SINOPSIS. Año
1942. Stalingrado. En el medio de las ruinas de la ciudad dos potencias, la
Unión Soviética y Alemania, miden sus fuerzas en una batalla que se antoja
crucial para el devenir de los posteriores acontecimientos y que acabará siendo
una de las más duras de la Historia. En medio de dicha confrontación un hombre
empieza a despuntar como francotirador: Vassili Zaitsev (Jude Law). Tras
conseguir rescatar al comisario político Danilov (Joseph Fiennes) de posiciones
alemanas, ambos catapultan sus destinos y se convierten en emblemas de la lucha
soviética contra los nazis a través de las muertes causadas por la puntería de
Vassili Zaitsev y la labor propagandística de Danilov. Sin embargo, todo cambia
cuando irrumpen en la escena dos personajes: Tania, una soldado del Ejército
Rojo, de la que ambos se enamoran, y el mayor Köning (un genial Ed Harris), un oficial alemán y
notable francotirador enviado expresamente para acabar con el tirador ruso que
tanto daño les ha causado. El prometedor destino de Zaitsev, parece estar en
dificultades.
LO MEJOR DE LA PELÍCULA.
Con mucha diferencia y pese a los notables aspectos de los que atesora esta
gran producción europea dirigida por Jean-Jacques Annaud, lo mejor de la
película está en la primera media hora de cinta en la que podemos ver cómo,
después de un tortuoso viaje en tren, se presenta la dantesca imagen de una
ciudad de Stalingrado en ruinas y cuya
salvación se encomienda a los soldados rusos llegados desde lo más recóndito
del país. Una magnífica introducción que nos presenta unas imágenes no muy
diferentes a lo que debió ser la situación de la ciudad. Se trata de unas
escenas llenas de una tensión constante así como de un terrible dramatismo del
que se hace plenamente partícipe al espectador que, a través de unas magníficas
tomas de cámara, acompaña al soldado ruso hasta una prácticamente segura muerte
en su enfrentamiento con las tropas alemanas y sin la alternativa poder
retroceder. Unas escenas cualitativamente análogas a las que dan comienzo a
“Salvar al Soldado Ryan” y que, precisamente como ellas, han sido tomadas para
la recreación de algunos de los juegos más señeros de la saga bélica de la
Segunda Guerra Mundial. Ha recibido elogios varios esta película por trasladar
el entramado de los clásicos “western” a un ambiente tan distinto como es el de
la batalla de Stalingrado, hasta el punto de ser calificado como un “western
con miras telescópicas”.
LO PEOR DE LA
PELÍCULA. Lo peor de “Enemigo a las puertas” es lo que viene a continuación de
lo anteriormente referido como su más sobresaliente aspecto. Y es que justo
tras el gran despliegue de escénico, con una gran fotografía, unas recreaciones
espectaculares, un trepidante ritmo narrativo y una tensión de órdago, capaces
de mantener al espectador pegado al sillón, la película se frena en todos los
aspectos dando lugar a un entramado de historias personales (señaladamente el
axiomático trío amoroso Zaitsev-Tania-Danilov) demasiado previsibles y que
desvirtúan el verdadero contenido de la cinta, amén de no compadecerse con lo
que nos anunciaban las escenas iniciales. Por momentos casina, la película
desdibuja su íter argumental a causa del exceso protagonismo que llevan a
acaparar las historias personales de tipo sentimental. A ello debe sumarse la
desaparición de cualquier referencia al desarrollo general de la batalla así
como al desarrollo de la batalla de Stalingrado en el que los personajes se
mueven.
