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domingo, 1 de abril de 2012

ENEMIGO A LAS PUERTAS (ENEMY AT THE GATES)


SINOPSIS. Año 1942. Stalingrado. En el medio de las ruinas de la ciudad dos potencias, la Unión Soviética y Alemania, miden sus fuerzas en una batalla que se antoja crucial para el devenir de los posteriores acontecimientos y que acabará siendo una de las más duras de la Historia. En medio de dicha confrontación un hombre empieza a despuntar como francotirador: Vassili Zaitsev (Jude Law). Tras conseguir rescatar al comisario político Danilov (Joseph Fiennes) de posiciones alemanas, ambos catapultan sus destinos y se convierten en emblemas de la lucha soviética contra los nazis a través de las muertes causadas por la puntería de Vassili Zaitsev y la labor propagandística de Danilov. Sin embargo, todo cambia cuando irrumpen en la escena dos personajes: Tania, una soldado del Ejército Rojo, de la que ambos se enamoran, y el mayor Köning (un genial Ed Harris), un oficial alemán y notable francotirador enviado expresamente para acabar con el tirador ruso que tanto daño les ha causado. El prometedor destino de Zaitsev, parece estar en dificultades.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Con mucha diferencia y pese a los notables aspectos de los que atesora esta gran producción europea dirigida por Jean-Jacques Annaud, lo mejor de la película está en la primera media hora de cinta en la que podemos ver cómo, después de un tortuoso viaje en tren, se presenta la dantesca imagen de una ciudad de Stalingrado en ruinas  y cuya salvación se encomienda a los soldados rusos llegados desde lo más recóndito del país. Una magnífica introducción que nos presenta unas imágenes no muy diferentes a lo que debió ser la situación de la ciudad. Se trata de unas escenas llenas de una tensión constante así como de un terrible dramatismo del que se hace plenamente partícipe al espectador que, a través de unas magníficas tomas de cámara, acompaña al soldado ruso hasta una prácticamente segura muerte en su enfrentamiento con las tropas alemanas y sin la alternativa poder retroceder. Unas escenas cualitativamente análogas a las que dan comienzo a “Salvar al Soldado Ryan” y que, precisamente como ellas, han sido tomadas para la recreación de algunos de los juegos más señeros de la saga bélica de la Segunda Guerra Mundial. Ha recibido elogios varios esta película por trasladar el entramado de los clásicos “western” a un ambiente tan distinto como es el de la batalla de Stalingrado, hasta el punto de ser calificado como un “western con miras telescópicas”.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Lo peor de “Enemigo a las puertas” es lo que viene a continuación de lo anteriormente referido como su más sobresaliente aspecto. Y es que justo tras el gran despliegue de escénico, con una gran fotografía, unas recreaciones espectaculares, un trepidante ritmo narrativo y una tensión de órdago, capaces de mantener al espectador pegado al sillón, la película se frena en todos los aspectos dando lugar a un entramado de historias personales (señaladamente el axiomático trío amoroso Zaitsev-Tania-Danilov) demasiado previsibles y que desvirtúan el verdadero contenido de la cinta, amén de no compadecerse con lo que nos anunciaban las escenas iniciales. Por momentos casina, la película desdibuja su íter argumental a causa del exceso protagonismo que llevan a acaparar las historias personales de tipo sentimental. A ello debe sumarse la desaparición de cualquier referencia al desarrollo general de la batalla así como al desarrollo de la batalla de Stalingrado en el que los personajes se mueven.


COMPARACIÓN. El fulgurante comienzo, tan repleto de espectaculares escenas, nos trae reminiscencias de otras producciones que ostentan un comienzo de tal guisa, tales como “El último asalto”, “El puente de Remagen”, “Pearl Harbor” y, más que ninguna “Salvar al soldado Ryan”, llegando a estar el inicio “Enemigo a las puertas” al mismo o incluso a un superior nivel cualitativo. No obstante, como se ha referido, el entramado amoroso que conforma el nudo de nuestra historia se separa radicalmente de aquellas producciones para retomar un hilo conductor más pasteloso y de menor talle bélico, muy al estilo “De aquí a la eternidad”, pasado el punto histórico a ser un tanto gratuito por más que se recuerde su ambientación mediante alguna que otra escena. Es, a propósito de su mención, algo muy similar a lo que acontece en “Pearl Harbor”, esto es, un inicio contundente, sorpresivo y de solidez argumental que se diluye rápidamente a un ritmo inversamente proporcional al que ganan importancia los elementos secundarios. Por temática de fondo, su más próxima cinta es "Stalingrado" que, pese a las críticas que puedan leerse, es más exacta en cuanto a circunstancias históricas que la película de Annaud dado que aquella, a diferencia de ésta, va circunstanciando la situación de la batalla en términos históricos.


HISTORIA. Es obvio que hablar de “Enemigo a las puertas” exige hablar de la que en cuestiones de dureza de combate, lo sangriento de cada lucha y condiciones cruentas es la madre de las batallas: la batalla de Stalingrado. Desarrollada en dicha ciudad (la actual Volgogrado) entre agosto de 1942 y febrero de 1943 fue conocida por los alemanes como “guerra de ratas” (Rattenkrieg) y uno de los puntos de inflexión de la contienda; en ese sentido, no es exagerada la afirmación inicial de la voz en off que termina su presentación afirmando a Stalingrado como “la ciudad donde se decide el destino del mundo”. No obstante, el cine bélico, más o menos reciente, se ha empeñado en dar a conocer esta batalla con un sustento fáctico que se ampara más en la propaganda que en la realidad de los hechos y que la generalidad del público, carente de referencias, ha venido a tomar por sacrosantas verdades.


En primer lugar, en lo tocante a términos históricos podemos observar la dificultosa tarea llevada a cabo por los francotiradores en Stalingrado. Sin duda, el estado ruinoso de la ciudad favorecía la puesta en práctica de las técnicas de camuflaje y mimetización. Es cierto que los uniformes y fundas de camuflaje de esquemas disruptivos fueron introducidos por primera vez por las Waffen SS pero los rusos habían adoptado unas técnicas más específicas para la lucha en la nieve con unos monos de una pieza en esquema de nube al que incorporaban una máscara que cubría el rostro del tirador; por su parte, los alemanes se limitaron prácticamente a la utilización de capas y fundas blancas, menos efectivas. Por otro lado, el Ejército Rojo era prácticamente el único que contaba con gran número de academias de francotiradores y una línea constante de fabricación de fusiles con mira telescópica (se fabricaron 53.000 Mosin Nagant en 1938) lo que les otorgó gran ventaja numérica en efectivos personales y armamento; pero la formación de sus tiradores era comparativamente mucho peor que la de sus homólogos de otros ejércitos dado que prevalecía el criterio cuantitativo, no el cualitativo. La diferencia residía en que la Wehrmacht, en los inicios de la contienda, distinguía a los francotiradores por su labor en el combate, no en academias, si bien mucho más tarde, hacia finales de la guerra, fue incrementándose el número de academias de francotiradores a las que eran llevados los combatientes más destacados en esa labor. Además, el fusil alemán Mauser K98k era un fusil muy preciso a media-larga distancia aun sin mira telescópica lo que convertía al soldado medio alemán en buen tirador, dado que un buen francotirador no solía necesitar la mira telescópica para ser eficaz. Sin embargo, en lo que a Stalingrado se refiere, la labor de hostigamiento de los francotiradores no tuvo tanta relevancia dado el persistente movimiento de tropas y unas posiciones tendencialmente inestables. Sólo una vez estabilizadas las posiciones y, sobre todo, una vez cercado el VI Ejército alemán en las ruinas de la ciudad, la tarea de aquellos se erigió en importante toda vez que la caída de cada soldado tenía una fuerte impronta psicológica.


