EL BLOG DE josé luis regojo (a slow blog)
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martes, 23 de abril de 2024
La victòria de l'extrema dreta (PVV) als Països Baixos ho demostra: si el progrés no ens indica el camí, ho farà el passat
lunes, 22 de abril de 2024
La victoria de la extrema derecha (PVV) en los Países Bajos lo demuestra: si el progreso no nos indica el camino, lo hará el pasado
La victoria de la extrema derecha (PVV) en los Países Bajos lo demuestra: si el progreso no nos indica el camino, lo hará el pasado
Rob Wijnberg
Traducción: Àngels Oliveras
En las últimas elecciones generales, los Países Bajos optaron por volver a un pasado ficticio. (1)
Ese pasado ficticio es la narrativa de un movimiento político mundial, más conocido como «nacionalismo nostálgico».
Los nacionalistas nostálgicos, que han ido en ascenso en todo el mundo durante años, tienen en común que ven el progreso como algo que quedó atrás en el tiempo. Un pasado en el que las fronteras de la nación y de la patria todavía importaban. Un pasado en el que la nación y la patria aún no estaban amenazadas por problemas transfronterizos, como el cambio climático o el aumento del nivel del mar; no estaban amenazadas por instituciones transfronterizas, como la UE o la OTAN, y no estaban amenazadas por el cruce de fronteras de gente extranjera, como personas musulmanas, solicitantes de asilo o refugiadas.
El progreso, según los nacionalistas nostálgicos, consiste en «regresar» a ese pasado: el pasado anterior a la globalización, cuando los extranjeros todavía vivían «muy lejos», la escasez de vivienda aún no era un producto «importado» por la inmigración masiva y las fronteras nacionales aún mantenían nuestros problemas de puertas afuera.
Regresar a una época en la que el mundo era todavía «un recurso y un cubo de basura infinitos», en palabras del filósofo estadounidense Noam Chomsky. Una época en la que el clima aún no constituía una crisis y el nitrógeno todavía no era un problema; la población seguía siendo nativa y el barrio aún era homogéneo; hacer barbacoas seguía siendo divertido y la vida en la granja seguía siendo romántica; la patria todavía era independiente, y la identidad propia, un orgullo.
Un pasado ficticio, porque nunca existió de verdad y además no puede volver. Pero un pasado «atractivo», bueno para que 75 millones de estadounidenses votaran a un mentiroso patológico, 53 millones de votos británicos fueran por la salida de la Unión Europea, 14 millones de argentinos votaran a un negacionista climático de extrema derecha.
Y bueno para que el ultraderechista Partido por La Libertad (PVV) de Geert Wilders haya obtenido 37 escaños. (1)
Por qué el nacionalismo nostálgico se propaga con tanta fuerza
La fuerte expansión de esa narrativa nacionalista nostálgica se debe tanto al talento retórico de sus predicadores más conocidos como a las deficiencias crónicas de sus oponentes más destacados.
Porque, durante años, la política progresista en todo el mundo ha adolecido de una flagrante falta de imaginación. En todo Occidente, sin excluir a los Países Bajos, la política progresista, tanto liberal como socialdemócrata, se enfrenta al mismo problema: no tiene una visión convincente que describa cómo se puede mejorar el mundo radicalmente.
Y es que entre las melodías de un reparto más justo y una agricultura más biológica suena sin parar el estribillo: «menos, menos, menos». No el tipo de «menos» que Geert Wilders lleva años propagando contra el Estado de derecho, sino el tipo de «menos» que lleva al rico consumidor posmoderno occidental a cambiar de bando; es decir: el de menos carne en la barbacoa, menos vacaciones en lugares lejanos, menos libertad para hacer lo que se quiera.
Mientras que el nacionalista nostálgico transporta a sus partidarios, aterrorizados por el futuro, a tiempos míticos de abundancia, cuando los Estados Unidos todavía eran grandes y los Países Bajos todavía eran «nuestros», el progresista vaticina demasiado a menudo y haciendo mucho ruido un futuro «de vida o muerte», de «dejar atrás», de «rebelión contra la extinción».
Esta narrativa está basada, sin duda, en una amarga realidad científica, pero no anuncia un futuro ilusionante. Desde las últimas elecciones, una narrativa que no llega a los 50 escaños en los Países Bajos, ni sumando todos los partidos progresistas al socialdemócrata Frans Timmermans (PvdA-GL). En cambio, volver a los Países Bajos de antaño (los Países Bajos de «Granjero busca esposa») ahora cuenta con casi noventa escaños en el parlamento.