COMPARACIÓN. El
fulgurante comienzo, tan repleto de espectaculares escenas, nos trae
reminiscencias de otras producciones que ostentan un comienzo de tal guisa,
tales como “El último asalto”, “El puente de Remagen”, “Pearl Harbor” y, más
que ninguna “Salvar al soldado Ryan”, llegando a estar el inicio “Enemigo a las
puertas” al mismo o incluso a un superior nivel cualitativo. No obstante, como
se ha referido, el entramado amoroso que conforma el nudo de nuestra historia
se separa radicalmente de aquellas producciones para retomar un hilo conductor
más pasteloso y de menor talle bélico, muy al estilo “De aquí a la eternidad”,
pasado el punto histórico a ser un tanto gratuito por más que se recuerde su
ambientación mediante alguna que otra escena. Es, a propósito de su mención,
algo muy similar a lo que acontece en “Pearl Harbor”, esto es, un inicio
contundente, sorpresivo y de solidez argumental que se diluye rápidamente a un
ritmo inversamente proporcional al que ganan importancia los elementos
secundarios. Por temática de fondo, su más próxima cinta es "Stalingrado" que,
pese a las críticas que puedan leerse, es más exacta en cuanto a circunstancias
históricas que la película de Annaud dado que aquella, a diferencia de ésta, va
circunstanciando la situación de la batalla en términos históricos.
HISTORIA. Es obvio
que hablar de “Enemigo a las puertas” exige hablar de la que en cuestiones de
dureza de combate, lo sangriento de cada lucha y condiciones cruentas es la
madre de las batallas: la batalla de Stalingrado. Desarrollada en dicha ciudad
(la actual Volgogrado) entre agosto de 1942 y febrero de 1943 fue conocida por
los alemanes como “guerra de ratas” (Rattenkrieg) y uno de los puntos de
inflexión de la contienda; en ese sentido, no es exagerada la afirmación
inicial de la voz en off que termina su presentación afirmando a Stalingrado
como “la ciudad donde se decide el destino del mundo”. No obstante, el cine
bélico, más o menos reciente, se ha empeñado en dar a conocer esta batalla con
un sustento fáctico que se ampara más en la propaganda que en la realidad de
los hechos y que la generalidad del público, carente de referencias, ha venido
a tomar por sacrosantas verdades.
En primer lugar,
en lo tocante a términos históricos podemos observar la dificultosa tarea
llevada a cabo por los francotiradores en Stalingrado. Sin duda, el estado
ruinoso de la ciudad favorecía la puesta en práctica de las técnicas de camuflaje
y mimetización. Es cierto que los uniformes y fundas de camuflaje de esquemas
disruptivos fueron introducidos por primera vez por las Waffen SS pero los
rusos habían adoptado unas técnicas más específicas para la lucha en la nieve
con unos monos de una pieza en esquema de nube al que incorporaban una máscara
que cubría el rostro del tirador; por su parte, los alemanes se limitaron
prácticamente a la utilización de capas y fundas blancas, menos efectivas. Por
otro lado, el Ejército Rojo era prácticamente el único que contaba con gran
número de academias de francotiradores y una línea constante de fabricación de
fusiles con mira telescópica (se fabricaron 53.000 Mosin Nagant en 1938) lo que
les otorgó gran ventaja numérica en efectivos personales y armamento; pero la
formación de sus tiradores era comparativamente mucho peor que la de sus
homólogos de otros ejércitos dado que prevalecía el criterio cuantitativo, no
el cualitativo. La diferencia residía en que la Wehrmacht, en los inicios de la
contienda, distinguía a los francotiradores por su labor en el combate, no en
academias, si bien mucho más tarde, hacia finales de la guerra, fue
incrementándose el número de academias de francotiradores a las que eran
llevados los combatientes más destacados en esa labor. Además, el fusil alemán
Mauser K98k era un fusil muy preciso a media-larga distancia aun sin mira
telescópica lo que convertía al soldado medio alemán en buen tirador, dado que
un buen francotirador no solía necesitar la mira telescópica para ser eficaz.
Sin embargo, en lo que a Stalingrado se refiere, la labor de hostigamiento de
los francotiradores no tuvo tanta relevancia dado el persistente movimiento de
tropas y unas posiciones tendencialmente inestables. Sólo una vez estabilizadas
las posiciones y, sobre todo, una vez cercado el VI Ejército alemán en las
ruinas de la ciudad, la tarea de aquellos se erigió en importante toda vez que
la caída de cada soldado tenía una fuerte impronta psicológica.
