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sábado, 3 de junio de 2023

Tres mujeres

Por Daniel Link para Perfil

En julio se cumplirán 430 años del nacimiento de Artemisia Gentileschi, la gran pintora barroca de cuya vida puede aprenderse tanto como de su pintura.

Hija del pintor toscano Orazio Gentileschi, amigo de Caravaggio, fue encomendada por su padre a otro de sus amigos, Agostino Tassi, para que le diera clases de perspectiva.

A sus 18 años, en mayo de 1611, el instructor la violó brutalmente. En 1876 se encontraron en los archivos vaticanos las actas íntegras del juicio por violación promovido por Orazio contra Tassi, quien fue declarado culpable por la violación.

El proceso duró siete meses, a lo largo de los cuales Artemisia es sometida a interrogatorios bajo apremios físicos y a humillantes exámenes ginecológicos.

Dos meses después de terminado el proceso, Orazio obliga a su hija a casarse con un mediocre ayudante de su taller, para restaurar el honor familiar. La pareja se muda a Florencia, donde Artemisia comenzará una nueva vida. A lo largo de los años vuelve a Roma, viaja a Nápoles, a Venecia, a Londres, donde se la reclama como a una de las grandes proveedoras de las cortes europeas.

Una de sus mejores pinturas, Judith decapitando a Holofernes (circa 1613), retoma un tema truculento que Caravaggio ya había transitado, pero con una fuerza y una complejidad tan convincentes que casi nadie duda de que la escena es una respuesta a su propia violación: “hay que cortarle el cuello al cerdo”.

Pensaba todo esto cuando veía los destinos finales de dos grandes mujeres protagonistas de sendas series: La encantadora Mrs. Maisel termina inverosímilmente rica, pero sola, odiada por sus hijos, mirando un programa de preguntas y respuestas mientras conversa telefónicamente con su amiga y representante de toda la vida.

Más abajo todavía, Siobhan Roy (el único personaje querible de Succession), que ha vivido ignorada por su padre y maltratada por sus despreciables hermanos, termina embarazada por descuido de un hombre al que detesta y que la ha traicionado, pero que en la escena final le extiende la mano como a un perro para que se la lama, cosa que ella hace figuradamente.

Pareciera que lejos de debilitarse, el patriarcado encuentra formas cada vez más sutiles para humillar a quienes lo desafían.

Cfr. Roland Barthes. "Dos mujeres". 

miércoles, 14 de diciembre de 2022

¿Naturaleza o cultura?

 


sábado, 29 de octubre de 2022

Procastinar, nunca

Por Daniel Link para Perfil

Después de haber estado ausente un mes de mi casa pero, sobre todo, de mi mesa de trabajo, la primera semana se me va siempre en resolver los asuntos atrasados (empezando por los trescientos correos acumulados en la bandeja de entrada).

La segunda empieza ya con una agenda normalizada pero en un registro vertiginoso, que no me permite pensar demasiado: actúo antes de que el mundo se me venga encima.

Para que no me queden cosas en el tintero haré de esta columna un compendio de columnas posibles, para poder luego pasar a otra cosa.

Me entero de que a alguien se le ocurrió “penalizar” a quienes usan una prepaga más allá de la obra social que les tocó en suerte. El asunto cae en el olvido rápidamente porque es una estupidez, producto de una ignorancia supina. La mayoría de los trabajadores tienen libertad de elección de obras sociales (muchas de ellas asociadas con prepagas). No sé quién más, además de los docentes universitarios, carecemos de ese privilegio relativo, pero privilegio al fin. Me doy cuenta de que la mayoría de la gente (incluidos los parlamentarios) también actúan sin pensar: ¿será que estuvieron de viaje? ¿O viajaron sus asesores? No es raro que el país se derrumbe, con el escaso nivel de reflexión que se nota en todo.

Empezó Gran Hermano. No voy a verlo, aunque hayan contratado al Poder Ejecutivo para que le haga campaña de promoción.

En cambio, sí vi Argentina, 1985. La película no está mal, en el registro en el que se instala. Pero tampoco está demasiado bien. Una sóla escena me conmovió (y no diré cuál). Me hace ilusión ver a Mariano Llinás recibiendo el Oscar a mejor guión, porque él me cae bien.

