el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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sábado, 8 de junio de 2019

SABADO NOVENTOSO

Hoy justo se me juntaron dos obras bien de los ´90, una generada en Europa y poco conocida en América y otra generada en América, pero apuntada al mercado de Europa.
Empiezo con El Rayo Negro (o Le Rayon Noir), que al toque se convirtió en mi álbum favorito de Spirou, dentro de la fascinante etapa de Tome y Janry al frente de la serie. Pensemos en un comic franco-belga, ambientado en un hermoso pueblito donde reinan la tranquilidad y la buena onda, y donde de repente irrumpe un elemento vinculado al odio y la desconfianza, que detona un conflicto heavy, que rápidamente escala del ámbito privado al social y más tarde al político. ¿Te vino a la mente La Cizaña, no? A mí sí. No pude dejar ni un minuto de pensar que estaba leyendo una especie de tributo de Tome y Janry a la aventura de Astérix que más me gusta y que más veces leí.
En El Rayo Negro el catalizador de la discordia no es el secreto de la poción mágica, sino un rayo que transforma a los europeos en africanos, es decir, los hace negros. Y entonces, el vecino, el amigo, esa cara familiar se convierte en el otro, en el extraño, en el distinto. Obviamente por detrás de la aventura (alocada, con ese ritmo frenético que André Franquin le trajo a esta serie y los autores que entienden de qué se trata Spirou no descuidan jamás) hay un subtexto que habla de discriminación, racismo, xenofobia… y por supuesto chistes, que quizás hoy, en la era de la Dictadura de la Corrección Política, algún gil podría considerar ofensivo.
Ah, y hay un villano, nada menos de Vito Cortizone, a quien vimos el otro día enfrentado a nuestros héroes en Vito el Cenizo. El rol del villano es raro, sirve para que no sea el propio Conde Champignac el que desencadene el tremendo despelote que se arma. Pero no hay un plan maestro de este émulo de Vito Corleone, más allá de escapar de la justicia. Tampoco los otros personajes importantes de la serie (Fantasio y Spip) tienen demasiado peso en la trama, que esta vez se vuelve mucho más colectiva, más social que nunca. Y ni me caliento en hablar del dibujo y el color, que son demasiado buenos para ser reales. Recomiendo fuerte este inolvidable álbum de Spirou, el último que me quedaba sin leer de esta serie que (tarde o temprano) voy a retomar.
Para principios de los ´90, el suceso arrollador de Dylan Dog ya estaba haciendo recalcular a todas las editoriales de Italia, y por supuesto Eura (hoy Aurea) no fue la excepción. Prueba de ello es la manija que le dieron a Martin Hel, una creación de Robin Wood y Lito Fernández que le debe… casi todo al icónico investigador de lo oculto de la editorial Bonelli. Este álbum editado en 1999 por Columba reúne 12 episodios de Martin Hel, y está tan mal hecho que dos de las aventuras están incompletas. Robin pensaba esta serie en trilogías, en aventuras de 36 páginas divididas en tres capítulos de 12. Y acá falta el primer capítulo de una trilogía (la de las muñecas diabólicas) y los dos últimos de otra (la del crucero de alta gama).   
Este es el Robin Wood de los ´90, el que juega menos a lucirse con el vuelo poético de su prosa y se anima a indagar un poquito más en la psiquis de los personajes, a hacerlos más tridimensionales. No creas que Martin Hel es un personaje recontra-complejo: sigue siendo bastante chato y predecible. Pero por lo menos se ve una intención de que no pase tan desapercibido en la jungla superpoblada de varones atléticos, seductores, eternamente ganadores y con un cierto halo de misterio. Las aventuras en sí no me entusiasmaron demasiado. Está bueno ver a qué amenazas recurre Robin para poner en jaque a los personajes y cómo introduce en los ´90 (y en un contexto de aventura realista) elementos fantásticos tomados de distintos mitos, leyendas y supersticiones de la antigüedad o el medioevo. Pero las tramas en sí, y especialmente las resoluciones, no me llamaron mucho la atención. Recuerdo haber leído novelitas gráficas de Martin Hel de 96 páginas, donde las tramas estaban brutalmente descomprimidas, pero me engancharon más.
Y claro, en las novelitas gráficas de 96 páginas pude disfrutar del dibujo de Lito Fernández (y su ejército de asistentes) en glorioso blanco y negro, sin esos colores abominables que le ponían los asesinos seriales de historietas de Columba, e incluso sin ese espantoso rotulado mecánico. En esta etapa de Martin Hel (en la que salía todas las semanas en episodios de 12 páginas) no vemos ni en pedo al mejor Lito, pero si leíste mucho Columba ya sabés que incluso a media máquina, o supervisando el trabajo de una legión de simios amaestrados, Lito no te deja a pata jamás. En las novelitas de 96 páginas, en blanco y negro y con menos cuadros por página, vamos a ver brillar mucho más a este insumergible narrador de aventuras.

