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miércoles, 13 de mayo de 2009

La palabra "progresista" está en problemas

Hay palabras que están contra las cuerdas y otras que definitivamente han perdido sentido en estos tiempos donde los márgenes se corren, donde los que ayer eran enemigos acérrimos hoy se los ve de la mano conspirando, donde los que deberían estar de un lado están en el de enfrente.
Todos estos corrimientos maltratan a las palabras y sus significados hasta que las pobres perecen ante tanto fuego cruzado. Una de las palabras que más ataques está padeciendo sin dudas es “progresista” (algo al respecto estuvo pensando Lucas) porque ahora parece que entramos en la etapa de “La derecha progresista” ¿Cómo? ¿Qué tu dices? Y, si…¿Acaso Buzzi no es “progresista”? ¿Acaso Michetti no es “progresista”? ¿Acaso Alejandro Rozitchner no es también “progresista”?
Palabra cómoda, palabra comodín, palabra de goma que se adapta a varios moldes, “progresismo” ha padecido desde su instauración una pérdida de sentido y significación alevosa para llegar a ser lo que es hoy, una palabra de moda que cual remera del Che se la puede poner cualquiera.
Así como hubo una imagen del Che que la apresaron en una remera y perdió sentido político e ideologico, la palabra “progresismo” ha sufrido un derrotero bastante parecido. Y si hoy cualquiera se define “progresista” y nos cuesta hallar elementos para refutarlo, pues vayamos buscando otra palabra que defina al centroizquierda, o si querés al centroizquierda moderado que, según se me ocurre, de eso se trataba en origen el sentido de “progresista”. Se trataba de eso en el marco de una visión transformadora de la realidad: La izquierda era progresista porque entendía que para mejorar la sociedad había que transformarla incluyendo a todos los sectores, progresismo, entonces, era inherente a transformación social, a un paulatino proceso tendiente a la mejora de las condiciones de los sectores más postergados y por qué no, a la eliminación de las clases sociales. Este era el contexto en el que irrumpe el concepto “progresista”. Se ligaba el concepto de progreso a la mejoría de la calidad de la sociedad que en su avance iba eliminando viejas formas de opresión como, sin ir más lejos, la opresión del que tiene que malvender su fuerza de trabajo para sobrevivir.
Incluso en nuestras tierras la palabra “progresista” supo servir para diferenciar a las izquierdas “moderadas” de las duras. Ningún monto o ningún perro se bancó jamás que le dijeran “progresista”… odiaban y odian esa palabra con ardorosa pasión militante.

