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viernes, 6 de julio de 2012

Princeps, el origen del nombre


Princeps es una palabra latina que significa “primero en el tiempo o el orden; el primero, el jefe, el más eminente, distinguido o noble; el primer hombre, primera persona”. El significado literal es "el que toma primero", de primus (primero) y ceps, que deriva de la raíz capere  (tomar, apoderarse).

Princeps es la raíz y la representación latina de palabras modernas tales como el título inglés y  término genérico prince, así como la versión bizantina del derecho romano fue la base de la terminología jurídica desarrollada en la Europa feudal (y más tarde absolutista).

Antigua Roma

La palabra traducida como “Primer Ciudadano” era un título oficial para el Emperador Romano como determinante del liderazgo de Roma a comienzos del Imperio. Derivaba del Princeps Senatus (esto es, primus inter pares del Senado), quien era el primer miembro en precedencia del Senado Romano. Le fue dado como título especial a  Octavio Augusto (Caesar Augustus) en el 28 a.C. en reconocimiento de su poder y prestigio político. 

Augusto veía con circunspección que el uso de los títulos Rex o Dictator crearía resentimiento entre los senadores y otros hombres influyentes, los cuales habían demostrado antes su desaprobación mediante su apoyo al asesinato de Julio César. Mientras Augusto tenía supremacía política y militar, necesitaba la asistencia de sus compañeros romanos para dirigir el Imperio. En su Res Gestae, el emperador reclama auctoritas (poder de mando) para el princeps (sí mismo).

Este título no pasó a institucionalizarse para transmitirse a los sucesores, a diferencia de otros títulos, tales como Imperator, Caesar, Augustus, Pater Patriae, o Tribunicio Potestate y más tarde Dominus (Señor) y Basileus (la palabra griega para Soberano).



Caesar Augustus, princeps imperator


El Emperador Diocleciano (285-305), padre de la Tetrarquía, fue el primero en dejar de referirse a sí mismo como princeps en conjunto, auto-denominándose dominus ("señor, maestro"), aparentando que el emperador no era verdaderamente un oficio monárquico. El período en que gobernaban los emperadores que se llamaban Princeps –desde Augusto a Diocleciano- es llamado el “Principado”, mientras que bajo Diocleciano comenzó el “Dominado”, en el que la titulación imperial comenzaba con las palabras Dominus noster, “Nuestro señor”.

Cambiando el concepto de emperador de las formalidades republicanas de los primeros tres siglos del Imperio, Diocleciano introdujo un nuevo sistema de reinado, manifestando abiertamente la cruda realidad del poder imperial y adoptando un estilo de gobierno helenístico.

La antigua Roma conoció otro tipo de título principesco: el de princeps juventutis (“el primero entre los jóvenes”), que en el imperio temprano era frecuentemente otorgado a sucesores elegibles del emperador, especialmente entre su familia. Los primeros en ostentarlo fueron los hijos adoptivos de Augusto, Cayo y Lucio.



Gaius Caesar, princeps juventutis


En la administración romana se conoce como Princeps officii a los jefes de los officium (el personal oficial de un dignatario de Roma). Princeps también fue utilizado como título para cargos militares, como los Decurio  princeps (oficial de caballería de las unidades montadas auxiliares del ejército romano), Princeps peregrinorum ("comandante de los extranjeros"): centurión a cargo de las tropas "castra peregrina" (no-itálicas), Princeps praetorii (centurión comandante de la base militar o fuerte), Princeps ordinarius vexillationis (centurión al comando de un vexillatio), Princeps prior (centurión comandante de un manipulus o unidad de dos centurias) y Princeps posterior (diputado del Princeps prior).

Princeps senatus

Como quedó dicho, el princeps senatus era el primer miembro en precedencia del Senado. Aunque oficialmente fuera del cursus honorum (las magistraturas romanas) y sin poseer imperium (esto es, sin autoridad para ejercer poder militar), este cargo traía enorme prestigio al senador que lo portara.


SPQR, siglas de la expresión latina Senatus Populusque Romanus, “”El Senado y el pueblo de Roma”, lema oficial durante la República y el Imperio. Estas letras  figuraban en el estandarte de las legiones romanas hasta la adopción del Labarum (Chi – Rho) por Constantino en el 313 de la era cristiana. Hoy es la divisa de la ciudad de Roma.


El princeps senatus no era un nombramiento de por vida. Era elegido por cada nuevo par de censores (es decir, cada 5 años). Los censores podrían, sin embargo, confirmar un princeps senatus durante un período de otros 5 años. Era seleccionado entre senadores patricios con rango consular, por lo general antiguos censores. El candidato tenía que ser un patricio con impecable historial político, respetado por sus colegas senadores.

El oficio fue establecido en torno al año 275 a. C. Originalmente, la posición del princeps era de honor: tenía el privilegio de hablar primero sobre el tema presentado por el magistrado presidente. Esto daba a la posición gran dignitas, ya que permitía a los princeps establecer el tono del debate en el Senado. En la República tardía y en el Principado, el oficio obtuvo las prerrogativas de los magistrados presidentes y poderes adicionales, a saber:

§ Convocar y levantar la sesión del Senado
§ Decidir su orden del día
§ Decidir dónde la sesión debía tener lugar
§ Imponer el orden y demás normas de la sesión
§ Reunirse, en nombre del Senado, con las embajadas de países extranjeros
§ Escribir, en nombre del Senado, cartas y despachos




Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? (“Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?") El cónsul Cicerón interpela a Lucio Sergio Catilina en pleno Senado.


En el año 80 a. C., se cree que el estatus y la función del cargo fueron cambiados por las reformas constitucionales de Lucio Cornelio Sila. Aunque el término se mantuvo, reflejando el senador que fue nombrado primero en la lista  del Senado promulgado por los censores, las prerrogativas del oficio fueron restringidas. En particular, el honor de hablar por primera vez en cualquier tema debatido en el Senado, una medida de su influencia política, fue retirado de ellos y trasladado al cónsul designado.

Después de la caída de la república romana, el princeps senatus era el emperador de Roma. Sin embargo, durante la Crisis del Siglo III, algunos otros ocuparon el cargo, el futuro emperador Valeriano lo tuvo en el 238, durante los reinados de Maximino el Tracio y Gordiano I.


Un destacado princeps senatus

Publius Cornelius Scipio Africanus, también conocido como Escipión Africano, el Mayor y el Grande, fue un importante político de la República romana que sirvió como general durante la Segunda Guerra Púnica.

