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viernes, 11 de julio de 2008

Llegando hasta el final


Hay algo vivaz y malsano en esta canción. La música es perfecta, como sólo Carlos Berlanga sabía hacerla: melódica y cool, una suerte de Here, there and everywhere pasado por B52s. La letra es elusiva, un puzzle extraño. Comienza con una vibración numinosa que parece, retrospectivamente, propia de los primeros 80: Oigo los tambores sonando en el pueblo vecino. / Hablan de tiempos paganos, de ritos divinos. / Quiero que me lleves al río... (cf. Radio Futura: Hay / tribus ocultas cerca del río). Alaska da voz a una muchacha que (como aquella Christiane F., tan de la época, que acude a ver a Bowie y, bajo su hechizo, prueba por primera vez la heroína) se deja arrastrar por su amante a la autodestrucción: Quiero que me saques de quicio, / meterme de lleno en el mundo del vicio. / Vamos a pasarlo muy mal / llegando hasta el final. No falta un poco de color paranormal, inyectado en el escenario más cotidiano: Tú y yo / sentados de nuevo en un bar. / Me hablaste de cosas que nadie puede comprobar. Sexo, drogas, magia (negra): como en The End, de The Doors, el mensaje es a un tiempo ambiguo e inequívoco. El último juego de la infancia consiste en darle carpetazo, ir demasiado lejos, cruzar al otro lado de la puerta. Está en el Génesis: el prólogo de la historia es siempre el fin del Paraíso.

miércoles, 9 de julio de 2008

Heaven (Psychedelic Furs)


No me suelen gustar las neo-cosas. Como decía Paul McCartney, no se puede recalentar un soufflé. Pero no soy de piedra: cuando a medidados de los 80 se empezó a hablar de neopsicodelia no pude evitar afilar la oreja, gatunamente, y esperar, si no lo mejor, algo de bueno.

De entre aquellos grupos post-punk, uno llevaba el adjetivo psicodélico en el nombre. Por supuesto, en broma (los tiempos no hubieran aceptado otra cosa).

No he seguido la trayectoria de Las Pieles Psicodélicas (Psychedelic Furs), pero esta canción de 1984 justifica el nombre, el género y esa vaga esperanza mía de encontrar a Rumpelstiltskin.

Fiel a la experiencia psicodélica, el Cielo de estos versos no parece ultramundano. La letra lo sitúa en el Más Acá: el corazón al completo. Los reyes que rabian, incapaces de someter a sus súbditos, recuerdan a aquellos de Espronceda:

Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Por evitar la censura (o la obviedad) no hay pistas sobre la llave que abre este reino de lo instantáneo. De hecho, cabe una chufla sobre los bobos que intentan subirse al tren, que también tiene sus precedentes:

Silly people run around ,
they worry me and never ask me
why they don't get past my door.

Musicalmente, se vuelve a demostrar (como En los Días de En Medio) que dos acordes (de hecho, siempre los mismos: la subdominante, que nos lleva al otro lado del espejo, y la tónica, perfecto aquí y ahora) bastan para contener y sugerir contrastes y tránsitos.

Como en toda la buena música ochentil, no falta la conexión con los 60 y 70. Esta entrevista a Richard Butler, líder del grupo:

El Punk era como Pol Pot pretendiendo empezar desde el Año Cero, pero yo desde luego llevaba conmigo todo este otro bagaje. Como muchos ingleses, he sido fan de Bowie, Roxy Music, los New York Dolls y ese tipo de cosas. Y también Bob Dylan, desde que era crío.



martes, 8 de julio de 2008

En los Días de en Medio


The Cure fueron la primera banda ochentera que amé locamente, sin reservas. Esta canción en concreto valdría para convertir el agua en vino. Trasmuta los materiales más comunes (dos acordes obvios: tónica-subdominante; cuatro, si contamos el puente) en un perpetuum mobile arrasador, que sólo puede compararse, con ventaja, con el final de Hey Jude o la Escuela de Calor radiofutura.

Robert Smith no tenía un pasado progresivo detrás, como The Korgis, pero se ha ocupado de dejar clara su devoción por John Lennon, Nick Drake, David Bowie, The Doors y Jimi Hendrix a través de oportunos homenajes y colaboraciones. Con esas credenciales, es imposible negarle la entrada.


lunes, 7 de julio de 2008

Más antes que después, aprendes algo


Éstos eran de los míos. Lo supe porque lo supe, nada más oír las primeras notas de la canción (1980: ¡diez añitos!), pero lo comprobé años más tarde: detrás de los ochenteros The Korgis estaban los setenteros Stackridge, una banda de rock progresivo convenientemente alquimiada. Por lo que cuenta Michel Gondry, el director de Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind), a él le pasó lo que a mí: años y años intentando hablar de esta canción memorable con alguien y topándose con el silencio, como si nunca hubiera sucedido. Para la película (recomendada; ¡imprescindible!), Beck hizo una versión simpática, pero hoy toca rescatar el original, dotado (esta vez sí) de un clasicismo intemporal, cristalino.