En segundo lugar, aunque a lo largo de la trama se menciona y aparece recreado algún que otro episodio de la batalla de Stalingrado (como el cruce del río, bombardeo alemán, la lucha por los grandes almacenes y la fábrica de tractores), en lo sustancialmente estratégico y el avance de las líneas se prescinde del desarrollo de aquella. No obstante se presentan varios de los pilares esenciales de lo que fue aquella mítica batalla como lo fue la labor de los comisarios políticos (vemos al propio Danilov o a los que arengan a las tropas rojas llegadas a Stalingrado) o las dificultades estratégicas a las que el avance sometió al Ejército Rojo en la simbólica ciudad portadora del nombre de su Camarada Jefe. La incertidumbre del destino, la ausencia de tácticas y una moral decaída, obligó a los bolcheviques a radicalizar sus ya despiadadas tácticas ante la llegada de los alemanes (aunque casi ninguna tiene reflejo en la película). Así, ante el imparable avance del VI Ejército, por entonces ya al mando del General Paulus,  y segmentos del IV Ejército Panzer que habían cercado la ciudad el ejército bolchevique comenzó un plan de adiestramiento de perros bomba destinados a destruir los blindados alemanes posicionándose bajo ellos; un plan que surtió cierto efecto y del que las tropas rusas hicieron un uso considerable hasta que las fuerzas alemanas, advirtiendo la estratagema, acababan con los canes antes de que estos les dieran alcance. Con las divisiones alemanas ya en la ciudad el propio Stalin obligó a la población civil a permanecer en las ruinas de la ciudad (aunque en la cinta se muestre a la práctica totalidad de la población en el puerto y una ciudad desierta) y ello aun a pesar de los bombardeos y ataques artilleros alemanes; todo con el único objeto de dar una apariencia de fortaleza del pueblo ruso para minar la moral alemana que, a este propósito, apenas se veían afectados pues precisamente el VI Ejército era una fuerza que había combatido con éxito desde los inicios de la contienda. Otra directriz del Alto Mando del Ejército Rojo, esta sí acertada, fue la orden dada a sus soldados de combatir a los alemanes desde posiciones cercanas a estos, lo que limitaba la eficacia de los bombardeos de la Luftwaffe que hostigaba las líneas rusas dado que los aviones alemanes no podían bombardear sin hacer peligrar a sus camaradas. A ese cúmulo de decisiones hay que sumar el cruce masivo de tropas del río Volga para combatir en la ciudad.


No obstante lo anterior, la medida más despiadada, y con diferencia, fue la destinada a solucionar el alto índice de deserciones que experimentaba el Ejército Rojo, un ejército con una moral minada y cuyas líneas caían a cada paso de los alemanes. Fue en esta situación que Stalin dio su consigna, hoy en día tan aclamada por ciertos sectores ideológicos en sus manifestaciones e inconscientes de su real significado, que fue el conocido “Ni un paso atrás”. Los soldados rusos, por aquel entonces, empezaron a  tener noticias de que los alemanes no sacrificaban a los soldados rusos capturados (si bien históricamente se ha reiterado hasta la saciedad lo contrario), lo que provocó que un masivo número de soldados y oficiales del Ejército Rojo se rindiese sin presentar combate o, directamente, se cambiase de bando (por ejemplo, el general Vlasov, el cual afirmó acerca de Stalin que era el peor enemigo del pueblo ruso). A la luz de tales hechos, la orden de Stalin fue tan clara como implacable: ejecutar a sangre fría a todo soldado ruso que se batiese en retirada; aunque, de hecho, con tal medida se evitaban las deserciones y su número descendió, el resultado no pudo ser más fatídico y muchos soldados rusos se vieron abocados a la muerte en misiones suicidas en las que la única incertidumbre era si perecerían bajo fuego alemán o por las balas de sus camaradas. Una triste realidad de la que el propio Stalin se enorgullecía al afirmar a este respecto que “al soldado ruso es al único que le resulta más costoso retroceder que avanzar”.


Por lo demás, hay que señalar que, aunque en la película apenas se deja adivinar el resultado de la batalla de Stalingrado, ésta cayó del lado ruso. Aunque las fuerzas alemanas habían tomado tácticamente la ciudad, o lo que de ella restaba, las fuerzas rusas, en la conocida como Operación Urano, acometieron una contraofensiva a la desesperada contra los flancos del VI Ejército de Paulus, los cuales estaban guardados por elementos de los ejércitos italiano, rumano y húngaro que, al carecer de la preparación y armas necesarias para enfrentarse a los blindados soviéticos T-34 sucumbieron en cuestión de horas dando lugar a que el Ejército Rojo pudiese cerrar el cerco sobre la ciudad, en la que consiguieron embolsar al ejército de Paulus y a segmentos de la IV División acorazada (en total, unos 300.000 soldados). Las promesas de Goering de abastecer a estos hombres por aire apenas alcanzaban a aportarles más que una porción de los pertrechos necesarios para resistir el cerco, en parte porque los rusos disparaban bengalas que confundían a los aviones alemanes a la hora de lanzar sus cargas. Por si ello fuera poco, los francotiradores rusos hostigaron a los soldados alemanes y además éstos sufrieron un enorme castigo psicológico por parte de los rusos quienes emitían mensajes sonoros destinados a socavar su moral; el más conocido, y muestra de la destreza en la tortura psicológica de la que los bolcheviques fueron verdaderos maestros, la constante emisión audible en toda la ciudad del sonido del tic tac de un reloj para recordar el paso del tiempo a los alemanes. A pesar del fracaso en enero de 1943 por parte del mariscal von Kleist en su objetivo de romper el cerco ruso (le restaron apenas unos kilómetros para abrir una vía de escape), comenzaron una tenaz resistencia siendo conscientes que, a pesar de su cada vez mayor aislamiento, cada combate que entablasen en la ciudad jugaría a favor de sus compatriotas que combatían a las tropas rusas en el frente. En ese sentido, y evocando la circunstancia de que ningún Mariscal de Campo alemán había sido derrotado en el campo de batalla, Hitler nombro a Paulus en tal cargo para que o bien resistiese o muriese en el intento; sin embargo, en una decisión que le ha reportado numerosas críticas, a veces un tanto infundadas, hacia su valía optó por una capitulación firmada el 2 de febrero de 1943, lo que dio a los rusos un baluarte propagandístico sin parangón. Ciertamente, la posición del inexperto Paulus, nombrado inesperadamente al mando en sustitución de von Richenau (quien pasó a dirigir el Grupo de Ejércitos Sur en el que el VI Ejercito se integraba), era complicada en lo táctico dado que sus hombres no estaban tan preparados para la guerra urbana como a campo abierto, pero pecó de ingenuo al creer que los rusos dispensarían un buen trato a sus soldados y oficiales; todo lo contrario, en estado hambriento y enfermizo fueron obligados a retirar los escombros de la ciudad y posteriormente llevados a pie de un campo de trabajo a otro a través de la inmensidad de la nevada Siberia de la Unión Soviética en las llamadas “marchas de la muerte” y, de hecho, del VI Ejército alemán, apenas volvieron a Alemania unos 5.000 hombres. Ello es más llamativo todavía cuando es prueba de la ignorancia de Paulus respecto de la voluntad y del estado de la moral de sus tropas. En uno de los últimos reductos de la resistencia alemana en Stalingrado, muestra de su heroico coraje, un soldado alemán enviaba el siguiente, y a la postre último, mensaje radiado: “Hola. ¿Hay alguien ahí? Aquí aun permanecemos seis hombres de toda la división. No hemos comido en toda la semana y llevamos días sosteniendo esta posición. Ya he disparado la última bala de mi pistola. En cuestión de minutos cientos de bolcheviques atacarán y acabarán con nosotros. Por favor, digan a mi padre que he cumplido debidamente con mi deber. ¡Larga vida a Alemania! ¡Heil Hitler!”.