Su fama se debe a que fue el único general romano que pudo derrotar a Aníbal, en la batalla de Zama (202 a. C.), victoria que le valió añadir su agnomen, Africano. El hecho de que el pueblo romano le apodara Aníbal Romano demuestra que fue uno de los mejores generales de la Edad Antigua, y el más destacado de la historia de la Antigua Roma antes de Cayo Mario, Cneo Pompeyo Magno y Julio César.


Escipión Africano


Es descrito por las fuentes antiguas como un hombre de carácter benévolo, de ideología liberal, afable y magnánimo. Su genio militar se debió a la perspicacia y al ingenio, esparciendo además entre sus legiones, en varias ocasiones, la idea de que actuaba bajo la protección de los dioses del panteón romano.

Tras celebrar sus triunfos sobre Cartago, con 35 años, Escipión ocupó un puesto en el Senado de Roma. En 199 a. C., Escipión fue elegido censor con Publio Elio Peto y fue electo cónsul por segunda vez en 194 a. C. con Tiberio Sempronio Longo. Al mismo tiempo, los censores le confieren el título de princeps senatus en el año 190 a. C.

Escipión fue testigo en el senado del recrudecimiento de los conflictos externos que amenazaban a la república. Sus últimos años fueron amargados por los continuos ataques de sus enemigos. Él y su hermano Lucio fueron acusados de haber recibido sobornos de Antíoco, rey de Siria, para tratar al monarca con poco rigor y de haberse apropiado de una parte del dinero que había pagado Antíoco al estado romano.

La Clemencia de Escipión. Muestra su devolución de una joven prisionera a su prometido, habiendo rehusado aceptarla como trofeo de guerra de parte de sus tropas.


Escipión se retiró a su casa de campo en Liternum y no regresó a Roma. Nunca se sometería a las leyes del Estado, y por lo tanto decidió expatriarse para siempre. Al morir se dice que había pedido que su cuerpo fuera enterrado allí, y no en su país ingrato. Su requerimiento fue atendido: su tumba aún existía en Liternum en el tiempo de Tito Livio.

domingo, 7 de noviembre de 2010

El Sacro Emperador Romano

El Sacro Emperador Romano Germánico (en alemán: Römisch-Deutscher Kaiser) es el término usado por los historiadores para referirse a un gobernante medieval que, como rey alemán, había recibido además el título de "Emperador de los Romanos" por el Papa y, después del siglo XVI, era el monarca elegido para regir el Sacro Imperio Romano Germánico (más tarde llamado Sacro Imperio Romano de la nación alemana).

Aunque el término sacrum (es decir, "santo") en relación con el Imperio Romano medieval no apareció hasta 1157 con Federico I Barbarroja, Otón I es considerado el primer emperador del Sacro Imperio Romano desde el Reino de Alemania, a pesar de que el rey Carlomagno, de la Dinastía Carolingia, fue el primero en recibir del Papa la coronación como Emperador de los Romanos. Carlos V fue el último emperador del Sacro Imperio Romano en ser coronado por el Papa. El último emperador electo, Francisco II de Habsburgo, abdicó en 1806 durante las Guerras Napoleónicas y vio la disolución final del Imperio.


Quaternionenadler, un águila del Sacro Imperio que muestra los escudos de los estados miembros por rango.


El título imperial

El significado del título imperial fue establecido en la coronación como emperador de Carlomagno por el papa León III el 25 de diciembre del año 800. Este acto no fundó un nuevo imperio, sino que el Papa otorgaba al rey de los francos la posición de defensor de la Iglesia, su representante militar.

La creación de un territorio imperial se llevó a cabo asociando el título de emperador con los reinos de Alemania e Italia (y Borgoña desde 1033). El 13 de febrero de 962, el papa Juan XII y el rey de Germania Otón I, emperador recién coronado, signaron el Diploma Ottonianum, que confirmaba las donaciones de Pipino (756) y Carlomagno (774) y la Constitutio Romana de 824, de modo que vinculaba el imperio carolingio con el germánico.


Otón I fue Rey de Alemania (936–973) y Emperador del Sacro Imperio Romano (962–973)


Carlomagno asumió el título de Imperator Augustus Romanum gubernans Imperium o también serenissimus Augustus a Deo coronatus, magnus pacificus Imperator Romanorum gubernans Imperium ("serenísimo Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico emperador, que rige el Imperio Romano"). Así, los elementos de "Sacro" y "Romano" se constituyeron en el título imperial. La palabra Sacro nunca se había utilizado como parte de ese título en los documentos oficiales. La palabra Romano era un reflejo del principio translatio imperii (transferencia de gobierno), que consideraba a los (Germánicos) Sacros Emperadores Romanos como los herederos del título de emperador del Imperio Romano de Occidente, un título que quedó sin reclamar en Occidente después de la muerte de Julio Nepote en 480.

De esta forma no se describía como Imperator Romanorum, sino de una forma más modesta como Imperator Romanum gubernans Imperium (Emperador que gobierna el Imperio Romano), en aras de ser reconocido por el verdadero sucesor del Imperio Romano, esto es, el basileus bizantino.


El 25 de diciembre de 800, en San Pedro de Roma, Carlomagno fue coronado emperador por el Papa León III

El 13 de enero de 812, Carlomagno y el emperador Miguel I firman la paz. A cambio de renunciar a Venecia, Istria, Liburnia y Dalmacia, el emperador franco es reconocido como basileus, que los occidentales tradujeron como emperador. A partir de entonces, los emperadores bizantinos se denominaron Basileus ton Romaion (Βασιλεύς των Ρωμαίων), considerándose en una situación superior al occidental, como verdaderos herederos de los romanos.

Los sucesores de Carlomagno no asumieron tampoco el título de Emperador Romano, sino el de Imperator Augustus, como Luis I (Hludovicus divina ordinante providentia imperator augustus), Carlos II (Karolus, ejusdem Dei omnipotensis misericordia omnipotenis imperator augustus), Carlos III (Karolus ejusdem Dei misericordia omnipotenis imperator augustus), Otón II (Otto divina favente clementia imperator augustus).

A partir de Otón III, los emperadores se denominaron Romanorum imperator augustus. Puesto que la madre de Teófano era una princesa bizantina y reconocía la desigualdad entre el título de basileus (del emperador germano) y el de basileus romanion (del emperador bizantino), añadió la palabra romanorum en su titulación para elevar la categoría de su hijo el emperador, frente al emperador bizantino Basilio II, que no era pariente suyo. Los emperadores subsiguientes siguieron mencionando su carácter romano para afirmar la supremacía de su posición cesaropapista frente a la hierocracia papal.