En segundo lugar,
aunque a lo largo de la trama se menciona y aparece recreado algún que otro
episodio de la batalla de Stalingrado (como el cruce del río, bombardeo alemán,
la lucha por los grandes almacenes y la fábrica de tractores), en lo sustancialmente
estratégico y el avance de las líneas se prescinde del desarrollo de aquella.
No obstante se presentan varios de los pilares esenciales de lo que fue aquella
mítica batalla como lo fue la labor de los comisarios políticos (vemos al
propio Danilov o a los que arengan a las tropas rojas llegadas a Stalingrado) o
las dificultades estratégicas a las que el avance sometió al Ejército Rojo en
la simbólica ciudad portadora del nombre de su Camarada Jefe. La incertidumbre
del destino, la ausencia de tácticas y una moral decaída, obligó a los
bolcheviques a radicalizar sus ya despiadadas tácticas ante la llegada de los
alemanes (aunque casi ninguna tiene reflejo en la película). Así, ante el
imparable avance del VI Ejército, por entonces ya al mando del General
Paulus, y segmentos del IV Ejército
Panzer que habían cercado la ciudad el ejército bolchevique comenzó un plan de
adiestramiento de perros bomba destinados a destruir los blindados alemanes
posicionándose bajo ellos; un plan que surtió cierto efecto y del que las
tropas rusas hicieron un uso considerable hasta que las fuerzas alemanas,
advirtiendo la estratagema, acababan con los canes antes de que estos les
dieran alcance. Con las divisiones alemanas ya en la ciudad el propio Stalin
obligó a la población civil a permanecer en las ruinas de la ciudad (aunque en
la cinta se muestre a la práctica totalidad de la población en el puerto y una
ciudad desierta) y ello aun a pesar de los bombardeos y ataques artilleros
alemanes; todo con el único objeto de dar una apariencia de fortaleza del
pueblo ruso para minar la moral alemana que, a este propósito, apenas se veían
afectados pues precisamente el VI Ejército era una fuerza que había combatido
con éxito desde los inicios de la contienda. Otra directriz del Alto Mando del
Ejército Rojo, esta sí acertada, fue la orden dada a sus soldados de combatir a
los alemanes desde posiciones cercanas a estos, lo que limitaba la eficacia de
los bombardeos de la Luftwaffe que hostigaba las líneas rusas dado que los
aviones alemanes no podían bombardear sin hacer peligrar a sus camaradas. A ese
cúmulo de decisiones hay que sumar el cruce masivo de tropas del río Volga para
combatir en la ciudad.
No obstante lo
anterior, la medida más despiadada, y con diferencia, fue la destinada a
solucionar el alto índice de deserciones que experimentaba el Ejército Rojo, un
ejército con una moral minada y cuyas líneas caían a cada paso de los alemanes.
Fue en esta situación que Stalin dio su consigna, hoy en día tan aclamada por
ciertos sectores ideológicos en sus manifestaciones e inconscientes de su real
significado, que fue el conocido “Ni un paso atrás”. Los soldados rusos, por
aquel entonces, empezaron a tener
noticias de que los alemanes no sacrificaban a los soldados rusos capturados
(si bien históricamente se ha reiterado hasta la saciedad lo contrario), lo que
provocó que un masivo número de soldados y oficiales del Ejército Rojo se
rindiese sin presentar combate o, directamente, se cambiase de bando (por
ejemplo, el general Vlasov, el cual afirmó acerca de Stalin que era el peor
enemigo del pueblo ruso). A la luz de tales hechos, la orden de Stalin fue tan
clara como implacable: ejecutar a sangre fría a todo soldado ruso que se
batiese en retirada; aunque, de hecho, con tal medida se evitaban las
deserciones y su número descendió, el resultado no pudo ser más fatídico y
muchos soldados rusos se vieron abocados a la muerte en misiones suicidas en
las que la única incertidumbre era si perecerían bajo fuego alemán o por las
balas de sus camaradas. Una triste realidad de la que el propio Stalin se
enorgullecía al afirmar a este respecto que “al soldado ruso es al único que le
resulta más costoso retroceder que avanzar”.