Por todo ello, es en cierta medida penoso ver cómo una película de tan buen semblante formal desperdicia la ocasión de dar un salto cualitativo en cuanto a la recreación de la gran batalla de Stalingrado al recoger para su producción más vestigios de la propaganda soviética que contenido histórico propiamente dicho lo cual habría contribuido a la verosimilitud de la trama y a un mayor conocimiento de uno de los puntos trascendentales de la Segunda Guerra Mundial.


APARTADO TÉCNICO. En “Enemigo a las puertas” tenemos la oportunidad de observar un catálogo armamentístico bastante diverso, completo y tendencialmente correcto en su disposición. Destacan los fusiles Mosin repartidos entre las tropas rusas, un SdKfz 251 alemán con una ametralladora MG34 en su parte superior, algún que otro camión Zis soviético, los bombarderos en picado JU87 Stuka atacando a las embarcaciones soviéticas así como la reproducción de carros de combate alemanes, pretendidamente Panzer III aunque exagerados en su tamaño. Curiosamente, dichos ejemplares son exactamente los mismos que los empleados en “Resistencia”.


Sin embargo esta película se erige en un tributo a las armas de los francotiradores. Así, por parte de los rusos vemos como Zaitsev emplea el fusil estándar de los francotiradores rusos, el Mosin-Nagant M-1891/30 con un pequeño y ligero visor PU de 3,5 aumentos, si bien en la cinta Sasha lo presenta como un arma novedosa al hablarle de ella al oficial alemán; era el mejor fusil de precisión ruso pero cuyo protagonismo pronto tuvo que compartir con el Tokarev M-1938, que presentaba la ventaja de tratarse de un fusil semiautomático por toma de gases. Por su parte, el francotirador alemán utiliza un fusil Mauser K-98k con visor de montaje alto, una verdadera máquina de precisión; no obstante el nivel cualitativo de los fusiles de precisión alemanes conllevaba que la elección de uno u otro quedase al final al albur de las preferencias del tirador, por lo que el K-98k podría encontrarse tanto en las divisiones de paracaidistas (Fallschmirmjäger), como de las Waffen SS, como del Heer.


ERRORES. El problema de base de “Enemigo a las puertas” reside en la simple circunstancia de que al ampararse únicamente y sin ambajes en la versión soviética de los acontecimientos incurre en errores de calado, sobre todo en lo que toca al contenido histórico.

Así, el principal de los errores se cierne sobre el núcleo principal de la cinta, esto es, el duelo entre Vassili Zaitsev y Koning, el francotirador alemán. Y es que resulta harto evidente que el primero es un personaje real pero de circunstancias personales exageradas por la Unión Soviética hasta elevarlo a la categoría de mito; y el segundo es, directamente, un personaje fruto de la invención propagandística y creado con el único propósito de engrandecer la figura del primero. Y ello es evidente desde el mismo momento en que en el enfrentamiento de los dos francotiradores uno puede ver, y no es casual, el modelo de lucha que en el utopismo comunista se le presentaba a los soldados pero que no se cohonestaba con la realidad: el pobre y humilde pastor llegado desde los Urales para luchar por su madre Patria y el socialismo contra el noble aristócrata prusiano y fascista.

Es cierto, yendo a las circunstancias personales de cada uno de ellos, que Zaitsev era un pastor llegado desde los Urales para luchar contra los alemanes, pero ahí termina la realidad de lo que se nos presenta dado que lo más probable es que llegase al frente, como muchos otros jóvenes rusos de su tiempo, forzado por los comisarios políticos y la NKVD. Resulta acorde con la realidad el situar a Vassili en la película como un buen tirador, pero en la película podemos ver como sus cifras medran a costa de los alemanes a los que ponía en su punto de mira cuando, en la realidad, fueron infladas gratuitamente para crear el mito propagandístico de Vassili Zaitsev; justo lo mismo que otros supuestos héroes y heroínas que en realidad no lo fueron más que por acción de la propaganda como la francotiradora Roza Shanina, a quen se le atribuyeron 54 muertes.