Carlos II el Calvo

Sirva como ejemplo Otón III (Otto divina favente clementia romanorum imperator augustus), Enrique IV (Heinricus divina favente clementia tercius Romanorum imperator augustus), Federico I (Fredericus divina favente clementia Romanorum imperator augustus), Federico II (Fridericus secundus divina favente clementia Romanorum imperator semper augustus), Luis IV (Ludovicus Dei gratia Romanorum imperator et semper augustus), Carlos IV (Karolus quartus divina favente clementia Romanorum imperator semper augustus).

Dada la imposibilidad de ser coronado en Roma, el 4 de febrero de 1508, el papa Julio II, reconoció a Maximiliano I como emperador electo. De este modo, los siguientes emperadores se intitularon Electus Romanorum Imperator Semper Augustus, como Fernando I (Ferdinand von Gottes Gnaden, erwählter Römischer Kaiser, zu allen Zeiten Mehrer des Reiches), Rodolfo II (Rvdolphvs secvndvs divina favente clementia electus Romanorum Imperator, semper Augustus), Leopoldo I (Leopoldus Dei gratia electus Romanorum Imperator semper Augustus; Leopoldvs, Divina favente Clementia Electus Romanorum Imperator semper Augustus), Carlos VI (Carolus Sextus, Divina favente clementia, Electus Romanorum Imperator semper Augustus), Francisco II (Wir Franz der Zweite, von Gottes Gnaden erwählter römischer Kaiser zu allen Zeiten Mehrer des Reichs). De hecho, este reconocimiento se hizo automático en Maximiliano II, Rodolfo II, Fernando III, José I y José II, que habían sido coronados como Rey de romanos en vida de los emperadores.


POTENTISSIMVS. MAXIMVS. ET. INVICTISSIMVS. CAESAR. MAXIMILIANVS

El título de Emperador (Imperator) trajo consigo un importante papel como protector de la Iglesia Católica. Como el poder del papado creció durante la Edad Media, los Papas y emperadores entraron en conflicto sobre la administración de la Iglesia. El conocido y amargo conflicto fue la Querella de las Investiduras desarrollada durante el siglo XI entre el Sacro Emperador Enrique IV y el Papa Gregorio VII.

Después de que Carlomagno fuera coronado emperador por el Papa, sus sucesores mantuvieron el título hasta la muerte de Berenguer I de Italia en 924. Ningún Papa nombró a un nuevo emperador hasta Otón el Grande (912-973). Otto is considered the first Holy Roman Emperor. Otón es considerado el primer emperador del Sacro Imperio. Bajo este monarca y sus sucesores, gran parte del antiguo reino carolingio de Francia Oriental se convirtió en el Sacro Imperio Romano Germánico. Los príncipes alemanes elegían a uno de sus pares como Rey de los Germanos, después de lo cual sería coronado como emperador por el Papa. Después de la coronación de Carlos V, los emperadores sucesivos eran legalmente emperadores-electos debido a la falta de la coronación pontificia, pero en todos los efectos prácticos se les llamaba simplemente emperadores.


Enea Silvio Piccolomini, Papa Pío II, presenta al emperador Friedrich III la princesa Eleonora de Portugal


Elección imperial

La intervención indispensable del Papa en otorgar la corona imperial surge a partir de la segunda coronación de Luis en 816, y de la segunda coronación de Lotario en 823. Desde entonces un emperador sólo podía ser tal por su coronación por el Papa. Durante la época carolingia, el Romano Pontífice coronaba a aquel candidato que podía defenderle y protegerle de las incursiones de los sarracenos y los magiares.

Las elecciones significaban que el reinado de Alemania era sólo parcialmente hereditario, a diferencia de la realeza de Francia, aunque la soberanía permanecía con frecuencia en una dinastía hasta que no había más sucesores masculinos. Algunos estudiosos sugieren que la tarea de las elecciones era realmente resolver los conflictos sólo cuando el gobierno dinástico no estaba claro.

Tras las dobles elecciones de 1198, 1257 y 1314, y la asunción por parte del papado de poder aprobar y legitimar a un determinado candidato, se apreció la necesidad de fijar un procedimiento para la elección del emperador sin intervención papal. En la declaración de Rhens (1338), se proclamó como una antigua costumbre imperial la validez de una elección por mayoría y que el rey de romanos electo asumiría el poder inmediatamente, sin requerirse la aprobación papal; esta declaración se estableció en la subsiguiente Dieta de Francfort como una ley imperial.

Escudo de armas representando los siete electores originales con la figura alegórica de Germania


Finalmente, en la Dieta de Nuremberg, Carlos IV promulgó la Bula de Oro de 1356, que estableció y fijó el procedimiento de elección imperial. En 1356 los siete príncipes electores eran los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, el Rey de Bohemia, el Conde Palatino del Rin, el Duque de Sajonia y el margrave de Brandeburgo. Desde 1621 hasta 1801 hubo modificaciones en el Colegio Electoral hasta que en 1803 se crearon cuatro nuevos electorados para Wurtemberg, Baden, Hesse-Kassel y Salzburgo (que nunca votaron).

El aspirante a la coronación imperial era elegido por los príncipes alemanes como Rey de Romanos, ya fuere en vida del emperador o en interregno; y una vez coronado como Rey de romanos en Alemania, debía ir a Roma a ser coronado por el Papa como emperador. Dadas las dificultades internas en el propio Imperio, el viaje se demoraba durante años, e incluso hubo Reyes de Romanos que no fueron coronados emperadores a lo largo de su reinado.

Desde el siglo XVI, si el candidato futuro era elegido en vida del emperador reinante, se le elegía y coronaba como Rey de Romanos y a la muerte de su antecesor pasaba automáticamente a ser emperador electo; pero si el candidato a emperador era elegido en interregno, entonces era coronado días después a su elección como emperador electo.

