Un clásico en el buen sentido
En
estos tiempos convulsos lo mejor es refugiarse en las películas, en las que
todo parece ser real pero es mucho más sencillo que en la realidad. Un ejemplo:
la negativa del parlamento británico a apoyar el ataque a Siria (ya veremos a
ver dónde queda todo éso…) me ha recordado a la última película de Spielberg, y
a la aprobación de la treceava enmienda. Parece ser que, en algunos países y en
algunas épocas, los políticos toman decisiones independientemente del grupo al
que pertenecen. Y con un cierto sentido de la justicia. Algo que
desgraciadamente no se da en la España actual.
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Volviendo
a Lincoln: Steven Spielberg está empeñado en educarnos, en servirnos
lecciones de historia y ética, en reivindicar a las minorías. Algo que siempre
se le critica, pero que desde Tururú apoyamos. Es cierto que a veces su cine es
sensiblero, quizás manipulador, no siempre enteramente fiel a la verdad. Pero,
frente a otras películas vacías, descerebradas o ultra violentas, el cineasta
se ha mantenido fiel a su espíritu de superación, no exento de cierta propaganda
pero siempre de mimbres sobresalientes: técnica impoluta, planificación
milimétrica, producción superlativa, y, en general, calidad muy por encima de
la media, incluso en sus películas más mediocres.
Lincoln
es ante todo Daniel Day-Lewis. El mejor actor de nuestro tiempo se transforma
en el presidente de los Estados Unidos y da un auténtico recital. Pero su
interpretación se ve aupada por el cariño con el que el director nos muestra al
personaje, por cómo ilumina su silueta o cuida sus movimientos. El éxito de
esta recreación de Lincoln se debe a un tándem actor-director como pocas veces
se ha visto. Los demás actores de la cinta también están impresionantes: Tommy
Lee Jones, Sally Field y, a destacar, un irreconocible y brillante James
Spader.
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Lincoln
es, también, una de las mejores películas de Spielberg. Una auténtica lección
de historia, sí, pero también un film de diálogos interesantísimos,
complicado, que trata al espectador como a un adulto y no como a un adolescente
medio idiota, que requiere de atención constante y que recompensa sobremanera
tras su visionado. No hay nada que objetar a la narración, no hay finales
lacrimógenos e impostados (al igual que ocurre en La Lista de Schindler, en Salvar
al soldado Ryan o en A.I). No hay apenas fisuras en una cinta seria, de guión
robusto, clásica en el mejor sentido de la palabra.
La
victoria de Argo en los últimos óscars, y el premio al mejor director para Ang
Lee por la mediocre La vida de Pi, son un insulto para una de las mejores películas
de este siglo, seguramente la mejor de Spielberg desde su obra maestra
absoluta, La lista de Schindler. Se demuestra así que los premios del cine
están directamente en manos de imbéciles o sobornados (o ambas cosas). Se
demuestra también, con esta cinta, que en el cine de Hollywood todavía hay
espacio para las sorpresas, y que aún puede ofrecernos obras maestras como este
Lincoln.
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Lo
mejor: actores, guión, dirección, fotografía, producción…