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martes, 3 de diciembre de 2013

Cariño, no llevas corbata



        Entonces… se escuchó un grito. Inundó la humedad de la noche. Desde la secreta orilla del río y bajo las acacias, aquel sonido atravesó puentes, calles, esquinas y a buen seguro, llegó hasta la ciudad, donde algún transeúnte desocupado escucharía sobresaltado aquel desgarro.


        Alfredo, enfermizamente cinéfilo, después de ver por primera vez Casablanca se compró un esmoquin blanco. Cada vez que escuchaba unas campanillas decía que un ángel había ganado sus alas y la primera vez que vio El golpe, comenzó a organizar timbas de póker en el salón de su casa. Pero esta cinefilia derivaba en desvarío cuando se trataba de aquellas películas que estaban dirigidas por Alfred Hitchcock. Y Rocío, su mujer, pagaba las consecuencias de esta obsesión, armándose de paciencia. No eran pocas las veces que se había teñido de rubio platino o había comprado tal o cual vestido para parecerse a la protagonista de la última película que obnubilaba a su marido. En cierta ocasión, mientras hacían la compra en un supermercado, Alfredo le suplicó que robara algo, alguna baratija sin importancia. Ella, resignada por los delirios de su marido, cogió una manzana roja y la llevó disimuladamente a su bolso. Y es que la pasada madrugada acababan de emitir en televisión Marnie la ladrona.  


       Aquella mañana de otoño, durante el desayuno, Alfredo le pidió que visitera sus mejores galas, que se pusiera bien hermosa. Ella acató con una sonrisa forzada. La invitación consistía en ver Frenesí, su película favorita, en el cine de verano, al aire libre. Rocío lucía, al fin, tras muchos años de constantes cambios, el cabello de su color natural, un castaño claro con tonos rubios. Había dibujado una fina línea sobre sus párpados que resaltaba el indefinido verde azulado que rodeaba sus pupilas y bajo la americana, vestía una camisa negra casi transparente que dejaba entrever su lencería a juego. También había elegido una falda negra, muy corta y unas medias de rejilla que satisfacían al máximo el fetichismo de Alfredo. Este, vestía con un traje azul y una vieja corbata roja cuyo nudo estaba prendido con un bonito alfiler que durante la proyección le sirvió como mondadientes. Una vez terminada la película y por iniciativa de Alfredo, fueron hasta un descampado, junto a la orilla del río, en las afueras de la ciudad. Salieron del coche. A escasos metros, tumbó a Rocío sobre la hierba y sus cuerpos recibieron con agrado las gotas de humedad que ya desprendía la noche de octubre. Allí comenzaron un forcejeo consentido, una especie de juego innato en sus encuentros sexuales. Pero en algún momento de la pequeña charada, Alfredo, fuera de sí, comenzó a desnudar violentamente a Rocío. Primero le libró de su americana. A continuación rasgó su camisa haciendo saltar los botones y rompió por la mitad el sujetador, liberando así sus pechos. Frenéticamente comenzó a devorar sus pezones, cada vez más erectos, en lo que parecían unos mordiscos desesperados. Sin más dilación, le arrancó las bragas y la penetró de manera salvaje. A medida que las embestidas subían de intensidad se desembarazaba de su corbata. En una fracción de segundo y sin saber cómo, Rocío la tenía rodeando su cuello. Apenas podía respirar y sus jadeos se habían cortado a medida que él, como presa de una locura irreparable, iba apretando más y más la roja corbata sobre el pescuezo de su mujer. Alfredo se vació en Rocío mientras el nudo se cerraba definitivamente en su garganta. En ese mismo instante miró sus manos horrorizado y aflojó la soga. Ella, visiblemente sofocada, no dejaba de patalear. Y entonces se escuchó un grito que, al menos por aquella noche, fue un estallido de placer. Pasado el momento y cuando recobró la respiración, Rocío miró sonriente y sincera, por primera vez,  a los ojos de su marido y recordando el final de la película le dijo: Cariño, no llevas corbata. Alfredo le dio la espalda y observó fijamente el río. Solo él sabe qué delgada es la línea que separa el placer de la muerte, el bien del mal. Se pregunta cuánto tiempo tardará en cruzar ese límite.