Enrique VIII de Inglaterra y el emperador Carlos V con el Papa León X (1520)


Después de 1438, los Reyes fueron de la Casa de Habsburgo y Habsburgo-Lorena, con la breve excepción de un Wittelsbach, Carlos VII. Maximiliano I (Emperador desde 1508 hasta 1519) y sus sucesores ya no viajaron a Roma para ser coronados como Emperador por el Papa. Por lo tanto, técnicamente no podrían reclamar el título de Emperador de los Romanos, pero fueron simplemente "Emperador electo de los Romanos", como Maximiliano se auto-denominó en 1508 con la aprobación papal. Este título fue utilizado de hecho (Erwählter Römischer Kaiser), pero fue olvidado que la palabra "erwählt" (elegir) era una restricción. De todos sus sucesores, sólo Carlos V, el sucesor inmediato, recibió la coronación pontificia. Antes de esa fecha en 1530, fue también llamado Emperador-electo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Los Reyes y Emperadores de Alemania

La relación entre el título de “rey” y “emperador” en el área que hoy es llamada Alemania es tan complicada como la historia y la estructura del Sacro Imperio Romano en sí misma. “Rey de Alemania” no significa necesariamente que el rey era referido como tal, aunque en cada caso fuera de jure y de facto el jefe sobre el territorio actualmente conocido como Alemania y de ahí los varios términos son prácticamente equivalentes.

El Reino de Alemania comenzó como la sección oriental del reino Franco, el cual fue separado por el Tratado de Verdún en 843. Los gobernantes de esa área se auto-denominaban rex Francorum, rey de los Francos, y más tarde solamente rex. Hasta 911 los reyes eran conocidos como “Reyes de Francia Este”. Más tarde el título fluctuaría entre “Rey de Alemania” y “Rey de los Germanos”. Esta referencia a los “Germanos”, indicando la urgencia de una nación germana de algún tipo, no apareció hasta el siglo XI, cuando el Papa se refirió a su enemigo Enrique IV como rex teutonicorum, rey de los Teutones, con el fin de estigmatizarlo como extranjero.


Estandarte del emperador (Imperator Romanorum Semper Augustus)

Los reyes reaccionaron usando el título rex Romanorum, rey de los Romanos, para enfatizar su gobierno universal incluso antes de convertirse en Emperador y referirse a su reclamo sobre Roma (aunque hoy en día ésta no se halla gobernada por ellos). Este título permaneció hasta el fin del imperio en 1806 (pero los reyes eran llamados reyes de Alemania, para mayor claridad).

El Reino de Alemania nunca fue enteramente hereditario; en su lugar, los ancestros eran solo uno de los factores que determinaban la sucesión de los reyes. El monarca era formalmente electo por la alta nobleza del reino, continuando la tradición de los francos.

En la Edad Media, el rey no asumía el título de “Emperador” hasta ser coronado por el Papa. Debía recibir además la Corona de Hierro de Lombardía, después de lo cual asumía el título de rex Italicum, rey de Italia. Luego de esto iría a Roma y sería coronado emperador por el Sumo Pontífice.

La coronación de Carlomagno

Maximiliano I fue el primer rey en portar el título de Emperador-Electo. Luego de su intento fallido de marchar a Roma y ser coronado por el Papa en 1508, se auto-proclamó Emperador-Electo con el consentimiento papal. Su sucesor Carlos V también asumió este título luego de su coronación en 1520 hasta que fue coronado por el pontífice en 1530. A partir de Fernando I, todos los emperadores eran meramente Emperadores-Electos, aunque eran referidos normalmente como Emperadores. Al mismo tiempo, los sucesores elegidos de los emperadores eran llamados Rey de los Romanos, si eran electos por el Colegio de Electores durante el reinado de su predecesor.

Desde Luis el Germánico en 843 hasta Guillermo II en 1918 cada gobernante de Alemania emparentaba con otro a través de matrimonios. Por eso las dinastías que se sucedían unas a otras estaban unidas por lazos de sangre en mayor o menor grado.

Las dinastías son:

  • Carolingios (843-911),
  • Conradinos (911-918),
  • Otones (919-1024),
  • Salios (1024-1125),
  • Supplinburger (1125-1137),
  • Hohenstaufen (1138-1208 y 1215-1254),
  • Güelfos (1208-1215),
  • Habsburgo (1273-1291/1298-1308 y 1438-1710),
  • Nassau (1292-1298),
  • Luxemburgo (1308-1313/1347-1400 y 1410-1437),
  • Wittelsbach (1314-1347/1400-1410 y 1742-1745),
  • Lorena (1745-1765),
  • Habsburgo-Lorena (1765-1806/1815-1849 y 1850-1866),
  • Bonaparte (1806-1813),
  • Hohenzollern (1849-1850 y 1867-1918).

Escudo del Sacro Imperio

Reino Franco Oriental, Reino de Germania, Sacro Imperio Romano Germánico

La construcción de un territorio imperial centrado en Alemania comienza a gestarse en 952, cuando el Rey de Germania (Francia oriental) Otón I sometió al rey de Italia (rex Langobardorum) Berenguer II, de modo que vinculó entre sí estas dos zonas territoriales, que se plasmaría definitivamente con su coronación imperial en 962.

No obstante, hay que diferenciar el título más efectivo de rey de Alemania, coronado en Aquisgrán (al que se añadía el de rey de Italia, que se coronaba en Pavía) del título más honorífico de Emperador, que se coronaba en Roma. En 1034, la nobleza del Reino de Borgoña prestó homenaje al emperador Conrado II, y de este modo se integró esta zona al ámbito territorial del Imperio.

A partir de Enrique IV como rex Romanorum, surgió la costumbre que el rey de Alemania y de sus territorios anexos (Italia y Borgoña), sería coronado como rey de romanos, lo que tenía la connotación de poder ser el aspirante a ser coronado como emperador de romanos.

Enrique IV en Canossa (1077 )
Los soberanos aquí listados son los reyes de la parte oriental del imperio franco, que surgió tras el Tratado de Verdún y que sería el núcleo de los reinos que constituyeron el territorio del Sacro Imperio Romano Germánico. Este territorio abarcaría actualmente Alemania, Austria, Suiza, República Checa, Eslovenia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, partes del este de Francia, el norte de Italia y el oeste de Polonia.

