el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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lunes, 11 de agosto de 2014

11/08: STARR THE SLAYER

Otro personaje ignoto, otro que en el mazo de Marvel no es ni el cuatro de copas, otro al que uno apenas había oído nombrar alguna vez, y que en manos de buenos autores de pronto tiene la chance de brillar. Starr the Slayer es el típico héroe de comic de espada y brujería, creado por Roy Thomas a principios de los ´70, cuando la rompió con Conan y los capos de Marvel le dijeron “vamos por más”. De hecho, el argumento de esta miniserie de 2009 también es genérico y trillado. A ver si lo puedo sintetizar:
Un villano astuto y maligno llamado Trull aspira a convertirse en rey de Zardathia, y para eso arma una intriga palaciega que termina con el anciano monarca muerto y este avechucho inescrupuloso en el trono. En el medio, se manda un montón de otras guachadas, como masacrar a toda la familia del joven Starr. El muchachito zafa porque lo ponen a laburar de gladiador, a machacarse con otros cautivos y con criaturas monstruosas en una arena de combate. Eventualmente, Starr se escapará, juntará un ejército y volverá para dar un golpe de estado y terminar con el reinado del malvado Trull. Suena a figurita muy repetida, no?
Sin embargo, a Daniel Way se le ocurre meter dos elementos que logran ponerle mucha onda y hacer más imprevisible al argumento. Por un lado, la grosería extrema. En general, en los comics de espada y brujería se habla un inglés muy formal, muy clásico. En esta saga, en cambio, los personajes putean y dicen las guarangadas más atroces que te puedas imaginar, con un efecto muy cómico, muy original. Por otro lado, Way juega a la meta-narrativa: uno de los protagonistas de la historia es Len Carson, el escritor que se hizo famoso por escribir las novelas de Starr the Slayer, quien será transportado al universo que él mismo imaginó, y deberá interactuar con los personajes que él mismo creó. Quizás esta arista de la trama esté un toque desaprovechada por Way, pero sin dudas suma un montón, contribuye mucho al clima de “esto es una bizarreada en la que puede pasar cualquier cosa”.
Otro elemento extraño que incorpora Way es un narrado omnisciente muy particular. Este rol está a cargo de un juglar llamado Morro, que nos “canta” buena parte de la historia, en textos con rima, que Way convierte en canciones, con estrofas, estribillos… y puteadas. De Morro sabemos muy poco, pero los otros personajes (Starr, Trull, Moonja, Len Carson y en menor medida Tira), están todos muy bien desarrollados, todos tienen su secuencia grossa, su diálogo brillante, su motivación bien explorada, y todo sin restarle agilidad a una historia que tiene sólo 88 páginas y necesita avanzar medio a los pedos, para poder explicar todo un universo (en realidad dos, porque Len Carson pasa de una realidad a la otra), desarrollarse y terminar. O sea que, dentro de lo trillado del planteo argumental, hay varias puntas por donde aparecen situaciones, diálogos y elementos para nada obvios, que mantienen alto el nivel de impacto y de diversión.
Y hablando de impacto y diversión, tengo que blanquear por qué carajo me compré este libro, sin ser fan del género, ni del personaje, ni del guionista. Esto lo dibuja el maestro Richard Corben, y me queda claro que se cagó de risa con el guión y la pasó bárbaro a la hora de transmitir a imágenes lo que imaginó Daniel Way. En sintonía con el guionista, Corben no se toma muy en serio la epopeya y por momentos desliza esos dibujos más caricaturescos, más grotescos, más en joda que en otros trabajos suyos. Y por supuesto hace uso y abuso de la libertad que le da el sello MAX para mostrar cuerpos con escasísima vestimenta y para irse al carajo y más allá con la violencia. Acá hay peleas brutales, tremendos estallidos de sangre y tripas, decapitaciones, mutilaciones, gente morfada por monstruos… una pinturita. Aunque el que usa las pinturitas (digitales, claro) es el gran colorista español radicado en EEUU, José Villarrubia, que se entiende a la perfección con el gigante de Kansas.
Esto se ve muy, muy bien, y si sos fan de Corben no te lo podés perder por nada de este mundo ni de ningún otro. Si no, igual lo podés disfrutar, porque Way deja la vida para que la aventura sea sólida, dinámica y por momentos muy graciosa.

