Mostrando entradas con la etiqueta incesto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta incesto. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de mayo de 2012

Aguas de amor


En cada rato de asueto, seguimos rescatando algunas de las joyas que nos han ido llegando al Taller de Leyendas Urbanas (y leyendas de todo tipo). Así dice esta:

La historia del padre y su hija 

Recopiladora: Karima El Mokhtari, nacida en 1995 en Taouirt.
Informante: Su abuelo, de 93 años.
Fecha: Mayo de 2012.
Lugar: Navalmoral de la Mata.

Érase una vez un hombre que se llamaba Ahmed y que tenía una hija muy guapa llamada Halima. Un día Ahmed decidió llevarla a visitar a su prima. En el camino la niña se sentó a la sombra de un árbol porque tenía mucha sed, entonces pidió a su padre que le trajera un vaso de agua. Pero su padre le dijo:
—Si quieres beber, tienes que llamarme mi novio.
La niña se quedó sorprendida y empezó a llorar. Unos minutos después le contestó:
—Prefiero morir, padre, y nunca me escucharás diciendo esa palabra; jamás en la vida.
Su padre la agarró con fuerza, intentando darla un beso y la chica gritaba diciendo unas palabras:
—¡Ay, Dios, ayúdame para que me salve de este infierno!
Entonces Dios la convirtió en agua y a su padre lo convirtió en fuego.

*

Los reyes se enamoran de sus hijas más jóvenes, escribe Luis Alberto de Cuenca en Amour fou, uno de los mejores poemas de su libro La caja de plata (1985). Homenajea así a Piel de asno y otros cuentos y mitos tradicionales en que se presenta de forma descarnada el deseo incestuoso de un padre por su hija.

El tema ha dado también mucho juego en el Romancero: de hecho, la leyenda que nos trae Karima tiene un parentesco indudable con el romance de Delgadina. No solo coincide el tema general (un padre que se enamora de su hija), sino varios detalles inequívocos: la declaración de amor que implica un cambio de status (Delgadina, Delgadina / tú has de ser mi enamorada); la negativa de la muchacha (No lo quiera el Dios del cielo / ni la Virgen soberana / ser yo mujer de mi padre, / de mis hermanos madrastra); el intento de rendir a la muchacha mediante la sed y su súplica desesperada, que en el romance se dirige a los hermanos y a la madre (Madre, si es Vd. mi madre, / por Dios deme un vaso de agua); la aparente victoria final del padre y la intervención providencial de Dios, que en el romance se manifiesta a través de sus sirvientes, ángeles y diablos, dando a los protagonistas el destino que han merecido: la Gloria para la niña mártir y el Infierno para el padre desnaturalizado (La cama de Delgadina / de ángeles está rodeada; / la cama del rey su padre, / de demonios apretada).

El final de esta versión marroquí tiene una fuerza poética inusual, con su conversión de los protagonistas en dos elementos que, como el padre y la hija, no deben mezclarse: agua y fuego. La potencia simbólica del agua en el texto viene de una hiperdeterminación: por ser lo contrario del fuego (que representa, por metonimia, el Infierno), se convierte aquí en el elemento propio del Paraíso, del Cielo; y al mismo tiempo este agua divina se opone al agua terrenal que se la ha negado a la niña.

Recordemos que en algunas versiones del romance, aunque Delgadina no se convierte en agua, cuando los criados acuden a llevarle agua, se encuentran con que está bien provista de ella: Delgadina muerta estaba, / no por la sed que tenía / ni por la hambre que pasaba, / que en la cabecera tiene / una fuente muy reclara. Esa agua muy reclara evoca necesariamente el agua bendita, con la que se inicia la vida (cristiana) y que ahora sirve para darle un fin igualmente pío. Como manifestación de la Gracia divina, hace bueno el viejo parecer de Píndaro: ἄριστον μὲν ὕδωρ, «lo mejor, el agua». Generalmente se abre a los pies de la niña: debajo de Delgadina / hay una fuente que mana.

En realidad, en el romance hay tres aguas: la que el padre terrenal administra y le niega a la niña; la que el Padre celestial, más generoso, le brinda como consuelo, como una suerte de regreso paradisíaco al seno materno; y entrambas, el agua que brota de la propia Delgadina, en forma de llanto: con el llanto de su cara / toda la sala regaba. La razón nos indica que esta última deja a la víctima cada vez más deshidratada, pero no falta alguna versión del romance que revalorice las lágrimas, portadoras de energía moral, y las haga nutritivas, sustentadoras: con las lágrimas que vierte / toda la pieza regaba (...) / y con otras que corrían / su mucha sed apagaba.

Aguas estas que recuerdan aquellas de las que habla un conjuro de Antonia de Acosta, una bruja de la época de Felipe IV: Aguas que no son llovidas, / ni de río cogidas, / ni de fuente manidas, / sino de mi cuerpo batidas. En esas aguas cálidas, que representan la feminidad de su hija, desea el padre incestuoso bañarse: son las aguas de marzo, el agua del amor (Water of love, deep in the ground , canta Mark Knopfler) —pero el destino de su ardor maldito no es apagarse en ellas, sino arder eternamente, en un Infierno que nunca ha revelado más claramente su condición de deseo insaciable, insatisfecho.

lunes, 3 de abril de 2006

Las campanas del Infierno



Del gótico al Romancero, sin anestesia. He aquí una pieza que parece haber sido, desde antiguo, comunísima en las calles, aunque no tanto en los libros. En el siglo XVI encontramos citados los primeros versos en varios autores. La historia corría, pues, de boca en boca desde hace al menos cinco siglos, pero los doctos se mostraron renuentes a recogerla íntegra por escrito hasta bien entrado el XIX.

