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miércoles, 27 de abril de 2016

Aniversario de un final esperado

Mussolini y Clara Petacci

27 de abril de 1945: partisanos italianos capturan a Benito Mussolini. 

A esas alturas de la historia bien podríamos decir que era un hombre acabado. 
Su declive empezó un par de años antes cuando el rey Víctor Manuel III le destituyó. 
El rey no se opuso cuando el Duce liquidó el régimen parlamentario e instauró el sistema fascista, tampoco se opuso cuando se alió con los nazis ni cuando constituyó el Pacto de Acero que daría lugar a la Segunda Guerra Mundial, pero no estaba dispuesto a que Italia siguiera haciendo el ridículo en la guerra, derrota tras derrota, con estrepitosos fracasos en Libia, Grecia y África. Tampoco estaba dispuesto a consentir que el líder fascista italiano se hubiera convertido en un títere en manos de Hitler. 
En todo caso, los antifascistas no le perdonarán al rey su connivencia pasada con el régimen totalitario y cuando el dominio nazi en Europa pase a mejor vida, instaurarán la República, pero esa es otra historia que hoy no toca. 

Mussolini era un tipo violento y machista. Eso sí, tenía a su favor, al contrario que otros correligionarios de ideología, una gran afición por el sexo opuesto. También tenía delirios de grandeza. Sueños imperiales de reconstruir el Imperio Romano, pero para Hitler solo era una marioneta a la que manejaba a su antojo. Y mientras, Italia se desangraba en una guerra que solo beneficiaba al Führer. 
Al final, la realidad le puso en su sitio. 
Destituido de sus cargos y abandonado por todos, tras intentar una fallida reconstrucción de su poderío con la efímera República de Saló, quiso forzar una reunión en Milán con la resistencia para obtener garantías para él y sus colegas fascistas; pero ya se había decidido su suerte. Lo único que le exigían era su rendición incondicional. 
Intentó escabullirse, uniéndose a un convoy de soldados nazis que huían de la quema ante el avance de los aliados. A la caravana se sumó su amante Clara Petacci; pero la comitiva fue detenida por los partisanos italianos, quienes descubrieron en uno de los camiones al Duce tapado con una manta y disfrazado con un uniforme alemán. La Resistencia logró así capturarlo vivo y, para evitar que fuera liberado, se ordenó su ejecución inmediata. 
A Mussolini y a su amante Clara Petacci los colgaron cabeza abajo, como ganado de carnicería, en la plaza Loreto de Milán tras torturarlos y fusilarlos.

lunes, 7 de abril de 2014

Las aficiones de Mussolini


Mussolini era enormemente visceral. 
En el colegio se hallaba en permanente disputa con sus compañeros. Era un niño difícil que siempre se metía en líos. Cuando tenía once años fue expulsado del internado en el que estaba estudiando, ya que había cortado con una navaja a un compañero de clase. Ya de mayor estuvo en prisión. Fue expulsado del partido socialista. Estuvo arrestado otra vez por tenencia ilegal de armas... 
Otra de sus aficiones era el odio que profesaba por judíos y homosexuales, despreciaba a los franceses y a los españoles, odiaba a Hitler y a Franco.
Violento y machista, relegaba a la mujer a un segundo plano (“A la mujer, bastonazos e hijos”. “El niño a estudiar y a prepararse con el mosquetón; la niña a coser con la Singer.”) 
Sobre el tema de las mujeres es curioso observar las grandes diferencias que había si lo comparamos con otros líderes de la familia fascista europea. 
Mientras las relaciones de Hitler y de Franco -claro está que no me refiero a las que tuvieran entre ellos, sino con las damas- eran más bien anodinas y poco pasionales (Ambos tenían pocos vicios: no bebían alcohol, no fumaban, ni lo consentían en su presencia, tenían escasos escarceos amorosos, comían más bien poco), Mussolini parece ser que fue un mujeriego de aúpa y tuvo un montón de amantes, la última: Clara Petacci, fusilada y colgada boca abajo junto a él en una gasolinera de Milán por los partisanos antifascistas. 

Fragmento del capítulo correspondiente de 

sábado, 15 de enero de 2011

Delirios de grandeza


Palacio de Mussolini (proyecto)

Sí, delirios de grandeza.
Algo propio de dictadores y autócratas, acostumbrados a la obediencia sin rechistar y a ser considerados en su entorno como dioses. Caudillos por la gracia de Dios o del destino, padres salvadores de la patria o de la revolución, que llenan calles y plazas de estatuas propagandísticas de su ego y acometen obras faraónicas, expresión de su grandeza como el Valle de los Caídos o el rascacielos que proyectaba Mussolini, o también el “Palacio de los Soviets” de Stalin, un proyecto aprobado en 1934 que no llegó a hacerse porque la Segunda Guerra impuso otras prioridades, o la megaciudad que pretendía construir Hitler, proyecto encomendado a Albert Speer, más conocido como “arquitecto del tercer Reich”, designado por el führer para llevar a cabo la construcción de Germania, la que iba a ser la capital del mundo.