(Los emperadores se marcan en negrita, los reyes en letra común, los reyes rivales, anti-reyes y co-regentes menores en itálica)

DINASTIA CAROLINGIA

  • 843-876: Luis II el Germánico
  • 876-880: Carlomagno
  • 876-882: Luis III el Joven
  • 876-887: Carlos III el Gordo
  • 887-899: Arnulfo de Carintia
  • 900-911: Luis IV el Niño
DINASTIA CONRADINA

  • 911-918: Conrado I

Arnulfo de Carintia

SAJONES

  • 919-936: Enrique I
  • 919-921: Arnulfo de Baviera (rey rival)
  • 936-973: Otón I
  • 961-983: Otón II
  • 983-1002: Otón III
  • 1002-1024: Enrique II
SALIOS

  • 1024-1039: Conrado II
  • 1028-1056: Enrique III
  • 1054-1105: Enrique IV
  • 1077-1080: Rodolfo de Rheinfeld (rey rival)
  • 1081-1088: Herman de Salm (rey rival)
  • 1087-1101: Conrado
  • 1099-1125: Enrique V
DINASTIA SUPPLINBURGO

  • 1125-1137: Lotario III
DINASTIA HOHENSTAUFEN


Blasón de los Hohenstaufen

  • 1138-1152: Conrado III
  • 1147-1150: Enrique Berenguer
  • 1152-1190: Federico I Barbarroja
  • 1169-1197: Enrique VI
  • 1197: Federico II
  • 1198-1208: Felipe de Suabia
DINASTIA GÜELFA

  • 1198-1215: Otón IV
DINASTIA HOHENSTAUFEN (2)

  • 1212-1250: Federico II
  • 1220-1235: Enrique de Suabia
  • 1237-1254: Conrado IV
  • 1246-1247: Enrique Raspe (anti-rey)
  • 1247-1256: Guillermo de Holanda (anti-rey)
DINASTIA PLANTAGENET

  • 1257-1272: Ricardo de Cornualles
  • 1257-1275: Alfonso de Castilla (rey rival)
DINASTIA HABSBURGO

  • 1273-1291: Rodolfo I
DINASTIA NASSAU

  • 1292-1298: Adolfo de Nassau
Adolfo de Nassau

DINASTIA HABSBURGO
  • 1298-1308: Alberto I
DINASTIA LUXEMBURGO

  • 1308-1313: Enrique VII

DINASTIA WITTELSBACH

  • 1314-1347: Luis IV
  • 1314-1322 y 1325-1330: Federico de Habsburgo (anti-rey)
DINASTIA LUXEMBURGO

  • 1346-1378: Carlos IV
  • 1349-1349: Günther de Schwarzburg (anti-rey)
  • 1376-1400: Wenceslao
DINASTIA WITTELSBACH

  • 1400-1410: Roberto de Palatinado
DINASTIA LUXEMBURGO

  • 1411-1437: Segismundo
  • 1410-1411: Jobst de Moravia (anti-rey)
Segismundo de Luxemburgo

DINASTIA HABSBURGO

  • 1438-1439: Alberto II
  • 1440-1493: Federico III
  • 1486-1519: Maximiliano I
  • 1519-1556: Carlos V
  • 1558-1564: Fernando I
  • 1564-1576: Maximiliano II
  • 1576-1612: Rodolfo II
  • 1612-1619: Matías
  • 1619-1637: Fernando II
  • 1637-1657: Fernando III
  • 1653-1654: Fernando IV
  • 1658-1705: Leopoldo I
  • 1705-1711: José I
  • 1711-1740: Carlos VI
DINASTIA WITTELSBACH
  • 1742-1745: Carlos VII
DINASTIA LORENA
  • 1745-1765: Francisco I
DINASTIA HABSBURGO-LORENA

  • 1765-1790: José II
  • 1790-1792: Leopoldo II
  • 1792- 1806: Francisco II

El último Sacro Emperador Romano, Francisco de Habsburgo-Lorena, se encuentra con Napoleón luego de la batalla de Austerlitz (1805)


Confederación del Rin 1806-1813

  • 1806 a 1813: Napoleón I, Emperador de Francia, Protector de la Confederación del Rin (Dinastía Bonaparte)
Confederación Germánica 1815-1866
  • 1815-1835: Francisco I, Emperador de Austria, Presidente de la Confederación Germánica
  • 1835-1848: Fernando I, Emperador de Austria, Presidente de la Confederación Germánica
  • 1849: Federico Guillermo IV, Rey de Prusia, se le ofreció el título de Emperador de los Alemanes por el Parlamento de Fráncfort, pero lo rechazó.
  • 1850-1866: Francisco José, Emperador de Austria, Presidente de la Confederación Germánica
Federación Alemana del Norte (1867-1871)
  • 1867-1871: Guillermo I, Rey de Prusia, Presidente de la Federación Alemana del Norte
Imperio Alemán (1871-1918)

  • 1871-1888: Guillermo I, Emperador de Alemania, Rey de Prusia
  • 1888: Federico III, Emperador de Alemania, Rey de Prusia
  • 1888-1918: Guillermo II, Emperador de Alemania, Rey de Prusia

Estandarte del Emperador Alemán


Margraves de Brandeburgo y Reyes de Prusia (1134-1888)

Dinastía Ascania. Margraves de Brandeburgo
  • 1134-1170: Alberto I
  • 1170-1184: Otón I
  • 1184-1205: Otón II
  • 1205-1220: Alberto II
  • 1220-1266: Juan I (asociado con Otón III)
  • 1220-1267: Otón III
  • 1267-1308: Otón IV
  • 1308-1319: Waldemar
Dinastía Wittelsbach. Margraves Electores de Brandeburgo
  • 1322-1324: Luis (Emperador Romano-Germánico)
  • 1324-1351: Luis I (Luis V de Baviera)
  • 1351-1365: Luis II el Romano
  • 1365-1373: Otón V
Dinastía de Luxemburgo. Margraves Electores de Brandeburgo

  • 1373-1378: Carlos IV
  • 1373-1378: Wenceslao (asociado con Carlos IV)
  • 1378-1397: Segismundo (1ª vez)
  • 1397-1411: Jobs
  • 1411-1417: Segismundo (2ª vez)

Escudo de armas del Margraviato de Brandeburgo

Dinastía de Hohenzollern. Margraves Electores de Brandeburgo
  • 1417-1426: Federico I
  • 1426-1440: Juan
  • 1440-1470: Federico II
  • 1470-1486: Alberto III
  • 1486-1499: Juan Cicero
  • 1499-1535: Joaquín I
  • 1535-1571: Joaquín II
  • 1571-1598: Juan Jorge I
  • 1598 a 1608: Joaquín Federico I
Dinastía de Hohenzollern. Margraves Electores de Brandeburgo y Duques de Prusia
  • 1608-1619: Juan-Segismundo I
  • 1619-1640: Jorge-Guillermo I
  • 1640-1688: Federico-Guillermo I el Gran Elector
  • 1688-1713: Federico III
Dinastía de Hohenzollern. Reyes de Prusia