Por lo demás, hay que
señalar que, aunque en la película apenas se deja adivinar el resultado de la
batalla de Stalingrado, ésta cayó del lado ruso. Aunque las fuerzas alemanas
habían tomado tácticamente la ciudad, o lo que de ella restaba, las fuerzas
rusas, en la conocida como Operación Urano, acometieron una contraofensiva a la
desesperada contra los flancos del VI Ejército de Paulus, los cuales estaban
guardados por elementos de los ejércitos italiano, rumano y húngaro que, al
carecer de la preparación y armas necesarias para enfrentarse a los blindados
soviéticos T-34 sucumbieron en cuestión de horas dando lugar a que el Ejército
Rojo pudiese cerrar el cerco sobre la ciudad, en la que consiguieron embolsar
al ejército de Paulus y a segmentos de la IV División acorazada (en total, unos
300.000 soldados). Las promesas de Goering de abastecer a estos hombres por
aire apenas alcanzaban a aportarles más que una porción de los pertrechos
necesarios para resistir el cerco, en parte porque los rusos disparaban
bengalas que confundían a los aviones alemanes a la hora de lanzar sus cargas.
Por si ello fuera poco, los francotiradores rusos hostigaron a los soldados
alemanes y además éstos sufrieron un enorme castigo psicológico por parte de
los rusos quienes emitían mensajes sonoros destinados a socavar su moral; el
más conocido, y muestra de la destreza en la tortura psicológica de la que los
bolcheviques fueron verdaderos maestros, la constante emisión audible en toda
la ciudad del sonido del tic tac de un reloj para recordar el paso del tiempo a
los alemanes. A pesar del fracaso en enero de 1943 por parte del mariscal von
Kleist en su objetivo de romper el cerco ruso (le restaron apenas unos
kilómetros para abrir una vía de escape), comenzaron una tenaz resistencia
siendo conscientes que, a pesar de su cada vez mayor aislamiento, cada combate
que entablasen en la ciudad jugaría a favor de sus compatriotas que combatían a
las tropas rusas en el frente. En ese sentido, y evocando la circunstancia de
que ningún Mariscal de Campo alemán había sido derrotado en el campo de
batalla, Hitler nombro a Paulus en tal cargo para que o bien resistiese o
muriese en el intento; sin embargo, en una decisión que le ha reportado
numerosas críticas, a veces un tanto infundadas, hacia su valía optó por una
capitulación firmada el 2 de febrero de 1943, lo que dio a los rusos un baluarte
propagandístico sin parangón. Ciertamente, la posición del inexperto Paulus,
nombrado inesperadamente al mando en sustitución de von Richenau (quien pasó a
dirigir el Grupo de Ejércitos Sur en el que el VI Ejercito se integraba), era
complicada en lo táctico dado que sus hombres no estaban tan preparados para la
guerra urbana como a campo abierto, pero pecó de ingenuo al creer que los rusos
dispensarían un buen trato a sus soldados y oficiales; todo lo contrario, en
estado hambriento y enfermizo fueron obligados a retirar los escombros de la
ciudad y posteriormente llevados a pie de un campo de trabajo a otro a través
de la inmensidad de la nevada Siberia de la Unión Soviética en las llamadas “marchas de la
muerte” y, de hecho, del VI Ejército alemán, apenas volvieron a Alemania unos
5.000 hombres. Ello es más llamativo todavía cuando es prueba de la ignorancia de
Paulus respecto de la voluntad y del estado de la moral de sus tropas. En uno
de los últimos reductos de la resistencia alemana en Stalingrado, muestra de su
heroico coraje, un soldado alemán enviaba el siguiente, y a la postre último,
mensaje radiado: “Hola. ¿Hay alguien ahí? Aquí aun permanecemos seis hombres de
toda la división. No hemos comido en toda la semana y llevamos días sosteniendo
esta posición. Ya he disparado la última bala de mi pistola. En cuestión de
minutos cientos de bolcheviques atacarán y acabarán con nosotros. Por favor,
digan a mi padre que he cumplido debidamente con mi deber. ¡Larga vida a
Alemania! ¡Heil Hitler!”.