En tan hábil como mendaz concordancia, el rival de Zaitsev tenía que ostentar ciertas condiciones para ser la mejor expresión de la lucha de clases que vendía el régimen soviético: y así fue como surgió este oficial alemán francotirador trasladado a Stalingrado para acabar por el propio Zaitsev. Sin embargo, cuando uno entra a analizar las circunstancias del susodicho personaje el oscurantismo en lo que a este respecta y las sombras sobre sus circunstancias son tanto mayores cuanto más se profundiza en él. Y es evidente que dicha figura no se vendió como lo que fue sino que los propagandistas soviéticos pudieron moldear al enemigo a su gusto. Así, no tenemos a un humilde soldado raso sino a un oficial de la escuela prusiana y de noble familia. El problema es que ni los propagandistas soviéticos se pusieron de acuerdo en su rango y esta enigmática figura varía, dependiendo de la fuente, desde el grado de mayor hasta el de coronel. Tampoco su nombre es una cuestión clara ya que se apunta por un lado que se trata de un tal Heinz Thorvald y por otros de Köning, pero en uno u otro caso los propagandistas soviéticos pecaron de un error de considerable importancia dado que si el mencionado francotirador alemán tenía origen en la nobleza germana seguramente habría de guardar la partícula nominal “von” característica de los miembros de las grandes familias prusianas (criterio este utilizado en la posguerra para procurar los más altos castigos a los prisioneros alemanes con esa distinción puramente nominal). Tampoco está claro a qué escuela de francotiradores pertenecía, algo que habría de ser fácil de concretar dada la escasez de estas en Alemania por las circunstancias arriba indicadas. Por supuesto, este sujeto tendría que tener una condecoración impuesta por el propio Hitler, pero no de las más bajas, sino nada menos que la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, Espadas y Diamantes, ni más ni menos que la más alta distinción dentro del Ejército alemán. Sin embargo esta condecoración fue entregada a muy pocos hombres y dichas imposiciones están perfectamente documentadas y, sin embargo, no aparece este sujeto en ninguna fuente. La incongruencia es mayor cuando los soviéticos afirmaban de este francotirador alemán que había abatido a 400 soldados del Ejército Rojo, extremo harto imposible dado que ese  habría sido motivo sobradamente suficiente para que la propaganda nazi lo erigiese en emblema de su causa y, casualmente, no aparece como tal; además, el francotirador alemán que alcanzó mayor renombre fue Mätthias Hetzenauer, con sus apenas 350 blancos confirmados. Hay que añadir que la labor del francotirador no es acorde con la tradición prusiana en la que se coloca al oficial alemán; la explicación es simple: el férreo tradicionalismo prusiano era apegado a la idea de que las guerras se ganaban en la línea de batalla y no en una lucha en la distancia y sin ofrecer al enemigo la posibilidad de presentar combate. A este cúmulo de errores hay que sumar que la querencia a aumentar los méritos del alemán en pro de Zaitsev llevó en su día a exhibir una mira telescópica de un Mauser K-98k alemán en el Museo de Guerra de Moscú, visible hoy en día, cuyo cartel reza: “Mayor König, responsable de la Escuela de Francotiradores de Berlín y campeón de tiro olímpico en 1936”. Esta falacia propagandista insistía en la idea de que este oficial alemán había conseguido la medalla de oro de tiro al plato en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, pero en ninguna de las tres categorías de esta disciplina disputada en aquellos juegos (tiro con pistola a 25 metros, tiro con pistola a 50 metros y tiro con rifle a 25 metros) aparece ningún ganador, ni siquiera medallista, con el nombre de Thorvald ni Köning. Si a todos estos datos sumamos que la única fuente directa de conocimiento del francotirador alemán es la autobiografía de Vassili Zaitsev la conclusión es sencilla: el referido oficial, Köning o Thorvald, nunca existió.


Además, se observa la presencia de otros errores menores como el propio cruce del río Volga en barcas, el cual en la cinta se muestra como realizado a plena luz del día. Es obvio que estas embarcaciones realizaron el trayecto de llevanza de tropas de una rivera a otra del cauce fluvial bajo la oscuridad de la noche no sólo para limitar los efectos de los ataques aéreos alemanes sino también para evitar que los alemanes presionaran allí donde las embarcaciones iban a arribar.

Otro error de tinte histórico es el hecho de que, al margen de la familia del joven Sasha, no aparecen civiles en la ciudad cuando una orden expresa de Stalin, como se ha indicado más arriba, había impuesto a la población de la ciudad la orden de permanecer en Stalingrado.

También es reseñable como error el aspecto con el que se caracteriza a Nikita Jruschov, el cual aparece en plena senectud y con el aspecto que tendría en los años 50 o 60, y no con el semblante más joven que tendría a en 1942.

Por otro lado, lo errores de lógica son abundantes. Quizás uno de los más llamativos es el comportamiento de los soldados alemanes abatidos por Zaitsev al inicio de la película, cuando está atrapado en la fuente de la plaza con el comisario Danilov; quizás no el primero en caer, pero los demás ven como sus compañeros van siendo víctimas del tirador ruso y apenas se inmutan (unido al casualismo de las explosiones que se producen a conveniencia de Zaitsev). Otra incongruencia, también al inicio de la película, puede observarse cuando Zaitsev prescinde de abatir a un soldado alemán a pesar de tenerlo en el punto de mira y, una vez se levanta, se encuentra con el niño Sasha el cual le pregunta por qué no disparó, algo ilógico dado que sólo Zaitsev sabía a quien estaba apuntado en la distancia.


LA FRASE. “El que lleva el fusil dispara; el que no lo lleva, que acompañe al que lo lleva; cuando el que lleva el fusil muera, el que no lo lleva, coje el fusil y dispara” (Oficial de abastecimiento  del Ejército Rojo).

Son tan diversas como variopintas las sentencias que nos deja el film (sobre todo pronunciadas por Jruschov), pero la elección de esta se ampara en que es la expresión del estado límite en el que las fuerzas rusas llegaron a encontrarse en Stalingrado lo que, unido a la orden del “ni un paso atrás”, suponen la mejor expresión de la omnipresencia de la muerte a la que el soldado ruso había de enfrentarse.


PARA QUIEN. La relativamente reciente factura de esta producción unida a la corrección formal de la que está investida “Enemigo a las puertas” las convierte en una película sumamente interesante para cualquier público, a lo que contribuye su notable ambientación, la tensión que en los momentos inspirados alcanza la trama así como su instroducción espectacular. Sin embargo, si la pretensión del espectador está en el contenido documental de la cinta acerca de la batalla de Stalingrado la elección no es acertada dados los graves vicios de construcción que presenta.


VALORACIÓN. Lo que “Enemigo a las puertas” nos presenta es un western cambiado de ambientación y trasladado a la batalla de Stalingrado, así de simple. La historia de celos y pasiones amorosas y el duelo de dos hombres acaparan el peso argumental de la película, pasando la ambientación bélica a un plano secundario a pesar de la espectacularidad escénica. Una película lo suficientemente buena como para pasar un buen rato de cine pero lo suficientemente cargada de taras como para erigirla en lo alto de la clasificación. Un mayor empeño en la elaboración de la trama histórica, sin desdeño de las historias personales de los protagonistas, habría dado un mayor pulo a la película y, quizás, estaríamos hablando de una de las mejores películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial.


lunes, 10 de octubre de 2011

ISPANSI (ESPAÑOLES)



