el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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viernes, 20 de julio de 2018

OTRA PREVIA DE OTRO EVENTO

Otro día con un clima espantoso y otra noche de viernes en la que no puedo salir de joda porque a las 7:30 tengo que estar listo para viajar a Villa Constitución, a la nueva edición de Villa Viñetas.
En materia de lecturas, me clavé el tercer y último recopilatorio de la etapa de Grant Morrison en Animal Man. Un cierre rarísimo, anticlimático, con momentos en los que decís “pará, ¿acá no se venía una mega-crisis cósmica, con caos de continuidad, choque entre distintos niveles de realidad y toda la fanfarria?”. Sí, pero los aliens amarillos (que vendrían a ser algo así como guardianes del meta-relato) desactivan todo de cuajo, gracias a que Buddy Baker aprende a manejar a su favor el hecho de que sabe que es un personaje de comics.
Básicamente, lo que pasa al final es que Morrison blanquea que le chupa un huevo la aventura. El escocés nos contó estas historias de Animal Man para bajar línea, para reflexionar en voz alta acerca de cómo cambiaron los superhéroes desde su infancia hasta 1990, para exorcizar algún mambo suyo, por qué no. Y la forma que elige para explicarle esto a los lectores no puede ser más rupturista. Si alguien hace eso en una película, por ejemplo, la gente le prende fuego a los cines. Y si bien el impacto es fuerte, y si bien uno le cree a Morrison cuando declama su amor por los superhéroes, no se puede soslayar el mensaje que transmite este cierre de Animal Man: Los comics de superhéroes son, en esencia, papelitos de colores. Una acumulación de caprichos de los guionistas, volantazos de los editores, olvidos injustos, contradicciones involuntarias, accidentes –en una palabra- producto de la vorágine de llenar chotocientas páginas por mes para tener siempre alimentado al fanático. Más o menos lo mismo que (en esa misma época) proponía John Byrne en las páginas de She-Hulk, pero con la diferencia (vos sabrás si a favor o en contra) de que Morrison lo aborda desde un costado dramático y Byrne desde la joda.
Lamentablemente, en este tomo no tenemos a Tom Grummett para darnos un respiro entre tantas páginas del errático Chas Truog. El único episodio que no dibuja Truog (a quien en este tramo final se le notan más las pifias) le toca a Paris Cullins, lejos de su mejor nivel. Lo único que tengo para decir a favor de ambos es que les tocaron guiones muy difíciles de dibujar. Y hasta acá llegamos con esta serie. Tengo más material de Morrison en la pila de los pendientes, así que volveremos pronto a visitarlo.
