el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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sábado, 12 de enero de 2013

12/ 01: DMZ Vol.12

Y bueno, aguanté lo más que pude y acá estoy, en la despedida de una serie que nos acompañó desde Enero de 2010 (el Vol.1 lo reseñé aquel binario 11/01/10, hace justo tres años) y de la que vimos desfilar los 12 tomos que la componen.
El giro con el que terminaba el Vol.11 era tan zarpado, tan definitivo, que el Vol.12 corría el riesgo de ser totalmente anticlimático, o de tener que raspar el fondo del tarro en busca de algún conflicto (obviamente menor) que le diera aire a la trama durante 120 páginas más. Y sin embargo, Brian Wood tenía guardado un as bajo la manga, una última carta shockeante, impredecible, de enorme impacto para los lectores fieles a esta serie y la juega 40 páginas antes del final, cuando uno ya se había convencido de que no quedaban más sacudones para pegarle a Matty Roth y a la castigada ciudad de Manhattan.
Hasta que llega ese último golpe de timón, el tomo arranca en una onda más descriptiva que narrativa. Además de pasarse alguna vieja factura, Matty y Zee recorren los barrios de la ciudad para ver cómo se va reconstruyendo lo que hasta unos días antes fue un cruento campo de batalla. La vuelta de la paz trae la vuelta de la política, de la economía, del consumo, y obviamente de los avechuchos que quieren sacar tajada de este “barajar y dar de nuevo” y empezar la nueva etapa con prevendas y privilegios muy por encima de los de la gente común. Como no tiene espacio, Wood no explota los conflictos que este nuevo orden político puede llegar a generar. Se conforma con mostrarlos.
Aquel magnífico unitario protagonizado por Zee con el que cerraba el Vol.11 acá resulta ser central. De pronto, Matty tiene a su disposición todas sus crónicas de la DMZ, todo lo que grabó, filmó y escribió en los seis años en los que corrió como un boludo de acá para allá tratando de llegar vivo al final de la guerra civil. Ahí hay material de primera mano, data posta, filosa y dura de refutar, que a Matty le debería servir para zafar de... lo que sucede en ese último volantazo que Wood se reserva para el final. Y no. Esta vez, el periodista prefiere pagar todo más caro de lo que le corresponde y bancarse lo que venga. Perdón por ser tan ambiguo, pero no quiero spoilear. El compromiso de Matty con la verdad, con lo que realmente sucedió en Nueva York durante la DMZ, resurge en el epílogo, con un combo devastador entre fuerza dramática y vuelo poético, que pone al final de la serie muy, muy arriba. Si leíste DMZ desde el principio, o si sos fan de la ciudad de Nueva York, es difícil no emocionarse con esas 20 páginas con las que Wood cierra la que –hasta ahora- es su obra maestra.
Como no podía ser de otra manera, estos seis últimos episodios los dibuja íntegros el italiano Riccardo Burchielli, el titular de la serie. Con menos fondos que de costumbre, con miles y miles de primeros planos, con la referencia fotográfica muy bien integrada al grafismo en esas inmensas splash pages, Burchielli dice presente de punta a punta de este arco final. Esta vez no hay tiros, ni acción, ni un mísero cachetazo, y aún así el tano le pone emoción a lo que cuenta, en ese estilo que por momentos parece una amalgama dark entre John Romita Jr. y Scott McDaniel. Sin buscar nunca el lucimiento, Burchielli evolucionó muchísimo con el correr de estos 72 episodios y se fue de DMZ no sé si elevado al status de estrella, pero sí con la chapa de dibujante eficiente, sólido y que se compromete a full con lo que le dan para narrar.
Con algún altibajo menor, DMZ fue una serie fundamental. Una distopía ambiciosa, audaz, que se animó a hablar de los militares, los políticos, los jueces, las empresas, los medios de comunicación y sobre todo del sufrimiento de la gente común cuando todos estos se miran el ombligo, o priorizan sus cuentas bancarias por sobre el bien de una nación. Lo peor de todo es que, a pesar de las alertas que enciende Brian Wood en este comic, la guerra sin cuartel entre los propios yankis y en su propio territorio todavía se ve posible. Lo mejor de todo es que, al margen de las especulaciones, nos quedan 12 libros tremendos, repletos de ideas potentes, personajes complejos y situaciones que nunca habíamos visto en ninguna otra historieta. DMZ es mucho más que una oda escrita por Wood a su querida Manhattan. También es un comic que te atrapa, te intriga, por momentos te caga a palos, te asfixia, te enfurece y al final te deja la maravillosa sensación de haber leído algo único, irrepetible y demoledor. Papa estremecedoramente fina.