SINOPSIS. Corre el año 1936 y España se dirige a uno de los episodios más convulsos de su Historia: la Guerra Civil. Es en estas circunstancias que la República envía a 3.000 niños a la Unión Soviética con el pretexto de ponerlos a salvo de la contienda y las circunstancias de la guerra. Beatriz (Esther Regina), hija de una asentada familia cuyo hermano y padre son falangistas, al enterarse del inminente traslado de los niños de los orfanatos a territorios soviéticos, decide robar los documentos de identidad de una republicana muerta y participa en el cuerpo de profesores voluntarios para cuidar  a dichos niños, uno de los cuales es en realidad hijo suyo pero que terminó en el orfanato por el hecho de que ella no estaba casada. Pero su viaje, largo y tedioso, le conduce a través de Europa hasta que, en 1941, se encuentra en medio del enfrentamiento germano-soviético. La claudicante situación del Ejército Rojo ante el avance de los alemanes, complica y dificulta su ya de por sí duro viaje. Un Comisario Político de la Unión Soviética llamado Álvaro (Carlos Iglesias) se les une e intenta ayudarles. Las complicaciones se van sumando.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Si hay algo que pueda quedar en la memoria visual del espectador en “Ispansi” y sea digno de ello es sin duda la escena en la que irrumpe en la trama la División Azul. Viendo el desarrollo de la cinta en ciertos momentos, y el ya consabido tono tendencioso del cine español sobre estas cuestiones, uno se espera una imagen demonizada de los soldados de la División Azul (División 250 de la Wehrmacht). Sin embargo, son reflejados  sin ningún propósito denostador, sin ninguna suerte de fanatismo. Es por ello que resulta sumamente interesante el encuentro que mantienen con las divisiones de las SS alemanas y, posteriormente, la conversación con los fugitivos republicanos españoles. Sin duda una buena, aunque exigua oportunidad de ver a aquellos soldados españoles en el cine, como pocas veces se ha hecho. Escenas como la que Carlos Iglesias nos regala es imperativo valorarlas más allá de su verosimilitud pues no es menos cierto que sería en vano la espera de que el cine foráneo fuese a dedicarle alguna película o escena a la División Azul o les preocupe la historia de los fugitivos republicanos.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. En concretas escenas, que no pocas, “Ispansi” muestra una trama que parece reticente a abrazar los arquetipos, prejuicios y la impronta tendenciosa que suele caracterizar el cine español, sobre todo el más reciente, en lo tocante a temas históricos de los años ’30 y ’40. Y lo hace en diversas ocasiones a través de imbuir a la trama un semblante de alegoría pacifista gratuita que se desdibuja a cada segundo de película para terminar en una simplona y perversa conclusión de que la guerra en España fue una guerra entre hermanos pero en la que unos (se intuye quienes) tuvieron más culpa que los otros. A ello cabe sumar el excesivo talle que supone para el director el construir la trama una vez entra en la contienda bélica mundial, ya que se pierde en una dispersión temática que no encuentra como reconducir.

COMPARACIÓN. No es el cine español muy dado a explorar los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Me atrevo a decir que más que por carencias técnicas, del todo comprensibles dada la alta exigencia que ello impone, se trata en realidad de una nueva manifestación de lo partidario y sesgado del poder creador de nuestros cineastas actuales, más propensos a recrear a su “saber y entender” la Guerra Civil en películas como “Soldados de Salamina”. En época franquista ya se había rodado “La Patrulla” pero la perspectiva es notablemente distinta dado que únicamente tiene un propósito propagandístico anticomunista y más que creador en sí.  Lo que hace acreedora a “Ispansi” de una mínima gratitud es que, aun cayendo en esa tendencia, intenta por momentos no hacerlo y guarda cierta consideración para con los no republicanos o, como se ha referido ya, con los soldados de la División Azul. Esa es, aunque resta camino por hacer, la tendencia que podría llevar a hacer grandes películas en España acerca de la temática una vez nuestro cine se desprenda de ese fervoroso y  febril rencor en el quehacer cinematográfico.


HISTORIA. Lo que, en suma, “Ispansi” nos viene a mostrar es un paseo por una Europa sacudida por los acontecimientos del momento y estremecida por su inestabilidad y la que luego asolaría Europa desde el particular punto de vista de una española, Beatriz, que vive como puede en sus dificultosas circunstancias familiares y que, al tiempo que va viendo el desarrollo de los hechos, nos va dando una perspectiva de los mismos.


Resulta, bastante llamativo, tanto desde el una óptica histórica como cinematográfica, que una película consiga aunar las diferentes “Españas” del  entonces desde un único punto de vista; no obstante lo cual, la cinta remata por abrazar una dinámica republicana filosoviética. Y en cierta medida es justo el tributo a los fugitivos españoles (entre ellos los casi 1500 niños y 40 profesores) que, huyendo de la guerra patria y de los vencedores de la misma bajo el temor a duras represalias, se dispersaron por otros países europeos, como Francia, Suiza o la URSS. Fueron precisamente los que se cobijaron al amparo del régimen soviético esperando el mejor de los tratos por su proveniencia republicana, so pretexto de su afinidad ideológica, acabaron por padecer las consecuencias de su propia decisión, si bien es algo que la película se cuida en esquivar. Es más, muchos de estos pobres desdichados cayeron en la falsa creencia (como el piloto del Ejército Rojo Luís Lavín, entre otros cientos) de que, terminada la guerra con la Alemania nazi, los bolcheviques iban servirles en bandeja y ayudarles en su venganza contra el régimen del general Franco. Muchos murieron, aun en espera de ella, bajo aquel infame gobierno, para los cuales es justo y debido el tributo que por ello merecen; pero no es menos cierto que quizás la literatura, el cine y otros campos del arte se han centrado demasiado en éstos, en perjuicio de los demás. Y ello a pesar de su equívoca decisión dado que salvo personajes de la élite política, como Dolores Ibárruri, a duras penas consiguieron vivir la mayoría de aquellos españoles.


Y es que, aunque desde las élites artísticas no parezcan ser acreedoras de homenaje alguno apenas, es debido hacer mención, por oposición a los anteriores, a todos aquellos que, terminada la guerra, aceptaron el destino de su país y, en su caso, adoptaron la lucha interna. Aquellos, contrarios al régimen, que fueron denominados modo genérico como “rojos” (fuesen republicanos, anarquistas, monárquicos, cedistas ortodoxos o falangistas de la primera época) optaron por criticar y quebrantar el sistema franquista desde dentro, una opción más útil y lógica, dado que inteligentemente eran sabedores de que los regímenes autoritarios se derrumban desde dentro por ser éstos tendencialmente impermeables a las habladurías y rumores foráneos. Sin embargo, y obviando la excepción de los primeros años de posguerra, quienes se quedaron en España, los afines a Franco y los que no lo eran, es decir, los que optaron por la opción más valiente de resistir desde dentro y actuar internamente, consiguieron salir adelante y vivir de una forma más o menos decente lo que, a la postre, les permitía centrarse en su lucha antifranquista. Mientras, los españoles en la URSS, salvo los que gozaban del patrocinio de algún Comisario Político o miembro del partido, se centraban en cuestiones más vitales, como la propia manutención.


Es, por consiguiente, una verdadera lástima que las artes escénicas, en general, y el cine en particular se postule y congratule con quienes optaron por la opción más fácil aun a pesar de las circunstancias, desdeñando sin consideración alguna a los que valientemente afrontaron el destino de su país. Leyes de Memoria Histórica, juicios totalmente anacrónicos, manifestaciones antifranquistas o investigaciones discrecionales sobre quienes huyeron y sobre los que se quedaron son meros instrumentos de cara a la galería de un sector político, pero que llega con más de treinta años de retraso ya que ahora no son necesarias. La enfermedad superada no precisa medicinas para su curación.


APARTADO TÉCNICO. A diferencia de lo que suele ser habitual en el cine español, los productores de “Ispansi”, sin excesivos alardes, logran superar el examen técnico de la cinta a base de discrecionalidad y, sobre todo, con un especial empeño en no incurrir en errores notorios. Destaca en el bando ruso la presencia de los camiones Zis tan ampliamente utilizados por los rusos en la contienda y la sempiterna presencia de las locomotoras, mezcladas con pequeñas armas como los Schmeisser alemanes así como revólveres de todo tipo. Todo ello entremezclado con unas indumentarias perfectamente adaptadas a su contexto histórico y algún destello como el ataque de los Stuka (JU-87) alemanes.