Una valoración rápida poselectoral culpaba del resultado a Dilan Yeşilgöz del VVD (derecha liberal), que con su «no excluyo a ningún votante» abría la puerta de par en par a la posibilidad de nombrar primer ministro a Wilders, y cavó así su propia tumba populista. Pero este análisis instantáneo ocultaba al mismo tiempo el problema de base. Y este problema es que el progresismo de los Países Bajos no tiene una narrativa que la gente quiera creer.
Visto así, el resultado de las últimas elecciones es, además de un terremoto político, una mera continuación de la tendencia que se viene produciendo en todo el mundo desde hace años. Una tendencia que viene a ser: si el progreso, el concepto al que deben su nombre los progresistas, ya no nos muestra el camino, será el pasado el que nos diga hacia dónde vamos.
Los Países Bajos han dado un gran paso atrás en el tiempo. A los progresistas les queda la colosal tarea de explicarnos cuál es el porvenir que sí ven e imaginar un futuro en el que la gente sí quiera vivir.
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Artículo original en neerlandés:
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(1) https://www.rtve.es/noticias/20231123/resultados-elecciones-legislativas-paises-bajos/2461749.shtml
lunes, 2 de octubre de 2023
Tots mereixem una mestra com la senyoreta Diana
Traducció: Àngels Oliveras
viernes, 22 de septiembre de 2023
Todos merecemos una maestra como la señorita Diana
Hizir Cengiz*
Traducción: Àngels Oliveras
Estimada señorita Diana:
Ayer me puse a recordar el tiempo en que estaba en quinto de primaria. Me he olvidado de muchas cosas, pero no de los cumplidos que me hacía usted de vez en cuando, con su voz ronca de fumadora, ni de su mano en mi hombro, ni de que a veces me daba un abrazo. Tampoco se me olvidan los dulces que guardaba en el cajón de aquel precioso escritorio: una piruleta o una chocolatina, por si a alguien de la clase le venía bien, a menudo porque había pasado algo en casa la noche anterior. Usted sabía exactamente cuándo lo necesitábamos.
También recuerdo la foto de toda la clase, con aquellas caras de chiste, que me regaló después de haberla tenido colgada todo el curso en la pared del aula.
Usted era así.
Para un chico al que, por diversas razones, no le gustaba estar en casa, que tenía amigos pero al que siempre dejaban al margen —hasta el punto de que solo se sentía seguro al margen—, su aula era un cálido nido, casi un refugio.
Todas aquellas cosas me hacían sentir bien. Hoy podría decir que usted me impulsó a confiar en mí mismo.
Hace poco leí la investigación «Desigualdad contemporánea», que acaba de publicar la Dirección General de Planificación Social y Cultural. La desigualdad, como se puede leer ahí, ya no se refiere solo al capital en un sentido económico. También se trata de capital cultural, social y personal. Para los investigadores, este último punto se resume en «quién eres»: tu salud, tu aspecto, tu IMC y tu autoconfianza e imagen.(1)
Por tanto, concluyen los investigadores, para combatir la desigualdad no se puede pensar solo en el dinero. (2)
De repente caí en la cuenta. Llevo mucho tiempo tratando de entender de dónde viene mi inseguridad, para poder hacer algo al respecto.
En el sobre donde encontré la foto de toda la clase también estaba mi boletín de notas de tercero. La maestra escribe que pido tareas difíciles, pero que de inmediato digo que no puedo hacerlas. «A veces se muestra inseguro de sí mismo», anota.
Una voz en mi cabeza —la mía— me ha estado gritando toda la vida que no soy suficientemente bueno y que no estoy donde me corresponde (3), ni ante la perspectiva de cursar estudios preuniversitarios —y después universitarios— ni mientras los curso; ni para trabajar a media jornada como gerente ni como ensayista, ni a la hora de subirme a un escenario y hablar desde él, ni para tener ahorros o llevar un traje. De vez en cuando, esa voz me despierta angustiado.
¿Cómo silenciarla?
Y pensé en usted.
El estudio afirma que uno mismo puede aumentar su capital personal; por ejemplo, comiendo más sano y vistiéndose mejor. (4) Pero, añaden los investigadores de inmediato, la desigualdad no podemos resolverla por nuestra cuenta.
