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sábado, 21 de enero de 2012

EL DESAFÍO DE LAS ÁGUILAS (WHERE EAGLES DARE)



SINOPSIS. Sur de Alemania, finales del año 1943. Un grupo de élite integrado por cinco agentes británicos recibe la encomienda de la difícil misión de rescatar a un general capturado y retenido por los alemanes en una fortaleza de Baviera (el castillo de Schloss Adler) y que es portador de importante información sobre la invasión de Europa. El comando está a las órdenes del Mayor Smith (Richard Burton) y el teniente americano Morris Schaffer (Clint Eastwood). Pero todo resulta fruto de un plan de mayor calado dado que el general prisionero de los alemanes no es más que  un impostor y toda la maniobra tiene por objeto desenmascarar a un agente doble infiltrado entre los Aliados. No tardarán en darse cuenta de que está más cerca de lo que creen, lo que reporta mayores dificultades en su cometido.


LO MEJOR DE LA PELICULA. El catálogo buenos ingredientes que obran en “El desafío de las águilas” es extenso y pueden advertirse su notabilísimo reparto (además de los protagonistas pueden verse a unas espléndidas Ingrid Pitt o Mary Ure, así como unos papeles secundarios destacados), una ambientación exterior impresionante con soberbios parajes alpinos o una dotación técnica y armamentística de libro. El director, Bryan G. Hutton, no escatimó medios, lo cual es, asimismo, plausible. No obstante todo lo anterior, no puede pasarse por un comentario de esta película sin hacer una merecida mención y rendir un debido tributo a su reputada banda sonora, obra de Ron Goodwin, que imprime un plus de tensión en la película y adereza mayor expresividad a las escenas que acompaña y que, además, quizás por esa misma razón de base, ha constituido uno de los elementos que más ha trascendido del film con el paso del tiempo, aun por encima de aquel. Escenas como el enfrentamiento de miradas entre el general de la Wehrmacht y el oficial von Hapen, de la Gestapo, tampoco tienen pérdida.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Quizás por influencia del guionista, Alister Mac Lean, popular autor de novelas de acción por aquel entonces, la película peca de fantasiosa e inverosímil en demasiadas escenas, lo que constituye una rémora en cuanto al buen semblante general de “El desafío de las águilas”. Los ejemplos susceptibles de traer a colación son múltiples pero bástese citar, a este respecto, la escena en la que el teniente Schaffer mantiene a raya a todo un regimiento alemán en un pasillo de la fortaleza con apenas dos subfusiles, los cuales dispara cada uno con una mano, cerrando los ojos y con plenitud de acierto en cuanto a sus objetivos, además de, al tiempo, evacuar las granadas que le lanzan e inutilizar una ametralladora que los alemanes emplazan en el lugar de ataque. Unas escenas a lo “Rambo” unidas a una congénita torpeza, inutilidad y nula puntería de unos alemanes que mueren por decenas. Amén del prototipismo propio de la época, supone un pequeño resbalón en una gran película, pero se hace notar.


COMPARACIÓN. En una época donde las producciones de acción con misiones y aventuras tras las líneas enemigas dominaban el cine bélico, los parecidos que “El desafío de las águilas” puede evocar son cuantiosos. Desde películas anteriores como “Los cañones de Navarone”, basada por cierto en una novela del mismo guionista, hasta otras posteriores como la genial “Los violentos de Kelly” las comparaciones temáticas son innumerables desde el mismo momento en que, mutando todo lo que a la trama se refiere, la organización estructural de todas ellas es idéntica. Sin embargo, tras años de explotación de producciones de tal calibre, con estrepitosas caídas en el género, una película retomó ese hilo argumental para alcanzar el éxito mundial: "Salvar alsoldado Ryan". Y es que salvando la distancia del tiempo y, por ende, de los medios, casi puede afirmarse que estamos ante una película, la de Spielberg, heredera de otra, la de Hutton.

HISTORIA. Sin ningún género de dudas fue la Segunda Guerra Mundial el período histórico en el que proliferaría con mayor notoriedad la actividad de los comandos de asalto y grupos de élite, como el que vemos en la película. El hecho de recibir preparación específica, además de tratarse de gente que había pasado por un proceso de selección personal en muchas de las ocasiones, les confería las habilidades precisas para acometer las difíciles misiones que tenían por encomienda. Y aunque la existencia de estos grupos de élite se haya constado ya en la Gran Guerra, generalmente con la misión de acabar con los nidos de ametralladoras, y a pesar de que su especialización de los mismos se ha incrementado con el paso del tiempo, fue en los años de la Segunda Guerra Mundial donde sus grandes gestas pusieron de manifiesto la importancia para un ejército de contar, no sólo con fuerzas regulares, sino la imperiosa necesidad de dotarse de personas capaces de alcanzar objetivos muy concretos.

Son múltiples las operaciones de este calibre llevadas a cabo a lo largo de la contienda aunque ninguna de ellas tuvo lugar en el castillo de Schloss Adler (“castillo del águila” en alemán, lo cual evoca rápidamente el título del film ahora comentado). Sí fueron efectivamente llevadas a cabo misiones en la retaguardia de las líneas enemigas en todos los frentes y con diversa suerte en su éxito. Muchas de ellas, abocadas al fracaso, no han hallado su reflejo en la historia. Tomaremos, pues, dos ejemplos con resultados bien distintos.