Fotografía de http://mevoydepicospardos.blogspot.com.es/

Este relato, inspirado en la película de Frenesí (Alfred Hitchcock. 1972), fue seleccionado para publicación y será editado en el segundo número de los Cuadernos de Narrativa Palabras contadas, publicado por La fragua del Trovador Mi amigo Raúl Garcés también fue seleccionado para publicación con un relato que podemos leer en su sección ¿Tiene un minuto? del periódico digital desdeSoria: aquí


domingo, 16 de diciembre de 2012

It had to be murder (Cornell Woolrich. 1942) Rear Window (Alfred Hitchcock. 1954)


"Sí, el hombre era un voyeur, pero ¿no somos todos voyeurs?" (Alfred Hitchcock en El cine según Hitchcock, Françoise Truffaut)

Una de los mejores acontecimientos que me depara esta patraña llamada navidad está, sin lugar a dudas, en la Plaza de los Sitios de Zaragoza, donde en un mercadillo solidario de la Asociación Aragonesa contra el cáncer, se venden libros usados a precio anti-crisis. Y allí se encuentran, de vez en cuando, verdaderas joyas. Sería exagerado considerar una joya el libro que adquirí con algunos de los mejores relatos de Cornell Woolrich pero, sin duda, la lectura de It had to be murder (1942) me ha deparado más de una sorpresa. It had to be murder es el relato que proporciona la idea a Alfred Hitchcock para rodar su famosa ventana indiscreta. William Irish (seudónimo con el que Woolrich firmaría su relato) crea con esta historia una magnífica muestra de lo que fue el relato clásico de intriga y el lector que se acerque hasta ella podrá divertirse analizando las diferencias entre el relato de Woolrich y la obra de Hitchcock y comprobar así porque sir Alfred crea una obra maestra del suspense a partir de un relato que practicamente pasó desapercibido.