Volví justo para el cumpleaños de mi nieta, que tiene ya cinco años y escribe instrucciones para encontrar tesoros. Le traje de regalo una cometa multicolor y una valijita hermosa de legos (lo único que conseguí que no respondiera a la odiosa manía de la franquicia y la mercadotecnia). Ella estaba todavía fascinada con otros regalos: vació la valija de legos y la usó para guardar sus sets de maquillaje. Cuando me contó que le habían regalado también una barbie, casi me da un ACV. Volví a verla el fin de semana pasado, y ella me mostró el teléfono celular que había armado con los legos. Me sentí aliviado.

Mi hijo se especializa en software para satélites. Es como una parte de mí que yo nunca hubiera podido desarrollar. Me quejo de los algoritmos, de google maps, en fin, de la inteligencia artificial y él toma partido contrario. Le digo: ¿no viste Terminator, no viste Matrix? Se ríen de mí, como si estuviera hablando de neorrealismo italiano.

En noviembre estaremos presentando tres libros: un Pasolini y el tercer mundo, intervención colectiva de la que participó Ana Amado, entre otras estrellas, y a quien le dedicaremos la presentación, el Epistolario entre Enrique Pezzoni y Raimundo Lida (cartas entre 1947 y 1972), con edición de Miranda Lida y prólogo mío y, a la distancia, mi Autobiographie d'un lecteur argentine, como Gallimard llamó a La lectura: una vida...

 

sábado, 17 de septiembre de 2022

Acontecimientos funerarios

Por Daniel Link para Perfil

Ya fue dicho: “Hay mucha muerte, muchos acontecimientos funerarios /
en mis desamparadas pasiones y desolados besos”. Ése, que es uno de los más altos momentos de la poesía en nuestra lengua (americana, nerudiana) vuelve a interpelarnos en una semana en que los acontecimientos funerarios se multiplicaron y que, por eso mismo, nos permitió evaluarlos en su diferencia, porque las muertes no son equivalentes ni significan lo mismo ni habilitan al mismo duelo.

Todo empezó con el gato de mi nieta, que atrapó un pájaro y casi lo mata en frente de ella, que estaba jugando en su casita del árbol. Enterada de la peripecia, dijo que (mientras almorzaba): “Yo, un día, en el cole, vi una paloma muerta. Y descubrí (el verbo me arranca lágrimas) que los que se mueren no se van al cielo. Se quedan ahí, muertos. Y no se puede hacer nada cuando alguien está muerto. No se puede hacer nada. Se hace lo que se hace. Y listo. Si alguien se muere se muere se muere porque no es que lo podemos curar con una doctora”. Dijo ella, con todavía cuatro años.

Inmediatamente, digamos, murió una reina, y unos días después, murió Godard. Acontecimientos funerarios irreconciliables. La muerte de la reina desató los ideales repúblicanos alrededor del mundo. Y en Gran Bretaña fueron reprimidas las solitarias manifestaciones anti-monárquicas, porque podrían herir a alguien (¿no hieren nuestra ética republicana las manifestaciones monárquicas?).

¿En qué sentido una institución decadente como la monarquía puede convivir con nuestra sensibilidad, en nuestro tiempo? La derecha ha querido defender esa supervivencia arcaica señalando el equilibrio que introduce entre los partidos en los regímenes donde existe. Pero sabemos que, en el fondo, sostener la monarquía (más allá del gasto público que significa) es sostener unos privilegios de censura y represión en reserva, por si acaso hicieran falta.

La muerte de Godard, en cambio, sólo puede medirse en una dimensión estética (entendiendo que también la estética es una forma de actuar lo político). Nos dicen que Godard murió tranquilamente. Y nos alegramos por eso. Y comparamos su muerte (que es la muerte de una época entera) con el no terminar del morir del cine, que aún después de haber exhalado su último suspiro sigue gritando sus groserías y sus inmundicias.

Godard, como Guy Debord, sabía que aún en lo que ha muerto o está muriendo es posible encontrar todavía una chispa de vida. Es el cine como archivo, es el lamento de Elpénor, el marinero que muere en la Odisea y que vuelve en Histoire(s) du cinéma, en la voz de Ezra Pound, en un rizo archivístico que mezcla la obsesión por la imagen justa con las voces que vienen desde el más allá del Siglo XX.

Ésa es la diferencia entre esos dos acontecimientos funerarios: la muerte de la reina nos lanza hacia una utopía reformista que prescinde de ella (acabar con la monarquía). La muerte de Godard nos agrupa: seguir adelante, pero en su sombra. Porque los que se mueren no se van al cielo. Se quedan ahí, interpelándonos.

lunes, 12 de septiembre de 2022

Residencia en la tierra

Oh niña entre las rosas, oh presión de palomas,
oh presidio de peces y rosales...