Bueno, nada más por hoy. Ya tengo leído un librito más, y sigo adelante para volver a postear pronto nuevas reseñas. Pásenla lindo y piensen que faltan sólo seis meses para que se termine la pesadilla neoliberal.

lunes, 27 de mayo de 2019

MEDIODIA DE LUNES

Mientras escucho mi podcast favorito (Sonido Bragueta), me pongo a escribir las reseñas de los últimos libritos que leí.
Arranco en 1991, con Vito el Cenizo, un álbum de Spirou y Fantasio que retoma al villano de la aventura en New York. La dupla integrada por Tome y Janry, acá sumamente afianzada, nos ofrece una excelente combinación entre humor y aventura, pero con plus muy atractivo: esta vez el ritmo es mucho menos frenético que en la aventura en Moscú, y los héroes (sobre todo Fantasio) tienen tiempo para pensar en lo que hacen, en por qué lo hacen, en la relación entre ellos, en la forma en que financian sus aventuras, e incluso en una minita con la que pegó alta onda y a la que le dedica unas cuantas… remembranzas.
Lo único medio discutible de Vito el Cenizo es que las secuencias más divertidas son posibles gracias a una coincidencia muy poco verosímil. Y que le dan muy poca bola a Spip. El resto, es todo ganancia. Desde retomar a un villano de un álbum anterior, hasta la calidad de los gags y la resolución del misterio que envuelve al cargamento del barco hundido. A lo largo de estas 44 páginas te reís un montón de veces, pero además hay mucho suspenso, intriga y peligros que (a pesar del clima festivo) se sienten bastante reales.
Y el dibujo, por supuesto, es exquisito. Las expresiones faciales, el lenguaje corporal de los personajes, los fondos, las secuencias mudas, los momentos de mayor despliegue y acción… realmente todo espectacular. Tome y Janry dieron vuelta esta serie como una media y la llevaron a donde ninguna otra serie infanto-juvenil había llegado antes. Tengo sin leer un librito más de la dupla, que seguramente reseñaré pronto.
Salto a Francia, a fines de 2018, cuando se publica Guaraní, la nueva novela gráfica de los maestros argentinos Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti. El planteo es sumamente ganchero: un fotógrafo francés llega a Sudamérica a fines de la década de 1860 y se convierte en testigo privilegiado de los horrores de la Guerra de la Triple Alianza. Pierre Duprat interactúa con civiles, soldados, aborígenes, animales exóticos y enfermedades tropicales, pero nada lo prepara para la batalla de Acosta Ñu, en la que 20.000 soldados brasileños y argentinos masacran a un ejército paraguayo improvisado, en el que combatían mayoritariamente niños sin entrenamiento militar, reclutados por la fuerza entre las tribus guaraníes.