Me vengo a Argentina, a 2015, cuando se edita el Vol.6 de Antología de Héroes Argentinos, un tomo compuesto de varias historias cortas a cargo de distintos autores. Con 15 páginas, la primera historia es la más extensa. Es parte de la ambiciosa saga de Cámulus, escrita por Pablete García y dibujada por Jorge Blanco, y da la sensación de ser un capítulo “del medio”, donde los conflictos ya fueron presentados y falta bastante para que se resuelvan. No entendí mucho, pareciera escrita para eruditos, para lectores muy empapados en la historia del personaje. Sebastián Rizzo y Pablo Canadé narran una breve historia de Carlitos en la que interviene también Animal Urbano. Nada, muy cortita, no hay espacio para desarrollar la situación, ni sus causas, ni sus consecuencias.
Una heroína a la que me parece haber visto en otros tomos de Carlitos, o de esta antología, forma equipo con Anita, la hija del verdugo, para una historia vibrante y violenta, a cargo de Gabriel Bobillo. Probablemente sea la mejor escrita del tomo. El dibujo nos muestra al notable Mariano Navarro muy compenetrado con la acción y con la figura humana, pero con algunas dudas en el armado de las secuencias, algo raro en él. La historia de Carlitos continúa en otra historia corta escrita por Bobillo, junto a Ignacio Segesso. Acá tampoco se llega a establecer claramente un conflicto, ni mucho menos a resolverlo.
Después tenemos 14 páginas del mítico Crazy Jack, a cargo de Gustavo Amézaga y Rubén Meriggi. Esto continúa directamente del tomito de Crazy que vimos el 04/01/18 y agradezco haberlo tenido más o menos fresco, porque acá no hay ningún tipo de flashbacks que ayude a poner en situación al que no venía siguiendo al personaje. La historieta es básica, a pura acción, pensada para el lucimiento de un Meriggi que deja el alma en cada viñeta. En la siguiente historia vuelve Carlitos, de la mano de David Rodríguez y un precario Nicolás Armano. Me gustó tan poco el dibujo, que no me pude enganchar con la trama. Toni Torres y Lito Fernández retoman al Caballero Rojo de los años ´40 y ´50 para una historia interesante, que me hizo acordar mucho a una de Jupiter´s Circle. El dibujo es muy raro, la cantidad de cuadros le resta lucimiento al trabajo de Lito, y por momentos pareciera que el maestro está apenas entintando a otro dibujante, de trazo menos fluído, menos diestro en la composición de las viñetas.
Y para el final, otro personaje al que ya visitamos en este blog: El Chispa, de Gustavo Lucero. Son apenas seis páginas, una anécdota menor, que le sirve a Lucero simplemente para desplegar su manejo impactante del claroscuro y su talento para el diseño de personajes. Una vez más, la narrativa se resiente un poco por la sobrecarga de elementos gráficos y por algunos tropiezos en la planificación de las secuencias. Tengo un tomo más de esta antología sin leer. Prometo entrarle pronto.
Y ya está, me voy a dormir un rato, así llego bien a tomar el micro a Villa Constitución. Gracias y hasta la semana que viene.

