El sol se resbaló por el poniente
Y la tarde lucía anaranjada, como si se humillara.
Era de un marchito creciente
hasta desaparecer por la línea del horizonte,
esa línea bien rotulada
en la que los terraplanistas se apoyan
para sus afirmaciones rotundas y obsoletas.
Dicen que América está al otro lado,
donde cumplen las sombras
arrestos de un día de forma permanente.
Se nos ha hecho tarde de nuevo.
Volvemos sobre nuestras huellas titubeantes,
y sin demasiadas dificultades
logramos ponernos a refugio,
alimentarnos y soñar una nueva aurora.
Hay una línea imaginaria
entre el ayer y el hoy,
seguramente
tan rectilínea
como la del horizonte durante el día
y no tortuosa como la imagino de noche.
El error de los años es como un círculo vicioso,
una coda impertinente
que nos devuelve a los asuntos no resueltos,
quizás por eso los mayores
tendemos a repetirnos.
Es esa fragua, el martilleo en frío
de aquello que arde en nuestro interior.
Cuando la tarde se marchita,
se avivan los recuerdos
y los fantasmas visten de nuevo sus embozos.