Ven a mi alma vestida de blanco, con un ramo
de ensangretadas rosas y copas de cenizas,
ven con una manzana y un caballo,
porque allí hay una sala oscura y un candelabro roto,
unas sillas torcidas que esperan el invierno,
y una paloma muerta, con un número.

 

sábado, 2 de julio de 2022

SInfonía de Juana

 A sus cuatro años, Juana ya compone música.


 



martes, 29 de marzo de 2022

Mi nieta, la bombero argentina

 


sábado, 18 de diciembre de 2021

Vivir es jugar un poco

Por Daniel Link para Perfil

Fundación Proa inaugura hoy una muestra deliciosa, curada por Rodrigo Alonso, cuyo nombre lo dice todo: “Arte en juego”. Esa aproximación lúdica al arte argentino que gira en torno a los juguetes de artistas, los juegos y los deportes subraya la mutua implicación entre juego, imaginación y arte.

        La ocurrencia no puede ser más feliz, no sólo porque, como sabemos, la palabra “juego” convoca las ideas de límites, de libertad y de invención sino porque, como también sabemos, hay una mutua implicación entre juegos de lenguaje y formas de vida. Desde los juguetes de artista hasta las lógicas del juego aplicadas al arte, desde los juegos de roles hasta los aspectos lúdicos de las redes sociales y las nuevas tecnologías, todo en esta muestra permite interrogarnos al mismo tiempo sobre el arte y sobre la vida. 

        En sus Investigaciones filosóficas, Wittgenstein había subrayado que no siendo el lenguaje meramente designativo, sino una fuerza y un efecto (un acto de habla o de discurso), se comprende claramente que el lenguaje produzca formas (jurídicas) de vida. La infancia está constantemente producida por juegos del lenguaje. “Puede imaginarse fácilmente un lenguaje que conste sólo de órdenes y partes de batalla. —O un lenguaje que conste sólo de preguntas y de expresiones de afirmación y de negación. E innumerables otros.E imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida.” 

        Lo mismo cabría señalar sobre el arte, que no representa el mundo sino que lo produce. O, como decía Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”. No importa tanto (o sí, pero no tenemos tiempo) la oposición entre sueño y razón, sino el hecho de que un juego de imaginación-lenguaje produce formas de vida (monstruosas, potenciales, hipotéticas). 

        Samuel Beckett escribió como parodia del Génesis en Murphy: “In the beggining was the pun” (“el juego de palabras”). En 1719, Jonathan Swift había propuesto en Ars Pun-ica 79 reglas para componer juegos de palabras. Nabokov, que tradujo al ruso Alicia en el país de las maravillas (se sabe que las diferencias entre las Alicias reposa en los diferentes juegos que las organizan: un juego de cartas, un juego de tablero), se entregó sin pudor a esas pesadillas para los traductores. En Lolita leemos: “Guilty of killing Quilty” (“culpable de asesinar a Quilty”). 

        Por supuesto, no se trata de detenerse meramente en los juegos de palabras, pero si nos interesara el asunto, allí están Oliverio Girondo con sus poemas de En la masmédula (“soy yo sin vos / sin voz / aquí yollando / con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla / entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos” o Cortázar con su gíglico en Rayuela. 

         Entre los antropólogos que elaboraron teorías culturales basadas en los juegos, Roger Caillois se destaca con Los juegos y los hombres (1967) donde, al mismo tiempo que especifica las actitudes elementales que rigen la dinámica lúdica —competencia, suerte, simulacro, vértigo— examina con el mayor detenimiento la sintaxis posible entre esas cuatro categorías, que a veces pueden mezclarse y a veces no. Caillois considera que los juegos guardan un misterio, precisamente por su estabilidad a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo: “Los imperios y las instituciones desaparecen, pero los juegos persisten, con las mismas reglas y a veces con los mismos accesorios”.  

        Entre la obra visible de Pierre Menard, Jorge Borges le hace enumerar a un narrador infatuado “un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación”. Antes, el ajedrez hindú de cuatro reyes se había transformado en el ajedrez medieval con reyes y reinas. 