sábado, 5 de enero de 2013

05/ 01: DMZ Vol.11

Ya estamos en el tramo final de esta serie que empecé a leer hace tres años, en los albores del blog, y me complace decir que nunca estuvo mejor. Si bien es cierto que DMZ tuvo sus altibajos a lo largo de los 10 primeros tomos, también es cierto que pocas veces hubo una seguidilla de 7 episodios al nivel de los 7 que ofrece este TPB.
Después del tremendo bajón del tomo anterior, en el que las fuerzas armadas de Estados Unidos bombardeaban la Gran Manzana para iniciar la invasión a todo o nada de la isla, el guionista Brian Wood se prepara para empezar a atar los cabos sueltos. Primero: ¿qué sabemos de los Estados Libres de América, el movimiento revolucionario que irrumpió en el corazón de los EEUU y los dio vuelta como un guante? ¿Quién organizó esa movida, cómo se formaron esos ejércitos, de dónde salieron las armas y la infraestructura para sostenerlos? Los dos episodios que abren este tomo (magníficamente dibujados por Shawn Martinbrough) explican precisamente eso: el origen de esta nación dentro de la nación.
El siguiente episodio arranca con Matty Roth como testigo de los operativos militares del otro bando, el que responde al Presidente de los EEUU, que avanza de Este a Oeste por Manhattan para tomar posesión de la ciudad (obviamente por la fuerza) y eliminar cualquier resistencia que pueda plantearse, incluso si son civiles desarmados. Las primeras secuencias son más descriptivas que narrativas, hasta que en la última viñeta, pasa algo, o en realidad Matty se entera de algo, que cambia totalmente el curso de la historia. Wood nos tenía reservado un pase mágico, una voltereta impredecible y brillante que –al estar tan cerca del final- tiene un efecto demoledor.
De ahí en más, tendremos otras 60 páginas increíbles, en las que el guionista se dedicará a cerrar otra punta importantísima que había quedado colgada: Parco Delgado y la explosión nuclear con la que terminó el Vol.8. Acá hay secuencias durísimas, diálogos afiladísimos y –de nuevo- bravísimos dilemas morales para un Matty Roth que (esta vez sí) definirá con la jerarquía de los grandes, al ángulo, a donde el arquero no puede llegar jamás. De pronto (aunque no de modo forzado, ni extemporáneo) una decisión de una persona puede cambiar el curso de esta guerra sucia y fraticida, e incluso ponerle fin. Imaginate la emoción que produce ver a los personajes con los que uno se encariñó a lo largo de decenas de episodios, frente a frente con la historia, con la posibilidad de cambiar la historia, pero con sus sentimientos, frustraciones y rencores a flor de piel. El final del arco llamado Free States Rising es tan grosso que hace que todos los sacudones al status quo de la serie que vimos hasta ahora parezcan una nimiedad, un engaña-pichanga.
Y el tomo cierra con un unitario sencillamente perfecto, en el que Wood retoma al personaje de Zee para darle un último giro, para ponerle un moñito a una de las patas sobre las que se apoyó DMZ, sobre todo en los primeros tomos. La chapa que levanta Zee en estas 20 páginas no se puede explicar ni en un texto de doscientas. Si Matty había remado de atrás para volver a ser considerado un personaje copado y atractivo, este unitario nos recuerda que, al lado de Zee, siempre va a ser un pendejo patético.
Salvo esos dos numeritos en los que da cátedra el maestro Martinbrough (en su estilo más serio, más cercano a Sean Phillips), el resto del tomo está todo dibujado por el italiano Riccardo Burchielli, el titular de DMZ, con su habitual compromiso, sus habituales pilas y su asombrosa insistencia a la hora de desaprovechar las oportunidades de lucimiento que le dan las páginas con uno o pocos cuadros. La narrativa está impecable, la integración de la referencia fotográfica es perfecta y la simbiosis con el colorista Jeromy Cox funciona mejor que nunca.
Se acerca el final y la serie está en un momento impresionante. ¿Qué as se guarda Wood bajo la manga para el último tomo? Me voy a enterar muy pronto, porque tengo el Vol.12 ahí, pidiendo pista, y con lo cebado que estoy, no creo que aguante muchos días sin devorármelo...

miércoles, 14 de noviembre de 2012

14/ 11: DMZ Vol.10

Ufff! 40 días sin leer comics de Vertigo! Poco menos que una condena!
Este tomo engancha con la saga de Nueva York. De hecho, ahora que estoy más canchero con la geografía de la islita, me animo a leer DMZ como un comic protagonizado no por el nabo de Matty Roth, sino por la propia Manhattan. Y de pronto, cosas que antes no cerraban empiezan a cerrar. Esta serie es un canto de amor de Brian Wood a su ciudad y su gente. La guerra, los horrores, el dolor, las roscas políticas, son el condimento, o el engaña-pichanga, si querés. La gracia, la verdadera motivación del autor, me parece que pasa por el lado de homenajear, de ensalzar a Manhattan.
Por supuesto, eso se puede hacer bien o mal, y el guionista lo hace MUY bien, porque ese entramado que gira en torno a la nueva Guerra Civil que enfrenta a los yankis entre sí, está brillantemente aprovechado. Digo, además de ser un concepto sumamente original. En este tomo, Wood nos ofrece cinco historias unitarias que transcurren en un mismo día, el día en que el gobierno de los EEUU decide ponerle fin a la guerra con un mega-bombardeo que acabe de una vez y para siempre con todas las céulas armadas que resisten en la islita. Y con la gente que ande por ahí, total, son “daño colateral”, perfectamente aceptable para los garcas que le dan cero valor a la vida humana.
El primer episodio tiene a Zee en un rol secundario pero importante. Es una historia dura, heavy, de difícil digestión. El dibujo de Andrea Mutti no me convenció para nada. Hubiese preferido a un dibujante más expresivo, que laburara mejor los rasgos faciales, que son cruciales en esta historia de resistencia, solidaridad y huevos.
La segunda historia es un exquisito final para un personaje increíble como es el Señor Wilson, el capo de Chinatown. Acá también hay aguante y huevos a granel, pero también runfla, especulación y cálculo finito. El dibujo de Nathan Fox es excelente, como siempre con guiños a Paul Pope y gran simbiosis con los colores de Jeromy Cox.
La tercera es una obra maestra. La podés sacar del contexto de DMZ y publicarla en cualquier lado. Seguro va a cosechar ovaciones, sea donde sea. La protagonista es Amina, un personaje que llevaba varios tomos desenganchado de las tramas centrales. El dibujo de Cliff Chiang sintoniza perfecto con el dramatismo de un guión electrizante.
Para la cuarta historia, Wood retoma a uno de los personajes secundarios más queridos por la hinchada, Decade Later, el genio del graffiti. La cantidad de cosas tremendas que le pasan al dibujante en estas 22 páginas te conmueven aunque tengas un témpano en el corazón. Los dibujos del ídolo croata Danijel Zezelj elevan esta maravilla al rango de joya absoluta.
Y para el final, entra en escena el único dibujante al que me imagino dibujando DMZ de manera regular, al que yo pondría de titular el día que se vaya Riccardo Burchielli (ausente en este tomo, pero inmortal en el corazón de su pueblo): el maestro David Lapham se brinda entero y jerarquiza con su pincel la única historia en la que aparece Matty Roth. No tiene el recontra-guión, pero bueno, funciona correctamente como epílogo a todo lo grosso que sucedió en los espisodios anteriores. Y además está bien mostrar algo tan trascendental como “el bombardeo definitivo a Manhattan” desde la óptica del personaje central de la serie.
Una vez más, un tomo de DMZ termina en tragedia, en una estocada letal al alma de los lectores. Y una vez más, el final marca un cambio de rumbo, pone en evidencia que sólo se puede seguir por un camino nuevo, inexplorado y –sobre todo- impredecible. ¿Qué le depara el futuro a los sufridos sobrevivientes? Habrá que leer los dos tomos que faltan para enterarse. Ya los tengo ahí, pidiendo pista. La otra intriga es cuánto aguantaré para entrarles...

