Gracias a todos los que se interesaron en algún momento por la presentación del Devocionario Pop. El evento de ayer fue bien, aunque la jornada empezó con mal pie (literal: casi me rompo un dedo bajando unas escaleras) e incluyó casi tres horas de autocar y una visita a Urgencias. Hizo un día de perros, lo que siempre es una alegría para los amantes de esta noble especie. Asistieron personas inesperadas y faltaron otras comprometidas. El sitio era una librería para élites, algo intimidatoria para bachilleres y profesorado de provincias. Jordi Doce, que habló el primero, bien e tan mesurado, demostró que la crítica literaria es ciencia razonablemente exacta, capaz de ahorrar al analizado muchas horas de diván. Jesús Munárriz fue cálido, halagador y expresivo cual no pensé encontrar jamás, y el autor (que alegó estar bajo los efectos de un fármaco) destapó unos cuantos chismes sobre el poemario y atendió con gusto las peticiones que él mismo pidió al respetable. Un joven bien parecido, que podría ser alguno de los Argonautas o el mismo Hermes, resultó ser M. P.. Aunque no había un capitán de barco que pudiera celebrar bodas alquímicas, no faltó un médico que examinara allí mismo mi pie con enorme tino, provocando las protestas (también mesuradas) de la empleada cuya mesa de trabajo convertimos en consulta eventual de podología. Tras el cónclave, partí a Urgencias, a un hospital de monjitas sito frente al Gregorio Marañón, donde un médico con poco trabajo y menor motivación decretó, placa mediante, que mi pie se regeneraría en breve, durando el síndrome de Byron a lo sumo dos o tres días. Hubo después cónclave de amigos de toda la vida, con abundante choque de jarras cerveciles y anécdotas varias. En conjunto, un día feliz, de eficacia publicitaria muy dudosa, pero capaz de reunir a los cómplices en recuerdo emocionado del crimen. Confieso que, si no la próxima presentación, preparo ya el próximo libro. Adicciones...