El libro es más chico que las novelas anteriores de la dupla, pero con muchas más páginas. Guaraní le da la posibilidad a Gabriel Ippóliti de dibujar pocos cuadros por página (a veces sólo dos), más grandes, en los que su dibujo se luce muchísimo. La paleta de colores (en la que los primarios están intencionalmente ausentes) es maravillosa, el trazo está suelto, dinámico, muy expresivo, sin descuidar en lo más mínimo el rigor histórico y documental. Creo que es el trabajo de Ippóliti que más me gustó, pero también creo que su próximo trabajo me va a gustar más que este.
Guaraní tiene un sólo problema, que no es menor: la escena más relevante, más impactante, más crucial para la trama y para el desarrollo del protagonista, es la de la batalla de Acosta Ñu. Y el libro nos la cuenta TRES veces: en el texto de la contratapa, en el prólogo de Agrimbau y finalmente en la historieta propiamente dicha. Para cuando la trama llega a ese punto, ya sabés lo que va a pasar. Y si esperás que después de eso venga una vuelta de tuerca más, un volantazo más que te sorprenda o te shockee tanto como esa batalla, no la esperes, porque no hay.
Por supuesto que Agrimbau narra todo esto con muchísimo aplomo, el recurso de contar todo desde la óptica de un extranjero funciona perfecto, el personaje (como ya dije) evoluciona muchísimo, si no tenés la más puta idea de lo que fue la Guerra de la Triple Alianza el guión te lo cuenta sin agobiarte con datos, los horrores y crueldades de la guerra están perefctamente plasmados, al igual que el contexto político de la época. A pesar de tener poca acción, Guaraní nunca se hace densa ni aburrida, y hasta encuentra pequeños resquicios para alguna pincelada de humor en medio de tanta desolación. Para ser brillante le faltaba ese toque imprevisible en las 20 páginas posteriores a la batalla, ese algo más que pudiera de alguna manera “cantarle retruco” a lo tremendo de esa secuencia. O no, pero en ese caso me hubiese gustado llegar al momento de la batalla sin saber lo que iba a pasar, para que me pegara más fuerte, sobre todo porque es un hecho histórico que rara vez se menciona cuando nos cuentan la Guerra de la Triple Alianza.
Por supuesto que recomiendo a full Guaraní, que seguramente tendrá edición argentina antes de que termine este año. Y ojalá la edición nacional no spoilee tan abiertamente lo que Agrimbau e Ippóliti nos van a mostrar en la mejor secuencia del libro.