Una primera, cuyo resultado no ha trascendido como debiera es el asalto al campo de prisioneros alemán de Hammelburg, operación dirigida personalmente por el siempre controvertido general George S. Patton llevada a cabo mediado marzo de 1945. Los problemas de la referida misión eran de raíz: desviar un destacamento de fuerzas para un objetivo secundario cuando todos y cada uno de los efectivos era preciso en un momento crucial y, sobre todo, a la luz del agotamiento general era poco menos que una locura militar. Además, el campo no sólo se hallaba tras la línea de defensa alemana (línea defensiva conocida como línea Sigfrido) y más allá del río Rhin, sino que dicha zona de avance estaba fuera de la competencia territorial del ejército de Patton, circunstancia de la que este fue advertido por su superior, el general mayor Eddy, quien tachó siquiera la concepción del plan como absurda. No obstante, la persistencia de Patton dio los frutos deseados. El problema de dicha operación fue la improvisación ya que, comenzada esta con el capitán Baum (uno de los oficiales favoritos de Patton) al frente de dos compañías, el progreso era lento dado que habían salido de sus líneas sin apenas mapas y la dirección de su avance se guiaba básicamente por las indicaciones de las gentes de los pueblos, no siempre fiables. Además, habían iniciado la misión sin saber la fuerza exacta de cuerpos alemanes presentes en aquel sector, lo que les ocasionó múltiples bajas, aunque por el camino destruyeron una serie de vehículos alemanes cargados en un tren. De noche, dada la desorientación que padecían, tenían que avanzar con luz artificial, lo que los convertía en blanco fácil para los alemanes. Lo más esperpéntico resultó ser la llegada al campo de Hammelburg dado que una de las compañías alcanzó dicho lugar y procediendo a la liberación de aquel campo. El problema es que el número de oficiales prisioneros de diversos ejércitos, sobre todo serbios, excedían los cálculos de Patton por lo que de de los 300 tuvieron que llevarse 200 con ellos y el resto enviarlos a pie a su suerte. La desgracia para los soldados liberados y para los oficiales enviados andando fue que la otra compañía americana, al ver una columna de hombres vestidos de gris (uniforme serbio) los tomó por alemanes, y decenas de ellos perecieron allí mismo. El regreso fue toda una odisea para las fuerzas de Baum, quien fue herido y hecho prisionero por los alemanes, perdiendo las dos compañías prácticamente a todos sus hombres. Lo malo para Patton fue que se descubrió que la verdadera motivación para el asalto al campo de Hammelburg había sido que allí se hallaba prisionero su yerno, marido de su hija Beatrice, el teniente John K. Waters. El enfado de Eisenhower fue de órdago.


Una de las más sobresalientes misiones tras las líneas enemigas fue la llevada a cabo por las fuerzas alemanas el 10 de mayo de 1940: el asalto al fuerte belga de Eben Emael. Situado en un punto clave para el ataque alemán sobre las fuerzas francesas e inglesas esta fortín bloqueaba el lugar de avance de las fuerzas terrestres alemanas puesto que sus cañones de gran calibre y sus 1.200 hombres que integraban su guarnición parecían erigirla en un punto inespugnable. A ello se sumaban los numerosos canales y el río Meuse, un muro de cuatro metros con zanjas antitanque y alambradas (dirigidas a nidos de ametralladoras) por todos los flancos. La fortaleza contaba con 64 puntos fuertes y cada uno alojaba gran variedad de piezas de artillería, ametralladoras, así como antiaéreos y contracarros. Estos puntos fuertes estaban protegidos por pesadas cúpulas de acero, con la idea de proteger sus piezas de los bombardeos y de la artillería, además de acompañarse de campos de minas. El problema esencial residía en el hecho de que dicha fortaleza y su arsenal podían suponer un incordio en el avance alemán sobre Francia. La inexpugnable "guerra relámpago" o Blitzkrieg se hallaba ante una encrucijada: superar dicho punto era providencial para futuras maniobras; sin embargo, la base estratégica de dicho sistema se veía obligada, como lo haría muchas veces a los largo de la contienda, a una adaptación de orden táctico. El encargado de planificar el asalto a la fortaleza fue el general de División Kurt Student, hombre estudioso e imaginativo. Dado que no era posible acometer el fuerte ni por tierra ni mediante ataques aéreos estableció un ataque en dos bandadas con notable éxito. Un sector de la 7ª División Aerotransportada, llamado “Grupo de asalto Granito” (Granite), dirigido por el sargento Helmut Wenzel y por el teniente Witzing, aterrizaría de madrugada sobre el fuerte, descendiendo sobre él en los planeadores DFS 230, con el objetivo de anular sus cañones y defensas, cometido que llevaron a cabo con gran éxito gracias a la rápida labor de los zapadores paracaidistas y a la buena preparación para el combate del resto de los integrantes que solventaron las escaramuzas con las fuerzas belgas sin apenas dificultades. Un segundo grupo, el 51 Batallón de ingenieros paracaidistas, estos llegando por medio de botes neumáticos a través de los canales, remataría la labor de los primeros. Se había llevado a cabo la primera operación aerotransportada a gran escala de la Historia.


Indudablemente, se trata sólo de dos ejemplos pero que ponen de manifiesto como en la Segunda Guerra Mundial se innovó el arte de la guerra, punto del que el cine bélico se ha beneficiado y que, a la postre, demuestran el porqué del éxito cinematográfico de las producciones ambientadas en esta época, sobre todo en aquellos años. Es por esta razón que, a veces de modo persistente en exceso, se suplica en pro del buen hacer en estas cuestiones por oposición a la industria de la lastimería fácil que tanto desluce al cine de ambientación bélica y con la que se hace un flaco favor a este.


APARTADO TÉCNICO. Lo que no puede negársele en modo alguno al señor Hutton es el mérito de que bien que el período de producción de “El desafío de las águilas” fue más bien breve consiguió un semblante técnico digno de las mejores películas. Pero, en este punto, su equipo de producción, aun vertiendo en el film varios vehículos Kubelwagen, camiones Opel Blitz, aviones de combate, alguna Luger, vehículos de época o un par de ametralladores MG-42, consideró el estructurar la dotación armamentística entorno a tres elementos. El primero de ellos, el subfusil Schemeisser alemán, quizá con una superabundancia que resulta aberrante, aun a pesar del Sten Mark I que porta el Coronel Turner en una de las escenas finales. El segundo, el avión de transporte, también alemán, el Junkers JU-52, alquilado ex professo a la Fuerza Aérea Suiza (se deduce por su identificación lateral). Y, finalmente, un helicóptero cuya presencia resulta un tanto pretenciosa y anticipada porque, si bien dicho aparato ya resultaba operativo en aquel entonces, resulta difícilmente creíble que la Luftwaffe, en plena crisis de producción de aviones y perdido el dominio aéreo, pusiese a disposición de sus fuerzas algún helicóptero. Las indumentarias, por momentos anárquicas en su presencia, aportan un mayor sustento al apartado técnico dada su corrección, señaladamente los uniformes de las divisiones Gebirgsjager, divisiones alpinas, con su característica seña del la flor Edelweiss.