ERRORES. Se trata de una cinta que promete desde el principio pero que no tarda en tomar la senda de la discrecionalidad y que, a costa de esa postergación de los alardes tanto en lo técnico como en lo argumental, a parte de desazonar la película en sí, hace que los errores no sean ni abundantes ni de importancia en lo que toca al desarrollo de la misma. No obstante, los errores son evidentes. En primer lugar, resulta absolutamente sorprendente que el régimen estalinista dispusiese, en una época de tan grandes apuros, de su extensa red de ferrocarriles en favor de unos españoles que nada le aportaban en su guerra con Alemania. No es lugar este para hablar de ella, pero la generosidad del Camarada Supremo Soviético brilló siempre por su ausencia, sobre todo con los republicanos españoles, más aun tras la derrota de éstos. En segundo lugar, aunque es un detalle de gustosa presencia, el ataque de los Stuka resulta totalmente superficial y absurdo, con el claro y único propósito de mostrarlos, dado que su ataque carece de sentido cuando bombardean a una población civil dispersa y en un paraje inhóspito, sin que vuelvan aparecer: los objetivos de la Luftwaffe eran siempre militares porque ese era el modo más efectivo de lastrar a las fuerzas rusas y, todavía más, si se piensa en la carestía de recursos que se vivía en el frente ruso. Tampoco pasa desapercibida la estancia en una granja de la estepa rusa dado que, estando la URSS en plena Segunda Guerra Mundial, contrasta la relajación del ambiente bucólico en el que viven los personajes centrales.


LA FRASE. “Son como animales: no atienden a razones”. Esta frase, pronunciada por una monja, al inicio de la cinta y en medio del saqueo y quema del convento por sectores de exaltados republicanos, es una de las muchas que la presentación del contexto histórico de la película regala al espectador. Y ello porque, al margen de mostrarnos cómo de convulsa se hallaba España a mediados de julio de 1936, esta frase, aplicable a uno y otro bando por igual, pone en alza la desmesura política a la que se había llegado, el rencor generado por la inestabilidad de una falsa democracia y la utilización de la sinrazón discursiva por parte de ciertos políticos que dio lugar a unos fuertes brotes de violencia en las postrimerías de la Guerra civil. No obstante, a la luz de las circunstancias actuales, y de la coyuntura económica, social y política, me tomo la licencia de aplicar esta frase y su carga de significado a la clase gobernante actual que, ignorante del peligro del cultivo de la demagogia barata, la mentira fácil y de los ejercicios de pantomimas populistas, se muestra ciega de cara a las consecuencias pasadas de la zafia práctica de estas “artes”, capaces de engendrar auténtica violencia en quienes se dejan imbuir por esa dialéctica.


PARA QUIEN. Si lo que se busca es una película española diferente al arquetipo de cine hecho en este país o “españolada”, si se me permite, es claro que “Ispansi” es un buen paso para el comienzo. Para el público en general, aun a pesar del escaso didactismo, se hace bastante aceptable ya por su notable ambientación, ya por ciertas secuencias que rozan lo genial. Pero que nadie se engañe: sigue siendo cine español, colmado de prejuicios y sin excesos creativos en la historia en si misma considerada. Las escenas de acción resultan, en su mayoría, carentes de credibilidad.




VALORACIÓN. La película de Carlos Iglesias presenta un muy buen comienzo, con una acelerada muestra de la situación prebélica, con una ácida crítica hacia las dos Españas (con los exaltados republicanos como bestias y el joven falangista tan pasional y cerril con sus ideales), sirviéndose para ello de un decoroso reparto (estando entre los antes mencionados la gallega Isabel Blanco, además de los antes mencionados). Sin embargo, la película intenta reconducirse hasta un final que procura erigirse como una alegoría pacifista en esa separación de ideales, al tiempo que mostrar las penurias de la guerra. Pero, en la búsqueda de esos logros, no consigue ni lo uno ni lo otro y se pierde en un camino de disquisiciones de índole moral, abrazando a uno de los bandos y despreciando al otro, aderezando recursos técnicos sin ton ni son y, además, intentando poner un final poético al film, lo que a duras penas consigue dados los derroteros que toma la trama. Una película, en suma que, como cine español se deja ver, pero de escasa relevancia en términos de cine bélico comparado.

viernes, 9 de septiembre de 2011

REBELION EN POLONIA (UPRISING)



SINOPSIS. Polonia, año 1939. La ofensiva sobre este país por parte de Alemania da lugar al inicio de la contienda más grande de la Historia. El ejército polaco se desmorona y los alemanes toman la capital y concentran a 300.000 judíos de la ciudad en un área concreta de la misma, conocida como “gueto de Varsovia”. Pronto, con el paso del tiempo, empiezan a surgir brotes epidémicos y los alemanes comienzan su política de traslados masivos de la población del gueto. Sin embargo, un minúsculo grupo de  judíos encabezados por  los profesores Mordechai Anielewicz (Hank Azaria), Yitzhak Zuckerman (David Schimmer) y el joven Tosia Altman (Leelee Sobieski) forman un grupo de resistencia, la Organización de Lucha Judía (OLJ) que, desde la clandestinidad y pese a la oposición del Consejo Judío y su líder Czerniakow (Donald Sutherland), intentará plantar cara a los alemanes a cualquier coste.


LO MEJOR DE LA PELÍCULA. Sin duda el hecho de que pese a tratarse de un telefilm, tiene unas dosis de  creatividad en lo escénico así como un aceptable trabajo en lo argumental que para nada han de guardar envidia a muchas de las producciones que se dan por estos lares del cine bélico. Los escenarios interiores alcanzan un nivel cualitativo notable ya que consiguen transmitir el ambiente claustrofóbico de los búnkers en que se habían convertido los edificios; los exteriores, aunque menos trabajados y más escasos, consiguen complementar perfectamente a los anteriores, dando a la película un perfecto contexto espacial en el que los personajes se mueven y desplazan constantemente por la capital polaca desarrollando la trama argumental de una forma muy dinámica.


LO PEOR DE LA PELÍCULA. Hay muchos elementos que restan méritos a esta producción. Principalmente la mayor desventaja se asienta en el fatal manejo de los tiempos de la trama y del ritmo del metraje, sobre todo en relación con el contexto histórico. Así, el tramo inicial del filme que nos muestra desde la pacífica Varsovia previa a la contienda hasta la rendición polaca apenas dura unos minutos; además las epidemias y el hambre, que en realidad fueron fruto de la larga contienda bélica y la carestía alimenticia propia de esta, en la película surgen ya con la entrada alemana en la capital, lo cual resta credibilidad al argumento de una manera considerable ya que rápidamente pueden verse caballos muertos cuya carne es devorada por pobres hambrientos. Sin embargo, la represalia alemana que consigue acabar rápidamente con los rebeldes acapara la práctica totalidad del film, lo que no es acorde con la realidad, dado que apenas duró un mes la resistencia. Además, todo ello no resulta verosímil toda vez que se le advierte al espectador de que se trata de una película basada en hechos reales, lo cual no se cohonesta con lo que se muestra. La violencia exageradamente gratuita, como tópico del cine bélico, de las fuerzas alemanas tampoco se entiende muy bien, como tampoco el perdido e inconexo papel del periodista alemán Hipler, que por momentos parece adolecer cierto retraso mental.