  • 1701-1713: Federico I
  • 1713-1740: Federico Guillermo I
  • 1740-1786: Federico II el Grande
  • 1786-1797: Federico Guillermo II
  • 1797-1840: Federico Guillermo III
  • 1840-1861: Federico Guillermo IV
  • 1861-1888: Guillermo I
Escudo de armas de los Reyes de Prusia

miércoles, 11 de agosto de 2010

Josefina, Emperatriz de los Franceses

Desde el 18 de mayo de 1804, en que el Senado la saluda con el título de emperatriz, al 16 de diciembre de 1809, cuando se disuelve su matrimonio con el emperador, Josefina de Beauharnais sólo reinó cinco años y siete meses como Emperatriz de los Franceses. Mademoiselle de Tascher de la Pagerie, divorciada y luego viuda del vizconde Alejandro de Beauharnais, finalmente Madame Bonaparte y emperatriz consorte hasta su repudio, fue la primera soberana del Primer Imperio francés y ancestro directo de las casas reales actuales de Bélgica, Suecia, Dinamarca, Grecia, Noruega, Luxemburgo, Liechtenstein y Mónaco.

El 2 de diciembre de 1804 la gracia majestuosa de Josefina impresiona a los cortesanos. El deslumbrante atuendo de consagración la rejuvenece veinte años gracias a la obra de peinadores y modistas: luce un vestido de satén blanco con abejas de oro bordadas y salpicado de diamantes, los cabellos recogidos en un rodete y rizados como en tiempos de Luis XIV sostienen una diadema de amatistas, tras ella se extiende el manto imperial rojo y oro. Se la creería nacida en un trono, a tal punto son naturales sus gestos. Sonriente, disfruta hoy las delicias del éxito, pues ha sabido vencer muchas resistencias, superar intrigas, desbaratar maquinaciones hasta de su familia política.

En Notre Dame, la personalidad misma de Josefina provoca un movimiento general de admiración. Despliega tanta gracia, camina tan bien hacia el trono, se arrodilla de una manera tan elegante, que satisface a todas las miradas. Napoleón se ciñe la corona de oro de hojas de laurel, luego desciende las gradas del altar, avanza hacia su esposa y la corona con sus propias manos. La emperatriz se levanta para subir al trono. Pero las princesas sostienen su manto con tanta negligencia y mala voluntad que, arrastrada hacia atrás por el peso de los terciopelos y los armiños, Josefina no puede moverse. Estalla un altercado que no pasa desapercibido a Napoleón, quien con una orden seca y firme llama al orden a sus hermanas. El papa Pío VII bendice al emperador y estalla el Vivat imperator in aeternum. Josefina ya no es la misma. Ahora está por encima de las reinas de Francia, pues, con excepción de María de Médicis, ninguna de ellas ha recibido la unción de la consagración.


A partir de ese momento feérico, vivió el tiempo de su estadía como emperatriz recorriendo Francia y Europa en todas direcciones. Residió sólo por períodos intermitentes en las Tullerías y en Saint Cloud, sus dos principales moradas, y menos aún en los otros palacios de los alrededores de París: Rambouillet, brevísimo, y Fontainebleau, durante el otoño de 1807 y 1809, estadías que cuentan entre las más brillantes del Imperio. Poco antes del divorcio, se acondiciona el palacio del Elíseo para recibir a Sus Majestades, aunque es demasiado pequeño. Cuando comienza el buen tiempo se traslada a Malmaison, su adorada residencia de campo. Sin embargo, es en los escenarios oficiales donde su vida cotidiana aparece reglamentada por la severa etiqueta prescrita por el emperador.




El Château de Malmaison con una diferencia de 200 años


Tanto en las Tullerías como en Saint Cloud, los aposentos de la emperatriz y los del emperador se dividen en dos partes bien diferenciadas: el primer aposento, o aposento de honor, tiene carácter oficial y sólo sirve para las ceremonias públicas. Se compone de una antecámara, de un primer salón, de un segundo salón, del salón de la emperatriz, de un comedor y de una sala de música. El segundo, o apartamento interior, comprende el dormitorio, la biblioteca, el tocador, el saloncito privado y el baño. Malmaison y el Elíseo, más pequeños y aislados, son utilizados para un relajamiento de la etiqueta.



En estos lugares es donde hay que imaginar la vida de Josefina. Si el decorado es diferente, el entorno es el mismo y, sobre todo, la vida está ordenada de la misma manera, realizándose la misma actividad a la misma hora, se encuentre donde se encuentre.

Josefina consideraba a Malmaison como su propiedad particular y buscaba reunir en ella todas las obras de arte imaginables. Las colecciones de Josefina son por demás eclécticas. Junto a objetos etnográficos se ven esculturas, pinturas y antigüedades. Desde la época del Consulado, las ciudades conquistadas por su esposo la colman de obsequios y le envían objetos valiosos y curiosidades de todo tipo, muebles, cuadros, telas, porcelanas, mármoles. Josefina siente verdadera atracción por la escultura de su época y más especialmente por la de Canova, del que posee cinco obras. Pero no olvida en sus pedidos a los grandes escultores franceses: Cartellier, Chaudet, Bosio. Ella ama en especial las obras graciosas y femeninas, de pronunciado carácter sentimental. Recurre frecuentemente a los mismos artistas para ejecutar sus retratos o los de los miembros de su familia.

La colección de estatuas antiguas, sin ser considerable, es de primerísima calidad. Posee además bronces, mosaicos y una serie inigualada de vasos griegos. Sus cuadros son considerables y se hallan repartidos en las galerías de Malmaison, en los castillos de Navarra, en Normandía y de Prègny, en Suiza. Su elección de obras contemporáneas refleja mejor su gusto en pintura antes que los maestros de la antigüedad, los cuales admira más por convencionalismos que por gusto verdadero. Josefina concedió un trato privilegiado a sus pintores favoritos y supo rodearlos de todas las consideraciones debidas a su talento.



La botánica era otra de las pasiones –si no la verdadera- de Josefina y agobiaba a sus allegados con disertaciones botánicas, señalándoles todas las plantas más raras. Su gusto por las flores era tal, que para ella ése era el mejor obsequio que podía hacérsele. Al ser emperatriz, seguía con interés las conquistas del emperador y no dejaba de reclamar las plantas que todavía no poseía. Además, completaba sus colecciones comprando semillas y plantas a los mejores viveros europeos. En Malmaison construyó magníficos invernaderos llenos de plantas exóticas y cuyas importantes superficies vidriadas lo hacían superior al propio Jardín Botánico.