ERRORES. Haciendo caso omiso de las referencias técnicas y sus superficiales deficiencias (así, algún fusil Mauser K-98 entre los MP-40 daría una mayor prestancia técnica), la mayoría de los errores presentes en la cinta constituyen errores de lógica, muchos de ellos introducidos so pretexto de catalizar el argumento, pero que no dejan de erigirse en incongruencias que hacen que el resultado de la trama no sea del todo pulido. Así por ejemplo puede referirse la escena en la que Smith afirma ser hermano del mismo Heinrich Himmler (Comandante en Jefe de las SS), cuando los parientes de éste eran sobradamente conocidos por los alemanes y Smith portaba un uniforme de la Wehrmacht, no de las SS; no obstante, el soldado se traga tan burda historia. Otro buen ejemplo en esta sede es el momento en el que Smith y Schaffer se asombran por los intensos controles de entrada a la estación del teleférico que conduce al castillo y que, sin embargo, consiguen eludir con una estúpida conversación. Adolece también de errores de planteamiento dado que no se justifica en modo alguno el porqué no bombardear el castillo, sobre todo teniendo en cuenta para lo que se enviaba al grupo de asalto al mismo.


LA FRASE. “El hombre capturado, el general Carnaby, es un americano. Si acabáramos con él, el general Eisenhower abriría un segundo frente contra nosotros, no contra los alemanes. Es preciso guardar cierta delicadeza con nuestros aliados” (Almirante Roland). Aunque no es una sentencia magistral, ni mucho menos la mejor que nos deja esta cinta, sí nos pone en bandeja una perfecta sinopsis del film expresada en boca de uno de los personajes. Por otro lado, sí son dignos de destacar varios diálogos y escenas, de la que me permito destacar el saludo nazi a un guarda alemán del personaje de Eastwood alzando el brazo y soltando un seco “¡Qué hay!” en lugar del debido “Sieg Heil!”. Soberbio.


PARA QUIEN. Cine bélico clásico, del bueno, de calidad y por tanto de recomendado visionado para todos los públicos y obligatorio para los catadores de cine bélico. No obstante en un plano didáctico resulta poco productiva, toda vez que su argumento es puramente literario y no se ampara en ninguna batalla ni acontecimiento concreto. Pese a ello merece la pena para quien, como el autor de estas líneas, disfrute con un despliegue armamentístico meridianamente aceptable al margen de la trama.


VALORACIÓN. Los errores pesan pero, teniendo en cuenta los medios de que se disponía por el año 1968 y el público para el que se hacían esta suerte de filmes, el espectador ha de obligarse a si mismo a disculparlos y reconocer en películas como esta un monumento al cine bélico de categoría. Sobre todo porque, además de las congénitas dificultades técnicas, la producción también tuvo sus propios y curiosos entramados problemáticos: el papel de Schaffer estaba designado para Lee Marvin (“Doce del patíbulo”) ante cuya negativa hubo de requerirse a un joven y aun bastante desconocido Clint Eastwood el cual solicitó, a su vez, un plus salarial por tener que aparecer en segundo lugar en los créditos. Quebraderos de cabeza en la producción y curiosidades aparte, no cabe duda que aunque el tiempo produzca desgaste en películas de este calibre ello no es obstáculo para defender la más plena vigencia de “El desafío de las águilas” frente a muchas de las más recientes producciones.

domingo, 27 de noviembre de 2011

ESCUADRÓN 332 (THE TUSKEGEE AIRMEN)



SINOPSIS. 1943. La Segunda Guerra Mundial llega a un año clave en el frente africano y occidental. Los Aliados precisan un impulso en sus ofensivas, lo que les lleva requerir de todo su potencial en material y personas. Es en este último punto que, para mantener la fuerza de sus ofensivas, reclutan a hombres de sectores tradicionalmente vetados a sus Fuerzas Armadas. Por ello, ya desde 1942, en el campo de aviación de Tuskegee comienza su entrenamiento un grupo de hombres de color, los primeros pilotos de color de las Fuerzas Aéreas Americanas (USAAF), entre los que destaca el soldado Lee (Lawrence Fishburne). Es, en suma, la vida de unos hombres que se incorporan al Ejército para luchar contra sus enemigos pero también para combatir los prejuicios convencionales, precisamente en el bando que luchaba, en teoría, por la libertad y la igualdad; pero no todos resisten la presión.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. “Escuadrón 332” es una película cuyo contenido basta para colmar sobradamente los  requisitos de la suficiencia en los aspectos esenciales de una película decente. Sin embargo, de ahí a que podamos hablar de una gran película media un buen trecho. Pero lo que si es debido es reconocer las virtudes de esta producción, punto en el que destaca el esfuerzo realizado en cuanto a medios técnicos, escenografía y ambientación que, aun considerando sus errores, logra pasar dignamente para el espectador medio para convertirse en algo más que una película de domingo por la tarde. Si se entra en otro tipo de disquisiciones o en un análisis más riguroso quizá no dé la talla, pero pese a eso habría que persistir en aquel reconocimiento.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Es debido indicar que el hecho de que la mano de la productora HBO esté detrás de esta película no lo consigue todo. La factura general se empapa del cariz propio de las películas en las que aquella interviene, pero la tara más considerable está en la trama. La perspectiva del reconocimiento a los soldados de color en el ejército americano, y los pilotos en particular, es un justo tributo y, a la par, un afirmación de las dificultades internas con las que por su condición se les afligía. El problema surge cuando ese tributo que se les rinde empieza a degenerar , y sin mucha creatividad, en una suerte de endiosamiento de estos hombres, especialmente el teniente Lee, lo cual hace que la verosimilitud de la película empiece a difuminarse. Los dilemas internos de tono elevado, el tono de superioridad del que se impregnan y su prácticamente nula infalibilidad potencian esa deificación que distancia a los personajes de la realidad que reflejan. Tanto es así que el tema principal, la causa de su lucha por la igualdad en el seno del ejército, pasa a un segundo plano a favor del tan repetitivo heroísmo patrio empapado de prototipismos y arquetipos.