Sigo avanzando con las lecturas y vuelvo a postear pronto, acá en el blog.

viernes, 17 de mayo de 2019

MAÑANA DE VIERNES

Es raro escribir reseñas un viernes a la mañana, pero bueno, es lo que hay…
Sigo leyendo álbumes de Spirou que nunca había leído pego un salto de 30 años, que son los que pasaron entre El Viajero del Mesozoico (1960) y Spirou y Fantasio en Moscú (1990). Acá me encuentro con Tome y Janry, la dupla que revitalizó la serie allá por 1983, ya afianzadísima y en un nivel altísimo, con muy poco que envidiarle a los mejores álbumes de André Franquin.
Lo único que le puedo criticar a esta aventura en Moscú es que no deja margen para desarrollar a los personajes. Es tanto lo que pasa, se acumulan tantas peripecias en apenas 44 páginas de historieta, que Tome y Janry no encuentran espacio para la pausa, para salir un poquito del ritmo frenético que impone la trama y entrar en la psiquis de los personajes para ahondar un toque en sus motivaciones, sentimientos, etc. Pero bueno, también tengo claro que estas son aventuras infanto-juveniles de hace casi 30 años, en las que la profundidad psicológica de los personajes no era para nada lo que venían a buscar los lectores.
Fuera de eso, sólo tengo palabras de elogio para Spirou y Fantasio en Moscú. Me atrapó totalmente el ritmo, sentí que los héroes realmente corrían peligros grossos; me causó mucha gracia la forma farsesca en la que (al mejor estilo René Goscinny) los autores nos presentan a esa Unión Soviética en plena desintegración como si fuera casi otro planeta, con énfasis (y chistes) en todos los sitios, costumbres y vicios que caracterizan a los moscovitas; y por supuesto aplaudo los huevos para tomarse 100% en joda esa especie de epílogo de la Guerra Fría, en la que los roles de la KGB y las agencias de inteligencia de Europa y EEUU empiezan a resultar más confusos, más ambiguos y por ende más fértiles para generar enredos y situaciones cómicas.
El dibujo es excelente, muy bien complementado por la paleta (adusta, opaca) de Stephane de Becker, y totalmente funcional a la narrativa. Esas dos páginas en el teatro Bolshoi merecen ser contadas en forma de dibujo animado, porque Tome y Janry les pusieron esa dinámica, esa lógica, esa plasticidad, que impactaría mucho más combinada con música y movimiento. Habrá más Spirou de Tome y Janry muy pronto.
Me vengo a Argentina, a 2019, para leer el Mío Cid, el clásico fundacional de la literatura castellana ahora reversionado por el incansable Alejandro Farías y un dibujante al que nunca había oído nombrar: Antonio Acevedo, un joven de apenas 29 años oriundo de San Juan. Me hice fan al toque de Acevedo, me alcanzaron estas 64 páginas para ponerlo entre los autores argentinos a los que hay que seguir de cerca. Le encontré una sola falla (que también se le puede atribuir a los editores, no sólo al dibujante), que son algunas viñetas en las que están mal colocados los globos de diálogo. Esto hace que uno los lea en desorden y las conversaciones no tengan sentido. Son tres o cuatro, nomás, pero no tendría que suceder. El resto, un lujo tanto en el aspecto narrativo como en el visual, con un combo devastador entre el dibujo tipo Batman Animated (la estética creada por Bruce Timm y continuada por Ty Templeton, Brad Rader, Dev Madan, etc.), la impronta más angulosa de Segundo Moyano, una aplicación de grises exquisita, y el despliegue kilombero de David Rubín o Jim Steranko, en esas páginas dobles dedicadas a las estremecedoras batallas del Cid.
El trabajo de Farías también me resultó muy satisfactorio. El autor no cae en la tentación de recontar la saga del Cid como si fuera una aventura del Siglo XXI, sino que respeta ese clima más protocolar, más pausado, de los relatos medievales. Y además no nos agobia con información innecesaria, le encuentra la duración exacta a cada escena, maneja los recursos idóneos para resaltar bien los conflictos y sabe cuando “callarse la boca” y dejar que sean los dibujos de Acevedo los que lleven adelante la narración. La única decisión que no comparto mucho es la de suavizar demasiado el horror de la afrenta de Corpes. Farías y Acevedo eligen con buen criterio no mostrar en detalle los ultrajes a los que son sometidas las hijas del Cid, pero cuando nos muestran a las jóvenes post-violación, están atadas a los árboles, con tajos y heridas… y la ropa puesta. Un disparate.   
Fuera de ese detalle menor, Mío Cid es una excelente adaptación, que transmite la epopeya de Rodrigo Díaz de forma muy accesible, muy dinámica, como para que cualquier lector de aventuras se pueda enganchar y disfrutarla a pleno. Y además nos brinda la posibilidad de sumar a nuestra biblioteca la primera obra importante de Antonio Acevedo, destinado a generar muchos hitazos más.