Por lo escabroso del tema, se puede entender tanta pudibundez, aunque la popularidad del cantar entre las niñas de todas las épocas sugiere su importancia educativa (y preventiva): a no ser en el cuento tradicional Piel de asno, pocas veces se trataba explícitamente el tema del incesto padre-hija, en términos fácilmente comprensibles.

Aquí van dos versiones, tan extremeñas como inéditas.


DELGADINA (á-a)
(Delgadina: IGR 0075)

Informante: Juliana Peraleda.
Lugar: Navalmoral de la Mata.
Fecha: 19-4-2005
Recopilador: Jorge González Baltasar.

Un rey tenía tres hijas
más hermosas que la plata,
de las tres, la más pequeña
Delgadina se llamaba.
Un día estaba comiendo,
su padre se la miraba.
—¿Qué miras, papaíto,
qué me miras a la cara?
—¿Qué te he de mirar, hija mía?
Que has de ser mi enamorada.
La encerraron en un cuarto
en lo más alto de la casa
y no le dan de comer,
sólo las yerbas amargas
y no le dan de beber,
sólo de aguas saladas.
Con el rosario en la mano
se asoma la Delgadina
tan triste y desconsolada,
con el rosario en la mano,
que a la Virgen le rezaba
por ése que hay en la cruz
y la Reina Soberana.
—Subidle a la Delgadina
unas gotitas de agua.
—Yo bien te las subiría,
pero el padre no los deja.
En cada fuente, un león
y en cada esquina, un guardia
y en cada gota que falte
la cabeza nos cortara.
Se quita la Delgadina,
tan triste y desconsolada
que a la Virgen le rezaba.
Cuando subía su padre,
Delgadina muerta estaba
y los ángeles del cielo
las campanas replicaban.

Segunda versión (á-a)
Informante: Isabel Medina Serrano.
Lugar: Navalmoral de la Mata.
Fecha: 19-4-2005
Recopilador: Jesús González Medina.

Rey moro tenía una hija
más hermosa que oro y plata,
rey moro tenía una hija
que Delgadina se llamaba.
Un día estando en la mesa
su padre la remiraba.
—Padre, ¿qué mira usted?
—Hija, no te miro nada,
es que bajas la cabeza
como una recién casada.
—Padre, no me mate usted,
que el conde me dio palabra
de tomarme por esposa
al volver de la cruzada.
—¡Alto, alto, caballeros,
a Delgadina, matarla;
si no la queríes matar,
encerradla en una sala
no me la deis de comer
si no es retama machada,
no me la deis de beber
si no es con agua salada.
Al cabo de unos tres meses
se ha asomado a la ventana,
ha visto a sus dos hermanas
que estaban bordando en plata.
—Hermanas, por ser hermanas,
por Dios, una gota de agua.
—Yo te la diera, mi vida,
yo te la diera, mi alma;
si padre, el rey, lo supiera,
la cabeza nos cortara.
Al cabo de otros tres meses
se ha asomado a otra ventana,
ha visto a sus dos hermanos
jugando al juego de espadas.
—Hermanos, por ser hermanos,
por Dios, una gota de agua;
más de sed que no de hambre
a Dios le entrego mi alma.
—Yo te la diera, mi vida,
yo te la diera, mi alma;
mas si padre lo supiera,
la cabeza nos cortara.
Se retiró Delgadina
tan triste y desconsolada,
con lágrimas en sus ojos
toda la sala regaba.
Al cabo de otros tres meses
se ha asomado a otra ventana
y vio a su madre, la reina,
peinando sus blancas canas.
—Mi madre, por ser mi madre,
por Dios, una gota de agua,
que se me acaba la vida
y a Dios le entrego mi alma.
—Esclavos, por ser esclavos,
dadme una jarrilla de agua,
que sea de plata y oro
adornada de esmeraldas
y en lo alto la torre
a Delgadina entregadla,
que más de sed que de hambre
a Dios le entrega su alma.
La que llegase primero
un gran premio se ganara,
si no se entera mi esposo,
ya que a todos nos matara.
Todas vienen a la par,
ninguna se ganó nada,
pues en medio de la sala
Delgadina muerta estaba,
los ángeles a los lados
haciéndole la mortaja,
la Virgen a la cabeza
en andas se la llevaba.
Las campanas de la gloria
por Delgadina tocaban,
las campanas del infierno
por su padre el rey doblaban.

Como fuente del poema se ha sugerido la leyenda de santa Difna, santa del siglo VII cuya historia pone por primera vez por escrito un canónigo llamado Pedro en su Vitae Sancta Dymphnae, de la primera mitad del siglo XIII. El padre de Difna es el rey pagano de Irlanda, casado con una bella cristiana cuya muerte súbita arroja a su marido al abismo. Enloquecido por el dolor, ordena buscar una mujer idéntica a la muerta. Tras los intentos fallidos de rigor, alguien cae en que la niña, de catorce años, es el vivo retrato de su madre. Difna recibe con horror la proposición paterna, y resiste el desprecio de sus propios hermanos, que le acusan de privar por egoísmo al rey de la única medicina que puede sanarlo. Finalmente, Difna huye de palacio, acompañada por un sacerdote que la ha educado en secreto en la verdadera fe. El rey localiza a los fugitivos y, ante su resistencia obstinada, manda matar al clérigo y decapita en persona a su hija y amada. El lugar donde reposan los restos de la adolescente y su maestro, Gheel o Geel (en Bélgica) se convierte después en refugio de dementes, que duermen junto a la tumba y amanecen misteriosamente sanos. En el lugar acaba construyéndose un templo, que aún sigue en pie. La iconografía tradicional presenta a santa Difna con una espada en la mano y un diablo vencido a sus pies, lo que concuerda con la apoteosis final de Delgadina en muchas versiones, como las aquí recogidas.