el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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martes, 20 de marzo de 2012

20/ 03: LITTLE NOTHINGS Vol.4

Acá estoy de nuevo, fiel al maestro Lewis Trondheim y su cátedra de Historieta Autobiográfica. Ya pasamos por acá hace un poco más de dos años, cuando comentamos el Vol.3, y la verdad es que todo lo dicho acerca de aquel tomo se aplica también a este, sobre todo a nivel dibujo. Tanto es así que no voy a hablar de la faz gráfica de este tomo.
Pero en cuanto a las mini-historias que narra Trondheim (y que le sucedieron en la vida real durante 2009) hay varias cosas para destacar. En primer lugar, el garrón que se come en República Checa, cuando le detectan unos pólipos en las fosas nasales. “La saga de los pólipos” termina con una intervención quirúrgica, nos muestra a un Trondheim preocupado -por primera vez- por un problema de salud, y tiene un remate brillante en una ilustración con la que cierra el libro.
Lo otro muy destacable de este tomo es que además de viajar a la República Checa, New York, Las Vegas, San Francisco, Montreal, Alemania, Madrid, Angouleme, Córcega y la isla de Mayotte (colonia francesa cerca de las costas de Mozambique), el ídolo visita Buenos Aires, Ushuaia y el glaciar Perito Moreno. Me encantaría decir que las secuencias ambientadas en Argentina son las mejores del tomo, pero la verdad que no... Tiene un par de chistes muy buenos, dibuja unos paisajes alucinantes, pero no mucho más. No sé si no la vivió, o si eligió no reflejarla en las historietas, pero “la argentinidad al palo” brilla por su ausencia.
En realidad, Trondheim mira todo con los mismos ojos de alienígena, de tipo que se acaba de bajar del plato volador, lo cual es un recurso siempre efectivo a la hora del humor. Igual algo más vio en Argentina, ya que –como cuenta en una historieta- llega a evaluar la posibilidad de vivir con su esposa parte del año en Francia y parte del año en Buenos Aires. Al final, se termina asustando por el tema del agujero de ozono y las probabilidades de contraer cáncer de piel. Pero dice la gente que lo recibió en Buenos Aires (yo no tuve la suerte de cruzármelo, lo vi una sóla vez y en San Diego) que hasta llegó a ver departamentos en nuestra ciudad para comprar y fijar domicilio.
Además de todo esto, hay un gag recurrente al que Trondheim vuelve varias veces, al que podríamos llamar “la valija eternamente incompleta”: el tipo está preparando su valija y se jacta de lo bien organizado que está y de cómo esta vez no se olvida de guardar nada de lo que va a necesitar en el viaje. Y después te enterás qué se olvidó esta vez. Si viajás mucho (como me pasó a mí durante parte de 2010 y todo 2011) te vas a sentir muy identificado. A todo esto, entre la operación y todos esos viajes, ¿de dónde saca tiempo esta bestia para dibujar sus historietas? En todo el tomo aparece frente a su tablero en... tres páginas! Si no fuera porque cuando se encuentra con otros dibujantes hablan de pinceles, lápices o historietas, uno podría creer que Trondheim es odontólogo, escribano, o vendedor de seguros. La respuesta es: ya dedicó una obra entera (Mis Circunstancias) a contarnos su vida y su rutina como dibujante y, por suerte, tiene otras cosas más divertidas para contar. Entonces está bien que pase por alto su labor frente al tablero de dibujo.
De nuevo, la enfática recomendación para esta serie (de la cual este es el primer tomo que le hace el aguante al fundamental Vol.1), para los fans de la historieta autobiográfica, o del cada vez más inmenso Trondheim, o del humor costumbrista, repleto de ironías, reflexiones y observaciones de enorme lucidez.