(Más versiones y observaciones muy interesantes sobre el aire incompleto, suspendido, de la canción.)

domingo, 6 de julio de 2008

Pásame un ángel


Un mensajero, o sea. Árboles del espacio los llamó el poeta (de Ory, creo, aunque pudo ser Juan Larrea), trocando ramas por alas. Los nombres cambian (Hermes, Iris, démones, ángeles, extralurtarras —y hasta Yog-Sothoth, la Puerta, y Nyarlathothep, el Caos Reptante) pero la misión y las alas (en los pies o la espalda) permanecen.

Psicopompos, psicótropos, los ángeles entregan órdenes y avisos desconcertantes. Siempre yendo y viniendo, son las fuerzas de la excepción, el rostro amable (y terrible) del milagro. Se quedarían a tomar algo, pero desde aquella ocasión en Sodoma no beben si están de servicio —y toda su vida es un servicio, un hacer entre dos órbitas que los torna, quieran o no, agentes dobles, polinizadores, trasmisores de esporas. Aquella idea de Terence McKenna de que los hongos psilocibios son un visitante extraterrestre, gentil y paciente, es tal vez su penúltimo rostro.

Llaves emplumadas, cerrojos alados, son el camino que recorren y vedan (Iris, su arco), senda heraclítea arriba y abajo, una y la misma. Lo que tiene ángel (esa niña Virginia) no vence las dificultades: las obvia. Es aquel Grial de peso insoportable que, en la mano adecuada, cobra peso pluma, o ese otro andén 9 y ¾, que conduce a los niños a Hogwarts. Esporas, dije, y compruébese: plenos de sex-appeal, no sólo son asexuados, sino que difunden la fecundación asexual, la inmaculada concepción, el parto virgen.

Si en Homero las palabras son aladas, no nos extrañaría comprobar en algún gnóstico que los ángeles son vocablos de resonancia eterna, no ya mensajeros sino mensajes de Dios, cratofanías del Verbo, armónicos de la Nota inaudible, ondas de la Piedra Inmóvil que el Tiempo (un niño) arrojó a la laguna. Mensajes, dije, pero tal vez fonemas, vocalizaciones (Om), vagidos, la gota más lejana de aquella gayola que (hágase la luz) encendió la Vía Láctea. (De Ory: Los pájaros son pensamientos perfectos.)

Entrevistos, traslúcidos, más imprevistos que invisibles, los ángeles juegan con nuestros niños (amigos imaginarios, imágenes amigas, migas, genes) y montan guardia ante el Paraíso (el parque) que las hormonas y los adultos destruirán sin derecho a réplica. (De Ory, de nuevo: Ángeles, ángulos, angustia.)

Aquella época sin alma soñó con ángeles de diseño, señas en cierto modo de aquella era anterior (la psicodélica) que se había esfumado sin dejarlas. Son ángeles de mofa o de peluche, pero vuelan y muerden, traicioneros. Eurythmics compuso la oda por excelencia, pero siempre he preferido esta otra. La perpetraron en 1983 unos australianos, Real Life, justamente condenados al accidente angélico: tocar una vez la gloria (Stella Matutina) y caer en el olvido —lo que es lo mismo, recaer sin pausa en su único éxito.


sábado, 5 de julio de 2008

El Capitán de sus Entretelas


Como he explicado alguna vez, aunque los 80 fueron los años de mi adolescencia, crecí contra ellos, juramentado en la defensa de todo lo sesentero y setentil que había caído en desgracia, desde Love Me Do hasta el primer disco (único potable) de Medina Azahara. Como no hay resistencia perfecta, algo de lo bueno que se hacía me gustaba ya entonces (aunque no me gustara que me gustase). Me apetece rescatar algunos de esos guilty pleasures. Por un último prurito de dignidad, obvio los obvios (Dance into the Groove y cosas así) y rescato los esquinados.

Double eran (pero sólo ahora me entero) un dúo suizo. En el 85 publicaron su primer LP, Blue, y en él esta maravilla. La estrofa está bien, sin más, pero el estribillo, con ese piano travieso, es memorable. (No faltará quien oyendo esto ya se hubiera dado cuenta de hasta qué punto me sublivella.)