viernes, 8 de junio de 2012

08/ 06: DMZ Vol.9


No sé si será fruto de la abstinencia (la tenía abandonada desde Noviembre) pero la verdad es que en mi regreso a la DMZ la encontré mucho mejor que la última vez que la había visitado. Cuando reseñé el Vol.8, me acuerdo que pedía la cabeza de Matty Roth, el protagonista. Estaba hasta las pelotas de verlo veletear y bastante indignado por los últimos giros que le había pegado el guionista Brian Wood.
Y mirá qué loco: este tomo, que me volvió a cebar casi como al principio, es el tomo en el que menos aparecen los personajes secundarios. Excepto el papá de Matty, que copa la parada en en el último episodio, todo el resto desaparece del mapa y Matty se queda solo como loco malo, a bancarse a lo guapo el peso de la trama y –sobre todo- las consecuencias de las cosas funestas que pasaron en el tomo anterior. Lo más loco es que ese personaje al que yo tanto puteaba se la banca más que dignamente y logra reencauzar –él solito- tanto su rumbo como el de esta serie dura, compleja y atractiva como pocas.
Este tramo de DMZ conserva un hilito de su impronta política, un leve aroma de su temática social y algunos chispazos de sus coqueteos con el género bélico. Esta vez, está todo tan para el orto que Wood apela a contar la historia de DMZ como si fuera un comic del post-holocausto. Matty vaga por la cuidad semi-desierta como el Mark de Robin Wood y Ricardo Villagrán, como el Sr. Jepperd de Jeff Lemire. Lo amenazan los propios sobrevivientes, lo atormentan los fantasmas, lo agobia la atmósfera de desesperanza, abandono y destrucción. Por momentos parece que no hay salida, que ahora sí, el bajón gana por goleada y terminamos todos pegándonos un corchazo. Por ahí necesitaba eso: tocar fondo, tanto él, como la ciudad con la que se encariñó, como la causa con la que se comprometió, para empezar el repunte, para encontrar la nueva vuelta de tuerca que le permita (a él y a DMZ) encarar la recta final con mejores perspectivas.
Lo cierto es que el último episodio del tomo es tan importante y está tan bien escrito, que hace que los cuatro anteriores parezcan chamuyo, excusas baratas para estirar. No lo son, para nada. Pero esa escena final (larga, tensa, definitiva) entre Matty y su padre se morfa el tomo y proyecta una sombra gigantesca sobre todas las peripecias previas. Una vez más, cambia el status quo de Matty y de la serie. Y está bien. No es un volantazo caprichoso, no es un manotazo de ahogado. Es una evolución lógica, coherente, necesaria para preparar el terreno para el final, y Wood la arma perfecto para que cualquiera que no se cope con este nuevo status quo pueda decir “podría haber sido mil veces peor”.
El tomo arranca con el número 50 de la serie y dicho acontecimiento se festejó con una antología, en la que Wood aportó varias historias cortas y convocó a distintos dibujantes, además del titular, Riccardo Burchielli, al que en ese número lo dejaron publicar en blanco y negro, cosa que lo mejora mucho. La mejor de las historias cortas es esa, la que dibuja Burchielli en blanco y negro. Y el otro dibujante que la descose (aunque con un guión menor) es Fábio Moon, que hace magia en apenas cuatro páginas. Todo el resto del libro lo dibuja Burchielli en el estilo de siempre, coloreado por el eficiente Jeromy Cox. Y está muy bien. Ya sabemos qué le podemos pedir al tano y qué no.
DMZ retomó la senda que la llevó a ser una de las series más crudas, jodidas y desgarradoras de la historia del comic. Aún con todas sus limitaciones, aún transitando el camino del dolor y la auto-compasión, Matty Roth volvió a convertirse en un protagonista viable para esta anti-epopeya de verdad, memoria, justicia, solidaridad y dignidad en la que los buenos tienen todas las de perder. Incluso está presente el fantasma de la derrota más heavy, que es la de empezar a parecerse demasiado a los malos. En Octubre, cuando me toque viajar a New York, me va a costar no imaginármela devastada y bajo sitio como nos la muestran Wood y Burchielli. Así de real, así de fuerte, se vive la lectura de este comic.