COMPARACIÓN. Hay que decir que los hombres de Tuskegee no tenían hasta la salida a escena de “Escuadrón 332” ninguna película íntegramente dedicada a ellos como homenaje en el cine, punto en el que esta película supone una novedad cinematográfica. Es cierto que aparecen ocasionalmente en otras películas como en “La guerra de Hart”, en la que se muestran los mismos dilemas desde la perspectiva de los campos de prisioneros. Hay destacar aquí que, presumiblemente a comienzos de 2012, saldrá al mercado la moderna versión de la aquí comentada, con el título “Red Tails”, en alusión al signo distintivo de esta fuerza aérea. A la luz del trailer, las impresiones a nivel técnico parecen buenas, si bien con el mismo aspecto patriotero. Veremos qué nos depara.


HISTORIA. Obviamente, “Escuadrón 332” es una recreación de las vivencias de este grupo de pilotos que, además de con el enemigo, tuvieron que luchar contra las constantes trabas que sus compañeros les ponían.

En términos históricos resulta evidente que los miramientos hacia los soldados de color, y no sólo negros, han sido una constante en el ejército americano, tan amigo de enarbolar la bandera de la tolerancia. De hecho, el proyecto de su ingreso, tal y como refleja la cinta, venía constituyendo un experimento: el experimento Tuskegee, dirigido por el Coronel Benjamin O. Davis Jr. En marzo de 1942 se integró la primera tropa de pilotos negros, el 99º Escuadrón de combate, destinado al frente africano. El número iba aumentando con el tiempo y a finales de ese año varios escuadrones fueron fusionados en el Grupo de Combate 332. Sin embargo, ya sumidos en plena contienda, la desconfianza generada por su condición les relegó a funciones secundarias atacando bases de abastecimiento o nudos ferroviarios mediante ataques en superficie. Pasaría un tiempo hasta que pudiesen verse las caras con pilotos de la Luftwaffe alemana. Una vez lograron acceder a los combates con pilotos alemanes se les destinó a funciones de escolta de los bombarderos B-17, ganándose la fama por el hecho de que ningún bombardero escoltado por ellos hubiese sido derribado. Los alemanes los denominaron “Pájaros negros de cola roja”.


Sin embargo, los resultados arrojados por sus estadísticas (como su pseudo-imbatibilidad o su destreza en el combate) precisan ser pasados por el tamiz de la realidad de las circunstancias. Aun siendo cierto, hay que tener presente que le grueso de los aviones del 332 fue destinado a los frentes menos relevantes en términos tácticos y allí donde la Luftwaffe carecía apenas de efectivos. Así, por ejemplo, fueron destinados a Italia, donde el mariscal Pietro Badoglio buscaba la rendición de los italianos ante los Aliados, los alemanes se hallaban en pleno repliegue (aun a pesar de las reticencias de Kesselring) y las fuerzas aéreas del Eje no tenían apenas efectivos. Nunca llegaron a combatir en los puntos de combate más duros ni se enfrentaron a los ases de la Luftwaffe como Erich Hartmann o Gerhard Barkhorn.


En esta cinta se rinde un homenaje al mítico P-51 Mustang que destacó en los años finales de la guerra y del que, como no podía ser menos, también dispusieron los “Pájaros negros de cola roja”. Sin embargo, es un tributo más acogido al convencionalismo que a la realidad dado que el Mustang, siendo uno de los mejores aviones de la contienda, carece del aspecto mítico de haber combatido desde el inicio de la contienda y en batallas decisivas como habían hecho otros contemporáneos suyos como el Supermarine Spitfire, el Hawker Hurricane, el Thunderbolt P-47 o el Messerschmitt Me-109.


APARTADO TÉCNICO. Sin duda alguna, el valuarte técnico de “Escuadrón 332” viene constituido por la aparición en escena del Mustang P-51, punto en el que esta película supone una buena oportunidad para su contemplación. A este lo acompañan los biplanos de entrenamiento así como un avión de entrenamiento AT-6 y unos cuantos bombarderos B-17. Por lo demás, algo que provoca cierta desazón es la notoria ausencia de elementos técnicos del bando alemán, lo cual daría un empuje considerable a la trama en cuanto a verosimilitud y apego a la realidad. Resulta destacable, si bien es disculpable dado el contenido de la película, la ausencia de elementos de combate de tierra, muy limitados y con circunstanciales apariciones. Son sobresalientes las escenas en las que puede verse desde la cabina del piloto la fila roja de balas trazadoras.


ERRORES. Es sorprendente que, tratándose de una producción de la HBO, en este punto existan errores e incongruencias a raudales. Nadie está libre de pecado, pero el hecho es que sorprende.

El primero y más evidente es el uso, y abuso, en lo que toca a la presencia del Mustang P-51, cuya ubicación en el frente africano y, lo que es peor, en los años 1942-1943 es absolutamente errónea. Su uso generalizado no se produciría hasta el año 1944 (últimos días de 1943, a lo sumo) en labores de escolta de la diezmada 8ª Fuerza Aérea. En este sentido, en lo que toca al film, sería mucho más acertada la presencia del Thunderbolt P-47, sin que la película perdiese espectacularidad por ello.

Otro error fácilmente perceptible reside en las imágenes de los cazas americanos pilotados por los pilotos negros atacando los puntos neurálgicos del Eje en el norte de África. Sin dificultad alguna pueden verse los paisajes de árboles y vegetación que nos indican que probablemente se trata no del norte de África, sino de los ataques sobre Normandía.

Pueden notarse serias incongruencias, como el hecho de que en las explicaciones teóricas en ningún momento los novatos pilotos plantean alguna suerte de duda, toda vez que lo más habitual en esas sesiones, de no ser explicado, eran las cuestiones sobre cómo afrontar a los aviones enemigos según el modelo.