lunes, 25 de junio de 2018

LUNES METACOMIQUERO

Casualmente, mis dos últimas lecturas son historietas que piensan en voz alta acerca del rol del guionista en un comic y que, de alguna manera, juegan a mostrar los hilos de la marioneta.
Arranco con el Vol.2 de Animal Man, en el que Grant Morrison repite la fórmula del primer TPB: primero un arco de cuatro episodios y después cinco episodios prácticamente autoconclusivos. El arco inicial es vanguardia pura. Es algo arriesgado, rupturista, incluso leído hoy, casi 30 años después. Morrison se decide a explorar las sutiles inconsistencias entre su Animal Man y el clásico, aquel oscuro personaje que acumuló poquitas apariciones durante la Silver Age. En el medio pasó la Crisis on Infinite Earths, y el escocés se agarra de eso para analizar a fondo las consecuencias de las reescrituras en la continuidad del Universo DC, algo que ningún otro autor se había animado a hacer en los años posteriores a aquella famosa saga. Por supuesto que, para que todo tenga más impacto, Morrison adorna estas reflexiones con un contexto de aventuras y peligros, pero lo que realmente le interesa es pensar en cómo cambió la forma de escribir a los superhéroes entre los ´60 y la bisagra entre los ´80 y los ´90. Ese aspecto que Morrison había sugerido muy astutamente en “The Coyote Gospel” (el de la existencia de distintos niveles de realidad) empieza a cobrar otra sustancia en este arco, que es genial en sí mismo pero que va a cobrar mucha más relevancia a raíz de lo que va a pasar después.
En cuanto a los unitarios, primero tenemos una historia durísima ambientada en el peor momento del apartheid en Sudáfrica y después un episodio 100% de transición, en el que Morrison siembra puntas argumentales que veremos dar sus frutos en el Vol.3. El tercer unitario retoma el tema de la lucha a favor de los animales (acá Buddy se reencuentra con un par de excompañeros de los Forgotten Heroes) y en el cuarto, Morrison se propone mostrarnos lo mucho que se desaprovecha el género superheroico cuando se lo reduce a las luchas entre “buenos” y “malos”. Finalmente, el TPB cierra con otro episodio áspero, incómodo, en el que Buddy debe enfrentar las consecuencias de sus acciones a favor de la liberación de animales en cautiverio que están siendo sometidos a experimentos científicos.
En total, tenemos más de 200 páginas memorables, con un Morrison inspiradísimo, como siempre complementado por un Chas Truog que no brilla ni mucho menos, al que en un par de episodios reemplaza Tom Grummett, bastante más sólido en el dibujo y tan correcto como Truog en la narrativa. Este no es un dato menor, porque en historietas de esta complejidad, la narrativa que tiene que ser sí o sí cristalina para que el mensaje del guionista pegue como tiene que pegar.
Me vengo a Argentina, a fines de 2017, cuando se recopilan en libro ocho historias cortas escritas por Lautaro Ortiz y dibujadas por El Tomi, en un libro titulado Interior/ Noche. El formato es perfecto, el papel excelente, pero… la tipografía de las historietas las eligió el enemigo y la cantidad de páginas en blanco, o despilfarradas en carátulas, separadores y biografías es casi una obscenidad. Acá había que poner una historieta más, o publicar un libro con menos páginas, sin dudas.
En las historietas, Ortiz rompe sistemáticamente la “cuarta pared”. Todo el tiempo hay menciones a cómo el dibujante respeta o trastoca las ideas del guionista, varios personajes se hacen cargo de ser parte de una narración ficcional en forma de historieta, y los bloques de texto hacen hincapié en aspectos de la producción de un comic, como los materiales de dibujo, la planificación de las secuencias y las fechas de entrega. Son textos interesantes, con bastante vuelo literario y hasta muchas veces poético, por momentos un toque crípticos, que nos invitan a la reflexión desde un lugar emotivo, no científico. El problema principal es que son relatos casi sin conflictos: pocas de las ocho historias respetan la estructura de principio-nudo-desenlace. En general queda todo en una zona gris entre la reflexión, la descripción y el vuelo poético. Creo que la que más me atrapó fue “Querido Amigo”, precisamente porque es donde más se nota una intención narrativa por parte de Ortiz.
Y si los guiones narran poco, ¿qué se puede esperar del dibujo? Estos textos a veces etéreos de Ortiz le dan a El Tomi la excusa perfecta para hacer lo que tantas veces hace cuando él mismo escribe los guiones de sus historietas: colgarse en imágenes alucinantes que no cuentan nada. Cuerpos espectaculares, garches hardcore dibujados con elegancia, prodigios asombrosos en materia de sombreados, aplicación de grises, de tramas, de pinceladas de color… Hasta cuando juega a mostrar el lápiz pelado, sin entintar, El Tomi saca a relucir su chapa de virtuoso del dibujo. Pero de narrar, ni hablar. Abusa de la grilla menos narrativa-friendly que existe (la página partida al medio con una viñeta arriba y otra abajo), dibuja tres fondos en todo el libro… en ese sentido, un trabajo muy pobre del dibujante rosarino. Creo que –puesto a elegir una historia- me quedo con “Pintó la Noche”, por la variedad de enfoques y el generoso (y hermoso) despliegue de técnicas que ofrece El Tomi.
Interior/ Noche es un libro demasiado experimental para los amantes de la historieta clásica y demasiado terrenal para los fans del material más arriesgado, o con más vuelo artístico. Una pena.
Y nada más, por ahora. Ni bien tenga nuevos libros leídos, vuelvo a postear las respectivas reseñas, acá en el blog.

