... toledana.

Como socio del Club A.P de Madrid he cumplido uno de sus requisitos y prometo con toda solemnidad no volver a probar los huevos con morcilla y pimientos después de una fumada en la tarde de los jueves.


Salud compañeros.
Rafael Mulero Valenzuela
© Rafael Mulero 2007