Por todo ello, es
en cierta medida penoso ver cómo una película de tan buen semblante formal
desperdicia la ocasión de dar un salto cualitativo en cuanto a la recreación de
la gran batalla de Stalingrado al recoger para su producción más vestigios de
la propaganda soviética que contenido histórico propiamente dicho lo cual
habría contribuido a la verosimilitud de la trama y a un mayor conocimiento de
uno de los puntos trascendentales de la Segunda Guerra Mundial.
APARTADO TÉCNICO. En
“Enemigo a las puertas” tenemos la oportunidad de observar un catálogo
armamentístico bastante diverso, completo y tendencialmente correcto en su
disposición. Destacan los fusiles Mosin repartidos entre las tropas rusas, un
SdKfz 251 alemán con una ametralladora MG34 en su parte superior, algún que
otro camión Zis soviético, los bombarderos en picado JU87 Stuka atacando a las
embarcaciones soviéticas así como la reproducción de carros de combate
alemanes, pretendidamente Panzer III aunque exagerados en su tamaño.
Curiosamente, dichos ejemplares son exactamente los mismos que los empleados en
“Resistencia”.
Sin embargo esta
película se erige en un tributo a las armas de los francotiradores. Así, por
parte de los rusos vemos como Zaitsev emplea el fusil estándar de los
francotiradores rusos, el Mosin-Nagant M-1891/30 con un pequeño y ligero visor
PU de 3,5 aumentos, si bien en la cinta Sasha lo presenta como un arma novedosa
al hablarle de ella al oficial alemán; era el mejor fusil de precisión ruso
pero cuyo protagonismo pronto tuvo que compartir con el Tokarev M-1938, que
presentaba la ventaja de tratarse de un fusil semiautomático por toma de gases.
Por su parte, el francotirador alemán utiliza un fusil Mauser K-98k con visor
de montaje alto, una verdadera máquina de precisión; no obstante el nivel
cualitativo de los fusiles de precisión alemanes conllevaba que la elección de
uno u otro quedase al final al albur de las preferencias del tirador, por lo
que el K-98k podría encontrarse tanto en las divisiones de paracaidistas
(Fallschmirmjäger), como de las Waffen SS, como del Heer.
ERRORES. El problema de base de “Enemigo
a las puertas” reside en la simple circunstancia de que al ampararse únicamente
y sin ambajes en la versión soviética de los acontecimientos incurre en errores
de calado, sobre todo en lo que toca al contenido histórico.
Así, el principal de los errores
se cierne sobre el núcleo principal de la cinta, esto es, el duelo entre
Vassili Zaitsev y Koning, el francotirador alemán. Y es que resulta harto
evidente que el primero es un personaje real pero de circunstancias personales
exageradas por la Unión Soviética
hasta elevarlo a la categoría de mito; y el segundo es, directamente, un
personaje fruto de la invención propagandística y creado con el único propósito
de engrandecer la figura del primero. Y ello es evidente desde el mismo momento
en que en el enfrentamiento de los dos francotiradores uno puede ver, y no es
casual, el modelo de lucha que en el utopismo comunista se le presentaba a los
soldados pero que no se cohonestaba con la realidad: el pobre y humilde pastor
llegado desde los Urales para luchar por su madre Patria y el socialismo contra
el noble aristócrata prusiano y fascista.
Es cierto, yendo a las
circunstancias personales de cada uno de ellos, que Zaitsev era un pastor
llegado desde los Urales para luchar contra los alemanes, pero ahí termina la
realidad de lo que se nos presenta dado que lo más probable es que llegase al
frente, como muchos otros jóvenes rusos de su tiempo, forzado por los
comisarios políticos y la NKVD. Resulta
acorde con la realidad el situar a Vassili en la película como un buen tirador,
pero en la película podemos ver como sus cifras medran a costa de los alemanes
a los que ponía en su punto de mira cuando, en la realidad, fueron infladas
gratuitamente para crear el mito propagandístico de Vassili Zaitsev; justo lo
mismo que otros supuestos héroes y heroínas que en realidad no lo fueron más
que por acción de la propaganda como la francotiradora Roza Shanina, a quen se
le atribuyeron 54 muertes.