El gusto de Josefina en materia de decoración era el de una mujer del siglo XVIII. Sus habitaciones estaban amuebladas con infinito esmero y demostraban una búsqueda cuidadosa en lo que se refiere al buen gusto y la elegancia pero también la magnificencia y la riqueza. Encargaba los muebles a los mejores ebanistas, entre los que se destacan los hermanos Jacob, con incrustaciones de limonero, de estaño o de ébano. Poseían una gracia que ya no tendrían las pesadas creaciones del Imperio triunfante. Los tapiceros transformaban para ella los tejidos de armoniosos colores en elegantes combinaciones. En sus aposentos las muselinas bordadas y drapeadas en colgantes, las sedas plegadas tubularmente o los volantes festoneados y los moños constituían adornos que alababan los contemporáneos, pero que no agradaban al emperador, que se rebela contra esas frivolidades “de mujer mantenida”.

Físicamente, Madame Bonaparte era de estatura mediana, sus ojos azul oscuro tenían una mirada extremadamente dulce. Sus cabellos largos y sedosos combinaban perfectamente con su cutis que, algo oscuro por naturaleza, parecía deslumbrante de frescura gracias al rubor que se ponía en las mejillas y al polvo blanco con que cubría su rostro. La única nota desagradable la daba una mala dentadura de la que la duquesa de Abrantes decía: “Si hubiese tenido dientes, no digo hermosos o feos, sino solamente dientes, habría eclipsado por cierto en la corte consular a muchas mujeres que no valían lo que ella”.

Muy refinada en los cuidados del cuerpo y del rostro, Josefina abusaba de los afeites como toda mujer que se sentía envejecer y trataba todavía de agradar (al momento de la coronación tenía 41 años). Hacía traer de Grasse su agua de rosas, el agua de grosellas y una leche de rosas destinada a conservar un cutis delicado. Su Casa contaba con una guardia de atavíos y cuatro damas, asistidas por dos jóvenes del guardarropa. Cada día su dama de atavíos le presentaba varios vestidos para que ella eligiera uno, lo que a veces daba lugar a largas meditaciones. Luego entraba el ayuda de cámara principal, su peinador regular, Herbault, que también peinaba a todas las damas de la corte. Josefina contaba además con otros tres ayudas de cámara comunes a su servicio.


Terminado su arreglo personal, Josefina pasaba a su salón, donde recibía a sus proveedores, por lo general comerciantes de artículos de moda que venían a mostrarle sus últimas novedades. Abusaban de la bondad de la emperatriz y de su gusto por la ropa e invadían así sus aposentos. El emperador no lograba poner orden en ellos y decidía aceptar ese estado de cosas.

Nadie sabía vestir como Josefina y la ropa que llevaba le sentaba de maravilla. Además, había sido educada en la religión de la vestimenta y los adornos y no sabía resistirse a sus caprichos y deseos. A las órdenes del emperador, que pretendía que los vestidos fueran de terciopelo o de seda nacional para dar trabajo a las buenas ciudadanas francesas, Josefina respondía con compras masivas de muselinas de las Indias o telas extranjeras que no vacilaba en introducir en el país eludiendo la aduana.



Josefina creaba la moda; se observaba su ropa, se la copiaba. Si la emperatriz llevaba un vestido de luto adornado con una guirnalda de flores negras, su cuñada Elisa Bonaparte encargaba de inmediato otro igual a la célebre modista Madame Rimbaud. Las más atrevidas combinaciones le sentaban de maravilla: un vestido de tul blanco bordado en plata con ruedo de amapolas lilas y rosas bordadas en felpilla o una asombrosa túnica bordada en acero acompañada por alhajas también de acero y con un gran ramo de flores. Las flores, artificiales o naturales, eran uno de los adornos obligados de su atuendo. Con ellas engalanaba su ropa, pero también su cabello. Siempre realzaba sus peinados con guirnaldas de anémonas o de jacintos.

Y el colmo del refinamiento: cuando podía, la emperatriz combinaba los tonos de su ropa con el tapizado del salón donde recibe. Frecuentemente optaba por armoniosas combinaciones en blanco y oro, lo que le sentaba admirablemente. A propósito de esta original costumbre, en 1803, cuando Paulina Bonaparte, la nueva princesa Borghese, se presenta en Saint Cloud antes de partir a Roma, se suscita una anécdota que da que hablar al círculo social de la futura emperatriz.



Para esa velada de despedida, Paulina no puede resistir a la tentación de manifestar su superioridad a Josefina y decide llevar un vestido verde al que ha prendido todos los diamantes de la Casa Borghese –un adorno llamado Matilde-, sin contar el despliegue de joyas que adornan su cabeza, su cuello y sus manos. Josefina, sin embargo, reserva una sorpresa a su cuñada. Cuando el príncipe Borghese y su esposa hacen su ingreso, no hace movimiento alguno. De pie delante de un sofá, en el fondo del salón, obliga a la pareja principesca a avanzar hacia ella. Al arreglo llamativo, a la descarada exhibición de joyas de Paulina, Josefina opone dos armas que le dan la victoria: en primer lugar su ropa, un sencillo pero encantador vestido blanco de muselina de la India sostenido en los hombros por dos cabezas de león de oro como únicas alhajas y luego la elección de un salón con muebles tapizados de seda azul, con el que hace desentonar el color verde del vestido de su adversaria. La esposa de Bonaparte parece una gran dama recibiendo a una saltimbanqui. Embriagada por su éxito como princesa, Paulina comprenderá la lección más tarde.

Los chales constituían una de las riquezas del guardarropa de Josefina. Eran tantos, que con ellos podían hacerse vestidos, mantas para la casa o hasta almohadones para sus perros. Los más bellos eran de cachemir y le fueron obsequiados por el sultán Selim III. Durante un tiempo adornaron su tocador de Compiègne donde, cosidos los unos a los otros, formaban suntuosas colgaduras. “Las damas quedan pasmadas y se desmayan al admirar semejante lujo”, se sorprendía el príncipe de Clary y Aldringen, “pero yo lamento ver allí arriba esos chales estirados por anchas franjas de oro. Sin embargo, como no han sido cortados sino simplemente cosidos juntos, la emperatriz podrá descolgarlos y ponérselos sobre los hombros. El emperador lo decía ayer, riendo.”