COMPARACIÓN. Aunque las reminiscencias que pueda evocar esta cinta son múltiples y diversas casi se hace imperativo el hacerlo respecto de aquella con la que guarda un parecido más evidente: El pianista, de Roman Polansky. Tanto “Rebelión en Polonia” (que es casi un año anterior) como aquella utilizan un mismo trasfondo histórico, como es la ocupación de una parte de Polonia por los alemanes, para el desarrollo de su trama argumental en la que tampoco difieren demasiado, ni en el fondo ni en la forma: se trata en suma de mostrar las duras condiciones de vida en la Varsovia de inicios de los años cuarenta a base gritos, llantos y pobredumbre. Aunque presupuestariamente “El pianista” estuvo muy por encima de la película de Jon Avnet, este logra introducir al espectador dentro del gueto con los rebeldes y sus condiciones de vida mientras que Polansky no llega, nunca mejor dicho, a entrar en el gueto y se limita a la visión exterior que Spilzman tiene. Sin embargo, las condiciones de vida de la capital polaca son, como se ha señalado, demasiado premurosas y exageradas en el telefilm.


HISTORIA. Los controvertidos hechos de la Varsovia de la Segunda Guerra Mundial exigen numerosos puntos de análisis, de los cuales sólo unos pocos van a ser tratados aquí, puesto que en tales temas hay películas que se prestan más a ello, y que espero añadir muy pronto al blog.

Aunque en la película no es objeto de tratamiento más que en un brevísimo periodo inicial y en el que sólo se constata mayormente por sonidos, es preciso hacer mención aquí del inicio de la contienda.


En términos propiamente históricos cabe señalar que la invasión de Polonia fue una consecuencia directa e inmediata, si bien diferida en el tiempo, del dictado de Versalles impuesto a Alemania tras la Primera Guerra Mundial. En un nuevo orden europeo establecido por los Estados Unidos, Reino Unido y Francia, a través del presidente Wilson, el “Prime” George y el presidente Clemenceau, se obligó a una Alemania, sin esta ser derrotada en los campos de batalla, a renunciar a buena parte de territorios históricamente alemanes, como Prusia Oriental y la ciudad de Danzig, y a cederlos para hacer renacer una nueva Polonia, a la sazón desaparecida un siglo atrás, creando un corredor o espacio territorio que separaba ambas naciones. Consecuencia: una Alemania no derrotada en el campo de batalla se veía desposeída de parte de su territorio, y millones de ciudadanos alemanes se veían súbitamente expurgados de su país y situados en una nación que no era la suya. El caldo de cultivo estaba creado. De todos modo, los gobiernos germanos, antes y durante el mandato de Hitler, intentaron llegar a un acuerdo pacífico con los gobiernos polacos, cuyo voto se veía condicionado por las posiciones de Reino Unido y Francia (bajo cuyos auspicios había sido creada esa Polonia “independiente”). De facto, los gobiernos alemán y polaco mejoraban en sus relaciones institucionales y estuvieron al filo de firmar un pacto mediante el cual Alemania podía construía una vía férrea de acceso a Danzig a través del corredor mientras que el gobierno polaco se reservaba el uso exclusivo del estratégico puerto de dicha ciudad. Pero los británicos y franceses  impedían tenaz y sistemáticamente a los regidores polacos firmar tratados o convenios con Alemania y obligaban a sus gobiernos  a acallar, incluso por medio de la violencia, las voces filogermanas de los millones de alemanes que vivían en aquella Polonia (ataques a las embajadas y sedes diplomáticas alemanas, atentados contra las emisoras de radio alemanas, incendios en editoriales…). Los tres millones de alemanes que vivían en Danzig llegaron a vivir tal clima de represión que podría calificarse esa situación como lo que hoy sería denominado un genocidio.

Fue en este ambiente, crispado por ingleses y franceses sirviéndose de la nación polaca como instrumento ejecutor, que el gobierno alemán se vio abocado a acudir a los tres millones de alemanes residentes en Danzig, donde las represiones eran más graves.  A pesar de que el gobierno nacionalsocialista alemán pretendió un acuerdo multilateral de paz con todas las naciones implicadas, Chamberlain, Primer Ministro británico, y Daladier, jefe del gobierno francés, se negaron de plano a escuchar una sola palabra. Así las cosas, el 1 de septiembre de 1939 los ejércitos alemanes entraban en Polonia. El día 3 de septiembre del mismo año, Reino Unido y, tácitamente, Francia declararon la guerra a Alemania, dando inicio a una guerra “por Polonia” a la que nunca prestaron armamento ni ayuda de ningún tipo más allá de los mensajes de apoyo moral de la BBC. Las dizmadas y endebles fuerzas polacas, en la que aun la caballería tenía un gran peso como si del Medievo se tratase, fueron presa fácil para un ejército alemán mucho mejor preparado. Muchos soldados alemanes pisaban, tras muchos años, Prusia Oriental; muchos alemanes de Prusia Oriental, por fin podían decirse alemanes sin miedo. Al tiempo, los rusos, con quienes los alemanes habían pactado para poder tomar sus territorios de Polonia guardándose de crear un nuevo conflicto, habían tomado la mitad este del país.


Es de notar que, pese a lo que pueda leerse acerca de que Polonia fue ocupada, no es menos cierto que el alto mando polaco ya había apostado sus escasas fuerzas a lo largo de la frontera con Alemania (por órdenes dadas desde Londres). Los altos oficiales, carentes de armas decentes y todo tipo de colaboración de las potencias occidentales, vertían en las cabezas de sus hombres una superioridad técnica polaca de la que carecían; existen testimonios de soldados que creían que los tanques alemanes de los que habían oído hablar no eran más que carromatos cubiertos de madera o que las fuerzas de Hitler eran grupos de guerrilleros sin apenas instrucción; los polacos además apenas disponían de blindados decentes (como el TP-7 montado a partir de una patente rechazada por el ejército británico y que los polacos tuvieron que comprar a aquellos pese a su “apoyo”). Con semejante panorama, no es de extrañar que haya testigos de soldados de la Wehrmacht que afirman que a su llegada a la frontera polaca lo único que veían era como huían los tres o cuatro vigilantes que se situaban en cada puesto fronterizo. De ahí las históricas imágenes de los soldados alemanes apartando con toda la parsimonia habida y por haber las barreras que marcaban la frontera. Aún más, los testimonios alemanes, y también polacos, de la época muestran el gran respeto y admiración que la población no alemana de aquella Polonia tenía por la nación germana para con la que no guardaba ningún tipo de resquemor ni odio alguno.