En tan hábil como mendaz
concordancia, el rival de Zaitsev tenía que ostentar ciertas condiciones para
ser la mejor expresión de la lucha de clases que vendía el régimen soviético: y
así fue como surgió este oficial alemán francotirador trasladado a Stalingrado
para acabar por el propio Zaitsev. Sin embargo, cuando uno entra a analizar las
circunstancias del susodicho personaje el oscurantismo en lo que a este
respecta y las sombras sobre sus circunstancias son tanto mayores cuanto más se
profundiza en él. Y es evidente que dicha figura no se vendió como lo que fue
sino que los propagandistas soviéticos pudieron moldear al enemigo a su gusto.
Así, no tenemos a un humilde soldado raso sino a un oficial de la escuela
prusiana y de noble familia. El problema es que ni los propagandistas soviéticos
se pusieron de acuerdo en su rango y esta enigmática figura varía, dependiendo
de la fuente, desde el grado de mayor hasta el de coronel. Tampoco su nombre es
una cuestión clara ya que se apunta por un lado que se trata de un tal Heinz
Thorvald y por otros de Köning, pero en uno u otro caso los propagandistas
soviéticos pecaron de un error de considerable importancia dado que si el
mencionado francotirador alemán tenía origen en la nobleza germana seguramente
habría de guardar la partícula nominal “von” característica de los miembros de
las grandes familias prusianas (criterio este utilizado en la posguerra para
procurar los más altos castigos a los prisioneros alemanes con esa distinción
puramente nominal). Tampoco está claro a qué escuela de francotiradores
pertenecía, algo que habría de ser fácil de concretar dada la escasez de estas
en Alemania por las circunstancias arriba indicadas. Por supuesto, este sujeto
tendría que tener una condecoración impuesta por el propio Hitler, pero no de
las más bajas, sino nada menos que la Cruz de Caballero con Hojas de Roble,
Espadas y Diamantes, ni más ni menos que la más alta distinción dentro del
Ejército alemán. Sin embargo esta condecoración fue entregada a muy pocos
hombres y dichas imposiciones están perfectamente documentadas y, sin embargo,
no aparece este sujeto en ninguna fuente. La incongruencia es mayor cuando los
soviéticos afirmaban de este francotirador alemán que había abatido a 400
soldados del Ejército Rojo, extremo harto imposible dado que ese habría sido motivo sobradamente suficiente
para que la propaganda nazi lo erigiese en emblema de su causa y, casualmente,
no aparece como tal; además, el francotirador alemán que alcanzó mayor renombre
fue Mätthias Hetzenauer, con sus apenas 350 blancos confirmados. Hay que
añadir que la labor del francotirador no es acorde con la tradición prusiana en
la que se coloca al oficial alemán; la explicación es simple: el férreo
tradicionalismo prusiano era apegado a la idea de que las guerras se ganaban en
la línea de batalla y no en una lucha en la distancia y sin ofrecer al enemigo
la posibilidad de presentar combate. A este cúmulo de errores hay que sumar que
la querencia a aumentar los méritos del alemán en pro de Zaitsev llevó en su
día a exhibir una mira telescópica de un Mauser K-98k alemán en el Museo de
Guerra de Moscú, visible hoy en día, cuyo cartel reza: “Mayor König,
responsable de la Escuela de Francotiradores de Berlín y campeón de tiro
olímpico en 1936”. Esta falacia propagandista insistía en la idea de que este
oficial alemán había conseguido la medalla de oro de tiro al plato en los
Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, pero en ninguna de las tres categorías de
esta disciplina disputada en aquellos juegos (tiro con pistola a 25 metros,
tiro con pistola a 50 metros y tiro con rifle a 25 metros) aparece ningún
ganador, ni siquiera medallista, con el nombre de Thorvald ni Köning. Si a
todos estos datos sumamos que la única fuente directa de conocimiento del francotirador
alemán es la autobiografía de Vassili Zaitsev la conclusión es sencilla: el
referido oficial, Köning o Thorvald, nunca existió.