domingo, 27 de noviembre de 2011

27/ 11: DMZ Vol.8


Esta vez me aguanté poco y nada para retomar la durísima historia de esta New York convertida en zona de guerra gracias a la imaginación y la mala leche de Brian Wood y Riccardo Burchielli. Y una vez leído el tomo, llego a esta conclusión: maten a Matty Roth, ya. Es lo que no funciona en esta serie, ya no tengo dudas. Claro, es el protagonista, y por cómo se viene armando la trama, lo más probable es que en el próximo tomo, o a más tardar en el Vol.10, al que hagan mierda sea a Parco Delgado. Pero el que se merece morir ya y dejarle el protagonismo a otro personaje más copado, es Matty.
En este tomo, cuando reaparece su padre (después de varias sagas en el banco de suplentes) y lo inciniera en público, Matty pega un nuevo giro impredecible, pero además reprobable, imposible de bancar. Ya sabemos que es un pichi, un veleta que va para donde sopla el viento. Aún así, en la saga Hearts and Minds se va al carajo, mal. Y no sé si Wood tratará de recuperarlo, pero ya no me interesa. No dejo de comprar DMZ sólo porque deben faltar no más de cuatro tomos para el final y porque Wood escribe demasiado bien, y la temática me interesa demasiado. Los méritos para que uno mande a esta serie a la mierda están, y los hace todos Matty Roth, el protagonista, nada menos.
El primer arquito del TPB es una historia marginal, sin Matty, ni Zee, ni Parco, ni nadie. Está muy buena, es una historia dura, trágica, profunda, jodida... que se podría haber contado en muchísimas menos páginas. Leída en TPB, está todo bien. Te comprometés con la trama, seguís a full al personaje central (un ex-policía que perdió a su familia), vas para adelante más rápido que en un comic normal, pero sin sufrir. Ahora, el pobre gil que leía esto en su formato original de revistita con 22 páginas de historieta, se habrá querido matar: tres meses de tu vida y 9 dólares de tu billetera para leer... tres fetas de nada! Tres cachitos de una historia chiquita, con cero peso en la trama global, y encima dibujada por Ryan Kelly, que no es choto, pero está a años luz de ser un virtuoso o un distinto.
Y después sí, la más extensa Hearts and Minds, donde de nuevo ganan por goleada el bajón y la desesperanza. El Vol.7 situaba a Matty y al resto del elenco en un contexto más bien político, lo cual pintaba interesante. Se ve que para Wood era un embole, y en este tomo ya vuelven las tropas armadas, los combates en las calles, las explosiones y todo el bolonki de los primeros tomos, pero ahora con Matty metido ya no como testigo sino como protagonista (y en una de esas, artífice) de las matanzas. Hay algo así como un sustento ideológico para combatir, por lo menos por parte de “los buenos”, pero todo está enchastrado con mentiras y corrupción, que ya no vienen sólo del lado de “los malos” (el gobierno de los EEUU, los medios masivos y el hiper-conglomerado Trustwell). O sea que de aquel tono esperanzador del Vol.6, no quedaron ni los más mínimos vestigios. Esta serie volvió a ser –como al principio- una lectura heavy metal, más dolorosa que una picadura de avispa en un huevo.
De Ryan Kelly (dibujante del primer arco) no vamos a hablar mucho más. Cualquier cosa, chequeá la reseña del Vol.2 de Northlanders, donde lo vimos en equipo con Wood, allá por principios de 2010. Y del compañero Burchielli ya hemos hablado muchísimo, pero tengo que repetir algo que comenté la vez pasada: qué pena que este tipo no aproveche las páginas de poquísimas viñetas para lucirse más. El tipo es bueno, narra bien, no necesita chorear fotos para crear un entorno absolutamente verosímil, pero por algún motivo, le escapa al lucimiento como las gatas a Pepe le Pew. ¿Será que no se considera ni remotamente virtuoso? ¿Será que lo adoctrinan a latigazos para que no se olvide jamás de que la estrella de DMZ es Brian Wood? ¿O tendrá poquísimo tiempo para laburar y por eso cuando hay pocas viñetas zafa con dibujos más grandes, pero sin ponerles ninguna dedicación extra? Un misterio...
Estirada hasta el infinito, con un protagonista patético y una temática de difícil digestión, DMZ ya dejó de figurar entre las series indispensables. La banco hasta el final, pero no la recomiendo con el fervor religioso de los primeros tomos.

domingo, 20 de noviembre de 2011

20/ 11: DMZ Vol.7


Después de demasiados meses, vuelvo a esta serie de Vertigo en la que Brian Wood y Riccardo Burchielli imaginan una nueva guerra civil estadounidense, con New York en el medio del kilombo. No quiero extenderme en explicaciones acerca del planteo y los personajes, así que te invito a hacer click en la etiqueta de DMZ y –en todo caso- repasar las reseñas de los seis primeros tomos.
En el Vol.6, el status quo de la serie cambió radicalmente y se sumaron dos nuevos personajes con mucho protagonismo: Parco Delgado y la mamá de Mattie Roth. De ellos dos, sólo Parco será central en este tomo. Un tomo que arranca con una historia tensa, profunda e impredecible en la que Mattie, lejos de la DMZ, se mete entre los soldados de ambas facciones que co-existen en Staten Island, cerquita de Manhattan. El dibujante, Kristian Donaldson, es bastante limitado, pero la historieta igual funciona.
Después tenemos una saguita de cuatro episodios que marca el regreso de Mattie a la isla, ahora gobernada por Parco Delgado. El argumento es bueno, pero está un poco estirado. Y tiene un problema menor, pero a la larga potencialmente jodido: Mattie, que arrancó siendo un pichi y juntó mucha chapa a lo largo de los seis tomos anteriores, acá vuelve a ser el gil, el pendejo crédulo, fácil de manipular, que va para donde sopla el viento, para donde le dicen que vaya los que la tienen más clara que él. Ahora tiene barbita y uan actitud de duro, de guacho recio que no se come ni la punta, pero en esta saga lo vuelven a forrear como en los primeros tramos de la serie. Recién cuando faltan cuatro páginas para el final del arco, Mattie muestra algo de esa chapa acumulada y le canta las cuarenta a Parco. Así, logra terminar el tomo con algo más que un empate decoroso, pero durante casi toda la duración del mismo padecimos (además de su habitual falta de onda) su vuelta al comportamiento pusilánime y errático del principio.
Es jodido bancar una serie en la que el protagonista resulta tan poco atractivo y contra ese escollo lucha Brian Wood episodio a episodio. Para el final del principal arco de este tomo, hay un nuevo cambio en el status quo y veremos cómo se desenvuelve Mattie en esas condiciones que él mismo generó. El problema es que siempre arrancamos remando de atrás, porque es un personaje bien desarrollado, bien pensado, pero con mucha menos onda que el protagonista promedio de cualquier serie de Vertigo.
Por suerte está también Zee, a la que Wood le otorga el protagonismo exclusivo del unitario que cierra el tomo y que –una vez más- es excelente. Si hasta acá Zee tenía mucha chapa, ahora ya es algo así como la Elemental de la Chapa, sin dudas el alma de DMZ. Este unitario está dibujado por Nikki Cook, la enésima fan de Paul Pope que intenta con poco éxito dibujar como el ídolo, y tiene algunos errores de anatomía y algunas caras medio fuleras. No es un horror, pero tampoco está bueno.
Y en el arco central, lo tenemos –cómo no- al tano Burchielli, muy comprometido, con muchas pilas en la narrativa, aunque no muy diestro a la hora de aprovechar la posibilidad que le da Wood de dibujar menos cuadros por página. Este arco tiene muchas páginas de una, dos o tres viñetas, y Burchielli no se juega a impactar con virtuosismo, ni a pelar nada que no haya pelado ya en los episodios en los que el guión le dejaba menos espacio para su lucimiento personal. Se limita a cumplir muy decorosamente, sin mezquinar, al nivel de siempre, que es dignísimo.
DMZ sigue por la senda de la especulación política, de la guerra vista desde la óptica de las víctimas, de la runfla y la ambición por un lado y el dolor y la desesperanza por otro. Una lectura densa, por momentos dura, pero siempre original, arriesgada y satisfactoria.