miércoles, 6 de junio de 2018

DOS ANTES DE IRME

Después de casi seis meses sin moverme de Buenos Aires, esta noche me toca viajar una vez más a Córdoba, para participar del Docta Comics. Y no me quiero ir sin clavar un posteo en el blog, ya que después es muy poco probable que vuelva a postear antes del lunes. El lunes también tengo función de prensa de The Incredibles 2, así que la semana que viene, además de reseñar los libros que me baje durante el viaje a Córdoba, tendremos también reseña de la nueva peli del maestro Brad Bird.
Arranco en EEUU, en 1988, cuando el por entonces cuasi-ignoto Grant Morrison lanza una serie protagonizada por un personaje menos que tercerón, y encima con un dibujante de mediocre para abajo. En una de esas fueron las tapas de Brian Bolland las que hicieron la diferencia, lo cierto es que no fuimos tan pocos los que compramos Animal Man desde el principio… y el resto fue obra del boca a boca. Claramente, esta era la serie a recomendar, y así fuimos avivando gil tras gil, hasta que para cuando el escocés deja esta colección, ya era un hitazo, o por lo menos de culto.
Ahora me toca redescubrir estas historias en TPB y me reconforta ver lo bien que se bancaron el paso de 30 años. El dibujo de Chas Truog sigue siendo bastante insulso, aunque sin pifias demasiado groseras. Es muy fuerte el contraste con las portadas de Bolland, e incluso con el episodio que dibuja Tom Grummett, el noveno y último de este primer TPB. Pero bueno, eran los ´80, era un título al que DC no le jugaba demasiadas fichas, y de última no sé si estos guiones -con el grado de elaboración que uno percibe- necesitan de un dibujante más espectacular, más virtuoso o de mayor despliegue.
El trabajo de Morrison es realmente impecable. En los primeros cuatro números, presenta de cero a un personaje que nadie tenía en el radar, lo dota de un lindo elenco de secundarios, le da una motivación y le suma otra sobre el final del arco inicial. De paso reintroduce a otro héroe antiquísimo, también en desuso, que era B´wana Beast. Si todo terminaba ahí, era una excelente miniserie de cuatro episodios. Pero no terminó, y al toque Morrison jugó su as de espadas: The Coyote Gospel, desgarrador tributo a los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos, y además el primer escarceo con un elemento que será central en esta serie: los distintos niveles de realidad. Una historia absolutamente impactante, que en su momento me dejó perplejo, boquiabierto, estupefacto.
Después vienen cuatro episodios más básicamente autoconclusivos (uno de ellos bastante enganchado con Invasion!), donde Morrison demuestra una vez más que 22 páginas le recontra-sobran para contar una buena historia, y de paso empieza a hilvanar un par de sub-plots y a integrar a Buddy Baker un poco más al Universo DC, en la época en que este funcionaba como tal.
Entre una cosa y otra, con estos nueve episodios Grant Morrison se ganó la lealtad de un montón de lectores que dijimos “a este pibe lo sigo a todas partes” y Animal Man pasó de ser una referencia oscura y bizarra (onda los sidekicks de Guido Süller) a ser un personaje que aparecía en todas las charlas entre los comiqueros de la época. Pronto voy por el Vol.2.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando el maestro Alejandro Aguado produce una segunda versión corregida y aumentada de su biografía del General Ingeniero Enrique Mosconi, que yo nunca había leído. El dibujo marca una notable evolución respecto de los trabajos anteriores de Aguado, que ahora parece acercarse a la estética de Edgar-Pierre Jacobs y André Juillard. No del todo, claro. O sea que el trazo elegante, recontra-detallista y un poco frío de los maestros europeos todavía convive con algo del estilo anterior de Aguado, más suelto, más expresivo, y con buen manejo de las masas negras. Además en este trabajo incorpora los grisados mediante tramas mecánicas, que funcionan muy bien. Lo único que desluce un poco la faz gráfica es el texto: hay viñetas en las que los textos (diálogos y bloques) son tan extensos, que el dibujo queda muy relegado. Y viñetas en las que el texto es breve, pero el globo que lo contiene es inmenso y cobra un peso gráfico que le compite al dibujo.
Fuera de este desborde en la cantidad de texto que quiere volcar en estas 65 páginas, Aguado cumple dignamente la tarea de brindarnos un montón de información acerca de la vida y la obra del General Mosconi, de modo bastante ágil, aunque sin ocultar en ningún momento el objetivo didáctico de la historieta. Es sumamente interesante la forma en la que Aguado presenta los hechos ocurridos hace casi 100 años y logra (de un modo bastante sutil) que los vinculemos a lo que sucede hoy con la producción petrolera, el desarrollo industrial y la soberanía energética de nuestro país. Este es un libro que tranquilamente podría convertirse en texto obligatorio en los colegios secundarios de todo el país, para que los chicos entiendan de qué hablamos cuando hablamos de YPF y por qué hasta la Unión Cínica Radical (hoy aliada al neoliberalismo más apátrida y entreguista del que se tenga memoria) defiende la existencia de una empresa petrolera estatal.
Volvemos seguramente el lunes, con nuevas reseñas acá en el blog. Y si estás por Córdoba o alrededores, no dejes de darte una vuelta por el Centro Cultural España Córdoba este jueves, viernes y sábado. ¡Nos vemos!