sábado, 9 de abril de 2011

09/ 04: NIGHTHAWK


Ufff… piña al estómago con muchísimo envión. Esto te deja mal, de verdad. ¿De qué estamos hablando? De un spin-off muy jodido de Supreme Power, la maravillosa reformulación del Squadron Supreme pensada por J.M. Straczynski para la línea MAX de Marvel. El Batman de ese comic (que está lleno de resonancias con el Universo DC, pero con el tono realista y sombrío de Watchmen) pronto obtuvo la chapa suficiente para tener su propia miniserie, y acá está: esto es un verdadero Batman para adultos, un Batman sin chamuyo, sin boludeces y sin un milímetro de piedad.
El guionista elegido (supongo que por Straczynski) fue Daniel Way, un tipo de trayectoria (hasta acá) bastante escasa, pero que a partir de este trabajo fue convocado para un montón de proyectos más, de perfil mucho más alto. Lo de Way es grim & gritty clásico, pero condimentado con una generosa dosis de puteadas. El uso de la palabra “fuck” y sus derivados no llega a ser festivo, no llega a constituirse (como en tantos comics de Garth Ennis) como un chiste en sí mismo, pero sin duda es uno de los elementos que le dan su sabor tan particular a Nighthawk. La onda del guión es que acá pase todo lo que no puede pasar en un comic de Batman: el enmascarado tortura y mata, y aún así es un pan de dios comparado con lo que hace el villano, que –mirá vos qué casualidad- adopta un simpático disfraz de payaso.
A esto sumémosle que este Batman es negro (y le tiene una bronca feroz pero justificada a los blancos) y ya está, estamos listos para sumergirnos en el océano de sangre que Way teje a lo largo de seis intensos episodios (que también podrían haber sido cuatro). Whiteface (apodo que la cana y los medios le dan al payaso asesino) llega a extremos que el Joker no se atrevería siquiera a soñar. Y el caos que genera en Chicago se va de control de un modo mucho más heavy (y más real) que lo que suele suceder en Gotham cada vez que algún desquiciado/ disfrazado sale a matar gente. El resto, transita por los carriles de la típica historieta de Batman: un criminal, una serie de muertes, una investigación, pistas que chocan contra una red de corrupción con banca que viene muy de arriba, un héroe al margen de la ley que se atreve a romper esa red, una verdad que llega por medio de la violencia y la intimidación, y las piezas que faltan para armar el rompecabezas y acorralar al asesino antes de que haga más daño.
Pero repito: dentro de ese esquema clásico, Way impacta con la crudeza de las torturas, las escenas de los drogadictos metiéndose de todo, el suicidio de… alguien, la muerte de… alguien a manos del villano, esa escena tremenda de la madre muerta y el bebito flotando en un inodoro lleno de sangre, el gore escabroso de la pelea final entre el justiciero nocturno y el payaso criminal, todas cosas que en un comic de Batman no veríamos jamás y que acá, además de estremecernos y de decir “Pará, hijo de puta! No podés!”, sirven para hacer avanzar la trama hacia su lógico desenlace.
Para dibujar esta historia tan llena de excesos y descontrol, el elegido fue un dibujante que representa todo lo contrario, un tipo que es sinónimo de mesura y control: el británico Steve Dillon, vilipendiado por algunos colegas (“el Viejo Breccia lo mandaría a estudiar composición de viñetas”, dice Horacio Altuna con quien almorcé hace un rato, mientras Cacho Mandrafina acotaba “esto es malísimo”), pero bancado a muerte por los editores, la mayoría de los guionistas que laburan para EEUU y una gran masa del pueblo comiquero. Yo no lo banco “a muerte”, pero me gusta, me acostumbré a su estilo sobrio, me hice amigo de la línea de Dillon, de esos personajes apenitas cabezones, esos tipos recios a los que casi siempre les falta algún diente, esas minas que parecen sufrir mucho más de lo que gozan… No sé, son muchos años de leer a Dillon y el hombre es un bicho de costumbres. Pero a mí me gusta, sobre todo cuando no dibuja superhéroes, porque su estilo tiende al estatismo, no al dinamismo que uno asocia a la machaca entre chabones superpoderosos. Acá lo pusieron en un comic que supuestamente es de superhéroes, pero la verdad es que no desentona casi nada, porque hay pocas escenas donde vemos a Nighthawk haciendo de superhéroe, y porque su estilo parco y creíble contribuye mucho a la ambientación de la historia, al tono realista y peligroso que Way eligió para la obra. Como siempre, la narrativa de Dillon es diáfana, su laburo en los fondos encomiable y además conserva intacto su principal talento (por el cual creo yo que lo aman los editores), que es el de hacer llevaderas las extensas secuencias de cabecitas que hablan, que son un clásico en los comics de Ennis y que acá también abundan bastante.
Si te da el estómago para meterte en la piel (y en la psiquis) de un justiciero urbano pesutti de verdad, al que no le calienta maltratar un poco más de la cuenta a los villanos, esto te va a encantar. Hay que bancar altas dosis de violencia, sangre y momentos realmente desgarradores, pero la verdad es que garpa muchísimo. Y además, aunque sea una vez en la vida, leer un Batman realista no viene nada mal.