domingo, 28 de marzo de 2010

28/ 03: DMZ Vol.6


Después de un tomo de transición, de pre-temporada, Brian Wood y Riccardo Burchielli se lanzan a sacudir una vez más el siempre precario status quo de esta Manhattan devastada por una segunda guerra civil. Esta vez el sacudón es doblemente impactante. Primero porque introduce un nuevo elemento a la ecuación, que es nada menos que la política. Acá nos enteramos quién gobierna la ciudad desde que se convirtió en zona de guerra y qué pasa cuando, para calmar las aguas, las facciones enfrentadas deciden llamar a un nuevo comicio para elegir autoridades locales. De pronto pareciera que la fachada de “Esto es ante todo una democracia” es más fuerte que la guerra. Los Estados Libres, los Estados Unidos, la mega-corporación Trustwell y varias de las tribus urbanas militarizadas parecen acordar la necesidad de una renovación política avalada por el voto popular de la gente que todavía (sobre) vive en la isla. Todo muy lindo pero, ¿qué pasa cuando las chances de que alguno de ellos gane la elección se ven eclipsadas por el surgimiento de un líder carismático que representa, no a los bandos enfrentados, sino a la gente de la ciudad?
Este tomo se trata exactamente de eso: de cómo se pone en marcha el proceso electoral, de cómo surge de entre los sobrevivientes la figura de Parco Delgado, y de cómo los que mintieron, bombardearon, asesinaron y torturaron para tomar el control sobre la ciudad, ven que se les escapa la tortuga. De pronto, la prioridad de todos (incluso de los medios de comunicación asociados ilícitamente a uno de los bandos en pugna) pasa a ser frenar la embestida electoral de Delgado, un líder que se inscribe claramente en el populismo, pero que no come vidrio.
De hecho, contrata para su campaña el asesoramiento de una de las máximas especialistas en marketing político: la mamá de Matty Roth! Y Matty, que ya venía bastante jugado por la propuesta de Delgado, termina de apostar hasta su último centavo de esperanza, toda su credibilidad como cronista y hasta su propio pellejo, por este negro afable y kilombero que se convirtió en el nuevo grano en la chota de los poderosos.
Y esta vez, además de los tiros y los misiles de verdad, se detona el armamento comunicacional. Los grandes medios nacionales (alineados con el gobierno de los EEUU) atacan o ningunean a Delgado, mientras Matty, solo como loco malo, lo ayuda a gambetear estos ataques y a mantenerse vivo, tanto en las encuestas como en la realidad, porque obviamente no falta el sniper que quiera bajar a Delgado con un buen par de tiros. Tanto el carismático Parco como la eficiente y distante mamá de Matty agregan sustancia a una ya jugosa interacción entre personajes, y el papel destacado de la runfla entre los canales de TV y el gobierno de los EEUU pone de nuevo en el tapete al papá de nuestro sufrido protagonista. O sea que hay un reparto de secundarios muy, muy bien laburado para hacerle el aguante a Matty.
Y el segundo sacudón brutal que propone este tomo: Termina bien! La apuesta de Matty resulta ganadora y se vislumbra un horizonte mejor para la gente de la ciudad, después de tantos años de padecimientos. No tengo idea de cómo seguirá la historia, no sé si a Delgado lo dejarán gobernar en paz o si pronto volverá a teñirse todo de rojo sangre. Lo cierto es que esta vez el libro termina con una sensación de optimismo, de que realmente presenciamos el inicio de un montón de cambios para mejor. Un poco de alegría después de tantos tragos amargos no está nada mal.
Ah, este tomo está totalmente dibujado por Burchielli, al que se lo ve más sólido que nunca. Otro lujo, el tano.