jueves, 16 de octubre de 2014

16/ 10: ANIMAL MAN Vol.3

Tomo voluminoso de Animal Man, con ocho episodios de la serie que escribía Jeff Lemire y dos de Swamp Thing, escritos por Scott Snyder. Sospecho que cuando lea el Vol.3 de Swamp Thing me voy a encontrar con que ahí también se republican cuatro de los 10 episodios de este libro, pero me parece razonable, sobre todo para la gente que seguía una sola colección.
La estructura de la saga de Rotworld es de un videojuego mediocre: de pronto, toda la realidad cambió. El mal triunfó, la putrefacción arrasó a la tierra (o por lo menos a EEUU), los superhéroes y villanos se convirtieron en unos monstruos tipo zombies totalmente corrompidos por el Rot, y Animal Man y Swamp Thing (cada uno por su lado) deben tratar de llegar a un lugar puntual de EEUU, donde –si hacen todo bien y tienen culo- quizás puedan vencer a Arcane y reestablecer el orden, rescatar a sus seres querido, etc. En el medio, Buddy Baker se encontrará con otros personajes que, por algún motivo, no fueron contagiados por el Rot y algunos (como Steel y Frankenstein) estarán bien aprovechados por el guión.
Pero básicamente, lo que vemos a lo largo de muchísimas páginas es a Buddy y estos personajes que se le van sumando, en una ruta lineal hacia el lugar donde tal vez se resuelva todo, en una peregrinación cuesta arriba, interrumpida todo el tiempo por la machaca sanguinolienta contra monstruos, criaturas abisales y héroes y villanos horrendamente mutados. Por suerte Lemire no se olvida de la familia de Buddy, y en todos los episodios le dedica unas páginas a un subplot protagonizado por Maxine, que está sumamente estirado pero por lo menos sirve para matizar, para que no sea todo “Animal Man y sus amigos avanzan por la tierra podrida machacando monstruos”.
Sobre el final, la saga levanta bastante la puntería. Cuando Buddy y Swampy confrontan al Rot y descubren el verdadero rol de Arcane en la trama, se produce un volantazo que funciona. Para cuando Lemire logra unir la trama de Buddy con la de Maxine, el clima ya está bien espeso, ya se generó una tensión muy grossa. Y el epílogo (llamado “El Funeral”, aunque no te voy a blanquear de quién) es lo mejor que leí hasta ahora en esta versión de Animal Man. Por los huevos para sacudir de esa manera el status quo de la serie, pero sobre todo por la emotividad, la efectividad de Lemire para pegarle a Buddy un golpe que nos duele a todos. Tan perfecto es el final de ese n°19, que era un gran momento para cancelar la revista, o seguirla, pero con otro equipo creativo y otra dirección. Yo, por mi parte, creo que la cuelgo ahí, que no me voy a comprar los TPBs que me faltan para completarla, a menos que los vea a un precio ridículamente bajo.
¿Te acordás de Travel Foreman, el dibujante de los primeros números? Bueno, olvidate porque acá no está más. Por suerte lo tenemos a Steve Pugh, en un gran nivel, como siempre muy jugado a la figura humana, a dejar la vida en cuerpos y rostros y darle mínima bola a todo lo demás. Pero bien, con onda, con polenta, con buena sintonía con los coloristas. Todo el subplot de Maxine permite ver en cada episodio un puñado de páginas dibujadas por un inspiradísimo Timothy Green II, cada vez más afianzado, más personal, más fino. Quiero ya una novela gráfica íntegramente dibujada por este animalito, que por ahí no se luce tanto en las escenas de machaca, pero en las escnas más tranquis la tiene atada. En los dos episodios de Swamp Thing tenemos lo más flojo a nivel dibujo: primero al verdulero Marco Rudy, un Juan Carlos Flicker de la B Metropolitana, con errores en las caras y cero idea en los fondos, y después al impresentable Andrew Belanger, a quien jamás había visto y a quien no quiero ver nunca más, porque –posta- menos la puesta en página, todo lo demás lo hace mal.
El Vol.3 de Swamp Thing (que por lo visto conecta MUCHO con este) lo tengo bastante más abajo en el pilón, pero lo voy a subir para leerlo pronto, así veo si la historia me termina de cerrar o qué. Por ahora, no más Animal Man acá en el blog.

