el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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miércoles, 20 de junio de 2018

FERIADO MUNDIAL

Como tantos, aprovecho el feriado para clavarme una seguidilla hardcore de partidos mundialistas. Y entre uno y otro, me tomo un ratito para escribir las reseñas de dos libros que me bajé en estos últimos días.
El tercer tomo del Captain America de Dan Jurgens es seguramente el mejor dibujado de los tres. No solamente porque el propio Jurgens le pone más pilas a su faceta de dibujante, sino porque entre los invitados hay colaboraciones fastuosas de capos como Kevin Maguire, Igor Kordey, Stuart Immonen, Lee Moder y la nunca bien ponderada dupla de mis amigos Juan Bobillo y Marcelo Sosa. También hay unas páginas de Darryl Banks (nunca entre mis favoritos) y del uruguayo Ignacio Calero, a quien vemos en un intento de clonar la estética de Travis Charest, que resulta doblemente frustrante: primero porque uno sabe que Calero tiene con qué aspirar a mucho más, y segundo porque el resultado de la clonación no es demasiado convincente. Con muchas más altas que bajas, el apartado visual de este tomo es muy notable, con una buena cantidad de imágenes icónicas, secuencias de alto impacto y páginas memorables.
Los guiones… y bueno… Jurgens tiene una sóla idea copada (una aventura contra el Red Skull y el Hate Monger) y la estira sin compasión para que dure varios episodios, cuando la podría haber liquidado en 40-44 páginas. Después te calza un Annual que va muy lento, repleto de flashbacks a la época en que los Invaders luchaban contra los nazis, un numerito muy tranqui donde se resuelve el triángulo con Sharon Carter y Connie Ferrari, y después ese extraño (y hoy cuasi-mítico) nº50, que arranca con una historia muda (acá Jurgens saca a relucir su chapa de gran narrador gráfico) y sigue con varias historias cortas, a cargo del propio Jurgens e ilustres invitados. En una de esas historias, sin decir “agua va” y sin enfrentarse a ningún villano pulenta, el Capi muere, y el libro cierra con un funeral muy bien escrito por el maestro Evan Dorkin. En este tramo que funciona como antología de relatos breves, están los mejores guiones del libro. Y sí, obviamente Steve Rogers volverá de la muerte (varias veces) y a esta serie le seguirán otras. No me acuerdo si me quedan libros del Capi en la pila de las lecturas pendientes, pero sé que eventualmente me tengo que comprar los TPBs de la etapa más reciente de Mark Waid y Chris Samnee. Por ahora, me despido acá de este ícono marveliano que tantas alegrías nos dio.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando se edita Asian Store Junkies, un recopilatorio de historias cortas escritas y dibujadas por Berliac para la revista Vice. Son ocho comedias cortitas, protagonizadas por dos pibes cuyos nombres desconocemos, dibujadas en ese estilo que nos remite al manga alternativo de los ´60 y que tan bien maneja el autor de Sadbøi.
Entre homenajes a Osamu Tezuka y Akira Toriyama y gastes a Simon Hanselmann, Kim Jong-un y Donald Trump, las historias van de la típica comedia costumbrista de “jóvenes a la deriva” a delirios épicos con ribetes alucinógenos. Berliac juega con la adicción que produce una sustancia llamada MSG, presente en un montón de alimentos y comercializada masivamente en supermercados, y la utiliza como motor de estas breves historias en las que también baja línea acerca del consumismo acrítico, el racismo y la violencia.
Si no esperás una obra profunda, relevante y filosa (como lo fue Sadbøi, con la que Berliac dejó muy alta su propia vara), Asian Store Junkies seguro te va a atrapar por el lado del humor, del desparpajo, de esa combinación entre un dibujo muy cuidado, muy pensado, y una sensación de desenfreno, de “me chupa todo un huevo” que le suma mucha onda a estas comedias limadas.
Y nada más, por ahora. Mañana espero retomar mi ritmo normal de lectura, para volver a postear pronto, acá en el blog.