sábado, 13 de marzo de 2010

13/ 03: DMZ Vol.5


Y bueno, aguanté todo lo que pude. Pero acá estoy de vuelta, en la Manhattan devastada de Brian Wood que no para de sumar fans. Después de lo jodidamente trascendental que fue el tomo anterior, en esta entrega Wood toma la sabia decisión de bajar un par de cambios e incluso la arriesgada decisión de sacar de escena al protagonista, Matty Roth, para concentrarse en las historias de otros personajes. Como en los primeros tomos, esta vez la atención se focaliza en no-combatientes, en tipos y minas que no pertenecen a ninguno de los bandos enfrentados en esta cruenta guerra civil. De hecho, cada una de estas seis personas protagoniza uno de los seis unitarios que forman el libro, con lo cual podemos leerlo como un tomo de historias cortas, casi un companion, un tomo “paralelo” a la saga central.
Las repaso en desorden, para recorrer primero las cuatro que dibuja Riccardo Burchielli, del cual ya no hace falta hablar. La primera nos cuenta la historia de Decade Later, un osado y genial pintor de graffitis urbanos y su amor inquebrantable por esa ciudad que lo vio nacer y que lo va a ver morir, no sin antes dejar para la posteridad su obra más original y ambiciosa. Un trago amargo pero de gran lirismo y, como siempre en Brian Wood, “de hondo contenido humano”, como dicen los críticos-de-cine-a-sueldo-de-las- distribuidoras cuando les encajan por el orto esos bodrios con Meryl Streep y Susan Sarandon.
En la segunda historia nos reencontramos con Amina, personaje secundario del tercer tomo al que Wood obviamente le reserva un rol importante para más adelante. Son 22 páginas desgarradoras, sórdidas, sin un centavo de esperanza en el bolsillo. En la siguiente historia el protagonismo se lo lleva Kelly Connolly, la cronista canadiense amigovia de Matty. Otro bajón de difícl digestión y a la vez un giro inesperado con interesantes consecuencias a futuro. Y la última que dibuja Burcchielli es la más floja del libro, centrada en Soames, un soldado que deserta de las filas de los Free States y se la juega solo en el peor lugar posible. Obviamente, termina para el orto.
Otro personaje que venía acumulando chapa dentro del elenco secundario de la serie es Wilson, el capo-mafia que se esconde detrás de ese chino sesentón siempre dispuesto a ayudar a Matty. Ahora Wood nos revela el origen de Wilson, su ascenso al trono del hampa de Chinatown y sus verdaderas motivaciones. Es un unitario excelente, encima dibujado con notables pilas por Danijel Zezelj, el genio croata al que los lectores yankis aborrecen pero que a mí (y supongo que a muchos otros fans del Viejo Breccia) me parece un ídolo.
Y nos queda un unitario más, centrado en un personaje nuevo que esperemos vuelva a aparecer: Random Fire, un DJ y MC hip-hopero con mucha onda, al que le cae de sopetón la misión imposible de evitar un cataclismo de proporciones cromagnónicas en su boliche preferido, cortesía de los hijos de puta de Trustwell. Acá nos reencontramos con los dibujos de Nathan Fox (que había colaborado en el tomo anterior), ahora totalmente influenciado por Paul Pope y a un nivel altísimo. Una vez más, Fox se complementa con el colorista Jeromy Cox mucho mejor que sus otros colegas (¿será porque tienen apellidos tan parecidos?).
Pasan los tomos y Brian Wood sigue sin tenerle miedo al riesgo. Con un ritmo distinto, con estructuras de relato distintas y con dibujantes distintos, se da el lujo de tomarse seis episodios en los que la trama no avanza más que unos pocos milímetros, pero que dedica a cerrar puntas argumentales, explorar personajes poco utilizados o simplemente a sembrar ideas que seguramente desarrollará con más énfasis en los próximos tomos. Un fenómeno.

viernes, 26 de febrero de 2010

26/ 02: DMZ Vol.4


Una de las formas de convencerse del inmenso poder artístico de la historieta es leer un comic que te duela. Pero dolor posta, como duele una muela cuando se pudre, como duele perder una final por un gol en offside en el minuto 94, como duelen los huevos después de toda una noche transando con una minita que no entrega. Este tomo de DMZ, conocido como Friendly Fire o El Día 204, duele como pocas historietas que me haya tocado leer.
Encima, a los porteños nos duele un poco más. Les resumo el argumento: Un montón de personas, en su mayoría jóvenes, se meten por su propia voluntad en un lugar bastante peligroso. Alguien (no se sabe quién) dispara un arma de fuego, tal vez (nunca lo sabremos) por orden de alguien más, que tampoco sabemos quién es. El resultado es una masacre en la que mueren 198 inocentes. La Justicia actúa tarde (cuando ya desapareció buena parte de la evidencia), va muy lento, y cuando emite su fallo, los castigos a los responsables resultan absolutamente insuficientes para los sobrevivientes, los deudos de los que murieron y la población en general. No hace falta explicar mucho más, no?
Pero Brian Wood (a esta altura un hijo de puta que me ha hecho sufrir más que Racing) va más allá. En el final de la saga, le pega un giro impredecible a la bronca de la gente contra el fallo judicial, que termina de hundirnos en el bajón y la desesperanza. Si hasta acá DMZ venía heavy y difícil de digerir, acá ya se vuelve una variante novedosa del sadomasoquismo, ideal para el suicida que quiere leer algo mientras prepara el nudo la horca. Posta, leés esto con Pink Floyd de fondo y te pegás un corchazo, mal.
Por supuesto, entre la mierda y el bajón anda Matty Roth, el protagonista de la serie, que se propone preguntar lo que nadie pregunta sobre la masacre, con la tenue esperanza de llegar a la verdad. Pero en un punto se da cuenta de que no importa saber a ciencia cierta qué pasó, porque igual todo se va a encubrir, y –como mucho- le endurecerán las penas a los chivos expiatorios. Cuando pasó tanto tiempo de algo tan jodido y metió mano tanto garca, la verdad ya vale menos que una cucaracha muerta flotando en el agua podrida de la alcantarilla. Imaginate lo que siente un periodista honesto cuando le cae esa ficha y entenderás por qué a Matty le pega tanto una tragedia en la que no perdió a ningún hermano, ni amigo, ni nada.
Por el lado del dibujo, Riccardo Burchielli se toma unas merecidas vacaciones y dibuja apenas la mitad de las 110 páginas que tiene la saga. Lo cubren Kristian Donaldson (acá no tan inspirado como en el unitario de Zee del Vol.2) y Nathan Fox, prendido fuego, con un estilo personalísimo y de alto impacto. Atenti con este muchacho, porque me parece que tiene todo para ser Número Uno. Y así como alguna vez critiqué el trabajo del colorista Jeromy Cox, ahora se lo ve muchísimo mejor, sobre todo en las páginas que dibuja Fox. Por suerte la calidad de los dibujantes se mantiene alta, como para que el ojo disfrute mientras uno sufre.
Qué loco que exista una historieta así, y que la publique una subsidiaria de Time-Warner… Qué loco que haya un kamikaze gritando desde un comic que EEUU se murió, que el ciudadano no puede confiar ni en sus fuerzas armadas, ni en los medios de comunicación, ni en las empresas, ni en los jueces. Qué loco que haya lectores suficientes para sustentar una propuesta así, que cada mes te somete a un nuevo bukkake de pálidas, injusticias, crueldades y patadas en la garganta… Y a la vez, qué grosso. En cuatro TPBs, DMZ pasó de interesante a atrapante, de ahí a heavy y de ahí a fundamental. Que no decaiga, aunque duela.