miércoles, 5 de febrero de 2014

05/ 02: ANIMAL MAN Vol.2

Ma-mita, cómo me aburrí con este libro...
En este segundo tomo, Jeff Lemire repite los vicios que le marcamos en la reseña del Vol.1, allá por el 06/12/12. Básicamente, el capricho de avanzar MUY lento en la historia, con páginas y páginas en las que no pasa nada y con secuencias importantes (o meramente impactantes) sumamente estiradas. Y además pasa LO MISMO que en el Vol.1 de Swamp Thing: Animal Man es re-creado por sus creadores, ahora con más poder, para hacerle el aguante a la imparable amenaza del Rot, que lo llevará a aliarse con la criatura del pantano, seguramente en el Vol.3. En el primer tomo de Swamp Thing ese “argumento” hacía más ruido, porque le robaba a Scott Snyder páginas que necesitaba para presentar mejor a los personajes. Acá, por suerte, la presentación de personajes fue uno de los (no tantos) logros de Lemire en el tomo anterior. Y por si faltara algo, este TPB incluye el n°0, en el que la acción se traslada cinco años al pasado para revelarnos en detalle el origen de Animal Man.
Dos cosas me gustaron mucho: por un lado, las caracterizaciones de Cliff y Maxine, los hijos de Buddy Baker. No es fácil escribir chiquitos creíbles y Lemire lo logró ampliamente. Por el otro, las referencias al Animal Man de Grant Morrison: no sólo hay una explicación o una reinterpretación para los aliens amarillos cabezones que metieron mano en el origen del héroe. Lemire también resignifica la saga central de Morrison, aquella en la que Buddy presenciaba la muerte de su familia y terminaba cara a cara con el guionista escocés, en un intento desesperado para que el demiurgo reviera su decisión de boletear a sus seres queridos.
Después me pareció atractivo el upgrade en los poderes del héroe, y lindo pero muy estirado el subplot de los poderes de Maxine (esto ya había sucedido en la revista de Animal Man de los ´90). El resto, muy aburrido. Lemire le escribe un rol muy choto a Ellen, la esposa de Buddy, todo el tiempo con cara de orto y con planteos de pelotuda que no entendió que su marido ahora es más que humano y tiene responsabilidades mayores. Y lo peor, lejos, es el Annual: una “aventura” paralela, tangencial, en la que a lo largo de casi 40 páginas, Socks (otro personaje bien delineado por Lemire) le cuenta a Maxine una historia que apenas tiene que ver con la trama, totalmente prescindible.
Para remar de alguna manera el embole que plantean los guiones, este tomo tiene un elenco de dibujantes de la San Puta, envidiable para cualquier otro comic del mainstream de DC. Esta vez hay poco Travel Foreman (las portadas y alguna que otra paginita interna), pero no se sufre, porque hay mucho Steve Pugh, que a mí me gusta más. Pugh es un muy buen dibujante de estilo clásico, con mucha destreza para dibujar cuerpos y rostros humanos y al que le copa el tema del terror visceral y los monstruos pasados de rosca, que acá abundan y mucho. En el capítulo donde no está Pugh, tenemos al tano Alberto Ponticelli (que trabajaba con Lemire en Frankenstein), también muy sólido y muy pícaro para zafar de dibujar fondos. Y en el Annual, un invitado de lujo: Timothy Green II, un virtuoso sin límites, un dibujante exquisito, con gran talento para la narrativa y un estilo personal, fino, distinguido, muy alejado de los simios amaestrados que llenan 20 páginas por mes en las series regulares de las Big Two. Este pibe, con tiempo y libertad, puede ser un nuevo P. Craig Russell, o un Travis Charest con buena narrativa. Me encantaría verlo en un álbum francés, a ver si no le pinta una onda medio Humanoides...
Y bueno, dentro de unos meses leeré el Vol.3 (que ya lo tengo comprado) y si ahí la historia no cierra de modo satisfactorio, será momento de hacer guita o cambiar por otra cosa los tres tomos de Animal Man. Ya escuché por ahí que muere un personaje importante y me intriga ver cómo, y sobre todo por qué no lo reviven al toque. Esto no va ni en pedo para el lado que a mí me hubiese gustado que fuera y ni siquiera me estoy divirtiendo, así que no veo muchos motivos para bancarla. Incluso sabiendo que la serie está por terminar y que después del Vol.3 quedarán, a lo sumo, dos TPBs más. Puede fallar...