Germania: la capital de Europa (proyecto)

Ese mismo delirio que les lleva a celebraciones multitudinarias para darse un baño de masas o a rebuscar en la historia nombres altisonantes que poner a sus vástagos como hizo Pinochet -“Augusto” Pinochet- con su hijo "Marco Antonio".
O el ansia por emparentar con la realeza, como las maniobras de doña Carmen para que su nieta, al casarse con Alfonso de Borbón Dampierre, aspirara a entroncar su familia con la realeza española.
Los delirios de grandeza, propios de personajes como Mussolini, Adolf Hitler, Stalin, Pinochet o Franco, forman parte de un trastorno psicológico que en ocasiones esconde un complejo de inferioridad. Expertos grafólogos, como Germán Belda García- Fresca, vicepresidente de la Asociación Española de Grafología, han sacado conclusiones sobre sus letras, al comprobar que se dan rasgos comunes en estos “hombrecillos con fuertes complejos de inferioridad que buscan desesperadamente demostrar una grandeza de la que carecen”. Todo ello se remonta a la infancia, con importantes carencias (amor excesivo por la madre, rabia contra el padre, algo común en Hitler y Franco, por ejemplo) y complejos: Franco era bajito y de voz atiplada y continuamente tenía que hacer cosas para demostrar su hombría. Comenta entre otras curiosidades este autor que todos ellos escriben la “F” invertida, mirando hacia la izquierda, hacia el pasado (la “F” de fascismo, curiosamente). Sus caligrafías denotan avidez, tendencia al acaparamiento, autoafirmación, arrogancia, egocentrismo…

Palacio de Stalin (proyecto)

Delirios de grandeza que les hace sentirse imbuidos de autoridad para “investir” y otorgar cargos y títulos como los viejos monarcas absolutos, como hizo Franco quien, merced a la ley de 4 de mayo de 1948, asumió la potestad de poder conceder títulos nobiliarios, algo que había abolido la II República. Un total de 39 títulos concedidos a sus amigos de la “cruzada” contra los “rojos”. De esta forma los nietos de los que colaboraron con el golpe militar y con la dictadura reclaman esos títulos como un derecho hereditario, exigiendo que en plena democracia se les siga renovando, lo que levanta las lógicas protestas de diversas entidades que exigen la supresión de los títulos concedidos por Franco a todos aquellos “que participaron y colaboraron en el sostenimiento de la dictadura”.
La inmensa mayoría de los nombramientos que hizo el “Caudillo” son mirados con desprecio por parte de la aristocracia española quien considera en primer lugar que deben ser otorgados por un rey, opinando por otra parte que una guerra civil seguida de una dictadura no es el escenario adecuado para recompensar a nadie con un nombramiento de ese tipo.
El dictador no tuvo escrúpulo alguno en nombrar duques, condes o marqueses a militares sublevados, renombrados falangistas y empresarios colaboradores o afines al régimen.
Entre otros, Franco otorgó los siguientes títulos:
- Al general Mola, golpista como él, le concedió el título de Duque de Mola.
- Al general Queipo de Llano, autor de importantes estragos en Sevilla, el título de Marqués de Queipo de Llano.
- Al general Yagüe, más conocido como el carnicero de Badajoz, tristemente famoso por la matanza de miles de civiles, el título de marqués de San Leonardo de Yagüe.
- Al falangista Onésimo Redondo, el de Conde de Labajos.
- A Pilar Primo de Rivera, delegada nacional de la Sección Femenina, el Condado del Castillo de la Mota.
- A Pedro Barrié de la Maza, fundador de una compañía eléctrica, el de Conde de FENOSA, o sea: “Conde de las Fuerzas eléctricas del Noroeste”. Si no fuera ridículo, hasta tendría su gracia.
¿Se imaginan otros títulos nobiliarios parecidos como el Marqués de ENSIDESA, el Duque de Azucarera Española o el Conde de Renfe? Suena, cuanto menos, cómico.
Para Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), resulta incomprensible que en plena “democracia todavía tengan honores los que se levantaron contra un Gobierno legítimo. Es como si a Tejero le nombraran conde del 23-F".
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Obras y sitios de interés que hablan de todo esto:
- La vida secreta de Franco. David Zurdo y Ángel Gutiérrez, EDAF SA. Madrid 2005.
- Franco, caudillo de España. Paul Preston, Grijalbo Mondadori. Barcelona 1993.

domingo, 14 de febrero de 2010

Hitler, Mussolini y Franco. Sus relaciones con los demás.


(Hitler y Mussolini contemplando a la joven república que acaba de nacer. La nurse es Franco.)