lunes, 15 de febrero de 2010

15/ 02: DMZ Vol.3


Pensaba dejar pasar unos días más antes de volver con otro TPB de Vertigo, pero me encontré con la cabeza de un caballo en mi cama que me hizo recapacitar… Volvemos a DMZ, la nueva adicción. La vez pasada decía “esto se está poniendo muy pulenta” y me quedé corto: esto se puso MUY heavy! Leer un tomo de DMZ ya requiere mucho estómago! La saga de Matty Roth varado en la Manhattan devastada se pone cada vez más compleja y pasan cosas cada vez más grossas y más difíciles de digerir. En ese sentido, este tomo es un caño de escape envuelto en papel de lija, con un poquito de salsa blanca encima, para que parezca un canelón.
A ver, en el primer tomo Brian Wood y Riccardo Burchielli nos decían que en una guerra, a los bandos enfrentados lo que menos les importa es la gente que vive en el terreno por el cual se combate. En el segundo nos mostraban cómo los medios de comunicación manipulan los hechos bélicos según sus intereses, aunque eso ayude a generar más víctimas fatales. Ahora el mensaje es: Para las grandes corporaciones la guerra es un gigantesco negocio y hay que mantenerlo aunque genere muchas más víctimas fatales.
Tras un acuerdo con ambas facciones, los Cascos Azules de las Naciones Unidas entran a Manhattan, a escoltar y supervisar la labor de Trustwell, el hiper-conglomerado al que el gobierno de los EEUU le concesiona la reconstrucción de algunos lugares clave de la Gran Manzana. Trustwell es todo lo corrupto que un conglomerado de estas características puede ser, pero un complejo sistema de runflas políticas le brinda la impunidad necesaria para seguir adelante con sus faraónicos negociados. La empresa desembarca en la ciudad con hordas de trabajadores (que viven y laburan en condiciones infrahumanas), con sus propias tropas de seguridad (amigos del gatillo fácil y las violaciones a los derechos humanos a niveles macristas) y con una célula terrorista infiltrada entre los laburantes para sabotear las obras y justificar la presencia del sombrío despliegue paramilitar.
Entre los infiltrados también está Matty, que labura para Trustwell con una identidad falsa, buscando el huequito por el cual espiar y descubrir los chanchullos de la corporación. Al final lo va a lograr, pero se va a comer tantos golpes, va a tener que traicionar a tanta gente y se va a sentir tan hijo de puta, que nos vamos a preguntar (junto con él, claro) si todo eso vale la pena. El Matty undercover, que juega a no menos de tres puntas, es un personaje bastante menos simpático, aunque mucho más complejo e interesante, que el pichi del primer tomo.
Para este tercer arco, el foco vuelve a cambiar respecto de los tomos anteriores: acá todos son combatientes. Todos los personajes con los que interactúa Matty pelean para un lado o para el otro (o para ellos mismos) y no tienen problemas en mancharse con sangre para exterminar al de enfrente. Nada que ver con las sagas anteriores, mucho más centradas en la gente normal, en el ciudadano común que se quedó en la isla porque no tuvo más remedio.
Atentados, fusilamientos, torturas, asesinatos, puñaladas figuradas y literales, todo vale en la DMZ. Para algunos la justificación es la guita que se llevan, para otros la ideología, para Matty la verdad. Pero la verdad que se vive en Manhattan es tan horrible que te mancha hasta el alma y te hace oler a mierda por más que te bañes.
Repito: hay que tener mucho estómago para digerir esto. Pero el esfuerzo garpa, porque estamos ante una serie de un nivel y una trascendencia poco frecuentes.

viernes, 5 de febrero de 2010

05/ 02: DMZ Vol.2


Volvemos a esta New York convertida en zona de combate por obra y gracia de la nueva guerra civil, creada por Brian Wood y Riccardo Burchielli.
La vez pasada, cuando comenté el Vol.1, mandé un “lo mejor que tiene esta serie es el planteo”. Pero al mejor estilo UCR, cambié brutalmente de opinión y ahora digo que no, que lo mejor son los personajes. Esto se debe a que, en este segundo tomo, Matty empieza a revelarse como mucho más que un pichi, mucho más que un clon amargo de Yorick Brown. El pibe hace pie, toma conciencia de dónde está parado, junta huevos y saca chapa de Personajón. Todo eso, en medio de una saga trepidante, de altísimo impacto y tremendas consecuencias para todo el universo de DMZ. De acá en más, el planteo puede ser el mismo, pero todos los jugadores cambian su forma de jugar. Se suma un nuevo personaje (Kelly Connolly), reparece otro al que creíamos que no volveríamos a ver (Viktor) y cobran espesor otros dos (el chino Wilson y el papá de Matty), apenas bocetados en el primer tomo.
Con el correr de los números, el foco de Wood se desplaza un poquito: esta saga ya no es básicamente historieta bélica, sino más bien un estudio sobre cómo cubren los medios de comunicación este tipo de sucesos. Un tema muy de moda en Argentina, donde la guerra que vemos todos los días es –precisamente- entre un estado y un conglomerado de medios de comunicación. En una situación de guerra posta, el manoseo de la información muchas veces se convierte en el manoseo de vidas humanas, de muertos que no mueren, de ataques salvajes que se convierten en “medidas preventivas” y violaciones a los derechos humanos que se convierten en “lamentables efectos colaterales” de ese ir y venir de tanques, aviones, helicópteros y francotiradores. A Wood todo eso lo indigna profundamente (se ve que vio cómo algunos medios yankis cubrieron las heroicas gestas de Bush y sus aliados en Medio Oriente) y nos transmite buena parte de ese asco con una fuerza y una eficiencia notables.
Otro golazo de este tomo: ahora sí, sabemos cómo empezó la guerra, cuándo, por qué y, lo más importante: cómo llegó Manhattan a convertirse en la zona en la que el combate definitivo parece siempre a punto de librarse. También nos explican quién se fue de la Gran Manzana, quién no y por qué. Y por suerte, las explicaciones son todo lo coherentes que uno esperaba, o tal vez un poco más.
Así como vemos a Matty crecer muchísimo y acumular mucha chapa, Zee no lo necesita: era grossa desde la primera viñeta en la que apareció. Acá no tiene tanto protagonismo, pero Wood le dedica un unitario a ella sola, centrado en su vida pre-guerra, que no sólo está maravillosamente escrito, sino que cuenta con los gloriosos dibujos de Kristian Donaldson, un dibujante al que jamás había oído nombrar, pero del que quiero leer más historietas HOY MISMO (o mañana, porque ahora me voy al Luna, a ver a los Cranberries). Posta, esas 24 páginas valen lo que te pidan por todo el tomo. Y además hay otro unitario, ilustrado por el propio Wood, que es como un recuento de lo vivido en el primer año de DMZ, pero en forma de revista, con artículos, gráficos y “fotos”, todo presentado desde la óptica de Matty. No es exactamente historieta, pero está muy bueno como complemento.
En la frontera entre los Estados Libres de América y los Estados Unidos de América, desafiando al abismo entre lo que pasa y lo que los medios dicen que pasa, con un pie en la adolescencia pelotuda y despreocupada y el otro en el compromiso y la madurez, Matty Roth sufre, vomita, morfa, se ríe, se enoja, camina, rosquea, la pone, la liga… crece. Y con él crece esta serie (a esta altura, una nueva adicción) a la que seguro volveremos a visitar muy pronto, porque se puso pulenta, MAL.

