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miércoles, 13 de junio de 2012

De inquisidores, conversos y poetas


De todos es conocida la mala relación entre Quevedo y Góngora y cómo el primero, en afilados versos, arremetía contra el poeta cordobés, levantando sospechas sobre su fe religiosa : 

“Yo te untaré mis obras con tocino, 
porque no me las muerdas, Gongorilla. 
(...)
¿Por qué censuras tú la lengua griega 
siendo sólo rabí de la judía, 
cosa que tu nariz aun no lo niega?" 

Y a todos nos daba pena este ataque furibundo, lleno de intransigencia y mala uva, contra el poeta culterano,  temiendo que la Inquisición la tomara con él. 

Pero parece que Góngora no se quedaba atrás en este asunto… 

Recientemente (*) ha salido a la luz un manuscrito inédito del autor de Soledades, donde delata ante el Tribunal del Santo Oficio nada menos que al inquisidor Alonso Jiménez de Reynoso, acusándolo de amancebamiento con una mujerzuela que vivía en compañía de unas moriscas y para más señas en la calle de los Judíos. Según el paje del inquisidor, Álvaro de Vargas, doña María “entraba y salía” de la casa de Reynoso “muy de ordinario, y la tenía veinte y treinta días en un aposento alto que llaman de la Torre”. Añadía el paje que cuando el inquisidor  "dormía con la susodicha doña María lo echaba él de ver en quatro y seis camisas que había él mudado la noche y estaban tendidas a la mañana en el terrado para enjugallas del sudor, donde hallaba en las delanteras de las dichas camisas las inmundiçias y suçiedades hordinarias de semejantes actos". 

Al parecer, el tal inquisidor tampoco hacía ascos a mujeres casadas. El poeta halló en el Alcázar cordobés a Luisa de Grazia y le preguntó qué hacía allí, a lo que la dama respondió que “un negocio que tenía con el inquisidor Reynoso”. Y al preguntarle que si era secreto, ella con descaro respondió que “tan secreto que estaba debajo de las faldas”

El hallazgo de este manuscrito se debe a la hispanista Amelia de la Paz quien buceando entre cajas llenas de legajos del Archivo Histórico Nacional, en busca de documentos sobre la Inquisición, topa con el manuscrito en cuestión donde se habla de una visita que el poeta cordobés realizó al Tribunal del Santo Oficio de su localidad en 1597 para acusar al inquisidor más relevante de la ciudad, amigo suyo para más señas, de mantener relaciones poco apropiadas y nada edificantes para un cristiano de su categoría. Góngora comenta: “Lo tengo por mal cristiano. Y no lo digo por odio ni por enemistad, sino por el descargo de mi conciencia (…) que hago de ver que un inquisidor (…) el que más tiene obligación de dar buen ejemplo con su persona y costumbres (…) viva tan suelta y disolutamente, con tanto escándalo como tengo dicho y contra él se podrá probar.” 


¿Celo religioso? ¿O tal vez venganza?

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(*) Hablan de esto:
Abc/cultura. Edición impresa. Miércoles 30 de mayo de 2012. Artículo de Antonio Astorga.

jueves, 31 de mayo de 2012

Luis Candelas y el Memorial de Quevedo



En un contexto como el actual, donde la corrupción y el llenarse los bolsillos tienen plena actualidad, tal vez no venga nada mal recordar que éste es el país donde se dio con profusión la novela picaresca. También es el país de personajes como  Luis Candelas, José María el Tempranillo, el Lute, el Dioni… aunque estos, al lado de algunos de los de ahora,  son unos meros aprendices.

Lo malo de todo es que nos vamos acostumbrando a ello.

Juzguen ustedes si estos versos siguen teniendo vigencia…



"¿Qué importa mil horcas, dice alguna vez, 
 si es muerte más fiera hambre y desnudez?" 
 Los ricos repiten por mayores modos: 
 "Ya todo se acaba, pues hurtemos todos." 
 Perpetuos se venden oficios, gobiernos. 
 Que es dar a los pueblos verdugos eternos. 
 Compran vuestras villas el grande, el pequeño; 
 rabian los vasallos de perderos dueño. 
 En vegas de pasto realengo vendido. 
 Ya todo ganado se da por perdido. 
 Si a España pisáis, apenas os muestra 
 tierra que ella pueda deciros que es vuestra. 
 Así en mil arbitrios se enriquece el rico, 
 y todo lo paga el pobre y el chico."

Fragmento del Memorial al rey don Felipe IV, atribuído a Quevedo.