Los fascismos son un producto de la crisis de entreguerras. Con frecuencia se comparan las características de las distintas familias fascistas y se extraen rasgos comunes de todas ellas: totalitarismo, antisemitismo, xenofobia, política exterior agresiva, militarismo, antiliberalismo, apoyo a los grandes terratenientes y propietarios, etc.
Hay otras características más personales y profundas que atañen a la idiosincrasia, a la manera de ser o de ver la vida de estos señores. A esas peculiaridades del carácter, del trato con los demás, de las relaciones con las mujeres... son a las que pretendo referirme en esta entrada.
¿Tenían los tres dictadores aspectos en común?
Como personas eran bastante complicadas.
En los tres encontramos una insatisfacción personal o profesional que los condujo a posturas radicales.
Mussolini, por ejemplo, quiso capitalizar el sentimiento de insatisfacción que se apoderó de la sociedad italiana tras el fin de la contienda haciendo un llamamiento a la lucha contra los partidos de izquierdas, a los que señaló como culpables del descalabro, y para ello creó en Milán en 1919 los "Fasci Italiani di Combattimento", grupos paramilitares de agitación que constituyeron el germen inicial del futuro Partido Nacional Fascista.
De todos es sabido el enorme grado de frustración familiar, amorosa, profesional y nacional que arrastraba Hitler (Y si no, ver mi entrada sobre los problemas del führer).
Franco a su vez se sentía desplazado e infravalorado por una República que lo tachaba de rebelde, ambicioso y de poco fiar.



Gusto por la violencia
Fascismo y violencia tenían bastante que ver. De todos son conocidas las palizas que los camisas negras, las SA, las SS o los falangistas propinaban a los "rojos" y demás “morralla” liberal o judeizante. La “dialéctica de los puños y las pistolas” sustituye al diálogo y al debate sereno. No se razona, se siente y se actúa. El culto a la virilidad, a la fuerza física, a la guerra es una característica de todos los movimientos fascistas. El “cree, obedece, lucha” de Mussolini sustituye al “libertad, igualdad, fraternidad” del liberalismo ilustrado.
Mussolini era enormemente visceral. En el colegio se hallaba en permanente disputa con sus compañeros. Era un niño difícil que siempre se metía en líos. Cuando tenía once años fue expulsado del internado en el que estaba estudiando, ya que había cortado con una navaja a un compañero de clase. Ya de mayor estuvo en prisión. Fue expulsado del partido socialista. Estuvo arrestado otra vez por tenencia ilegal de armas...
Sus camisas negras se van convirtiendo en protagonistas de numerosos episodios de violencia y agresión física o verbal contra sus adversarios políticos, sobre todo contra los socialistas y comunistas; el fenómeno fue llamado "squadrismo".
                                                                  El duce en plena faena patriótica.


Lucha y pasión por el liderazgo
Mussolini entró en discusiones con algunos jefes que ponían en duda su posición de guía del movimiento (sobre todo Dino Grandi). De ahí que se atribuya al Duce lo siguiente: «¿Puede el fascismo dejar de contar conmigo? ¡Claro! Pero también yo puedo dejar de contar con el fascismo».
Hitler no quería compartir el poder, con el apoyo de sus incondicionales se quitó de encima gente molesta como a Ernst Röhm y las SA en “La noche de los cuchillos largos”.
Franco no era el director absoluto del golpe que acabó en guerra. Era uno más. Estaban Queipo de Llano, Goded, Mola, Sanjurjo... pero acabó siendo el jefe de las operaciones y el amo de España.
Porque cuando un dictador ejerce de tal sin serlo intrínsecamente nos encontramos con otra cosa diferente, por ejemplo, con un Miguel Primo de Rivera, que fue capaz de dimitir y todo.
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Machismo
Mussolini: “A las mujeres, bastonazos e hijos”.
Sabemos que en la propaganda fascista hay por ahí alguna imagen donde se ve a una niña cosiendo con la "singer" y el niño jugando con un fusil. Y luego un mensaje que dice algo así como "Tu hermana cose con la singer y tú te entrenas con el mosquetón.” Vamos: machismo puro y duro.
Hitler y la moral de las tres “k”: “Kinder, Küche, Kircher”, una consigna nacionalsocialista que mandaba a las mujeres a atender a los niños, a la cocina y a la iglesia. En 1934, Adolf Hitler se dirigió a la Organización Nacional de Mujeres Socialistas y les dijo que “el mundo de una mujer es su esposo, su familia, los niños y su hogar”.
En la España de Franco, la Iglesia, la Sección Femenina y el Nacionalcatolicismo reinante, machacaban a la mujer con sus obligaciones domésticas. Ser buena esposa y madre era lo fundamental: “La mujer: la pata quebrada y en casa”. Era un dicho popular.
Las mujeres
Sobre la relación de estos líderes con las mujeres no hay coincidencia entre los tres. Mientras las relaciones de Hitler y de Franco -claro está que no me refiero a las que tuvieran entre ellos, sino con las damas- eran más bien anodinas y poco pasionales (Ambos tenían pocos vicios: no bebían alcohol, no fumaban, ni lo consentían en su presencia, tenían escasos escarceos amorosos, comían más bien poco), Mussolini parece ser que fue un mujeriego de aúpa y tuvo un montón de amantes, la última: Clara Petacci, fusilada y colgada boca abajo junto a él en una gasolinera por los partisanos antifascistas.