Louis-Hippolite Leroy era el amo de la moda y, por ende, de Josefina. Después de haberle confeccionado el vestido de la coronación por un valor de setenta y cuatro mil francos, el gran modista gozaba del apoyo indefectible de su augusta cliente, quien gastaba en él la mitad de las sumas dedicadas a su vestuario. Insustituible en la corte, Leroy diseñaba además para príncipes y duques –con ocasión de las estadías en Fontainebleau, creó un traje de caza para cada familia principesca; el de la emperatriz era de terciopelo color amaranto bordado en oro- y percibía sumas fabulosas. Fuera bueno o malo el año entregaba, por valor de diez o quince mil francos al mes, nuevas fantasías, encajes raros y suntuosas sedas. Hábilmente, el modista cobraba una suma irrisoria por la hechura del vestido, pero lo recuperaba en telas y adornos, aumentando el precio de sus obras en dos y tres mil francos. Después del divorcio, las sumas serán mucho menos importantes.


Toda la ropa de la emperatriz era debidamente inventariada dos veces al año: el 30 de enero por la dama del guardarropa y a mediados de año por la custodia del guardarropa. La emperatriz subía entonces a su vestidor y pasaba revista a sus prendas, sus gorros y sombreros, separando cierta cantidad para ser reformados. No se trataba solamente de objetos usados, sino también de ropa nueva o que había dejado de gustarle. Así, en 1809, se suprimieron quinientos treinta y tres artículos del inventario. Daba algunos a sus parientes, el resto se distribuía entre su servidumbre femenina.



Las listas se revelan impresionantes, de las que solo una enumeración, por monótona que sea, puede dar una idea. A título de ejemplo, el inventario de 1809 incluía, entre otros, cuarenta y nueve trajes de corte de gala, seiscientos setenta y seis vestidos, setenta y seis chales de cachemir, cuatrocientos noventa y seis otros chales y pañuelos de cabeza, cuatrocientas noventa y ocho camisas, cuatrocientos trece pares de medias de seda y de algodón, mil ciento treinta y dos pares de guantes, más de mil plumas de garza blanca o negra para adornos y setecientos ochenta y cinco pares de zapatos. En un solo año, Josefina encargó ciento treinta y seis vestidos, veinte chales de cachemir, setenta y tres corsés, ochenta y siete sombreros, setenta y un pares de medias de seda, novecientos ochenta y cinco pares de guantes y quinientos veinte pares de zapatos.

Al igual que por la ropa, Josefina tenía una pasión desmesurada por las joyas. Primero tenía a su disposición los fabulosos diamantes de la Corona, pero como sabía que sólo poseía su usufructo y no podía usarlos más que a petición escrita de la dama de honor y de la dama del guardarropa a la Corona, pronto formó una colección personal que se erigió en la más hermosa de Europa. Entre los numerosos joyeros a los que recurría, Foncier parece que gozó de su confianza desde el Consulado. A partir del Imperio, Marguerite sucedió a Foncier. Él fue quien efectuó la tasación de los diamantes y las joyas de Malmaison a la muerte de la emperatriz. Josefina hacía modificar y renovar constantemente los engarces, compraba, cambiaba, revendía, pagaba a cuenta, hasta tal punto que los joyeros se confundían al inventariar sus joyas y ya no sabían qué les pertenecía a ellos y qué a su cliente. Las órdenes y las contraórdenes se sucedían al antojo de sus caprichos.


Insaciable, siempre encontraba que no tenía suficientes alhajas, que no eran lo bastante buenas. Seguramente su aderezo más valioso era el de diamantes, pero poseía muchos otros, todos diferentes y a menudo de gran valor. Se componían de una diadema, un collar, un par de aros, una peineta y un cinturón. Tenía dos aderezos de rubíes, uno de esmeraldas, uno de ópalos, uno de zafiros, uno de turquesas y hasta uno de azabaches para los días de duelo. Junto a esas maravillas, poseía alhajas de coral o de esmalte por las que sentía particular predilección.


El divorcio no interrumpió el frenesí de compras de joyas y, a su muerte, debía aún más de doscientos mil francos a los principales joyeros de París: Friere, Lebrun, Nitot, Meller, Hollander y Pitaux. Cuando se repartieron las piezas entre sus hijos Eugenio y Hortensia, éstos se vieron obligados a venderlas y así desapareció lo que tal vez fuera la más maravillosa colección de joyas jamás formada por una soberana y de la que Napoleón decía, poco galantemente, que eran la compensación por los estragos de la edad.

En diciembre de 1809 Josefina vivió días de doloroso calvario. Ella, que había pasado la vida temiendo el divorcio, debía aceptarlo ahora. Durante la visita y agasajos a los soberanos alemanes invitados en ocasión de la firma del tratado de paz con Austria, mantuvo hasta el final una actitud de emperatriz reinante. En el salón del trono de las Tullerías, ante toda la familia imperial, los príncipes del Imperio, las damas de honor de la emperatriz y los grandes oficiales de la Corona, apenas pudo pronunciar las palabras del texto de su repudio dirigidas a Bonaparte, texto que terminó de leer Saint-Jean-d’Angély: “… al no conservar esperanza alguna de tener hijos que puedan satisfacer las necesidades de su política y el interés de Francia, me complazco en darle la mayor prueba de cariño y devoción que nunca se haya dado en este mundo (…) Creo agradecer todos sus sentimientos al consentir en la disolución de un matrimonio que ahora es un obstáculo para el bien de Francia…”

Con su muerte, en 1814, nació la leyenda de Josefina de Beauharnais, inventada pieza por pieza por algunos monárquicos deseosos de recuperar una popularidad que hubiese sido lamentable perder. La emperatriz, transfigurada por la pluma de los propagandistas, se convirtió en una especie de Mater Patriae, cuya bondad protegió a Francia de la ferocidad del corso. Era una figura refugio parecida a las Vírgenes medievales que cubrían a la cristiandad sufriente con su manto desplegado como las alas de un ave. Extraño destino el de Josefina que, después de ser elevada al más alto rango y luego fuera desposeída de él, reencontrara en la hora de su muerte todo el esplendor del que el divorcio la había despojado en parte. Había desaparecido en el momento apropiado, unánimemente celebrada por los sostenedores del Antiguo Régimen y por los hijos de la Revolución.