
Repasaba el otro día con Ana Baliñas las verdades del calendario: van ya quince años desde que coincidimos en el primer instituto en que di clase, el Vegas Bajas, de Montijo, allá por el 96. Me atrajo enseguida su sonrisa y agradecí su decidida tendencia, tan rara entre profesores, a oxigenar la conversación, escapando del marujeo sobre (contra) nuestros alumnos y abordando otros temas, que son casi todos.
No suelo enseñar mis cartas a la primera, pero con ella enseguida nos encontramos compartiendo canciones cientovolanderas y devociones varias, algunas tan poco comunes como el Pseudo Dionisio Areopagita (en la que fue, sin duda, la primera gira de este astro por Montijo).
Mi traslado a Navalmoral nos separó, pero con feliz ineficacia: seguimos, hasta hoy, en contacto, aunque nos veamos de Pascuas a Ramos. Supe que Ana y su querido Pepe habían apostado por el arte y el periodismo, y en los primeros tiempos de la televisión extremeña crearon, con el programa El Lince con Botas y algunos anuncios institucionales, una imagen fascinante de lo que podría ser una Extremadura vivaz e inquieta, desde los oficios en extinción hasta los chavales que se lanzaban a hacer hip hop patrio. En su extremada generosidad, y eclecticismo, hasta me lanzaron un micro para que les hablara sobre leyendas urbanas, y grabaron un programa sobre Ciento Volando.
Toda la gente que conozco que veía el programa lo adoraba, lo cual explica sin duda que al Poder acabara molestándole: comenzaron intentando que algunos episodios no se emitieran (porque recogían puntos de vista críticos sobre algunos de los juguetes favoritos de la Administración, como la refinería de Tierra de Barros) y, cuando nuestros amigos se negaron, pasaron a emitir la serie en completo desorden, mezclando reposiciones y novedades, y en el horario más inhóspito posible. La meta era enviar a la productora, Libre Producciones, al desierto, para que muriera, negándole en adelante cualquier subvención, reconocimiento e incluso el derecho a concursar a las convocatorias públicas sin que los descartaran de antemano por tocahuevos.
Sucede que Ana y Pepe, y la buena gente que trabaja con ellos, no se han amilanado y siguen ahí, produciendo documentales magníficos (destaco dos: El soliloquio del farero, sobre la catástrofe del Prestigue, y Cielo e infierno, sobre las sustancias psicoactivas), películas de ficción y cualquier empeño que merezca, por improbable, dejarse los cuernos. El penúltimo es una editorial: La Galbana Pequeña Editorial, que han inaugurado con el libro que les traigo hoy al blog, La virtud del momento.
Se trata de un poemario, o más bien de una colección de ellos: hasta diez caben en estas 272 páginas, muy bien aprovechadas, que incluyen también un prólogo cómplice y esclarecedor de Salvador Castro Otero.
La poesía de Ana es postmoderna, en el mejor sentido: está de vuelta de las exhibiciones más o menos castrenses de las vanguardias, pero permanece a la misma distancia de los ca(ra)melos neosentimentales, los pestiños culturalistas, los sonetos en -mente y las bromitas con pretensiones. Es, como ella, muy gallega: a ratos unos juraría que oye en sus versos cadencias de Los Piratas o Golpes Bajos. Quizá me permita decir que hay en ellos una dulzura demoledora, irónica y hospitalaria al mismo tiempo. No se trata de un mundo que se deje explorar en diez minutos, pero a poco que uno hojee encuentra enseguida muchos poemas que no ha leído antes, de planteamiento inédito: y eso, hablando de poemarios, y viviendo como vivimos en la era del reciclado, no es poca cosa.
Escojo este poema, que también llama la atención del prologuista, con la salvedad que representa sólo uno de las muchas líneas del libro. Si quieren explorarlo por sí mismos, ya saben dónde buscarlo.
*
JUEGO DE DOS
El alfil no se ha enfadado conmigo.
El caballo me quiere, los peones
me siguen con devoción.
Es cierto que la dama se ha pillado los dedos
pero el rey sestea aún tras el enroque.
Si no fuera por las piezas del contrario,
el ajedrez sería un juego muy tranquilo.
(Ana Baliñas, La virtud del momento. Inventario incompleto (1994-2007),
Herreruela: La Galbana Pequeña Editorial, 2011, p. 45).
El alfil no se ha enfadado conmigo.
El caballo me quiere, los peones
me siguen con devoción.
Es cierto que la dama se ha pillado los dedos
pero el rey sestea aún tras el enroque.
Si no fuera por las piezas del contrario,
el ajedrez sería un juego muy tranquilo.
(Ana Baliñas, La virtud del momento. Inventario incompleto (1994-2007),
Herreruela: La Galbana Pequeña Editorial, 2011, p. 45).