Mayor atención requieren los siguientes errores. Así, a su llegada al campo de Tuskegee, vemos como uno de los pilotos negros inicia la lectura de “Stick and Ridder”, libro de Wolfgang Langewiesche que constituye uno de los manuales de referencia históricos en cuando a monoplanos y aviones de ala fija. El problema es que este libro fue escrito y publicado en 1944, dos años más tarde del tiempo en que se ubica en la trama.


En lo que toca a los aeroplanos, se incurre insistentemente en el error de poner en combate al Mustang con bombas en las alas; no supone un error tanto el hecho de que las portasen sino desde el momento en que combaten con los cazas alemanes portándolas, lo que supone una pérdida de sus mayores ventajas comparativas: la velocidad y capacidad de maniobra. Además, por momentos aparecen con dichas bombas en ciertas escenas para, en la siguiente toma, aparecer sin rastro de ellas.

Además, a lo largo de la película destruyen en cuatro ocasiones al mismo Messerschmitt Me-109, el cual, además, no lleva el número de identificación de su escuadrilla. También, en un arreglo de una escena histórica e inverosímil, se puede ver cómo el teniente Lee acomete con su Mustang a un crucero alemán disparando con las ametralladoras del aquel, escena tras la cual el barco estalla.

LA FRASE. “Su privilegio será vivir en el aire y morir en el fuego”. (Coronel B. Davis). Esta sentencia, que da curso al inicio de su formación, constituirá la fuente de motivación de los pilotos a lo largo de la película, tanto para combatir al enemigo como a las circunstancias que a ellos mismos les afligen. En otro orden de cosas, no tienen pérdida alguna de las frases que sus compañeros les dedican: “Este no es su país. Su país está lleno de monos, de gorilas, de malaria y de misioneras. (…) No hay gorilas en Harlem”.


PARA QUIEN. Como se ha mencionado más arriba, para los fans del Mustang P-51, aunque sea fuera de sus circunstancias históricas reales, es una película que brinda muy buenas imágenes de este señero aeroplano. Por lo demás, en lo estrictamente histórico, resulta aceptable para conocer algo la historia de los hombres de Tuskegee pero, teniendo presente y quedando supeditada, a lo que ofrezca el análisis de “Red Tails” que, de buenas a primeras, promete (aunque en el mismo trailer se advierten errores).


VALORACIÓN. No cabe duda de que se trata de una película de impronta novedosa en cuanto a la temática, pero prototípica y hagiográfica en el desarrollo, circunstancia que provoca que la trama vaya perdiendo fuelle y que el interés se centre más en la espera de combates aéreos que en la propia lucha y reivindicación de los pilotos negros. Sin embargo, la película tiene buenas escenas en las que, insisto, la mano de HBO es perceptible, razón por la que “Escuadrón 332” no desmerece un visionado.

martes, 12 de abril de 2011

BANDERAS DE NUESTROS PADRES (FLAGS OF OUR FATHERS)


SINOPSIS. “Banderas de nuestros padres” es la historia de tres soldados, “Doc” Bradley (Ryan Phillippe), René Gagnon (Jesse Bradford) y e Ira Hayes (Adam Beach), quienes se ven embarcados en plena Guerra del Pacífico, en la terrible Batalla de Iwo Jima contra los japoneses, de la que van a ser protagonistas casi sin quererlo. “Banderas de nuestros padres” es la historia de una foto, una foto convertida en ardid de la propaganda para la financiación de la guerra. “Banderas de nuestros padres” es la historia de aquellos Marines que sufren, antes, durante y después, lo peor de la guerra y lo más tedioso de la fama a la que una casual instantánea les otorga.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Los aspectos de la película que tienen cabida en este punto son diversos. No obstante hay que destacar la “mano” cinematográfica de Eastwood y su saber hacer, más aun cuando se trata de cine bélico. Es cierto que se trata de un film superado abiertamente por su “gemela” “Cartas desde Iwo Jima”, pero no por ello deja de ser digna de mención esa mezcla de sentimentalismo, trama psicológica y un atrevimiento técnico insólito. Eastwood logra reflejar el aspecto más interno del Marine cuyo dolor, sufrimiento y desventura en el duro camino de la guerra nos muestra de una forma muy cruda. Y todo esto sin hacer desmerecer los espectaculares combates entre americanos y japoneses, de los que podemos ver desde grandiosas escenas con tomas aéreas del avance de cientos de soldados hasta el detalle de la tensión constante y el miedo que aflige al soldado combatiente en Iwo Jima.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Si cabe mencionar algún punto sobre este particular, ese es el exceso de ambición temático del que Eastwood peca en “Banderas de nuestros padres”. El hecho de intentar tomar como triple punto de arrancada, la contienda strictu sensu con todas las circunstancias históricas, la impronta psicológica del desgaste del soldado y la visión de todo ello desde el presente, conlleva la lógica consecuencia de que no se detiene lo suficiente en ninguno de los aspectos, al menos en la medida requerida para que el espectador pueda degustar lo bastante alguno de ellos.


COMPARACIÓN. Realmente se trata de una película que bebe de muchas fuentes pero que, del mismo modo, innova de una u otra manera los aspectos que de otras películas trae. La comparación más evidente es la que hace referencia a su “gemela” japonesa “Cartas desde Iwo Jima”, si bien no puede negarse el superior nivel de esta última tanto en el fondo temático y el modo en que se traduce al metraje cuanto en los aspectos formales y técnicos en los que, no siendo tan acusada la diferencia cualitativa, si es notoria la distancia que existe entre ambas a la hora de darles coherencia. Es precisamente “Cartas desde Iwo-Jima” la que completa la visión cinematográfica que “Banderas de nuestros padres” da de la contienda en aquella isla. Eastwood toma ciertas escenas de “Salvar al soldado Ryan”, extremo más que evidente en las escenas del desembarco, pero que en gran Clint consigue exprimir hasta su última gota creativa al aderezarlas con constantes salpicaduras de arena en la pantalla, tomas subjetivas de los aviones disparando, escenas en las que la cámara sigue al soldado que avanza e imágenes similares que introducen, como casi nunca se hizo en el cine, al espectador en primera línea de batalla. A modo de comparación son dignas de mención en este inciso películas como “El ataque duró siete días”, por el reflejo del desgaste psicológico del soldado, o también el episodio dedicado a esta batalla de “The Pacific”.