        Esa permanencia de lo insignificante, que goza de una continuidad fluida y obstinada, ¿no evoca una dicha parecida a la que vibraba y nos interpelaba en el teatrillo de títeres El escándalo de la serpentina o el Proyecto Las Berninas, para los cuales Arturo Carrera y Emeterio Cerro convocaron a sus amigos artistas? 

        Jugar, imaginar, vivir: no se sabe bien dónde una cosa empieza y otra termina.

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

Tecnologías del yo

por Daniel Link para Perfil

Es notable el escaso impacto que la noción de “tecnologías del yo”, acuñada por Michel Foucault, ha tenido entre las disciplinas asociadas con la puericultura y más en general con la infancia. Por supuesto, ese desdén se explica porque esa noción denuncia los obstaculos que las disciplinas (medicina, pedagogía, religión) ponen a la emancipación del self. Las tecnologías del yo “permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad”.

Es verdad que Foucault no analiza sistemáticamente la infancia, pero su teoría da por supuesto que el proceso de formación del self está ya capturado desde el comienzo por las disciplinas: “el poder de los hombres sobre las mujeres, de los adultos sobre los niños, de una clase sobre otra, o de una burocracia sobre una población— supone cierta forma de racionalidad, y no de violencia instrumental”.

Hoy vivimos una etapa de transformación radical de las tecnologías del yo porque prácticamente no hay vida que no esté puesta al servicio del registro (fotográfico y videográfico). Una vida sin registro, parecería, es una vida que no merece ser vivida. La realidad ha sido reemplazada por el reality, con sus imperativos sobre el yo.

Véase este pequeño drama del último episodio del reality de mi nieta de cuatro años (que me mandaron ayer). Ella está guardando un trípode y un control remoto en una bolsita de terciopelo negro y dice: “No me agarra el wifi tan rápido”. Su padre le pregunta, esperando desestabilizar el hilo de su pensamiento: “¿Y para qué querés agarrar el wifi?”. Mi nieta (de cuatro años) le contesta: “Para que la música sone”.

El padre, y nosotros con él, dice sencillamente “Ahá”.


sábado, 15 de mayo de 2021

Bésame mucho

Por Daniel Link para Perfil

En enero de 2010 se estrenó el episodio “Moon Landing” de la primera temporada de Modern family. Allí Alex, la hija del medio, pregunta en un momento: “¿Qué es Jägermeister?”. Su padre le contesta: “Uhm, viste cómo en los cuentos de hadas siempre hay una poción que hace que la princesa se duerma y entonces el muchacho empieza a besarla? Es más o menos como eso, excepto que no te despertás en un castillo, sino en una fraternidad, y con una mala reputación”.

Más de diez años después, la ocurrencia de unos guionistas memorables volvió con toda su fuerza, ahora de la mano de militantes feministas que reclaman la suspensión del beso a Blancanieves en Disney World porque entienden, con razón, que un beso a una chica narcotizada no es un comportamiento a ofrecer como modelo.

Del mismo modo habría que objetar que un lobo disfrazado de anciana espere en la cama a la niña inocente para susurrarle al oído “para comerte mejor” o que dos hermanos desesperados arrojen al horno encendido a la anciana que les brindó su hospitalidad.

Los cuentos de hadas abundan en peripecias más o menos espeluznantes y en general se entiende que canalizaban los terrores de épocas pretéritas. No sé si es posible convencer a las infancias actuales de que conserven la distancia filológica necesaria para entender esos relatos.

Pero incluso más inquietantes que esos episodios de velada sexualidad (naturalmente, héteropatriarcal por dónde se la mire) son directamente los personajes principescos como modelos a adoptar.

Una vez le compré a mi nieta un juego de piezas de madera con dibujos, que se encastran aleatoriamente para formar una historia. Había una princesa, una especie ausente de su repertorio de lecturas. Juntos inventamos el cuento de que, desde la torre, veía pasar al niño campesino triste y que, para aliviar su pena, le exigía al rey la reforma agraria y, de paso, la abolición de los títulos nobiliarios.

sábado, 17 de octubre de 2020

Plan de fiesta

Por Daniel Link para Perfil

¡Hoy es día de fiesta y, literalmente, tiramos la casa por la ventana! Mi nieta Juana cumple tres años y aunque el último le tocó casi íntegro bajo el reinado del siniestro Gran Kan del encierro indefinido (lo que le ha dejado cicatrices caracterológicas que difícilmente se podrán corregir) hemos decidido festejar la circunstancia al aire libre: sacamos todas las mesas para que el número de diez participantes del festejo puedan acomodarse con la debida distancia social según los grupos familiares que integran.