miércoles, 23 de mayo de 2018

NOCHE FRESQUITA

Sigo avanzando con las lecturas y ya tengo algunos libros más para reseñar.
Arranco con Rakshassas y Kinnara, impronunciable título que reúne dos novelas gráficas de la dupla insumergible. Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena recrean la estética y la mitología de la India en dos relatos de un género al que me animo a ponerle el rótulo de Falsa Aventura. Con el tiempo, después de mucho leerlos, me cae la ficha de que lo que hacen Mazzitelli y Alcatena es Falsa Aventura. Son historias en contextos fantásticos, con imperios poderosísimos, héroes corajudísimos, mujeres hermosísimas, monstruos malísimos, dioses retorcidísimos… en las que nada de esto es lo realmente importante.
Yo siempre criticaba el hecho de que los héroes de Mazzitelli transpiran poco la camiseta, que le ganan muy fácil a ese villano que era el más invencible, a ese monstruo que era el más tremendo, a ese dios que era el más omnipotente… Pero con el tiempo entendí que eso no es lo que a Mazzitelli le interesa contar. Lo suyo es narrar historias atemporales, a veces fábulas con moraleja, centradas en temas profundos, que van mucho más allá de las peripecias: son historias de amor, de lealtad, de ambición, de fatalidad, de aprendizaje, donde entran en juego valores mucho más fuertes que las espadas, los ejércitos y los talismanes. Que haya héroes y villanos, que cambien de mano reinos, mujeres hermosas y objetos mágicos, es un detalle. Es el barniz, el make-up que el guionista le pone a la historia para que un editor lo publique y un montón de gente lo compre. Pero la gracia es –mirá cuándo me vengo a dar cuenta- descubrir de qué nos quiere hablar Mazzitelli en cada historia, qué mensaje nos quiere transmitir, qué línea nos quiere bajar. Son lecciones de vida, reflexiones, sentencias contundentes, disfrazadas de Falsa Aventura.
Todo esto, obviamente, con la complicidad de un Alcatena que no desaprovecha jamás la oportunidad de desplegar su talento y su magia, con ese plumín endemoniado que engendra mundos y criaturas saga tras saga, sin repetirse y sin soplar. En estas dos historias, Quique se luce con unos palacios, unos templos y unos dioses majestuosos, en unos dibujos generosísimos en detalles increíbles y a la vez sumamente funcionales al clima y al ritmo de las tramas de Mazzitelli. Hermoso libro, sumamente recomendable, incluso como punto de entrada al universo de la dupla para aquellos y aquellas que todavía no se le animaron.
Hace un par de meses (más precisamente el 20/03/18) me tocó reseñar un librito de historias cortas de Berliac, y ahora me interné en su novela gráfica más extensa: la asombrosa Sadbøi. Como en Desolation.exe, me encantó ver a Berliac tan afianzado en este estilo cercano al gekiga de los ´50 y ´60, con los personajes dibujados con un grafismo simple, muy expresivo, contrapuestos con paisajes, edificios y animales trabajados en un estilo mucho más realista, con un notable despliegue de texturas y un manejo extraordinario de las tramas mecánicas.
Pero lo que más me impactó es la historia, el ritmo, la profundidad, la cantidad de elementos que Berliac pone ahí con el objeto de hacernos pensar, de generarnos emociones nuevas, distintas, incluso contradictorias. ¿Qué es el arte? ¿Qué es el delito? No son fenómenos físicos, son convenciones sociales. Y Berliac se aferra a esa idea para urdir una trama que avanza y retrocede, que se enriquece con cada flashback, con cada diálogo e incluso con cada silencio. No quiero contar nada para no spoilear, pero sí subrayar que la construcción del protagonista es impecable, el resto del elenco se la re-banca, el conflicto es sumamente atractivo y la resolución no defrauda en lo más mínimo.
Sadbøi es un comic para adultos sincero, fuerte, de gran calidad, repleto de matices, de zonas grises, de ambigüedades de todo tipo. Una historia por momentos triste, donde pesan el desarraigo y la falta de oportunidades, por momentos intensa y vertiginosa, y por momentos condimentada por certeras pinceladas de comedia. Lo banco fuerte.
Y cerramos con una breve mención para Mutant Boyz, un nuevo trabajo del chileno Marko Torres (vimos el anterior el 05/09/17) que felizmente se publica en Argentina. Se trata de una novelita gráfica breve (46 páginas con pocas viñetas por página), cuyo único defecto es que se lee muy rápido. La historia es dinámica, ingeniosa, no toma por idiota al lector (incluso cuando está claramente apuntada a chicos de 8 a 10-11 años), los personajes tienen muchísimo carisma y el dibujo es impactante, simple, muy en sintonía con los dibujos animados actuales… o de los últimos 25 años, ponele.
Ojalá tengamos pronto nuevas aventuras de los Mutant Boyz, o por lo menos que se sigan editando de este lado de la cordillera las obras de Marko Torres. Estamos ante un autor cuyo trabajo corre los límites y enriquece definitivamente el panorama actual de la historieta infantil. Brígido, o cuático, diría un chileno.
Volvemos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.