HISTORIA. Más allá del aspecto cuasi-anecdótico de la fotografía de Joe Rosenthal, la Batalla de Iwo-Jima supuso un cambio definitivo en el rumbo de la guerra, tanto en términos estratégicos como en términos coyunturales.


En lo estratégico, para 1945, la importancia de la isla, pese a carecer de agua potable y tener una superficie repleta de azufre (Iwo Jima significa precisamente eso, “isla de azufre”), residía en el hecho de que por su ubicación se encontraba en la mitad del trayecto de los bombarderos B-29 hacia las ciudades de Japón, y la estación de radar permitía su señalización y consecuente interceptación por los cazas japoneses y bases antiaéreas, toda vez que las fuerzas niponas se hallaban en clara postura defensiva tras su lento pero inexorable declive en el Pacífico. Así pues, con Iwo-Jima perturbando la actividad de los bombarderos americanos y dado que los cazas de escolta no tenían rango operacional suficiente, las fuerzas americanas centraron sus fuerzas en el ataque a Iwo-Jima. El general Holland Smith dispuso de unas fuerzas de entre 250.000 y 300.000 hombres y 500 barcos de diversos tipos para acometer su ofensiva. Antes del inicio de ésta se produjo un bombardeo incesante dela isla.

Por su parte, los japoneses, amparados en la leal y tenaz idea de mantener la resistencia como medio de buscar la paz con los americanos y bajo la condición de saber que estaban ya luchando en terreno patrio, dispusieron de aproximadamente 25.000 hombres bien preparados y con un nudo defensivo de túneles, trincheras y nidos ocultos, con cañones, tanques ligeros, morteros, ametralladoras y tiradores, todos al mando del general Tadamishi Kuribayashi. Conscientes de su aislamiento, tras la derrota de la Marina Imperial en la Batalla de Leythe, su fe imperturbable en sus posibilidades, así como la firme voluntad de defensa de su país y su tierra compensaban su menor armamento, hecho que se pone de manifiesto en el balance de víctimas final. Las circunstancias del terreno, polvoriento, arenoso y provocador del dificultoso avance americano, tanto de hombres como de blindados, constituyeron la causa directa de que los cañones ubicados en el Monte Suribachi pudiesen hostigarles sin la menor dificultad causando numerosas bajas.


La ofensiva americana, iniciada el 16 de febrero, consiguió aislar el Suribachi el día 19 pero no a sus 2000 defensores nipones, quienes se comunicaban con el resto de la isla a través de la red de túneles. No fue hasta el día 23 que consiguieron “descabezar” la isla y tomar definitivamente el Monte Suribachi. En la cumbre de éste se ubicó una bandera como símbolo de la conquista de aquella elevación (consecuente toma de la isla), pero que, dada la originalidad y lo simbólico de tal gesto, no tardó en llamar la atención del general Smith, quien recabó para sí la bandera y ordenó colocar otra en su lugar, que sería la retratada y que elevaría a la categoría de heroes a Bradley, Gagnon y Hayes, cuando alguno de los que habían izado la primera ya habían perecido. Pero en esa labor de propaganda amparada en el engrandecimiento de hechos o mentiras, serían los soviéticos quienes se llevarían la palma.


No obstante la resistencia japonesa se extendió hasta el día 26 de aquel mismo mes, cuando el ejército imperial o, lo que restaba de él en la isla, inició una última ofensiva con 200 hombres. La Batalla de Iwo-Jima había terminado. Fue la única batalla en que, con diferencia, el número de víctimas americanas superaron a las víctimas japonesas. A la postre sería la contienda que determinaría las masacres de Hiroshima y Nagasaki.


APARTADO TÉCNICO. El despliegue de medios es muy meritorio pero, por otro lado, ello no es nada extraño dado el habitual cuidado en cuanto a detallismo de Eastwood, además de su larga experiencia en este tipo de cine. Más perceptible en “Cartas desde Iwo-Jima”, por su mayor carga bélica, la pléyade de instrumentos y armamento bélico de “Banderas de nuestros padres” se extiende, en lo que toca al armamento americano, desde acorazados a barcos de transporte; pasando por cazabombarderos Corsair, cuyas tomas subjetivas acometiendo el Suribachi, viendo pasar los proyectiles japoneses no tienen desperdicio alguno; también son notables los blindados Sherman y los vehículos anfibios LVT -2 y LVT-4, especialmente protagonistas durante el desembarco pero desaparecidos durante el resto del film; del mismo modo es notable la presencia de ametralladoras Browning M1919, de subfusiles Thompson y el fusil M1 Garand; y anecdóticamente puede verse algún Jeep o avión de transporte C-47. En el bando japonés, más limitado de medios, el abanico se limita prácticamente a artillería y armas ligeras, entre las que sobresalen las ametralladoras Tipo 11, Tipo 92 y la ametralladora ligera Tipo 99, de las que resulta sobrecogedora la escena en la que asoman de los nidos de ametralladoras ocultos.

Estratégicamente es una película notable, pues permite al espectador asistir a las explicaciones de cómo se producirá el desembarco y el asalto a la isla. Por ello resulta interesante contrastarla con Cartas desde Iwo-Jima y el despliegue de efectivos, que los americanos no esperaban, de Kuribayashi.


ERRORES. El más clamoroso de todos es un error de mera congruencia temporal. Cuando, tras la publicación de la fotografía, esto es, aproximadamente a 24 de febrero de 1945, la madre del soldado Block recibe el periódico del día y ve la foto en la que cree reconocer a su hijo, de fondo escuchamos una crónica de radio que narra un hecho totalmente anacrónico: el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, producido el 6 de agosto de ese mismo año, cuando ya Iwo-Jima quedaba muy distante en el tiempo y, precisamente, siendo esa isla la que permitió aquella masacre infame.