Nada más por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

lunes, 23 de diciembre de 2013

23/ 12: SPIROU ET FANTASIO Vol.46

Este álbum es de 1998, cuando los álbumes de esta longeva serie todavía seguían una numeración y hasta ponían grandotes los números en las portadas. Eso se termina precisamente con este libro, Machine qui Reve, que es el que marca el final de la extensa etapa de Tome y Janry al frente de las aventuras de Spirou y Fantasio. La dupla venía de una seguidilla de 13 álbumes muy exitosos y con la chapa de haber logrado revivir a una franquicia que para 1984 parecía condenada a la extinción.
Sin embargo, con Machine qui Reve, los autores saltaron al vacío y probaron algo nuevo, algo que la crítica aplaudió, pero que el público no se bancó. La controversia fue tanta que Tome y Janry se bajaron de la serie y se quedaron con las planchas autoconclusivas de Le Petit Spirou (vimos un tomo el 19/09/13). ¿Qué hicieron estos zarpados? ¿Convirtieron al botones en superhéroe, en samurai, en travesti de los lagos de Palermo? No. Algo peor. Se olvidaron de que Spirou es un ícono de la historieta infanto-juvenil y plantearon la aventura en términos de historieta para adultos.
Machine qui Reve ofrece una trama compleja, sórdida, muy arriesgada. Fantasio y Spip prácticamente no aparecen y todo gira en torno a Spirou, que se somete a un extraño experimento propuesto por una corporación científica medio sombría. Hay secuencias oníricas, el clima se enrarece y de pronto Spirou es una especie de peligroso fugitivo, perseguido por la policía, desesperado, al borde de la locura. El climax llega cuando Spirou queda cara a cara con… un clon de sí mismo, y los autores toman la audaz decisión de… no te lo puedo contar. Es una historia bladerunneresca, con tiros, persecuciones, ambientada en una ciudad crepuscular y con lluvias… no parece en absoluto el típico álbum de Spirou. Por si faltara algo, en los álbumes anteriores Tome y Janry le habían dado chapa a una chica, Seccotine, que había aparecido poco en los álbumes de los autores anteriores. Ahora, nos enteramos de que Seccotine en realidad se llama Sophie y se pasa buena parte de esta aventura tirándole onda a Spirou, que por supuesto no se hace mucho cargo. Nunca leí Soda (un policial con toques de comedia también escrito por Philippe Tome), pero cada vez que algún especialista franco-belga habla de Machine qui Reve, la vincula con esta serie, con la que aparentemente tiene varias similitudes.
En la faz gráfica, también hay decisiones extremas. El estilo de dibujo de Janry es mucho más realista. Sin llegar a los extremos de un André Juillard, ahora se parece más a la estética de Dany, por poner un ejemplo. Spirou no aparece nunca con su traje de botones ni su característico sombrerito rojo y las zanjas entre las viñetas (y los márgenes de las páginas) están todas pintadas de negro, para resaltar la sensación de que esto es definitivamente más dark que la aventura promedio de Spirou. Como en sus otros álbumes, Janry sorprende con su amplia variedad de trucos narrativos, todos de clara inspiración cinematográfica, y sobre el final se manda una que no le habíamos visto nunca: dos páginas (17 viñetas seguidas) sin un solo fondo. A tono con la onda sombría y crepuscular del guión y el dibujo, la paleta de colores de Stephanie De Becker se basa mucho en los marrones, los grises y los azules oscuros y fríos. Visualmente esto está buenísimo pero –de nuevo- no se parece en nada a los otros álbumes de la serie.
Y bueno, a veces la timba sale bien y a veces sale mal. Si no, no sería una timba. Esta vez el osado experimento de Tome y Janry se encontró con un público que no les hizo el aguante y se terminó una etapa gloriosa para esta serie, que a raíz de lo sucedido con este álbum se iría seis años al freezer. Este año, en que Spirou sopla las 75 velitas, me pareció interesante comentar uno de los álbumes no sé si mejores, pero sí importantes en la larga carrera del botones. Habrá más Spirou en 2014, acá en el blog.