Necesitamos al otro: un gobierno que coopere, el apoyo de la familia, amigos o vecinos, gente con la que podamos hablar de asuntos personales y una red profesional. (5)
Usted está en esta lista.
Con sus palabras —no solo halagos, por suerte— y quizás más aún con la palmadita en la espalda, el abrazo y los dulces, me hacía saber que lo estaba haciendo bien y que yo importaba. Y eso funcionaba: cuando usted me decía algo bonito sobre cómo escribía, empezaba a prestar más atención a la ortografía y a calcular con más ganas.
Es nuevo para mí no culparme de la falta de autoconfianza. Ahora lo sé: la causa está también fuera de uno mismo. Al igual que gran parte de la solución para esta carencia.
Ojalá haya muchas más Dianas, porque hay muchos pequeños (y adultos) que se beneficiarían.
Atentamente,
Hizir
* Hizir Cengiz (1999) es neerlandés de origen turco; nació en Turquía y llegó con cuatro años a los Países Bajos (La Haya) mediante la reagrupación familiar. Es periodista freelance en la plataforma periodística De Correspondent. Intenta comprenderse a sí mismo y el mundo que lo rodea. Por ello escribe ensayos sobre identidad, diversidad y sentido de pertenencia. Hizir estudia Derecho y también es columnista en la revista de opinión De Kanttekening. En 2017 ganó el primer Premio Jan Paul Bresser, para periodistas que escriben sobre La Haya. También ha escrito para el periódico De Groene Amsterdammer.
Artículo original en neerlandés: «Iedereen verdient een juf Diana», de Hizir Cengiz, publicado en De Correspondent el 23 de marzo de 2023.
https://www.scp.nl/publicaties/publicaties/2023/03/07/eigentijdse-ongelijkheid p.54
https://www.scp.nl/publicaties/publicaties/2023/03/07/eigentijdse-ongelijkheid p.60
En el informe, se resumen así esas personas e instancias: «el gobierno», «la red social de apoyo», «el círculo de gente con la que se puede hablar de asuntos personales» y «la cantidad de personas conocidas con una profesión influyente». https://www.scp.nl/publicaties/publicaties/2023/03/07/eigentijdse-ongelijkheid p.27
miércoles, 15 de febrero de 2023
Para cambiar una cultura hay que cambiar algo más que la legislación
Nesrine Malik ©foto Declan Walsh
Traducción: Àngels Oliveras Corrección: Natalia Cervera
Huda tenía nueve años cuando le practicaron la mutilación genital femenina (MGF). La ahora sexagenaria profesora de inglés de una universidad privada de Jartum (Sudán) se comprometió a no hacérselo a sus tres hijas. El procedimiento, que consiste en el corte ritual de los genitales externos de una niña, le causó sufrimiento durante las relaciones sexuales y el parto. Sin embargo, a mediados de la década de 1980, cuando su hija mayor tenía casi 10 años, Huda cedió a las presiones de su suegra, que la acusó de no seguir las costumbres de las «buenas familias». Y añadió que si no seguía con la tradición de hacer la incisión a su hija, sería mal vista.
La única condición que puso Huda fue que se encargara una médica y no una "cortadora" (generalmente una mujer local que no tiene formación en el ámbito médico, ni dispone de equipo esterilizado ni usa anestesia). Pero cuando llegó el día, Huda no pudo afrontar la situación y, en lugar de cancelar la intervención, envió a su madre y a su suegra a supervisarla.
Los antecedentes familiares de Huda son egipcios y sudaneses.(1). La mutilación genital femenina era legal en ese momento en Egipto.(2) Le pregunté a Huda si creía que las cosas habrían sido diferentes en el caso de que hubiera sido ilegal en el momento que se la practicaron a su hija. ¿Se habría sentido más fuerte y amparada para llevar la contraria a la familia de su esposo?
"No habría sido muy distinto", dijo. «La única diferencia habría sido no poder elegir a un médico para llevar a cabo la intervención».
