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miércoles, 5 de septiembre de 2007

ChicaBuena

Desde hace algún tiempo, estoy convencidísima de una teoría personal que desarrollo en cada una de las reuniones propicias para ello. Y cada vez estoy más cerca de formar una agrupación feminista, creo, porque en la última cena con amigos, las mujeres presentes me dieron la razón.
Mi razonamiento, bah, mi convicción absoluta, es la siguiente: ser demasiado buena con los padres durante la adolescencia es una de las peores cargas para afrontar el futuro como adulta.
Por supuesto que, si alguna vez tengo un hijo (o una hija) jamás le contaría esto, pero como estoy exenta de soportar críos, sigo pensando en esto. El argumento es más que sencillo: si dejás mucho que desear cuando tenés 15 ó 16 años, el mínimo logro o gesto de docilidad que tengas después será recibido con alegría. En cambio, cuando una es muuuuuuy buena —no se lleva materias, no confronta demasiado, no volvió borracha, no contradijo más de lo vital y necesario—, cualquier decisión posterior, que involucre autonomía y uso de la libertad, siempre estará acompañada de quejas y reconvenciones paternas. Esto quiere decir que, en la adolescencia, si una es "mala" (de acuerdo con una concepción paterna) es rebelde y está aprendiendo a ser grande, pero en la adultez, si una es "mala", es una yegua desagradecida, y se creyó lo que no es. Una verdadera trampa de la familia, aunque sólo sea una de las muchas.