Si estuviera ahora mismo mi hermano disponible, hablaría con él sobre el tiempo. Sobre la mecánica clásica, la relativista, la filosofía del tiempo, eso que no existe y que se da la vuelta sobre sí mismo. Las primeras páginas de todas las historias, que luego...
Mi pasado es solo lo que yo recuerdo y lo demás no existe.
La memoria, que es lo mismo que el tiempo, a su modo, me ha hecho pensar en mí siempre con la misma edad que tengo en el presente, aunque recuerde hechos que ocurrieron hace diez años, durante los cuales, sin duda, estaba más delgada y vestía gafas. Me instalé en una vida que creo adolescente simplemente porque no me casé, ni tengo pareja (ni la he tenido nunca y a estas alturas no me veo acoplándome a alguien, cuando ni siquiera sé cómo afrontar con serenidad ciertas nuevas relaciones) y ni siquiera sé si eso detuvo el tiempo. Por mucho que yo viva pendiente de un reloj: a las ocho inglés, a las siete y media natación, a las cinco y cuarto correr, a las diez llego a casa y echo de menos hablar contigo.
Nunca sé qué pasará mañana, pero da lo mismo porque nunca ocurre nada. Las semanas siguen transcurriendo lentamente y los meses tan rápido que comienza a dar vértigo. Al final lo único que va a quedarse siempre es el miedo.
Pero del miedo y el tiempo, a la vez, nadie habla nunca.