Allí viví yo. En el segundo piso, encima de los ventanales. Y me sentaba en ese balconcillo a hablar, por las noches, con mi compañera, una mujer menuda, es(tré)pitosa, apasionada, a la que le entraba el nervio a las tres de la mañana y con la que miraba la luna y el edificio de la UNED, con sus arcos ojivales y sus gárgolas.
Allí viví yo hace siete años. Me salvaron la vida tres hombres (un soldado, un sindicalista, un anarquista). Me llevaban diez años, los dos primeros, y dieciocho, el último. No es una frase hecha: me la salvaron de verdad. Hubo otros, porque en Melilla hubo mucha gente. Entre ellos, un tipo leal, con nombre de escritor, que me regaló el único anillo que no me quito jamás y la capacidad de no escuchar las habladurías que llevaran mi nombre. Pero también un periodista loco, que cruzó en coche el Parque Hernández y que me llamaba para ir a romper el ayuno en Ramadán. Y un chaval de quince años, internado en un centro de menores, con el que miré los dibujos que hacía la sangre del cordero en el sacrificio de Aïd El Kebir.
Melilla fue también un grupo de gente desperdigada, de amigos contingentes a los que da igual el tiempo que hace que no veas. Fue el descubrimiento, la madurez, el aprendizaje a base de problemas, problemas y más problemas, el desarraigo, la búsqueda, los amigos. Fue la supervivencia, porque es una ciudad sin ley y allí cada uno se hace las leyes como puede. Hubo otras ciudades después, pero ninguna que recuerde tanto como ella, ninguna que me haya conformado tanto -salvo Sevilla y quizá-, ninguna tan determinante. Porque allí estaban Ángel Castro y sus obras de teatro maravillosas para sus niños de La Salle; Vicente Moga pidiéndome libros descatalogados y el director de cierta institución, de la que no voy a decir el nombre, dando órdenes de que me llevaran a la Biblioteca para que cogiera cuanto quisiera porque era yo y le gustaba leerme.Melilla fue el té con hierbabuena, que los cristianos no sabemos hacer; fue aprovechar el día de inicio del Ramadán para tomar, con dos amigas mías musulmanas, todo el cerdo y todas las cervezas del mundo; fue un niño perdido que siempre estuvo ahí en la sombra, para que yo me diera cuenta, meses más tarde, de que había estado ahí siempre, con los brazos prestos, el abrazo grande, el beso y la caricia; fueron los viajes de Los Cuatro Carreteros hacia los acantilados de plata de Aguadú, el lugar más hermoso de la Tierra, los cortados donde se matan los inmigrantes que llegan por mar o donde aparece algún cadáver de ajustes de cuentas de vez en cuando; fueron el faro del Hospital del Rey, los jeringos de Los Arcos, los desayunos en el Tropical Rudy; las tapas del Casino; el Palacio de la Asamblea y sus sillones; la frontera de Farhana y su hachís; las coreografías con Arwen en La Vaca; mil canciones que siempre me recordarán ciertos momentos; un mercado con especias olorosas y cien calles que no he vuelto a pisar.
Y ellos dos. Una vive ahora en mi misma ciudad. Otro está en Granada y ya he contado nuestra historia en este lugar. A él suelo verlo en las crisis, cuando acudo. Hace tres años que no ha hecho falta. De allí me los traje y se quedaron.
Hoy he visto la foto de mi casa y se me ha agolpado un año en dos segundos.
La primera imagen se la he robado a Arwen, que sí que ha vuelto a casa.
jueves, 25 de octubre de 2007
Ésta fue mi casa
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10/25/2007 10:13:00 p. m.
martes, 31 de julio de 2007
Caballero, legionario II
8 comentaronIba todos los días allí, al bar de altos mandos de la Comandancia General de Melilla, prohibida la entrada a civiles solos excepto a mí, que me tomaba un café de lunes a viernes y algún día festivo de servicio, de guardia.
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7/31/2007 07:51:00 p. m.
Etiquetas: Melilla, Paco Sánchez Nicolás
lunes, 30 de julio de 2007
Caballeros, legionarios
9 comentaronCuando vi Los Persas, me descubrí tarareando El Novio de la Muerte (que no es el himno de la Legión, pero como si lo fuera) y con la piel de gallina. No lo escuchaba desde hacía siete años, pero me sé estrofas de memoria. Con el ejército me pasa lo mismo que con la Iglesia: no comprendo la institución, pero sus hombres, tomados de uno en uno, y no todos, me gustan.
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No pasan tres meses sin que le sueñe, porque le perdí la pista y el sueño me recuerda que tengo que encontrarla...
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Los viajes que no hice
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7/30/2007 07:20:00 p. m.
Etiquetas: Melilla, Paco Sánchez Nicolás