jueves, 6 de diciembre de 2012

06/ 12: ANIMAL MAN Vol.1

Mi segundo TPB de los New 52 y se repiten dos elementos respecto del anterior: 1) otra vez escribe Jeff Lemire y 2) otra vez la lectura me deja gusto a poco. A ver... Animal Man no es choto, ni mucho menos. Al lado de otros títulos de los New 52, esto es Watchmen. Y aún así, le encuentro varios problemas.
En primer lugar, la extensión. Casi 130 páginas para contarnos quién es Buddy Baker, cómo está compuesta su familia, algo de su historia, un poquito de indagación en sus motivaciones y sí, una aventura intensa, con bastante machaca, truculencia y escenas muy impactantes, que no son otra cosa más que un prólogo a una saga grossa que acá no está. Ni bien la aventura se encamina, ni bien los personajes empiezan a entender mínimamente a qué se tienen que enfrentar, Lemire nos aclara a) que Buddy no va a poder solo y b) que ese combate definitivo se va a dar más adelante. Con eso reduce toda la tensión dramática de este tomo a un mero foreplay, a un jugueteo previo, lo cual obviamente le resta trascendencia al peligro que viven Buddy y su familia.
En segundo lugar, ¿cuál era la necesidad de arrancar la primera saga planteando el crossover con Swamp Thing? ¿No era más piola dejar que Buddy desarrollara más chapa propia, conflictos propios, victorias propias? No. Para ganarle al Rot va a ser imprescindible el team-up con Swampy, que veremos (creo) en los Vol.2 de ambas series.
Tercero, okey, es un reboot. La historia vuelve a empezar de cero, todo tiene que ser accesible para los nuevos lectores y demás. ¿Y los que leímos lo anterior de Animal Man? A comerla. Nos tenemos que fumar DE NUEVO el plot de los poderes de Maxine (con cambios ínfimos, cuasi impercetibles) que ya había desarrollado Jamie Delano hace 20 años. Y hablando de ideas recicladas de la época en la que estos títulos tenían menos éxito que un Silver Solarium en Nigeria, la trama de “The Rot” se presenta idéntica a la de Matango y el Gris, un concepto que introdujo Stephen Bissette en un anual de Swamp Thing allá por 1988 y luego desarrolló a pleno Doug Wheeler en la revista del Elemental del Verde uno o dos años después. Y sin crossover con Animal Man.
Entre una cosa y otra, tenemos una historia que avanza muuuy lento y por carriles que –para los que leíamos estas series a principios de los ´90- son absolutamente predecibles. Por ahí a la hora de los bifes, Lemire (o Scott Snyder, el guionista de Swamp Thing) pega un volantazo y cambia todo. Hasta ahora, es un permamente déja vu, que se hace soportable sólo porque hay buenos diálogos, buena caracterización y bastante acción.
El dibujo de Travel Foreman es muy raro. Tiene secuencias enteras donde se notan a 15 cuadras las fotos mínimamente retocadas y momentos en los que explota con secuencias jugadísimas, muy originales, con un grado de imaginación increíble. Muchas de esas escenas están logradas con lápiz sin entintar, reventado en el photoshop y probablemente coincidan con las páginas en las que mete mano Steve Pugh, un grosso de aquellos, que dibujó a Animal Man en la época en que escribía Delano. El color no es gran cosa. De hecho, uno de los grandes hallazgos a nivel visual que ofrece este tomo es esa secuencia publicada en blanco, negro, grises y alguna mancha roja. La cosa oscila, entonces, entre las enésimas aventuras de Juan Carlos Flicker (con angulaciones muy piolas y demás, pero muy pendiente de la foto) y momentos zarpados, con monstruos grotescos, gore y elementos fantásticos que no se pueden chorear de ninguna foto. Ah, y el episodio en el que nos obsequian 17 páginas de John Paul Leon aporta poco a nivel argumental, pero es una golosina deliciosa para los ojos.
Veremos cómo evoluciona esta serie. Le doy un TPB más para resolver la saga de The Rot, a ver qué pela Lemire. Hasta ahora viene conservador, pecho frío, apostando siempre sobre seguro. Lo quiero ver poner toda la carne al asador (carne es lo que sobra en este comic) y agarrar para el lado que a mí más me interesa, que es el de un superhéroe que milita activamente por los derechos de los animales. Hasta Grant Morrison, al que obviamente le interesaba explorar otras cosas con Animal Man, logró grandes historias cuando enfiló para ese lado. A ver si Lemire se la banca. Espero que sí.