Además, se observa
la presencia de otros errores menores como el propio cruce del río Volga en
barcas, el cual en la cinta se muestra como realizado a plena luz del día. Es
obvio que estas embarcaciones realizaron el trayecto de llevanza de tropas de
una rivera a otra del cauce fluvial bajo la oscuridad de la noche no sólo para
limitar los efectos de los ataques aéreos alemanes sino también para evitar que
los alemanes presionaran allí donde las embarcaciones iban a arribar.
Otro error de
tinte histórico es el hecho de que, al margen de la familia del joven Sasha, no
aparecen civiles en la ciudad cuando una orden expresa de Stalin, como se ha
indicado más arriba, había impuesto a la población de la ciudad la orden de
permanecer en Stalingrado.
También es
reseñable como error el aspecto con el que se caracteriza a Nikita Jruschov, el
cual aparece en plena senectud y con el aspecto que tendría en los años 50 o
60, y no con el semblante más joven que tendría a en 1942.
Por otro lado, lo
errores de lógica son abundantes. Quizás uno de los más llamativos es el
comportamiento de los soldados alemanes abatidos por Zaitsev al inicio de la
película, cuando está atrapado en la fuente de la plaza con el comisario
Danilov; quizás no el primero en caer, pero los demás ven como sus compañeros
van siendo víctimas del tirador ruso y apenas se inmutan (unido al casualismo
de las explosiones que se producen a conveniencia de Zaitsev). Otra
incongruencia, también al inicio de la película, puede observarse cuando
Zaitsev prescinde de abatir a un soldado alemán a pesar de tenerlo en el punto
de mira y, una vez se levanta, se encuentra con el niño Sasha el cual le
pregunta por qué no disparó, algo ilógico dado que sólo Zaitsev sabía a quien
estaba apuntado en la distancia.
LA FRASE. “El que lleva el fusil
dispara; el que no lo lleva, que acompañe al que lo lleva; cuando el que lleva
el fusil muera, el que no lo lleva, coje el fusil y dispara” (Oficial de abastecimiento
del Ejército Rojo).
Son tan diversas como
variopintas las sentencias que nos deja el film (sobre todo pronunciadas por
Jruschov), pero la elección de esta se ampara en que es la expresión del estado
límite en el que las fuerzas rusas llegaron a encontrarse en Stalingrado lo
que, unido a la orden del “ni un paso atrás”, suponen la mejor expresión de la
omnipresencia de la muerte a la que el soldado ruso había de enfrentarse.
PARA QUIEN. La relativamente
reciente factura de esta producción unida a la corrección formal de la que está
investida “Enemigo a las puertas” las convierte en una película sumamente
interesante para cualquier público, a lo que contribuye su notable
ambientación, la tensión que en los momentos inspirados alcanza la trama así
como su instroducción espectacular. Sin embargo, si la pretensión del
espectador está en el contenido documental de la cinta acerca de la batalla de
Stalingrado la elección no es acertada dados los graves vicios de construcción
que presenta.
VALORACIÓN. Lo que “Enemigo a
las puertas” nos presenta es un western cambiado de ambientación y trasladado a
la batalla de Stalingrado, así de simple. La historia de celos y pasiones amorosas
y el duelo de dos hombres acaparan el peso argumental de la película, pasando
la ambientación bélica a un plano secundario a pesar de la espectacularidad
escénica. Una película lo suficientemente buena como para pasar un buen rato de
cine pero lo suficientemente cargada de taras como para erigirla en lo alto de
la clasificación. Un mayor empeño en la elaboración de la trama histórica, sin
desdeño de las historias personales de los protagonistas, habría dado un mayor
pulo a la película y, quizás, estaríamos hablando de una de las mejores
películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial.