el blog de reseñas de Andrés Accorsi
Mostrando entradas con la etiqueta Juan Bobillo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Juan Bobillo. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de mayo de 2023

HOY, DOS CORTITAS

Tengo leídos dos libritos, pero son parte de sendas series de las que ya hablé bastante y no me quiero repetir, así que van a ser reseñas cortas (creo). El Vol.3 de FF coincide con el momento en que Johnny Storm vuelve a los Fantastic Four y esta serie empieza convivir con la clásica, que retoma su numeración. De pronto, Jonathan Hickman se encuentra con que tiene que escribir dos revistas por mes con los mismos personajes, pero rápidamente resuelve el problema: FF pasa a ser la revista de los pibes, donde todo se centra en Franklin, Valeria y el resto de los chicos (y Dragon Man) de la Future Foundation. La trama es la misma que se desarrolla en la revista de Fantastic Four, pero vista desde otro lado, lo cual también tiene la "contra" de que podés no leer FF y aún así entender todo lo que está sucediendo. De hecho yo en su momento leía sólo Fantastic Four y entendía todo. Ahora, con estos números de FF en la mano, me doy cuenta de que hay algunas puntitas que Hickman se las guardaba para explorar más a fondo en esta serie: pequeños momentos entre Valeria, Doom, Nathaniel... que por ahí no son definitivos, pero que aportan al "big picture" de la ambiciosa aventura con la que Hickman va a cerrar su paso por Fantastic Four. El guionista hincha de River es especialista en cocinar a fuego lento los momentos más apoteóticos de sus sagas, y acá, la posibilidad de tener una segunda serie paralela hace que esa cocción sea más rica y más compleja. Y por supuesto, le da espacio para desarrollar de manera alucinante a un montón de personajes secundarios. De los cinco episodios que recopila este TPB, tres cuentan con lápices del talentosísimo Juan Bobillo, entintado por el inolvidable Marcelo Sosa. Con la posibilidad de dibujar fondos en muy pocas viñetas, Bobillo le pone todo a los personajes, que se ven muy expresivos, muy distintos entre sí. Las escenas de acción en esos episodios son ínfimas, y casi todo avanza a través de los diálogos, con lo cual Juan se tiene que matar para que la escenas en las que los personajes conversan y rosquean entre ellos no se hagan tediosas ni repetitivas. En los dos episodios finales, cuando Nick Dragotta se hace cargo de los lápices, ya hay un poco más de acción, y el dibujante de East of West no desaprovecha la oportunidad de lucirse en esas páginas (no muchas) en las que los personajes dejan de hablar y empiezan a repartir piñas, rayitos y esas cosas. Si bien pierde en la comparación con Bobillo, este no es para nada un mal trabajo de Dragotta. Me falta un solo librito de FF para completar todo lo que escribió Hickman para Fantastic Four, así que ni bien lo vea a un precio razonable, le entro.
Me vengo a Argentina, año 2022, para disfrutar a lo guanaco de "El misterioso planeta de Calaffiuco", el quinto librito de Roque & Gervasio, Pioneros del Espacio, la magnífica serie que escribe Federico Reggiani y dibuja Ángel Mosquito. Esta aventura no sólo me pareció divertidísima, sino que además es importante porque mete en la continuidad de Roque & Gervasio a Los Visitantes del Agujero del Comedor (ver reseña del 14/02/17), una novela gráfica de los mismos autores que hasta ahora no estaba vinculada a esta (ni a ninguna otra) serie. En ningún momento los autores te dicen "tenés que leer Los Visitantes... para entender lo que está pasando acá", pero si la leíste, te das cuenta al toque que esas criaturas negras con forma de cono son las mismas que invadieron nuestro planeta en aquella obra de la misma dupla. Por lo demás, este quinto librito ofrece una aventura repleta de humor, mala leche y formas muy originales de plantear y resolver los típicos conflictos de las sagas de ciencia ficción en las que hay viajes interplanetarios, choques entre razas alienígenas y demás. Reggiani y Mosquito le meten a todos esos tópicos una vuelta de tuerca fresca y personal, que tiene que ver con el cinismo y la truchada que asociamos con "lo argento". Los diálogos son desopilantes, las onomatopeyas son brillantes, el dibujo mantiene el excelente nivel de los tomitos anteriores y por todos lados aparecen personajes y conceptos que enriquecen este bizarro universo. No cuento nada del argumento, porque esto salió hace relativamente poco y la idea es que los lectores de este blog se entusiasmen como para ir a buscar el librito y comprarlo. Posta, a esta altura, esta serie ya más que una pasión es una adicción. Por suerte ya tengo el Vol.6 en la pila de los pendientes, así que pronto habrá más Roque & Gervasio acá en el blog. Y esto es todo, por hoy. Ni bien tenga leídos un par de libros más, nos reencontramos con nuevas reseñas. Gracias y hasta entonces.

jueves, 3 de mayo de 2018

NOCHE DE JUEVES

Mientras los cráneos de la Pesada Gerencia siguen llevando al país al filo del abismo, yo sigo avanzando con mis lecturas.
A mediados de los ´90, su desmedido fanatismo por las armas de fuego llevó al mangaka Kazuichi Hanawa a violar las estrictas leyes japoneses acerca de este tema, y terminó primero frente a un tribunal y después condenado a prisión. Y lógicamente, convirtió esa experiencia en una serie de historietas, recopiladas en este libro llamado En la Prisión. Lo primero que sorprende es el virtuosismo gráfico de Hanawa, un dibujante extraordinariamente dotado para el dibujo realista, para recrear con su trazo los detalles más mínimos de lugares, vestimentas y objetos. El estilo de Hanawa es un poco más realista que el de Joe Sacco o Jesús Cossio, pero con la misma obsesión por el crosshatching y las texturas, y se ajusta a la perfección a lo que el autor se propone mostrarnos.
El problema es que Hanawa muestra, pero rara vez cuenta. Las historietas que integran este libro son más descriptivas que narrativas: se prodigan en minucias acerca de las edificaciones, los muebles y las costumbres de los presos, pero no hay un interés por contar historias. Básicamente, son historietas sin conflicto. Tienen un gran valor documental, porque te tiran muchísima data acerca de cómo se vive en las cárceles de Japón, aprendés sobre la comida, sobre la seguridad, sobre un montón de aspectos de la sociedad nipona… pero no hay una estructura dramática, ni siquiera se hace hincapié en el anhelo de Hanawa y sus compañeros de celda por terminar de cumplir la condena y recuperar la libertad. Las historias no avanzan hacia un fin, si no que terminan en cualquier lado… y no se hacen aburridas, ni intrascendentes, pero tampoco me involucraron ni me emocionaron. Por supuesto me hice fan de Hanawa porque no se puede dibujar así de bien. Espero verlo en otras obras, en las que se ponga las pilas para narrar. Y la verdad, me quedé fascinado con lo bien que viven los presos en Japón. Este libro va en el sentido totalmente contrario al de la mayoría de las historietas que transcurren en las cárceles (donde los autores suelen descender a las más abyectas fosas de la sordidez y la miseria humana) y eso es apenas uno de los aspectos que lo hacen único.
También la afición por las armas de fuego está presente en El Hombre Lobo, segunda novela gráfica de la dupla integrada por Alejandro Farías y Juan Bobillo, que una vez más adaptan al comic una pieza teatral del dramaturgo Eduardo Rovner. Para Farías y Bobillo, la segunda fue la vencida: si Viejas Ilusiones (reseñada el 14/06/17) me había dejado algunas dudas, El Hombre Lobo me las despejó.
Si no te espanta un toque que haya escenas con muchos diálogos, acá te vas a encontrar con una gran historia. El Hombre Lobo es mucho más que un largo in crescendo hacia una resolución sorprendente. Humor satírico muy fino, violencia, mala leche, sexo, paranoia… Con todos esos elementos Rovner teje una trama muy atractiva, en la que los personajes van cobrando relieve página a página. Los diálogos además de abundantes son ingeniosos, precisos, muy reales, y los dos personajes que se suman al trío inicial con la novela ya empezada, aportan muchísimo al desarrollo. Farías y Bobillo logran en esta adaptación lo que no lograron en la anterior: El Hombre Lobo se lee perfectamente como un relato pensado para el lenguaje de la historieta. No hace ruido, nunca te planteás que estás leyendo una obra creada para otro medio y luego transplantada al que nos gusta a nosotros.
Y como suele suceder, buena parte del mérito le corresponde al dibujo. Bobillo repite un rasgo que le criticábamos a Viejas Ilusiones (los globos grandotes, aunque el texto que contienen sea escueto) y mejora en todos los demás. El manejo de los grises es alucinante, la puesta en página está logradísima, las onomatopeyas (recurso 100% historietístico) tienen muchísimo impacto y toda la impronta gráfica de la obra, fuertemente marcada por un expresionismo furibundo, al filo de la salvajada, se disfruta enormemente y contribuye muchísimo a enrarecer el clima del relato. Muy recomendable.
Nada más por hoy. Vuelvo a postear muy pronto, ni bien tenga leídos un par de libros más. Será hasta entonces…

miércoles, 14 de junio de 2017

OTRA TARDE DE MIERCOLES

De a poquito va retrocediendo un brote de alergia que me tuvo una noche sin poder respirar (ni dormir) y varios días sin poder mirarme al espejo. Aprovecho, entonces, para redactar las reseñas de un par de libritos que tengo leídos.
Arranco en Bélgica en 2014, cuando la dupla integrada por el guionista Yves H. y su dibujante (y papá) Hermann lanzan Estación 16, otro de esos tomos autoconclusivos con historias fuertes, esas a las que ECC les diseña unas portadas horribles cada vez que las edita en España. Comparás las portadas de la edición francesa con las de la española y los querés ir a buscar con una motosierra. Me da esa bronca visceral, esa furia ingobernable, como cuando escuché la versión de Confortably Numb de Scissor Sisters, allá por 2004. Y es un bajón, sobre todo porque la calidad de impresión es buenísima, el papel y la encuadernación son buenísimos… sólo falta que alguien les explique a los muchachos de ECC que las ilustraciones que se manda Hermann para las tapas se ven mil veces mejor que los adefesios que arma el queso que tienen como diseñador.
La historia es flashera, mal. Es como un episodio grosso de The Twilight Zone, con mucho presupuesto. Si spoilear el argumento, es una típica trama en la que los protagonistas se preparan para intervenir en una situación normal, rutinaria, un mero trámite… y resulta que nada es lo que parece, que el tiempo, el espacio y la realidad se distorsionan caprichosamente y la lógica deja de aplicarse. Yves H. articula todas estas sorpresas y golpes de impacto en torno al horror. El horror de los ensayos nucleares de la Guerra Fría y el horror de una base militar fantasma en el medio de la nada, convertida en una pesadilla radioactiva que no ofrece chances de redención. Es un guión muy bien elaborado, de difícil ejecución, a pesar de lo sencillo de la idea. Y felizmente Yves H. sale muy bien parado de la ordalía.
El maestro Hermann, una vez más, nos demuestra que no hay forma de hacerlo trastabillar en los terrenos de la aventura. El tipo sigue recorriendo épocas históricas, locaciones reales y fantásticas, climas más sórdidos o más sugestivos… y el resultado siempre es el mismo: Hermann te da cátedra y te emociona a la vez con todo lo que pone en cada viñeta y la forma en que construye cada secuencia. Como todo relato de misterio, Estación 16 funciona en buena parte por cómo se te mete en la cabeza, por las cosas que te hace sentir o flashear. Hermann entiende esto a la perfección y logra transmitir con el dibujo y el color sensaciones que tienen que ver con el frío extremo, la desesperación, el abandono, el delirio, el crack que se te produce en el bocho cuando descubrís que la lógica no funciona y que nada es lo que parece. Por supuesto, todo con la belleza clásica de su trazo y su habitual maestría en la composición de las viñetas. Seguramente Estación 16 NO sea la Obra Fundamental de la dupla, pero sin dudas es una lectura más que recomendable.
Me vengo a Argentina, a 2016, para leer el primer team-up entre dos amigos a los que banco a muerte: Alejandro Farías y Juan Bobillo. Se trata de una adaptación al comic de Viejas Ilusiones, la famosa pieza teatral escrita por Eduardo Rovner centrada en la relación entre una vieja de 92 años y su madre de 120. Es una comedia grotesca, donde todo está exagerado al límite y donde abundan los chistes de todo tipo, desde los gags físicos hasta los juegos de palabras. Por momentos, parece una historieta de La Mujer Sentada, de esas en las que Copi nos presentaba extensos diálogos entre dos personajes, bizarros laberintos discursivos que conducían inevitablemente al disparate, nunca al entendimiento. Y eso es lo mejor que tiene Viejas Ilusiones: el foco nunca se desplaza del humor. Hay una trama romántica, hay un conflicto más “de fondo”, pero todo es secundario. Lo importante son los chistes, las situaciones al filo del absurdo.
Farías se las ingenia para darle SU ritmo propio a todo este alud de diálogos desopilantes… pero son demasiados. Cuando una historia es 98% diálogos, el margen de acción de un guionista es muy poco. Me dio la sensación de que el trabajo de Alejandro se limitó a decidir cuánto texto ponía en cada viñeta, que pudo meter poco de su propia cosecha. ¿Y qué pasa cuando una historieta se ve sobrecargada de texto? Se luce poco el dibujo. Los globos de diálogo cobran un protagonismo inusitado, son grandotes, están a full de palabras… y le dan a Bobillo la excusa perfecta para dibujar poco.
Eso es lo peor que tiene Viejas Ilusiones. La forma en que desaprovecha a una bestia como Juan Bobillo. Que obviamente dibuja a unas viejas geniales, bien caricaturescas, esperpénticas, granguiñolescas… pero casi no hay otros personajes, casi no hay acción, casi no hay fondos. Hay un gran manejo de los grisados, hay recursos ingeniosos (sobre todo en el primer tercio del libro) para que veamos algo más que cabecitas hablando, pero estamos lejos de las posibilidades expresivas y sobre todo narrativas del dibujo de este virtuoso del Noveno Arte. O sea que me reí mucho, me divertí un buen rato, pero me quedé con la sensación de que esta no era una obra que requiriera una versión en historieta, sobre todo porque ofrece mu poco margen para el lucimiento de dos autores tan interesantes como son Farías y Bobillo.
Volvemos pronto, con más reseñas.

lunes, 26 de noviembre de 2012

26/ 11: COCA, RAMON & FERNET

Cuando uno ya creía tener el mapa definitivo, el atlas completo del Universo Bobillo, aparece este animalito y te agrega un continente nuevo, cuya exploración resulta inmensamente placentera.
Dibujada en un estilo que no se parece en nada al que vimos en las otras obras de Juan, esta es una tira 100% cómica, enrolada en ese humor costumbrista con la mira puesta en las relaciones de pareja, y a la vez con margen para descolgarse hacia situaciones y tonalidades distintas e impredecibles. El dibujo es muy raro: a simple vista parece un trazo nervioso, casi descuidado, más fruto de la urgencia que de una búsqueda estética. Cuando lo mirás en detalle, sin embargo, te das cuenta de que ESO es lo que Bobillo buscó desde el principio: una línea chunga, suelta, de lápiz sin entintar y contrastes levantados en el photoshop, a la que manipula de modo magistral para lograr una expresividad y una frescura que se combinan a la perfección con la onda de la tira. El color acompaña sin estridencias, los fondos aparecen solo cuando son imprescindibles y –como en todas las buenas tiras humorísticas- el recurso narrativo que más protagonismo adquiere es el control del tempo narrativo, obviamente puesto al servicio del efecto cómico, algo que Bobillo nunca había hecho antes y que le sale demasiado bien.
No me voy a poner a contar los chistes, porque no da. Básicamente, la tira se alimenta de la convivencia entre Coca, una odontóloga fashion, sensual y bastante manipuladora, y Ramón, un loser con menos glamour que el Tolo Gallego, que se las da de novelista, pero termina laburando de mozo. Y en el medio están Fernet ( la mascota de la pareja, un bicho que no se sabe bien si es perro o gato), un par de amigos de Ramón y no mucho más. Con esos elementos, a Bobillo le alcanza para incursionar con éxito en el terreno de la sitcom con algún toque surrealista .
Lo único que tira un poco para atrás es la forma en la que se eligió reeditar estas tiras, originalmente aparecidas en la revisa Hecho en Bs. As.. Este es un libro de 128 páginas de impecable factura, con excelentes portadas, solapas, buen papel, óptima calidad de impresión, lindo diseño, pero con un problema fundamental: hay una sóla tira por página. En 128 páginas, tenemos 125 tiras. Lo cual no es poco, para nada. Pero uno se acostumbró a los libros de tiras cómicas que traen dos o tres tiras por página y ya una sola deja gusto a poco. Por ahí hubiese estado bueno publicar cada tira un poco más chica y meter dos por página. Lo cual acarrea, a su vez, dos efectos colaterales negativos: en el formato que a mí más me gusta, el dibujo de Bobillo se luciría menos, y además habría que esperar a tener… 200 tiras para reeditarlas en un librito de 100 páginas.
Todo eso es sumamente discutible, me hago cargo. Lo único que sí me queda clarísimo es que con su paso por la tira cómica, Juan Bobillo demostró (una vez más) que su talento va mucho más allá de los géneros y las estéticas. Si sos fan de este capo absoluto con más de 15 años de ilustre trayectoria a sus espaldas, entrale de una a Coca, Ramón & Fernet. Una verdadera delicia.

martes, 14 de septiembre de 2010

14/ 09: HOWARD THE DUCK: MEDIA DUCKLING


Qué bien le hacen al comic historietas como esta. Media Duckling arranca para atrás: con Howard envuelto en la camiseta de Boca, algo que los que no somos hinchas xeneizes no teníamos la menor intención de ver. Pero una vez que abrís el libro, te espera una historieta inteligente, mordaz, provocativa, dinámica y muy entretenida.
La fórmula ya la viste mil veces, sobre todo si sos fan de South Park: una boludez, una anécdota mínima, suburbana, empieza a repercutir primero en internet, después en los medios masivos y pronto pasa de ser una boludez a ser EL tema excluyente del que todos opinan y que moviliza un tsunami de reacciones de todos los sectores de la población yanki, una más absurda e irracional que la otra. Al final, todo se aclara y todo vuelve a algo así como la normalidad. Dentro de lo posible, no? Porque –para los que no lo conocen- Howard es un pato antropomorfo, con intelecto, voz, pulgares reversibles y un carácter podrido. Y además, como este es un comic de Marvel, hay algo así como un supervillano, de la C, pero supervillano al fin.
Más allá de la aventura alocada que viven Howard y su amigovia Beverly, la saga tiene como principal objetivo machacar sobre la idiotez generalizada que nos venden los medios masivos, cómo entre estos y You Tube nos mantienen estupidizados, mirando para otro lado, más atentos a giladas y bizarreadas de escaso sustento que a los verdaderos problemas que nos aquejan. Y está muy bueno que el guionista elegido haya sido el canadiense Ty Templeton (al que muchos recuerdan por la temporadita en la que dibujó la Liga de la Justicia que escribían Giffen y DeMatteis), que ya había pelado en su fundamental novela gráfica Bigg Time un alegato sarcástico y de devastadora comicidad contra la maquinaria del entretenimiento con capital en Hollywood. Esto es casi una continuación, pero ahora en vez de darle duro al cine, el guionista le da como en bolsa a la radio, la tele, You Tube y los blogs. Howard y Bev están muy bien trabajados, pero la verdad es que podrían haber sido reemplazados por cualquier otra dupla de personajes poco conocidos.
Como lo hiciera en los ´70 el inolvidable Steve Gerber (creador del pato), Templeton utiliza a Howard como un extranjero de la realidad, un tipo que –a pesar de los años que lleva viviendo en Cleveland, Ohio- ve a los humanos como una raza extraña, indescifrable, irremediablemente propensa a la idiotez más extrema. La “otredad” de Howard también se convierte en un elemento de la trama, aunque en ningún momento opaca al plot central, que es el de la súbita fama del pato, Beverly y los pobres mellizos Barrel y los debates que se abren a partir de la bizarra anécdota que protagonizan al principio de la obra. Si sos fan del Howard de Steve Gerber, con Media Duckling vas a alucinar.
A cargo del dibujo está Juan Bobillo, que acá saca enorme partido del hecho de poder dibujar menos viñetas por página (y con menos texto) que en She-Hulk. El dibujo se luce más, el despliegue es mayor, más dinámico y las tintas de Marcelo Sosa también acompañan con gran nivel esta onda de grotesco urbano propuesta por Bobillo y que le sienta perfecto al guión de Templeton. No sé si los lectores lo putearon o lo ovacionaron, pero el Howard de Bobillo no se parece en nada al de los ´70. No es un funny animal, no es Donald con distinta ropa y habano, sino que se parece mucho más a un pato real. Como back-up, este libro ofrece una reedición del primer número de los ´70 (de Gerber y el maestro Frank Brunner) y una historia breve aparecida en una antología vinculada a Civil War, donde Templeton se mofa de las consignas de dicha saga. En ambas historias (esta última dibujada por el prócer neozelandés Roger Langridge) vemos a Howard en su versión clásica, en un contraste muy marcado con la visión de Bobillo. Un Bobillo que, además, es el responsable de que Howard luzca la camiseta de Boca y de que se puedan ver un local de Ona Saez o un camión de Coto en pleno centro de Cleveland.
Media Duckling es una cátedra de humor irreverente, corrosivo, con mala leche y con una invitación a la reflexión imposible de rechazar. También es un homenaje al mejor Steve Gerber, al que realmente vale la pena recordar, ese que se mofaba como nadie de los sinsentidos de la sociedad yanki, pero a cargo de un canadiense y un argentino que cazaron a la perfección la onda kilombera e iconoclasta de Howard. Grossísimo.

martes, 24 de agosto de 2010

24/ 08: SHE-HULK Vol.3


Y sí, te entiendo, a mí me pasa lo mismo. Me nombrás a She-Hulk y automáticamente me viene a la mente la She-Hulk de John Byrne, la que sabía que era un personaje de historietas y se animaba a romper la cuarta pared. Esa es la etapa icónica de She-Hulk, la que demostró que con un personaje de la B Metropolitana también se pueden hacer comics gloriosos, si tenés un buen autor y un enfoque copado para la serie. Pero hay más, porque no nos olvidemos de que entre 1999 y 2005 Marvel vivió su tercera época de oro, la de Joe Quesada y Bill Jemas, y She-Hulk también fue parte de ese tsunami de calidad, de la mano de un equipo que la relanzó dos veces, a falta de una: el guionista californiano Dan Slott y el dibujante argentino Juan Bobillo. Los dos primeros TPBs reúnen los 12 números de una serie regular tempranamente abortada, porque se venía la hecatombe de Avengers Disassembled, y Marvel necesitaba a una She-Hulk descontrolada y peligrosa, no una mina copada y con sentido del humor. Por suerte, una vez pasado el temblor, se lanzó una nueva colección con los mismos autores, cuyos primeros números componen este tomito.
Los hallazgos de Dan Slott en She-Hulk son muchísimos, pero sin duda lo mejor que hizo fue aferrarse al concepto de “Jennifer Walters, abogada, se transforma en She-Hulk”. Slott aprovecha la profesión de Jen para tocar un tema alucinante, con un enorme potencial hasta entonces desaprovechado: la abogacía en un mundo en el que hay gente con superpoderes, clones, humanoides, viajes en el tiempo, dimensiones paralelas y entidades cósmicas. A partir de ese enfoque, puebla la serie con un montón de secundarios a los que trabaja mucho y muy bien y orquesta las tramas de modo que lo más importante no es la machaca contra el villano de turno.
En este tomo, sin ir más lejos, lo central es un juicio a la propia She-Hulk, que transgrede una de las leyes de los viajes en el tiempo, al intentar advertirle a un viajero temporal (Hawkeye, que viene del pasado, cuando estaba vivo) sobre cómo y cuándo va a morir. Esa trama no sólo se la aguanta tres números (uno de ellos doble), sino que además Slott se las rebusca para mantener alto el ritmo de comedia que muestra la serie desde el primer tomo. Los viajes en el tiempo, y los riesgos que estos suponen para la continuidad del universo, son terreno fértil para los chistes y hay muchos, y muy buenos. El tema de que los abogados usan los comics de Marvel para informarse acerca de los poderes y las actividades encubiertas de héroes y villanos también está muy bien usado. “¿Cómo vamos a trabajar mes a mes, si están todos esperando los recopilatorios?! ¿Estamos todos en pedo! Eso va a matar a la industria, te lo juro!”, dice el empleado del estudio jurídico a cargo de la historieteca.
No me quiero extender en el rubro Guiños Geeks, pero hay cientos, entre ellos tributos a Mark Gruenwald, Stan Lee, John Byrne y Peter David. Y además, un número entero que nos cuenta qué fue de la vida de Jennifer Walters entre Avengers Disassembled y el relanzamiento de su propia serie, un episodio mucho más dramático, de una intensidad emotiva poco frecuente en los comics de superhéroes actuales.
Juan Bobillo, con Marcelo Sosa en tintas, pela acá su estilo más “línea clara”, más jugado a la composición y a la narrativa que al despliegue visual y la estridencia de otros trabajos. También hay un aporte interesante de Scott Kolins, y paginitas sueltas de varios dibujantes invitados, entre ellos dos que a mí me encantan: Lee Weeks y Eric Powell. Pero a nivel visual, lo más interesante es ver a Bobillo en esta faceta más tranqui, más intimista, con la versatilidad suficiente como para pasar del courtroom drama a la comedia y de la comedia a la machaca superheroica sin despeinarse, sin que se resienta el flujo del relato ni que pierdan coherencia los personajes.
Pero repito: el mérito mayor le corresponde a Dan Slott (¿te acordás de los comics de Ren & Stimpy que escribía en los ´90? Eran lo más!), que supo encontrar un enfoque original y atractivo, en el que funcionan tanto She-Hulk como Jennifer Walters como un montón de héroes y villanos invitados de los más extraños confines del Universo Marvel. La She-Hulk de Slott y Bobillo te ofrece por lo menos tres TPBs de inmejorable diversión, y la verdad es que no es una oferta “pa´dispriciar”, como decían las viejas...