lunes, 16 de septiembre de 2013

16/ 09: EL PEQUEÑO SPIROU Vol.5

Mientras toda Bélgica festeja los 75 años de Spirou, este blog no puede mirar para otro lado. Así que acá estoy, firme junto a los maestros Tome y Janry, la dupla que tuvo a su cargo a Spirou durante muchos y muy gloriosos años, hasta que recibieron una patada en orto a causa del álbum titulado “La Machine qui Reve”, que también tendrá su reseña antes de fin de año en este blog. Por suerte, a Tome y Janry los dejaron seguir jugando con un chiche que inventaron ellos, el Pequeño Spirou, protagonista del inolvidable álbum La Juventud de Spirou.
El tomo abre con una historieta de seis páginas y cuando esta termina, arranca una sucesión de historietas de una sóla página, sin continuidad, pensadas para leerse en cualquier orden, estructuradas en forma de chiste, con un desarrollo mínimo, pensado para desembocar en el gag final. Algo muy, pero muy parecido a lo que ya vimos en los álbumes de Titeuf, del maestro suizo Zep. De hecho, si hay algo choto en El Pequeño Spirou es que se superpone DEMASIADO con Titeuf, son historietas casi gemelas. Las dos giran en torno a un pendejo kilombero de la escuela primaria, que protagoniza las clásicas travesuras de los chicos (algunas realmente macabras) y empieza de a poco a entender qué le pasa a los varones en presencia de las mujeres. Janry no dibuja pitos, pero sí mucha ropa interior: calzoncillos, bombachas, corpiños, baby dolls, bikinis microscópicas, mucha gente en bolas mínimamente cubierta con... algo... Y unas minas espectaculares, mucho más sensuales que las de Zep.
El dibujo de Janry es perfecto, es la lógica continuación de la línea del genial André Franquin. Mantiene perfectamente ese dinamismo, esa expresividad, esa sensación de descontrol, a tal punto que a nadie le sorprendería si de pronto apareciera Gaston Lagaffe, tropezándose con algo. El personaje más “franquinesco” es el Sr. Colilla (Mégot, en francés), el profe de gimnasia chanta, vago, pajero, alcohólico y fumador empedernido, a veces víctima y a veces victimario de Spirou y sus amigos. Pero toda la tira respira ese clima irrestistible de los chistes de Gaston Lagaffe, que es donde late el Franquin quintaesencial.
Las breves historietas de El Pequeño Spirou están muy bien escritas, con un gran timing para la comedia por parte de Tome, mucho ingenio para no repetir situaciones, muchos recursos humorísticos, y la (a mi gusto sabia) decisión de habilitarle bastante protagonismo a los adultos, especialmente al Sr. Colilla. Lo más bizarro es que los padres y el abuelo de Spirou (que aparecen poquito) también usan el gorrito rojo típico del botones creado hace 75 por Rob-Vel. La traducción castellana funciona muy bien, pero se pierde un chiste muy bueno: la profe de matemáticas es una bomba atómica, llamada (en francés) Claudia Chiffre, que es un juego de palabras con “chiffre” (cifra) y Claudia Schiffer, la inolvidable supermodelo de los ´90. En castellano, la profe se llama simplemente Cifra, un nombre que no remite a ninguna bestia alemana.
No me voy a poner a contar los chistes, así que la reseña va a quedar corta. Sólo quiero subrayar que Tome y Janry fueron lo mejor que le pasó a Spirou después de Franquin. En esta serie demostraron que, además de crear las aventuras más heavies, más dramáticas y más complejas del Spirou adulto, esas que nos hicieron vibrar y saltar más de una vez de la silla, también se la re-bancan a la hora de sacarnos una sonrisa, ya sea por el lado del slapstick, de la ternura o de la picardía. La dupla ya lleva realizados 16 álbumes de El Pequeño Spirou y obviamente no da para comprarse todos, porque debe ser un embole leer taaaantas páginas de lo mismo (sobre todo si además leés a Titeuf). Pero uno de estos libritos por año, me clavo con gusto. Por suerte en España están bien editados por Kraken.