La dilatada carrera de Francisco Ibáñez ha sido realmente agotadora y llena de vicisitudes. En sus primeros trabajos, el trazo primitivo pero simpático nos resulta especialmente divertido. Esos incipientes Mortadelo y Filemón de aquellos tiempos poco se podrían imaginar que, con el tiempo, se transformarían en un icono en toda regla de la idiosincrasia nacional. De narices largas y mirada felina, aun no del todo definidos, sus historias transcurrían en ese mundo de la calle y los encargos peculiares, que comprendían desde la captura de un caco famoso a la compra de un pavo para navidad. Mortadelo extraía sus disfraces de un sombrero y Filemón fumaba en pipa.
Como cualquier personaje de ficción, las criaturas de Ibáñez fueron cambiando, moldeándose poco a poco, suavizando sus facciones hasta llegar a nuestros días. Salieron de ese color sepia de los primeros tiempos y sus historias fueron cada vez más largas y laboriosas. La primera historia larga fue "El sulfato atómico", verdadera obra maestra gráfica, en donde Ibáñez no sólo demuestra que puede ser un autor con una gracia natural en sus personajes, sino que además es un artista descomunal. Todos los detalles están trabajados con especial cuidado y nunca Mortadelo y Filemón habían deambulado en semejante universo, lleno de maestría y buen hacer. Aunque el humor más incisivo de Ibáñez aún no estaba suficientemente desarrollado, y eso se nota en una historia bien argumentada pero algo huérfana de ese estilo gamberro y socarrón que el maestro irá perfilando en años sucesivos.
Después vendría "Valor y... ¡Al Toro!", un nuevo ejercicio de estilo, magistralmente dibujado y mucho más divertido que su antecesor. El barco, el automóvil del principio, Filemón vestido con chaqueta roja, todo está realizado con cariño, paciencia y un arte que no volverá.
Porque después, contemplamos como otra de sus historias, "El caso del bacalao", comienza con buenas intenciones artísticas, algo inferiores a las dos citadas anteriormente, pero poco a poco el detallismo se va difuminando, se hace descuidado y al final marcará la tendencia que en el futuro Ibáñez mostrará habitualmente. Si observan las dos siguientes ilustraciones lo verán más claro. ¿Cómo es posible que correspondan a la misma historieta?. O bien las realizó otra persona distinta por motivos que ignoramos, o, más bien, la editorial le impuso a mitad de recorrido un ritmo imposible.
Buena factura, no demasiado brillante, e historias muy divertidas pero que con el tiempo serán muy planas. Los argumentos se repiten en líneas generales; basta leer, por ejemplo, "El plano de Ali-Gusa-No", "Los diamantes de la gran duquesa", "El caso del calcetín" o "A la caza del cuadro" para observar como los esquemas son idénticos, la búsqueda de un objeto en cada aventura con situaciones jocosas que despliegan el humor típico de los dos agentes de la T.I.A.
¿Qué pasó?. Es fácil de explicar. Exceso de trabajo sin duda. Hay que recordar que Ibáñez, además de Mortadelo y Filemón, dibujaba también a Pepe Gotera y Otilio, El botones Sacarino, La familia Trapisonda, 13 Rue del Percebe, Rompetechos, Godofredo y Pascualino, Ande, ríase usté con el Arca de Noé e Increíble pero mentira. Además era el encargado de numerosas portadas como "Mortadelo", "Súper Mortadelo", "Mortadelo Especial", "Mortadelo Gigante", "Olé", "Sacarino", "Súper DDT" y un largo etcétera. Esa labor ingente le hizo ser más rápido y menos detallista y, sobre todo, provocó la contratación de un ejército de "negros" que dibujarán a sus personajes para seguir manteniendo una sobreproducción que se le escapaba de las manos. Bruguera en un error imperdonable eligió más y peor en lugar de menos y de calidad. Nos privó de un autor que en sus primeras obras demostró una maestría que nos hubiera regalado auténticas obras de arte del mundo del cómic.
¿Qué recibimos a cambio?. Una serie de dibujantes, algunos muy mediocres, que nos ofrecieron una versión adulterada de los personajes de Ibáñez, sobre todo de Mortadelo y Filemón, muy deficientemente esbozados y con una carencia de humor alarmante. Para el lector poco exigente o no demasiado avezado en estos temas, pasarían desapercibidos, pero para los que gozábamos con el mundo creado por Ibáñez, aquello representaba realmente una estafa. Ignoro si el responsable directo fue un autor, demasiado ocupado y que no le dio suficiente importancia a que otros maltrataran a sus personajes, o de una editorial como Bruguera que no supo ver que tenían a un auténtico genio entre las manos.
Tal fue el despropósito que, cuando la gran editorial cayó en desgracia, Ibáñez tuvo serios problemas para recuperar los derechos de sus criaturas, inventándose, mientras tanto, unos personajes que estaban muy lejos de colmar los gustos de sus admiradores.
Actualmente Ibáñez tiene 74 años y, a estas alturas de su vida, es evidente que no tendrá demasiado entusiasmo en recuperar aquel estilo de sus dos primeras historias, pero en su momento debió de tener la suficiente autonomía, tiempo y espacio para desarrollar todo su talento y haber pasado a la historia como un artista gráfico de inigualable maestría. No obstante, Ibáñez, es uno de los grandes, una figura sin la que la historia del cómic español se sentiría huérfana y perdida. ¡Gracias maestro!.