lunes, 11 de enero de 2010

11/ 01: DMZ Vol.1


Bueno, volvimos a donde empezamos: el primer recopilatorio de una serie de Vertigo con dibujante italiano… DMZ sale hace ya varios años (de hecho, creo que tengo seis TPBs), pero por esas cosas de la vida, la empecé a leer recién ahora.
Lo mejor que tiene la serie es el planteo: una segunda guerra civil enfrenta a yankis contra yankis y un pichi, aprendiz de fotógrafo o camarógrafo, o algo así vinculado al periodismo, se queda varado en la zona donde se dan los combates más virulentos entre las dos facciones: Manhattan. La onda es acompañar a Matty Roth, el único cronista vivo en la isla, en su recorrida por esa Manhattan semi-destruída. Una recorrida a veces motivada por la curiosidad periodística y otras por la casualidad, o algún capricho del destino. La ciudad es tan, pero tan protagonista, que se requieren algunas nociones básicas acerca de su geografía para entender más o menos por dónde corno anda Matty.
Como todo buen comic de guerra, DMZ no se queda en los combates, sino que se mete mucho con la gente, con los pobres tipos y minas que quedaron atrapados en el kilombo y no tienen más opción que seguir adelante con sus vidas, como se pueda, y hasta que el próximo bombardeo los vuele a la mierda. La relación entre ellos y Matty va a ser de tira y afloje, siempre impredecible, pero está todo dado para que pinte el romance con Zee, una chica que brinda primeros auxilios a los heridos, muy canchera para moverse en esta ciudad de la furia.
Otro detalle interesante es el de los jefes de Matty, un noticiero que responde a un canal, que a su vez responde a uno de los bandos enfrentados, y que tiende a presentar el conflicto de modo bastante parcial, sin ningún reparo a la hora de ocultar algunos datos y maximizar otros, con tal de reforzar la versión que les interesa propagar. Si enseguida pensaste en TN, Canal 13 y América, entendiste a qué venía la referencia…
Entre una cosa y otra, se arma un paquete muy atractivo y que te deja con ganas de leer más. Yo, particularmente, espero ansioso que me expliquen qué clase de error estratégico garrafal llevó a que los bandos enfrentados hicieran mierda nada menos que Manhattan, que es uno de los lugares del mundo con mayor concentración de riqueza, donde hay más gente de alto poder adquisitivo por metro cuadrado que en casi cualquier otro rincón del planeta. Habiendo tantos lugares para destruir… ¿qué lógica tiene frenar el motor financiero y de consumo de los EEUU, que es de donde se puede sacar infinita guita para financiar la guerra? Como bueno, está bueno ver a Manhattan convertida en tierra de nadie. Pero hay que ver qué sentido tiene en términos de la historia…
Y me queda hablar un poquito de los autores. Brian Wood es uno de los tantos artistas que en los ´90 alcanzó una chapita de culto como autor integral, y que en este siglo tuvo la viveza de dejar de dibujar para convertirse en un guionista prolífico y exitoso. Su otra serie para Vertigo, Northlanders, es otro cóctel originalísimo y adictivo, que no me canso de recomendar a los fans de cualquier tipo de historieta, desde los amantes de la aventura clásica columbera, a los vanguardistas que ahora nos hicimos todos fans del gekiga.
Wood dibuja las portadas y algunas páginas de cada episodio (casi siempre los informes de Matty tal como salen al aire en el noticiero), pero la gran mayoría de la narrativa corre por cuenta de Riccardo Burchielli, un dibujante correcto, para nada espectacular, parecido a Tony Moore, a un Giuseppe Camuncoli sin demasiadas pilas, o a un Carlos Ezquerra con enfoques más jugados. El colorista es Jeremy Cox, que alguna vez fuera grosso en WildStorm, pero que acá hace unos enchastres casi criminales, llenando todo de naranjas y marrones, como si la historieta se imprimiera en buen papel.
En fin… si alguna vez visitaste la Gran Manzana, acá la vas a encontrar muy cambiada. DMZ te invita a redescubrirla en un comic de guerra distinto, donde los valores humanos importan más que el calibre de las balas o el poder devastador de los misiles. Si sos fan del inmortal Ernie Pike (de Oesterheld y Pratt), ya sabés de qué se trata…