sábado, 1 de mayo de 2010

01/ 05: DES FRITES AU CHOCOLAT


Hoy cumple años mi amigo e ídolo Carlos Trillo, y se me ocurrió homenajearlo a través de la reseña de una de las tantas obras suyas que injustamente están inéditas en nuestro idioma. En una de esas, esto lo lee algún editor de habla hispana y se copa…
Des Frites au Chocolat (Chocolate con Fritas, en criollo) es una novela gráfica de 2003, realizada por Trillo junto al imparable Juan Bobillo. O para ser más exactos, junto a DOS de los… cinco Juan Bobillos que existen. En menos de 15 años de trayectoria, este animalito desarrolló por lo menos cinco estilos, cinco formas distintas de dibujar con poco contacto entre sí, a tal punto que mirás algunas de sus obras (como Anton Blake, o su tira cómica Coca, Ramón y Fernet) y decís “Pará, ¿esto es de Bobillo? ¿Estás seguro?”, porque no se parecen NADA a lo que viste en Anita, en Sick Bird, o en sus trabajos para Marvel. Bueno, acá pasa lo mismo. El Bobillo más conocido aparece en cinco viñetas-página en las que lo vemos dar cátedra de ilustración, con la paleta zarpada que mostró en las portadas de Anita, pero con más fuerza y más emotividad. Las 41 páginas restantes las dibuja otro Bobillo, uno que leyó mucho a Kyle Baker, que rumbea hacia el humor gráfico y que tiene un timing para la comedia que uno no imaginaba. Es un Bobillo sin líneas negras, con un gran manejo del color, de los fondos y del lenguaje corporal de los personajes, intencionalmente cabezones para poder enfatizar también las expresiones faciales. El trazo es juguetón y un poquito caótico, como las situaciones que nos va a ofrecer el guión de Trillo. Después de tres álbumes de Sick Bird, esta obra resultó un gran desafío para Juan, del cual salió no sólo bien parado, sino además enriquecido como artista.
El guión es un claro ejemplo del Trillo Malaleche de este milenio. Durante los ´80, el ídolo metía en sus obras sutiles ironías, ciertos guiños sardónicos, pero siempre en un contexto políticamente correcto, siempre para bajar una línea positiva. Ahora ya no. Ahora Trillo se mete con las miserias humanas más abyectas porque se divierte, porque está bueno, porque le agrega un sabor picante a los conflictos que proponen sus guiones. En Chocolate con Fritas se ve clarísimo: Los sextillizos Leandro, Lalo, Lorenzo, Leonardo, Lucas y Luciano se despiertan un día en su departamento para descubrir que sus padres ya no están. Desaparecieron sin dejar rastros. En secuencias desopilantes y tiernas, los seis nenes de siete u ocho años tienen que organizarse para seguir adelante con sus vidas. Necesitan cocinar, comprar cosas para el hogar, ir a la escuela, y además averiguar qué sucedió con sus padres.
Por supuesto, Trillo se preocupa por dotar a cada uno de los sextillizos de una personalidad propia. Y rápidamente se destaca Lalo, el que asume el rol de “mamá y papá” de sus hermanos y hasta se disfraza de ellos. Lalo es el actor, el más gracioso, pero los otros no se quedan atrás, especialmente Lorenzo, que se revela como el gran cocinero, creador del plato favorito de los chicos, que es el que le da nombre a la obra. El principal obstáculo que encuentran los chicos para seguir adelante con sus vidas es el encargado del edificio, que empieza a preguntarse qué hacen esos chicos viviendo sin los padres, mientras los hermanos sospechan que este grandote con cara de pocos amigos (y fanático de Star Wars) puede estar entongado con los alienígenas que –de eso no tienen dudas- abdujeron a sus padres y en cualquier momento vendrán por ellos. Este juego de opuestos, ocultamientos y sospechas brinda un marco muy fértil para la comedia de enredos y Trillo le saca un jugo espectacular.
No te quiero contar el final, pero es de una crueldad sublime. Si te pareció que el Trillo de El Síndrome Guastavino era retorcido y perturbador, es porque no leíste Chocolate con Fritas. Y ya está, no digo más nada. Bueno, sí… que también está editado en inglés, por si no leés francés ni querés esperar a ser anciano para leerlo en castellano.