A pesar de los titulares positivos sobre los países que prohíben la MGF, (3) el problema persiste. La práctica sigue siendo legal en Sudán, pero incluso en Ghana, por ejemplo, donde se prohibió en 1994, algunas áreas todavía tienen un índice de más del 60 %.(4)
Como corresponsal de Better Politics en The Correspondent , he escrito sobre el poder de las sólidas redes humanas, que consiguen llenar los vacíos dejados por gobiernos e instituciones.(5) La persistencia de la MGF se debe justamente al poder de estas redes humanas, contra el estado, pero aquí en la resistencia a una legislación positiva. No serán los políticos quienes erradiquen la MGF, sino que se conseguirá precisamente aprovechando el poder de la comunidad, en este caso para luchar contra su práctica.
Por qué la ley no puede detener la MGF
Se calcula que 200 millones de mujeres vivas en la actualidad han sido víctimas de mutilación genital femenina.(6) A diferencia de la circuncisión masculina, que suele practicarse en la primera infancia, la mutilación genital femenina generalmente se realiza más avanzada la vida de la niña, lo que causa un dolor y un trauma enormes. En la versión más extrema, se extirpan los labios y el clítoris, y se cose la vagina dejando solo una pequeña abertura para orinar. El procedimiento resulta casi siempre en complicaciones sanitarias que pueden afectar a la víctima de por vida: infecciones, dolor vaginal, desgarro durante el parto e incluso infertilidad.
Suelen ser las mujeres quienes cometen e imponen esta práctica. (7)
Las madres, tías y abuelas que someten a sus descendientes a la MGF no lo hacen por crueldad. No son sádicas ni están manipuladas por los hombres. Suelen ser personas con formación (Huda tiene un posgrado, por ejemplo) y provienen de diferentes clases sociales. A menudo lloran y les resulta muy difícil quedarse en la habitación mientras mutilan a sus hijas, y delegan la responsabilidad en sus madres, que son más estoicas.(8) Se trata siempre de mujeres que también han sufrido mutilación genital femenina.(9)
Las campañas para erradicar la MGF en todo el mundo han fracasado en gran medida,(10) porque se centran en la ilegalidad y no en cambiar la mentalidad y el comportamiento. Incluso en Occidente, donde las leyes se hacen cumplir más que en las sociedades donde la MGF está profundamente arraigada, se ha perseguido poco y ha habido aún menos denuncias. En el Reino Unido, por ejemplo, la mutilación genital femenina se ilegalizó en 1985; sin embargo, la primera (y hasta ahora la única) condena al respecto no tuvo lugar hasta febrero de 2019.(11)
Hay numerosos problemas que dificultan la denuncia de los casos de MGF. Las víctimas suelen ser menores de edad, demasiado jóvenes para tomar el asunto en sus propias manos e informar a las autoridades, al margen de que estarían delatando a su propia familia, lo que significaría romper con ella: centros de acogida y un trauma aún mayor.
Una de las justificaciones más frecuentes —aunque errónea— en algunos países africanos es que es un mandato del Islam. La realidad es que ninguna de las principales religiones abrahámicas la prescribe.(12)
Otras justificaciones incluyen la higiene y la creencia de que la mutilación completa la sexualidad de la mujer, ya que cualquier órgano sexual externo se considera masculino. Va mucho más allá la explicación simplista de que es algo que los hombres imponen por la fuerza a las mujeres.(13)
En realidad, la principal dificultad para erradicar la MGF es su relación con formar parte de la «camarilla», un grupo pequeño, exclusivo, de personas que comparten un interés o una identidad compartida. Las otras dos hijas de Huda no sintieron alivio cuando su madre se negó a que les practicaran la cliterectomía; de hecho, tenían envidia. Pese a su temprana edad, consideraban la intervención de su hermana mayor como un rito de transición, que la celebraba y la conducía a la siguiente etapa de la vida. Así que, además de la presión de las mujeres mayores de la familia, Huda tuvo que lidiar con la de sus propias hijas, que insistían en que las intervinieran.
En lo que respecta a la MGF, la definición de esta camarilla es compleja y está llenas de capas entrelazadas, que tienen que ver con la religión, la cultura, la clase y el tribalismo, y crean una estructura identitaria casi impenetrable. Si una mujer se rebela contra la MGF, puede perder estatus o verse expulsada de una estructura familiar o social. Los mayores temores son el rechazo social y la falta de perspectivas de matrimonio para las jóvenes sin mutilar.(14)
La MGF persiste porque mantiene la exclusividad del endogrupo, no porque se crea en el valor de la práctica en sí misma. Por tanto, el argumento a favor es resistente a la legislación gubernamental y a cualquier postura contraria.