A mi madre le armamos una burbuja plástica dentro de la galería, para que participe con la seguridad de que el Mal quede fuera de su alcance.

Han sido días de intensos preparativos. Dispusimos para los tres niños que serán en la fiesta una cama elástica a la que sólo podrán entrar acompañados siempre del mismo adulto, debidamente alcoholizado. Para las mesas hubo que encargar manteles nuevos de hule, cuyos diseños se sometieron a un comité estético. Aparentemente alguno debía combinar con la torta de Tainá.

La piñata recayó en mí. Demasiada violencia hay en el mundo para enseñarle a mi nieta a cagar a palos a un unicornio con el objetivo de que vomite premios. Por fortuna las hay reciclables, que se abren tirando de un hilo (nada fáciles de conseguir en pandemia). Y, por supuesto, tratándose de hijes de la new age terzamilenaria, nadie come caramelos ni chocolatinas. Sólo podemos rellenar la piñata con frutos secos, crayones y bocaditos de brócoli.

Independientemente de la torta encargada (con una ecologista brasileña indoamericana en su diseño) yo preparé mi budín de calabaza y una carrot cake (con azúcar de coco para disminuir el índice glucémico), sensiblementes magros en harinas transgénicas (ese otro veneno) y galones de limonada con jengibre y menta (endulzada con stevia).

Sé que en algún lado éste es un día peronista, pero no claudicaremos ante el tóxico choripan.

jueves, 16 de abril de 2020

sábado, 3 de agosto de 2019

La caja boba y vil

Por Daniel Link para Perfil

Mi nieta gusta de la lectura y sabe distinguir entre libros y revistas. “Mejor libro”, dice. Y sí. Ningún fetichismo libresco, pero al menos el libro ha sido elegido y se sabe lo que contiene. Con las revistas y la televisión, en cambio, todo es territorio hostil.
La última tarde que me tocó cuidarla nos dejaron sin llave así que no pudimos salir a pasear. Me dijo “poco tele” y accedí a su pedido.
Usa la cuenta “Niños” de Netflix y allí nos zambullimos después de que ella se negara a ver la serie de animales con la que yo intentaba disuadirla de su anonadamiento en dibujos animados mediocres, sin sentido o con un sentido siniestro. Es que Nuestro planeta es bastante riguroso en la presentación del mundo natural y mi nieta ya ha desarrollado una vulgar predilección por los grandes mamíferos, especialmente los terrestres: le encantan los tigres, los elefantes, los ciervos (a los que llama “Bambi”, para mi indignación), los osos (polares, panda), las jirafas. Los insectos, batracios y la mayoría de los pájaros y peces la dejan cruelmente indiferente (yo ya le he dicho que toda vida merece idéntico respecto, pero no hay forma de torcer su gusto inducido a fuerza de peluches).
Tanto insisitió con Daniel, el tigre que lo sintonicé. Estaba en la mitad de un capítulo. Los dibujos son horribles, pero lo peor es la educación que brindan. Daniel tiene un amigo príncipe. Sus padres usan, naturalmente, corona. Detuve la reproducción y le expliqué a mi nieta que lo que estaba viendo eran un viejo disfrazado y una drag queen. Que todo el mundo tiene derecho a disfrazarse de lo que quiera pero no a ejercer soberanía subjetiva sobre los demás. “Soberanía”, repitió.
El capítulo era sobre el miedo. Y lo que enseñaban esos estupefacientes personajes era a reprimirlo. “Piensa en algo que te haga feliz, cuando tengas miedo”. Le dije a mi nieta: “No, el miedo es una pasión y, como tal, hay que atravesarla”. Hay que entregarse al miedo, sabiendo que va a pasar. Ir hasta el final del propio terror. “Daniel”, dijo ella. El capítulo siguiente marchacaba con “Recoger, limpiar y guardar / limpiar todos los días”.
Le mandé un whatsapp a mi hija quejándome de la selección. Me recomendó que cambiara por Peppa Pig. Peppa estaba en ese momento en un barco con su abuelo, que le decía que debía obedecerle en todo momento.
Simulé que el televisor había perdido potencia y nos fuimos a leer libritos.


jueves, 25 de abril de 2019

Corazón partio




lunes, 12 de noviembre de 2018

¿Te digo más?



jueves, 12 de julio de 2018

Yo te explico lo que es la actitud....




lunes, 19 de febrero de 2018