En otro orden de cosas, sí que parece cierta la toma de referencia de “Salvar al soldado Ryan” en determinados aspectos dado que de ella se hereda el error de poner en manos de varios Marines el fusil M-14 aparecido en 1957, precisamente para substituir al Garand.


LA FRASE. “Hay muchos imbéciles que se creen que saben lo que es la guerra sobre todo aquellos que no han estado en una” (“Doc” Bradley). Es una gran referencia y una llamada de atención para quienes gratuitamente hablan de guerras y contiendas o a quienes desdicen su necesidad sin hacer la más mínima reflexión sobre el criterio para adoptar una u otra postura. Lo insigne de esta frase reside en su continuación “… las cosas bien claritas: buenos y malos, héroes y villanos; de eso siempre hay pero la mayoría de las veces no son lo que nosotros creemos”. En una tan breve y concisa como significativa expresión un “Doc” ya anciano pone sobre la mesa la madre de las reflexiones en términos bélicos: en la guerra, no se trata de la pueril creencia de que hay buenos y malos sino de que cada soldado, cada hombre, cada oficial lucha por su país con toda legitimidad y con toda su conciencia puesta en la defensa de aquel, y no por ello la derrota le convierte en un ser depravado. La propaganda, “Doc” lo demuestra, así como la película, tiende a disolver esa igual condición y a magnificar lo propio al tiempo que a demonizar lo ajeno.


PARA QUIEN. Sin duda es una película recomendable para todo tipo de públicos dado que ostenta un gran valor documental acerca de esta contienda (aunque no tanto como su hermana japonesa), tiene un gran valor reflexivo acerca de cómo la guerra hace mella y desgasta al soldado y analiza cómo la propaganda, cuya época de mayor furor en la historia se desarrollaba en aquellos años, era utilizada al servicio de las armas aunque no siempre al amparo de la verdad y el rigor histórico. Una película muy completa y de recomendable visionado.


VALORACIÓN. La mano de Clint Eastwood es muy notable, pero no alcanza el nivel desplegado en la versión japonesa. El destacable reparto, con actores importados de “Hermanos de Sangre” o “Salvar al soldado Ryan”, complementado con el alto nivel técnico y creativo, hace que se vea en cierta medida compensada la desazón que en causan los saltos temporales y el abandono del relato lineal, lo que a su vez repercute directamente en la suficiencia de cada uno de los aspectos temáticos del metraje cuando, de hacerlo de otro modo podrían alcanzar la excelencia. En definitiva y, por resumirlo de algún modo, quizás pueda afirmarse que se trata de una película buena en todo pero que no llega a ser la mejor en nada.

lunes, 21 de marzo de 2011

DE DUNKERQUE A LA VICTORIA (CONTRO 4 BANDIERE)


SINOPSIS. Es 24 de agosto de 1939 y en una cafetería parisina se reúnen un grupo de amigos que, in situ, se comprometen a reunirse allí de año en año en conmemoración de la amistad que los une. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial trastoca sus planes y conduce a cada uno de ellos por caminos inesperados a través de diversos episodios de la contienda hasta la caída de París. El alemán Jurgen se alista en la Werhmacht; el norteamericano Brett (George Peppard) comienza a trabajar para la inteligencia militar americana. Maurice (George Hamilton), evacuado en Dunkerque, ingresa en el ejército británico; Rick se une a la RAF; Fabienne (Anne Duperey) se une a la resistencia francesa y Ray se hace corresponsal de guerra.

LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Dentro de la mediocridad general del film puede llegar a salvarse el interesante punto de partida que plantea, aunque sea un tema bastante manido ya en el cine bélico: las paradojas del destino. Es curioso ver cómo el unido grupo de amigos se ve afectado por el estallido de la guerra y cómo asumen con resignación y más o menos éxito las circunstancias del tiempo que les ha tocado vivir. Sin embargo, este aspecto se ve trastocado por la forma en que se desarrolla la historia, con saltos en el tiempo y sin una estructuración lógica de la trama.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Casi cualquier punto de la película tiene cabida aquí. Un aspecto muy destacable a este respecto bien podrían serlo las escenas de combates aéreos en las que se observan los aviones de juguete empleados para su realización. Pero, por su constancia y peso a lo largo de la cinta, puede reseñarse lo tedioso del guión, acompañado de la escasa tensión y flojedad de las actuaciones. En muchas escenas se hace notoria la faltad fuerza interpretativa; a título de ejemplo pueden observarse en la carrera de barcas, que da comienzo a la película, unos rostros inexpresivos en un momento de máximo esfuerzo, o en los combates de aviones, cuyos pilotos parece que más que entrar en combate van a tomarse un café. Y si a ello sumamos un guión en su mayor parte sin creatividad alguna y con historias demasiado vistas y prototípicas como el animadversión padre-hijo o las relaciones amorosas imposibles, el resultado no augura nada bueno.


COMPARACIÓN. Resulta difícil encontrar películas que resulten tan pretenciosas en cuanto al objetivo que se proponen dado que es evidente que no se puede abarcar tantos episodios de la guerra sin saltarse determinados avatares o sin incurrir en imprevisiones. Y eso es algo que se nota en términos generales en la película y en cada detalle en particular. No obstante, las secuencias de los bombardeos y ataques aéreos, así como las escenas de la bolsa de Dunkerque, pueden asimilarse a lo que vemos en “La batalla de Inglaterra”; las acciones de sabotaje de los franceses pueden verse con mejor factura en películas como “El día más largo” o “Espías en la sombra”; las misiones tras las líneas alemanas recuerdan mucho a “Doce del patíbulo” o a “El desafío de las águilas”, salvando las diferencias, claro está. El carácter transversal que adopta el film, hace que se puedan realizar toda suerte de comparaciones en casi cualquier escena.


HISTORIA. El discurrir poco lineal y anárquico de las escenas históricas hace que todo resulte confuso e inconexo; las escenas históricas se mezclan con imágenes de época y con las historias de los personajes sin seguir un criterio lógico. Lo mejor que nos da esta película son precisamente esas imágenes originales que contribuyen, por poco que sea, a dar una mayor credibilidad a ese corte histórico que intenta mantener.