miércoles, 3 de marzo de 2010

03/ 03: LITTLE NOTHINGS Vol.3


No me acuerdo si fue a fines de 2008 o principios de 2009. Lo cierto es que un sábado, en el Suplemento ADN de La Nación, el siempre grosso Liniers publicó, como todos los sábados, una historieta autobiográfica bajo el título genérico de Cosas que te pasan si estás vivo. Esta me la acuerdo perfecto. En el primer cuadro, el conejo/autor frente al espejo del baño pone dentífrico en su cepillo de dientes. En el segundo, se cepilla los dientes de la derecha, en el tercero los de la izquierda. En el cuarto, ya con espumita blanca que le chorrea, se cepilla los del medio. En el quinto se muestra a sí mismo todos los dientes, para constatar que le quedaron impecables. En el sexto nos mira y dice “Y bueno, no todos los días se me ocurre algo interesante para contarles”, o algo así.
Ese renunciamiento histórico, ese momento en que uno de los autores más grossos que pisó el terreno de la autobiografía se rinde incondicionalmente, marcó un antes y un después. Al toque se anunció (seguramente sin tener idea de lo que había publicado Liniers en el ADN) una nueva “temporada” del blog Historietas Reales, ahora sin la consigna de que las historietas sean autobiográficas, y desde entonces nos han roto bastante menos las pelotas con la autobiografía como género preponderante de la historieta indie, o como quieran llamarla. Algún día el chamuyo se tenía que terminar: el emperador está en pelotas y tiene granos en la pija y los huevitos chiquitos y arrugados como pasas de uva.
Que no se malinterprete algo: la historieta autobiográfica no está mal en sí (de hecho ha dado obras maravillosas). El problema es que, para que tenga sentido, el autor tiene que haber vivido alguna historia que realmente valga la pena contar. Si no, la narrativa pierde frente al efecto Gran Hermano. ¿Cuál era la cagada de Gran Hermano? Que para ver las peleas, las runflas y los garches te tenías que comer horas de gente lavándose los dientes o cebando mate, algo que –obviamente- a nadie le importa, ni siquiera cuando el que se lava los dientes es un artista de la Mega-San-Puta como Liniers. El efecto Gran Hermano va en contra del principal recurso de cualquier narrador: la edición, la posibilidad (la obligación, incluso) de saltearnos lo menos importante para llegar más rápido a lo más importante. Y miren qué bajito está el techo de la historieta autobiográfica que en toda una semana, lo más importante que tenés para contar es que te lavaste los dientes…
Toda esta perorata tiene por objeto (además de que lluevan los comentarios) destacar a una de las dos o tres historietas autobiográficas que banco a muerte: Les Petits Riens, del genial Lewis Trondheim. ¿En qué se diferencian estas historietas de aquellas del tipo que me cuenta que fue a la panadería a comprar churros y, como no había, compró medialunas? En que la vida cotidiana de Trondheim es bastante más interesante que la del historietista promedio. El creador de Lapinot se hizo adicto a los festivales, y está todo el tiempo entre viaje y viaje. Sus historietas nos lo muestran casi siempre a bordo de algún avión (fuente inagotable de gags y momentos graciosos) o en las convenciones y salones (otro manantial generoso en anécdotas copadas) o simplemente como un turista que recorre asombrado lugares tan exóticos como las Islas Fiji, Africa, Japón, Rumania o el Caribe. O Londres, o Venecia, o Barcelona. No importa. Lo importante es que Trondheim aplica a cada uno de estos lugares, de estas culturas, su mirada entre absurda y pesimista y siempre resulta gracioso verlo interactuar ya sea con los otros dibujantes franceses que viajan con él, con sus hijos, o con gente cualquiera que se cruza con él durante estas breves no-aventuras. Además, Trondheim dibuja cada vez mejor y se luce con unas acuarelas impresionantes, en las que nos deslumbra cada vez que retrata (a la perfección) los lugares que más lo impactan. Esas páginas son verdaderas obras maestras. Y las que transcurren en su casa en Francia, zafan más que nada porque se esfuerza muchísimo por mostrarnos sólo lo más gracioso o bizarro de todo lo que le pasa en su vida diaria, siempre en un registro de comedia, sin dejar de ironizar sobre su propia condición de burgués pachorro que vive como quiere sin ningún sobresalto. Y por supuesto, todo dibujado con un nivel que mete miedo.
Ah, ¿por qué lo leo en inglés? Fácil, la edición española (de Sins Entido) vale 16 euros por tomo y la yanki (de NBM) vale 15 dólares. A pesitos argentos de hoy, es un $ 84.30 contra $ 58. No hay mucho para discutir, no?