SINOPSIS. Sur de Alemania, finales del año 1943. Un grupo de
élite integrado por cinco agentes británicos recibe la encomienda de la difícil
misión de rescatar a un general capturado y retenido por los alemanes en una
fortaleza de Baviera (el castillo de Schloss Adler) y que es portador de
importante información sobre la invasión de Europa. El comando está a las
órdenes del Mayor Smith (Richard
Burton) y el teniente americano Morris
Schaffer (Clint Eastwood). Pero todo resulta fruto de un plan de
mayor calado dado que el general prisionero de los alemanes no es más que un impostor y toda la maniobra tiene por
objeto desenmascarar a un agente doble infiltrado entre los Aliados. No
tardarán en darse cuenta de que está más cerca de lo que creen, lo que reporta
mayores dificultades en su cometido.
LO MEJOR DE LA PELICULA.
El catálogo buenos ingredientes que obran en “El desafío de
las águilas” es extenso y pueden advertirse su notabilísimo reparto (además de
los protagonistas pueden verse a unas espléndidas Ingrid Pitt o Mary Ure, así
como unos papeles secundarios destacados), una ambientación exterior
impresionante con soberbios parajes alpinos o una dotación técnica y
armamentística de libro. El director, Bryan G. Hutton, no escatimó medios, lo
cual es, asimismo, plausible. No obstante todo lo anterior, no puede pasarse
por un comentario de esta película sin hacer una merecida mención y rendir un
debido tributo a su reputada banda sonora, obra de Ron Goodwin, que imprime un
plus de tensión en la película y adereza mayor expresividad a las escenas que
acompaña y que, además, quizás por esa misma razón de base, ha constituido uno
de los elementos que más ha trascendido del film con el paso del tiempo, aun
por encima de aquel. Escenas como el enfrentamiento de miradas entre el general
de la Wehrmacht
y el oficial von Hapen, de la
Gestapo , tampoco tienen pérdida.
LO PEOR DE LA PELÍCULA.
Quizás por influencia del guionista, Alister Mac Lean,
popular autor de novelas de acción por aquel entonces, la película peca de
fantasiosa e inverosímil en demasiadas escenas, lo que constituye una rémora en
cuanto al buen semblante general de “El desafío de las águilas”. Los ejemplos
susceptibles de traer a colación son múltiples pero bástese citar, a este
respecto, la escena en la que el teniente Schaffer mantiene a raya a todo un
regimiento alemán en un pasillo de la fortaleza con apenas dos subfusiles, los
cuales dispara cada uno con una mano, cerrando los ojos y con plenitud de
acierto en cuanto a sus objetivos, además de, al tiempo, evacuar las granadas
que le lanzan e inutilizar una ametralladora que los alemanes emplazan en el lugar de ataque. Unas
escenas a lo “Rambo” unidas a una congénita torpeza, inutilidad y nula puntería
de unos alemanes que mueren por decenas. Amén del prototipismo propio de la época,
supone un pequeño resbalón en una gran película, pero se hace notar.
COMPARACIÓN. En una época donde las producciones de acción
con misiones y aventuras tras las líneas enemigas dominaban el cine bélico, los
parecidos que “El desafío de las águilas” puede evocar son cuantiosos. Desde
películas anteriores como “Los cañones de Navarone”, basada por cierto en una
novela del mismo guionista, hasta otras posteriores como la genial “Los
violentos de Kelly” las comparaciones temáticas son innumerables desde el mismo
momento en que, mutando todo lo que a la trama se refiere, la organización
estructural de todas ellas es idéntica. Sin embargo, tras años de explotación
de producciones de tal calibre, con estrepitosas caídas en el género, una
película retomó ese hilo argumental para alcanzar el éxito mundial: "Salvar alsoldado Ryan". Y es que salvando la distancia del tiempo y, por ende, de los
medios, casi puede afirmarse que estamos ante una película, la de Spielberg,
heredera de otra, la de Hutton.