Tienen reflejo en la cinta momentos trascendentales como la caída de Dunkerque y la consecuente huida de la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF), aunque los episodios de ataques aéreos son habitualmente exagerados dado que la orden expresa de Hitler y del alto mando era de no atacar al remanente expedicionario, en un gesto de amistad hacia los derrotados.

Asimismo vemos como se recrean los ataques sobre la capital británica, pero no se hace sino de un modo muy superficial, sin entrar en lo que supuso ni en su desarrollo, lo cual deja mucho que desear en términos históricos pero que resulta entendible dada la carestía técnica y presupuestaria de los productores.

Lo más destacable en términos bélico-históricos es la supuesta batalla de Saint Nazaire que se recrea. No es equívoco ubicar el enfrentamiento de las tropas aliadas con los blindados alemanes en esa zona del país galo. De hecho, aunque en la película nada se dice, bien podría tratase de uno de los combates entre las fuerzas del Tercer Ejército del general Patton (aunque en la película carecen de efectivos blindados) y el séptimo ejército del general Dollman, luego sustituido por el genial Paul Hausser. Pero había cientos de contiendas que pudieron recrear en territorio Francés, como Bastogne, Carentan o Saint Lo, para detenerse en una batalla en Saint Nazaire, donde sí tuvo lugar una importante batalla, pero naval, que sí sería digna de incluir, en la que los ingleses, para dañar el puerto de Normandía no dudaron en violar la normativa acerca de abanderamiento de buques so pretexto de introducir al Campbelltown lleno de explosivos en el puerto francés y hacerlo explosionar.


APARTADO TÉCNICO. Siguiendo la tónica general de toda la película, este apartado no puede ser más tedioso. Es aquí donde, en muchas ocasiones, puede verse la desidia en términos cinematográficos. El material salvable se reduce a unas cuantas ametralladoras MG 34 y MG 42 alemanas, sin muchas luces en sus apariciones, una ametralladora Vickers inglesa, unos correctos subfusiles Schmeisser y Thompson y las imágenes de los bombarderos Heinkel He111, particularmente efectistas en sus apariciones con sus tomas aéreas sobre Londres que elevan un punto lo decadente en términos técnicos de “De Dunkerque a la victoria”. El resto no merece sino figurar como errores, como los M24 y los M26 americanos con los signos de la Wehrmacht.

ERRORES. Como el catálogo de errores es interminable, en este apartado serán mencionados sólo aquellos que merezcan ser dignos de mención dado que se trata de una película cuyo metraje va de error en error sin el menor pudor.

Empezando por los combates aéreos, y obviando las imágenes de los aviones de juguete, resulta de lo más curioso ver cómo en el rodaje de la escena del ataque aéreo sobre Dunkerque se utilizaron aviones americanos Vultee Vengeance como cazabombarderos de la Luftwaffe y en el resto de la película se utilizan aviones Messerschmitt Me 109 haciendo las veces del Spitfire y el Hawker Hurricane ingleses. Nótese que tampoco se trata del modelo Me 109, sino de la versión española del mismo, los HA 1112 vulgarmente conocidos como “Buchones”. Al respecto de la escena de Dunkerque puede verse cómo la carga de bombas de los aviones no se termina nunca.


Otro error, por seguir con el análisis “aéreo” del film, si se me permite la expresión, resulta de la escena en que, habiéndonos situado en el año 1943, se anuncia un bombardeo masivo sobre Londres que, posteriormente, podemos contemplar. Ello supone un clamoroso error de documentación por cuanto los bombardeos alemanes sobre Londres ya habían cesado un año antes al menos.

Ya en tierra, un clamoroso traspié se comete cuando al coronel Jurgen de la Wehrmacht aparece repentinamente al mando de un blindado con un uniforme de comandante de blindado de las Waffen SS. Algo inexplicable. Más aún cuando, quizás por la facilidad de obtención del material, dirige una división de Panzers americanizados como el M24 Chafee o el M26 Pershing.

Por lo demás la plaga de errores se percibe, quizás más en el pequeño detalle. Así podemos ver cómo unos pocos soldados aliados destruyen una fuerza de entera de blindados alemanes, de los que algunos incluso se rinden sin entrar en combate; también observamos cómo en ese mismo combate, un pequeño contingente de paracaidistas salta en medio del fuego cruzado (algunos con coloridos paracaídas) y no sólo salen indemnes sino que dan un giro decisivo a la batalla (¿con qué armas?).

LA FRASE. “Perdóname, señor, pero ¿qué es una pequeña mentira en estos tiempos?” (Prelado parisino). Creo que es una frase que, sacada de su natural contexto eclesiástico, nos debe llevar a una honda reflexión para separar lo que en la Segunda Guerra Mundial fue fruto de la propaganda y lo que no, siempre obviando todos los prejuicios. Es algo que en los tiempos actuales sigue siendo válido y vigente. Pensar por uno mismo siempre ayuda a evadirnos de esas pequeñas mentiras que, de piadosas, tienen poco.


PARA QUIEN. Después de todo lo dicho es de esperar que el ávido lector crea que no se recomienda a nadie esta pseudo-película bélica de un pseudo-trasfondo histórico. Se salvan las escenas de los bombardeos aéreos con las vistas desde los He 111 para los que gusten de este tipo de escenas y la traca final de los blindados a duras penas, para los aficionados a los tanques. Casi dos horas de película que apenas ofrecen cosas que ver.


VALORACIÓN. Estamos ante una producción típica setentera cuyo pretexto era realizar una visión acerca de diversos episodios de la contienda bajo la excusa de una reunión de amigos, objetivo que a su equipo de producción le vino un poco grande de talla a todas luces. Como nota curiosa puede señalarse la presencia de George Peppard, más conocido en el mundo del cine por su papel de Aníbal Smith. Por lo demás poca originalidad en lo creativo, mediocre en lo técnico, baja calidad en las actuaciones y un resultado tosco en general; sería este un buen resumen de los que “De Dunkerque a la victoria” ofrece al espectador. Tiene un poco de todo pero no tiene nada.