Por todo ello, conviene a la luz de lo que “Rebelión en Polonia” nos ofrece, extraer una serie de conclusiones previas que la Historiografía oficial no se aviene a reconocer ni contradecir: Alemania acudió a salvar alemanes a Polonia tras haber buscado una negociación pacífica; la guerra comenzó el día en que Reino Unido y Francia hicieron la declaración formal, esto es, el 3 de septiembre y no el 1 de ese mismo mes; las fuerzas polacas estaban preparadas para combatir a la Wehrmacht, lo cual dice bien poco acerca del hasta la saciedad repetido argumento de que se trató de un ataque sorpresa; la guerra se inició supuestamente por la injustificada y repentina invasión de Polonia por parte de Alemania, pero nada se dice del Ejército Rojo (posterior socio) y su ocupación de Polonia del este; la guerra por la independencia de Polonia finalizó con el regalo de ésta a la URSS. Todo lo demás, de pretensión de represiones en masa de judíos polacos y voluntades de conquista mundial de Hitler no son más que tópicos grandilocuentes y sin apenas fundamento y que no son coherentes con los hechos o, cuando menos, de la reflexión que merecen.

Hay que señalar, en lo que toca a la supuesta represión alemana en general, y en Polonia en particular,  que no han sido cuestiones del todo claras por más que en los últimos años, y por medio de películas como ésta, se haya silenciado el tema. Es mencionable que la resistencia polaca a los alemanes, no es sino una evidente falta de respeto a las reglas de contienda que son aplicables tras la rendición de un ejército ya que toda resistencia debe cesar; he ahí la razón del ataque sobre la resistencia. En lo estrictamente referido al gueto de Varsovia durante años existió el contubernio de si los encerrados en aquel eran ciertos sectores de la población polaca o población estrictamente judía. Y es esta postura, en esta disputa por hacerse por esa tan cotizada posición que otorga el pertenecer a un grupo víctima de los alemanes, la que ha finalmente prevalecido no sin reticencias. La destrucción de la sinagoga de Varsovia, otros acontecimientos exógenos a la capital polaca así como todo lo surgido tras la guerra contribuyeron a que así, la posición judía prevaleciese. “Rebelión en Polonia” se muestra como una película pacificadora en este sentido al utilizar las banderas polaca y judía como símbolos rebeldes.

No se trata de saber quienes fueron los buenos o los malos, ni de determinar por qué motivos disparaban unos u otros, ni de saber quien enarbolaba la bandera de la paz, tampoco de adivinar la ideología que imperaba en la voluntad de cada uno de los combatientes, ni siquiera de quién ganó o perdió sino de concretar los hechos con pruebas que no sean negadas de plano para saber qúe fue lo que de verdad aconteció a mediados de 1939 para que aquella encrucijada polaca, arrastrada por la inercia de los sucesos, se terminase  convirtiendo en el mayor conflicto de la Historia con las consecuencias que todos hoy conocemos.


APARTADO TÉCNICO. Pese a tratarse de una producción austera hay que elogiar su apartado técnico, más por la voluntad que por el resultado. El despliegue armamentístico es mayoritariamente de armas ligeras, como pistolas, cócteles incenciarios, fusiles Mauser y algún que otro subfusil Schmeisser MP-40, con los que los judíos rebeldes consiguen hacerse. A ellas hay que sumar los Volkswagen Kubel, los cañones PAK-37 alemanes, alguna que otra pieza de artillería y un par de toscos Panzer Tiger pero cuya presencia incrementa la espectacularidad escénica de unas refriegas polaco-alemanas bastante desaguisadas de no ser por aquellos. Estratégica y tácticamente, la película no es de lo peor que hay en el cine, pero el resultado es bastante pobre. La irrupción de algún BMW de época no tiene desperdicio.


ERRORES. Empezando por el campo de la táctica, la película yerra por doquier, algo que es entendible habida cuenta del nivel de la producción. Alemanes avanzando abiertamente al descubierto, incluso en formación, hacia los edificios insurrectos así como una rebelde que, con falda y zarandeándose sobre una chimenea acierta de lleno a los alemanes con los explosivos, además de blindados alemanes que arden y explotan con un simple cóctel incendiario son buen ejemplo de los despropósitos mostrados. Otro digno de mención, a la par que curioso, es la presencia de un rechoncho Heinrich Himmler. Cabe señalar asimismo la presencia indiscriminada y totalmente aleatoria de fuerzas de las SS y de la Wehrmacht, cuyos uniformes en ambos casos dejan bastante que desear y donde se entremezclan sin ton ni son ambas fuerzas. Se incurre en un error muy acostumbrado en este orden de cosas, cual es el de los personajes que captaban el olor de los cadáveres cuando quemaban los cuerpos en los incineradores de Treblinka (hoy es admitido generalmente que no había incineradores en tal campo, y en los campos en los que los había no desprendían olor alguno) así como cuando Mordechai y Zuckerman comentan el asesinato en masa de gente conectando los escapes del camión a la parte trasera en la que estaban las víctimas que morían por asfixia (extremo negado por inviable y científicamente complicado, incluso por los holocaustólogos, puesto que el combustible diesel, el de los camiones alemanes, no producía la suficiente concentración de partículas como para ser útil a tal efecto). De los Tiger mostrados, el error (al margen del estético) es manifiesto puesto que apenas disparan el cañón y se incendian y explosionan con el impacto de un cóctel incendiario (en realidad estaban preparados para no resultar afectados dado su grueso blindaje). Llama la atención que muchos de los judíos rebeldes, pese a ser novatos en el uso de armas, aciertan de pleno en sus objetivos con el fusil y, más difícil todavía, con éste sujetado a la altura de la cintura y no en el hombro utilizando el punto de mira.


LA FRASE. “¿Puede un hombre de moral como yo mantener su código de moralidad en un mundo inmoral?” Esta es una frase que los protagonistas hacen suyas en un par de ocasiones so pretexto de hacer reflexionar a otros personajes y, asimismo, al espectador sobre cual es la conducta racional en una situación a veces tan fuera de razón como es la guerra. Por el carácter violento que se muestra en los personajes al final, convertidos en auténticos guerrilleros, vemos que la respuesta a la cuestión es negativa toda vez que la conducta racional en ese caso era la adoptada por el líder del Consejo Judío aceptando la victoria alemana y, a la postre, los términos de la rendición.


PARA QUIEN. No es una gran producción pero sí una pequeña obra que merece la pena por el hecho de mostrar como se puede conseguir una cinta relativamente lograda sin grandes presupuestos ni la vía mediática de la gran pantalla. Los hechos que narra de una forma hiperbólica pueden ser reseñables desde una perspectiva histórica por la novedad de dar una visión interna del gueto. Por lo demás, carece de alicientes añadidos dado que las escenas de acción cojean demasiado y las historias amorosas parecen introducidas con calzador.


 VALORACIÓN. En suma, “Rebelión en Polonia” no va a pasar a la historia del cine bélico sin duda, ni siquiera de los telefilms, aunque sí como una clase media de éstos últimos por cuanto, por más o menos creíble que pueda parecer lo que en ella se cuenta, se nota el trabajo de producción que hay detrás así como la adición de elementos armamentísticos. Y ello es algo digno de reconocer. Una pena el poco apego histórico y la escasa contextualización, puntos que podrían mejorar el resultado final.