HISTORIA. Sin ningún género de dudas fue la Segunda Guerra Mundial el
período histórico en el que proliferaría con mayor notoriedad la actividad de
los comandos de asalto y grupos de élite, como el que vemos en la película. El
hecho de recibir preparación específica, además de tratarse de gente que había
pasado por un proceso de selección personal en muchas de las ocasiones, les
confería las habilidades precisas para acometer las difíciles misiones que
tenían por encomienda. Y aunque la existencia de estos grupos de élite se haya
constado ya en la Gran Guerra ,
generalmente con la misión de acabar con los nidos de ametralladoras, y a pesar
de que su especialización de los mismos se ha incrementado con el paso del
tiempo, fue en los años de la Segunda Guerra
Mundial donde sus grandes gestas pusieron de manifiesto la importancia para un
ejército de contar, no sólo con fuerzas regulares, sino la imperiosa necesidad
de dotarse de personas capaces de alcanzar objetivos muy concretos.
Son múltiples las operaciones de este calibre llevadas a
cabo a lo largo de la contienda aunque ninguna de ellas tuvo lugar en el
castillo de Schloss Adler (“castillo del águila” en alemán, lo cual evoca
rápidamente el título del film ahora comentado). Sí fueron efectivamente
llevadas a cabo misiones en la retaguardia de las líneas enemigas en todos los
frentes y con diversa suerte en su éxito. Muchas de ellas, abocadas al fracaso,
no han hallado su reflejo en la historia. Tomaremos, pues, dos ejemplos con
resultados bien distintos.
Una primera, cuyo resultado no ha trascendido como debiera
es el asalto al campo de prisioneros alemán de Hammelburg, operación dirigida
personalmente por el siempre controvertido general George S. Patton llevada a
cabo mediado marzo de 1945. Los problemas de la referida misión eran de raíz:
desviar un destacamento de fuerzas para un objetivo secundario cuando todos y
cada uno de los efectivos era preciso en un momento crucial y, sobre todo, a la
luz del agotamiento general era poco menos que una locura militar. Además, el
campo no sólo se hallaba tras la línea de defensa alemana (línea defensiva
conocida como línea Sigfrido) y más allá del río Rhin, sino que dicha zona de
avance estaba fuera de la competencia territorial del ejército de Patton,
circunstancia de la que este fue advertido por su superior, el general mayor
Eddy, quien tachó siquiera la concepción del plan como absurda. No obstante, la
persistencia de Patton dio los frutos deseados. El problema de dicha operación
fue la improvisación ya que, comenzada esta con el capitán Baum (uno de los
oficiales favoritos de Patton) al frente de dos compañías, el progreso era
lento dado que habían salido de sus líneas sin apenas mapas y la dirección de
su avance se guiaba básicamente por las indicaciones de las gentes de los
pueblos, no siempre fiables. Además, habían iniciado la misión sin saber la
fuerza exacta de cuerpos alemanes presentes en aquel sector, lo que les
ocasionó múltiples bajas, aunque por el camino destruyeron una serie de
vehículos alemanes cargados en un tren. De noche, dada la desorientación que
padecían, tenían que avanzar con luz artificial, lo que los convertía en blanco
fácil para los alemanes. Lo más esperpéntico resultó ser la llegada al campo de
Hammelburg dado que una de las compañías alcanzó dicho lugar y procediendo a la
liberación de aquel campo. El problema es que el número de oficiales
prisioneros de diversos ejércitos, sobre todo serbios, excedían los cálculos de
Patton por lo que de de los 300 tuvieron que llevarse 200 con ellos y el resto
enviarlos a pie a su suerte. La desgracia para los soldados liberados y para
los oficiales enviados andando fue que la otra compañía americana, al ver una
columna de hombres vestidos de gris (uniforme serbio) los tomó por alemanes, y
decenas de ellos perecieron allí mismo. El regreso fue toda una odisea para las
fuerzas de Baum, quien fue herido y hecho prisionero por los alemanes,
perdiendo las dos compañías prácticamente a todos sus hombres. Lo malo para
Patton fue que se descubrió que la verdadera motivación para el asalto al campo
de Hammelburg había sido que allí se hallaba prisionero su yerno, marido de su
hija Beatrice, el teniente John K. Waters. El enfado de Eisenhower fue de
órdago.
Una de las más sobresalientes misiones tras las líneas
enemigas fue la llevada a cabo por las fuerzas alemanas el 10 de mayo de 1940:
el asalto al fuerte belga de Eben Emael. Situado en un punto clave para el
ataque alemán sobre las fuerzas francesas e inglesas esta fortín bloqueaba el
lugar de avance de las fuerzas terrestres alemanas puesto que sus cañones de
gran calibre y sus 1.200 hombres que integraban su guarnición parecían erigirla
en un punto inespugnable. A ello se sumaban los numerosos canales y el río Meuse, un muro de cuatro metros con zanjas antitanque y alambradas (dirigidas a nidos de ametralladoras) por todos los flancos. La fortaleza contaba con 64 puntos fuertes y cada uno alojaba gran variedad de piezas de artillería, ametralladoras, así como antiaéreos y contracarros. Estos puntos fuertes estaban protegidos por pesadas cúpulas de acero, con la idea de proteger sus piezas de los bombardeos y de la artillería, además de acompañarse de campos de minas. El problema esencial residía en el hecho de que dicha fortaleza y su arsenal podían suponer un incordio en el avance alemán sobre Francia. La inexpugnable "guerra relámpago" o Blitzkrieg se hallaba ante una encrucijada: superar dicho punto era providencial para futuras maniobras; sin embargo, la base estratégica de dicho sistema se veía obligada, como lo haría muchas veces a los largo de la contienda, a una adaptación de orden
táctico. El encargado de planificar el asalto a la fortaleza fue el general de
División Kurt Student, hombre estudioso e imaginativo. Dado que no era posible
acometer el fuerte ni por tierra ni mediante ataques aéreos estableció un
ataque en dos bandadas con notable éxito. Un sector de la 7ª División
Aerotransportada, llamado “Grupo de asalto Granito” (Granite), dirigido por el
sargento Helmut Wenzel y por el teniente Witzing, aterrizaría de madrugada
sobre el fuerte, descendiendo sobre él en los planeadores DFS 230, con el
objetivo de anular sus cañones y defensas, cometido que llevaron a cabo con
gran éxito gracias a la rápida labor de los zapadores paracaidistas y a la
buena preparación para el combate del resto de los integrantes que solventaron
las escaramuzas con las fuerzas belgas sin apenas dificultades. Un segundo
grupo, el 51 Batallón de ingenieros paracaidistas, estos llegando por medio de botes
neumáticos a través de los canales, remataría la labor de los primeros. Se había
llevado a cabo la primera operación aerotransportada a gran escala de la Historia.
Indudablemente, se trata sólo de dos ejemplos pero que ponen
de manifiesto como en la Segunda Guerra
Mundial se innovó el arte de la guerra, punto del que el cine bélico se ha
beneficiado y que, a la postre, demuestran el porqué del éxito cinematográfico
de las producciones ambientadas en esta época, sobre todo en aquellos años. Es
por esta razón que, a veces de modo persistente en exceso, se suplica en pro
del buen hacer en estas cuestiones por oposición a la industria de la
lastimería fácil que tanto desluce al cine de ambientación bélica y con la que
se hace un flaco favor a este.
APARTADO TÉCNICO. Lo que no puede negársele en modo alguno
al señor Hutton es el mérito de que bien que el período de producción de “El
desafío de las águilas” fue más bien breve consiguió un semblante técnico digno
de las mejores películas. Pero, en este punto, su equipo de producción, aun
vertiendo en el film varios vehículos Kubelwagen, camiones Opel Blitz, aviones
de combate, alguna Luger, vehículos de época o un par de ametralladores MG-42,
consideró el estructurar la dotación armamentística entorno a tres elementos.
El primero de ellos, el subfusil Schemeisser alemán, quizá con una
superabundancia que resulta aberrante, aun a pesar del Sten Mark I que porta el
Coronel Turner en una de las escenas finales. El segundo, el avión de
transporte, también alemán, el Junkers JU-52, alquilado ex professo a la Fuerza Aérea Suiza (se deduce
por su identificación lateral). Y, finalmente, un helicóptero cuya presencia
resulta un tanto pretenciosa y anticipada porque, si bien dicho aparato ya
resultaba operativo en aquel entonces, resulta difícilmente creíble que la Luftwaffe , en plena
crisis de producción de aviones y perdido el dominio aéreo, pusiese a disposición
de sus fuerzas algún helicóptero. Las indumentarias, por momentos anárquicas en
su presencia, aportan un mayor sustento al apartado técnico dada su corrección,
señaladamente los uniformes de las divisiones Gebirgsjager, divisiones alpinas,
con su característica seña del la flor Edelweiss.
ERRORES. Haciendo caso omiso de las referencias técnicas y
sus superficiales deficiencias (así, algún fusil Mauser K-98 entre los MP-40
daría una mayor prestancia técnica), la mayoría de los errores presentes en la
cinta constituyen errores de lógica, muchos de ellos introducidos so pretexto
de catalizar el argumento, pero que no dejan de erigirse en incongruencias que
hacen que el resultado de la trama no sea del todo pulido. Así por ejemplo
puede referirse la escena en la que Smith afirma ser hermano del mismo Heinrich
Himmler (Comandante en Jefe de las SS), cuando los parientes de éste eran
sobradamente conocidos por los alemanes y Smith portaba un uniforme de la Wehrmacht , no de las SS;
no obstante, el soldado se traga tan burda historia. Otro buen ejemplo en esta
sede es el momento en el que Smith y Schaffer se asombran por los intensos
controles de entrada a la estación del teleférico que conduce al castillo y
que, sin embargo, consiguen eludir con una estúpida conversación. Adolece también
de errores de planteamiento dado que no se justifica en modo alguno el porqué
no bombardear el castillo, sobre todo teniendo en cuenta para lo que se enviaba
al grupo de asalto al mismo.
PARA QUIEN. Cine bélico clásico, del bueno, de calidad y por
tanto de recomendado visionado para todos los públicos y obligatorio para los
catadores de cine bélico. No obstante en un plano didáctico resulta poco
productiva, toda vez que su argumento es puramente literario y no se ampara en
ninguna batalla ni acontecimiento concreto. Pese a ello merece la pena para
quien, como el autor de estas líneas, disfrute con un despliegue armamentístico
meridianamente aceptable al margen de la trama.
VALORACIÓN. Los errores pesan pero, teniendo en cuenta los
medios de que se disponía por el año 1968 y el público para el que se hacían
esta suerte de filmes, el espectador ha de obligarse a si mismo a disculparlos
y reconocer en películas como esta un monumento al cine bélico de categoría. Sobre
todo porque, además de las congénitas dificultades técnicas, la producción
también tuvo sus propios y curiosos entramados problemáticos: el papel de
Schaffer estaba designado para Lee Marvin (“Doce del patíbulo”) ante cuya
negativa hubo de requerirse a un joven y aun bastante desconocido Clint
Eastwood el cual solicitó, a su vez, un plus salarial por tener que aparecer en
segundo lugar en los créditos. Quebraderos de cabeza en la producción y
curiosidades aparte, no cabe duda que aunque el tiempo produzca desgaste en películas
de este calibre ello no es obstáculo para defender la más plena vigencia de “El
desafío de las águilas” frente a muchas de las más recientes producciones.