Pero ahora irrumpen estos nuevos “progresistas” que no sólo no desean transformar socialmente la realidad sino que quieren en cierta medida frenar el progreso porque en buena medida están convencidos de que el estado actual de las cosas está bastante bien y que entonces de lo que se trata es de tocar cositas acá y allá, se trata de impulsar mejoras en un plano meramente cosmético porque en la estructura todo está bastante bien: Eduardo Buzzi, por ejemplo quiere que el Estado deje de meterse en los negocios del sector. No cuestiona la raíz del problema (el régimen de tenencia de la tierra) no cuestiona la propiedad privada, incluso defiende el sistema de comercialización turbio y lleno de zonas grises y negras del sector agropecuario. Pero claro, lo hace parándose en un falso lugar desde el que se permite desde vivar a las Madres de Plaza de Mayo y correr discursivamente por izquierda al gobierno compartiendo tribunas con la Sociedad Rural Argentina y CARBAP, entidades con la historia manchada de sangre, pólvora y connivencia con las dictaduras más feroces que oprimieron al pueblo.
Y por el lado del macrismo chorrean los “progresistas” como Michetti o Narodowsky (el primer "Testimonial" del PRO que encabezó la lista de legisladores porteños en 2007 pero no asumió) Si hasta Federico Pinedo últimamente parece progre…
Son divorciados, escuchan a Serrat y Sabina, también a Silvio Rodríguez; consumen cine difícil y en muchos casos son refinados degustadores del buen Jazz. Son los nuevos “progresistas”, son modernos, son actuales ¿Entonces dónde está la diferencia? Buena pregunta. La diferencia está en cómo gestionan y qué defienden. Los “progresistas” del PRO defienden el incremento de los subsidios del Estado a la educación privada y al mismo tiempo achican el presupuesto de la escuela pública; los “progresistas” del PRO se oponen en la legislatura a que los colegios privados deban informar por escrito porqué rechazan alumnos; Los “progresistas” del PRO discriminan a los habitantes que no tienen domicilio en la ciudad para que sean atendidos en nuestros hospitales públicos, al mandarlos al fondo de la cola sin importarles que el 90 % de esas personas trabajen y vivan el 70 % de sus días en capital, generalmente limpiando sus propios hogares, los “progresistas” del PRO apoyaron el veto a la creación de laboratorios de la ciudad que suministraran medicamentos a muy bajo costo; los “progresistas” del PRO se “olvidaron” de convocar a elecciones para elegir autoridades comunales como lo ordena la nueva Constitución de la C.A.B.A para profundizar la participación democrática de los vecinos en las cuestiones inherentes a sus barrios.
Y así podríamos seguir tecleando ejemplos que grafican de manera incontestable en qué consiste el “progresismo” de estas gentes, que no es otra cosa que un gran malentendido porque a la hora de las definiciones se manifiestan nítidamente con las corrientes más reaccionarias de la sociedad. No son, entonces, “progresistas” ni nada que se les parezca, mas bien todo lo contrario ¿Qué pueden ser un poco más “progresistas” (o moderados) que otras tribus de derecha conservadora salvaje? Por ahí quizá encontramos otra veta interesante para el análisis. Tendriamos así, por ejemplo, que los chicos del famoso grupo “Festilindo”, el ala “progre” del macrismo, serían algo así como el sector menos "derechoso" de la derecha o lo más cercano al centro político, pero esas diferencias se dan en su gran mayoría en el terreno de lo gestual, de lo superficial, porque en lo estructural avalan a pie juntillas las definiciones del pensamiento más aristocrático y reaccionario del patriciado porteño.
Y esto nos arrastra nuevamente a los malos entendidos políticos de la ciudad de Buenos Aires, que se ve a sí misma como “progresista” cuando ha parido a buena parte de la peor derecha argentina. Porque acá ganó el menemismo con Erman González; acá ganó cuantas veces se lo propuso Fernando De La Rúa; en 2003 ganó López Murphy, incluso en 1973, en pleno auge del FREJULI, la senaduría de la ciudad fue obtenida por el mismísimo De La Rúa que incluso en aquellos tiempos era la ultraderecha radical en contraposición al ascendente Movimiento de Renovación y Cambio de Raúl Alfonsín.
No se trata, entonces, de un nuevo tipo de progresistas. Se trata de que a esa palabra hay que jubilarla y en segundo lugar que no hay que confundir valor y precio, como cantó Serrat. No confundir la pose y no dejarse llevar por la apariencias porque es un recurso muy artero y rendidor el de muchas gentes que merced al consumo de productos culturales más o menos sofisticados nos quieren hacer creer que son progresistas en lo político e ideológico. Conozco tanto facho fanático de Charlie Parker, sin ir más lejos, que mejor me callo…
La palabra “progresista” está en el horno definitivamente y es relativamente fácil acotar su derrotero. Basta con dejar de tipearla.
El problema son los impostores, los Pergolinis y los gomazos. El problema es esa cría que se cree progre porque tiene amantes, porque manda a sus chicos a colegios con planes “re-copados” y seños hermosamente rubias, y fogosas.
El problema es el abuso de cierto photoshop de corrección política que disimula pliegues ideológicos recalcitrantes y genera ciudadanos civilizados, medidos y correctos que esconden tras esa fachada a verdaderos individuos de derecha recalcitrante a la hora de pensar en la redistribución de la riqueza y en la fidelidad al fisco. Ahí se ve en toda su dimensión la bestia añeja, clasista y reaccionaria.
No hay derecha progresista, hay tráfico de palabras y significados.
Que no es lo mismo.

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