Woolrich nos acerca al patio interior de una comunidad de vecinos a través de los ojos de un inválido del que no sabemos absolutamente nada (aquí no es fotógrafo ni periodista). Ante su mirada pasa la vida de sus vecinos a los que considera individuos presos de sus hábitos, curiosamente, el mismo problema que acaba teniendo él, al final de la historia, por su afición voyeurista . Pronto la mirada del protagonista se centrará sobre un matrimonio de avanzada edad, formado por una mujer enferma, que nunca abandona la cama y un marido cansado, hastiado por esta situación. La pareja vive en un edificio que está en obras y al parecer, el desalojo es inminente porque el casero ya no cuenta con ellos. La mujer no parece abandonar en ningún momento su cama pero, un buen día, ésta aparece vacía. El protagonista Jeff, pronto va atando cabos, imaginando que el marido ha tenido que asesinar a la mujer enferma. En este sentido, excepto en el desenlace final, la trama del relato es prácticamente la misma que en la película. Sin embargo, los personajes de esa comunidad de vecinos que nos presenta el autor y que rodean esta circunstancia principal, son menos numerosos y mucho menos pintorescos que en la película de Alfred Hitchcock. Si bien existe la pareja de recién casados, en el relato, tienen como costumbre salir todas las noches de juerga, dejando todas las luces encendidas; por el contrario, en la película de Hitchcock, no abandonan el dormitorio en ningún momento así que, se supone, una frenética actividad sexual que es, desde luego, mucho más interesante que dejarse todas las luces encendidas. Y esto lo consigue el director inglés enseñando únicamente una ventana con las persianas bajadas y el rostro de James Stewart, en un estado entre pícaro y avergonzado. La señorita corazón solitario es otro de los hallazgos de la película. En el relato, Woolrich nos muestra a una mujer triste que, cada noche, arropa a su hijo en la cama y queda pensativa, ante un escritorio, echando de menos al que, suponemos, fue el padre de su hijo. Sin embargo, el encanto de la señorita corazón solitario en la versión cinematográfica va mucho más allá. Se trata de una solterona que no consigue novio. Por supuesto, tampoco tiene hijos. Unas noches  las pasa escuchando canciones melancólicas de Crosby, otras, se lanza a la aventura de citas siempre decepcionantes. Finalmente, una tarde decide suicidarse, tomando unas pastillas. En ese momento, el mirón de Jeff, interactúa con la señorita corazón solitario y por unos instantes, deja de pensar en su vecino asesino. Jeff llama a la policía para avisar de que una mujer está a punto de suicidarse pero, súbitamente, la actitud de la suicida cambia al escuchar una melodía que procede de la habitación de un solitario compositor, personaje que no aparece en el relato de Woolrich y que, finalmente, acaba con la soledad de la señorita corazón solitario. Tampoco aparecen en el relato, la gimnasta, la artista escultora, la pareja que duerme en el balcón, ni los dueños del perro que acaba también asesinando Thorwald. Además, el Jeff literario no tiene ninguna novia que vaya a visitarle y que le ayude en sus pesquisas sobre el caso. En su defecto, Jeff tiene un criado llamado Sam que es quien irrumpe en casa del supuesto asesino cuando éste ha salido (como Grace Kelly en la película pero con menos elegancia) Estos personajes que parecen no tener importancia, sin embargo, son elementos que rodean el tema principal en la película de Hitchcock y que, con el hilo conductor de las relaciones personales (los problemas de pareja que encuentra Jeff con su novia reflejados en los problemas sentimentales que observa a través de su ventana), están relacionados entre sí reforzando esa idea de "panal de abejas atareadas en los mismos hábitos de siempre" que en el relato sólo se esboza de pasada. Estos elementos (los vecinos, la novia de Jeff, la criada) ayudan a hacer crecer una historia que se convierte en una de las películas más recordadas de Alfred Hitchcock y de hecho, la preferida de Truffaut junto a Notorious.
Y la siguiente clave con la que Hitchcock inmortaliza su película Rear window es, sin duda, el asesinato de la esposa de Thornwald. En ningún momento observamos nada, porque Jeff no observa nada. Sin embargo, sabemos cómo ha sucedido. Thronwald ha asesinado y la ha descuartizado con un cuchillo enorme que, al día siguiente, el asesino limpia con cuidado, delante de la ventana. Woolrich, que en lugar de cuchillo emplea un revólver como el arma homicida, insiste en cómo Thornwald vigila las ventanas de los vecinos después del asesinato, pero Hitchcock insiste aún más, centrando la mirada alejada de Jeff en los ojos culpables del asesino. De igual manera, los viajes nocturnos de Thornwald con una enorme maleta, que también es limpiada cuidadosamente los días posteriores, no existen en el relato de Woolrich pero, con estos recursos, Hitchcock introduce la idea del descuartizamiento y de un asesinato salvaje en la mente del espectador que, realmente, no ha visto absolutamente nada. De la misma manera, los ojos de Jeff no han sido testigos del asesinato pero, a través de ellos, de la expresión en el rostro de James Stewart intercalada con las distintas imagenes al otro lado del patio, el espectador siente lo mismo que Jeff y también está convencido de que Thornwald ha asesinado a su esposa. Es el experimento de Liev Kulechov al que Hitchcock hace referencia en su entrevista con TruffautEl cine según Hitchcock.

En cualquier caso, Woolrich nos cuenta esta historia en 42 páginas y sin su It had to be murder nunca hubiera existido nuestra celebrada Rear window. Según palabras de Hitchcock, del resultado final de La ventana indiscreta, sólo le decepcionó la banda sonora. Considera esta película como la expresión más pura de la idea cinematográfica e incide en que, al otro lado del patio, existe cada uno de los diferentes tipos de la conducta humana.