No es que pase nadie, pero pasa.
No es que se oiga el silencio, que se oye.
Es el aliento de algo que se mueve
por las cosas sencillas y las horas.
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No es el engranaje del reloj, es más sutil.
Es aroma de un perfume, que respira.
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Es transparencia o fuego o luz
que está en el agua y en ella se refleja
y se mueve y vemos en la estrella
y en los ojos que nos miran.
No es el vacío, porque ¿cómo podrían sonar
la campana, la flauta, el ave que canta,
el coro entero o la voz de un niño,
si no existiera ese aliento
que es mucho más que el aire,
en el ala del ave,
y en el corazón de la madre?
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Cómo podríamos ver la paz y los colores,
si no encontraran su reflejo
en los espacios puros del alma,
con ventanas a la brisa infinita,
donde deja su latido tan inconfundible
que se siente casi al alcance de todos...
y al atraparlo, con un hilo y una aguja,
o un pincel, huye, no se abarca.
¿Estuvo con nosotros?
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La vida diaria es el aliento
en las pequeñas cosas,
que vemos, nos cautiva,
y al ser pequeñas,
nos creemos capaces de realizar.