martes, 20 de marzo de 2018

MARTES A LA MAÑANA

Por fin tengo un ratito para sentarme a escribir reseñas…
Después de años y años de investigación, escrituras y reescrituras, en 2012 salió a la luz Gringos Locos, la historieta en la que Yann y su habitual colaborador, Olivier Schwartz, cuentan la vida y las anécdotas más graciosas de Jijé, Morris y André Franquin en EEUU y México, en aquel famoso viaje que emprendieron en 1948, convencidos de que iban a conseguir trabajos maravillosamente remunerados en los estudios Disney.
Yann se mete en la intimidad de estos tres monstruos sagrados de la historieta belga, cuenta bastante del backstage, de los pro y los contra de trabajar para el semanario Le Journal de Spirou, y se centra en el lado humano, casi siempre cómico de los tres autores. También aparecen la esposa y los hijos de Jijé, que son parte del accidentado viaje, y una vez publicadas las primeras páginas de Gringos Locos, algunos de ellos salieron a “desmentir” ciertos elementos del guión de Yann, o a cuestionar ciertos toques de caracterización que el guionista introduce para convertir a las personas en personajes de modo más efectivo.
Pero la verdad es que son giladas. Lo importante de Gringos Locos no es tanto el rigor documental como la dinámica entre los tres ídolos, la consigna (las aventuras de tres historietistas belgas entre EEUU y México), los chistes y el cariño con el que dos grandes artistas de hoy abrazan a estas tres leyendas de ayer. Lo único realmente choto de Gringos Locos es que Yann remata todo en 46 páginas. Un disparate. Con esta idea y estos protagonistas se podría haber hecho una serie regular, de muchos álbumes. Pero al liquidar todo en 46 páginas (algunas con muchas viñetas, como suele suceder en los álbumes franco-belgas) uno se queda con la sensación de que esto daba para mucho más. Como fan incondicional de Franquin y Morris, me enrosco horas y horas pensando en qué cosas fabulosas quedaron afuera de estas 46 páginas, cuánto más jugo se le podría haber sacado a ese viaje que fue un manantial inagotable de anécdotas…
Y bueno, me quedo con lo que hay, que es apasionante. Ni hablar de la magia que tira Schwartz con su pincel, místicamente poseído por el espíritu de Yves Chaland. El talento de Schwartz va mucho más allá de la mímica del malogrado Chaland, obviamente, y es el ancho de espadas con el que juega Yann cada vez que se propone demostrar que es el que mejor entiende el juego que inventaron Jijé, Franquin y Morris. Gran álbum, hiper-recomendado.
Desolation.exe es un librito editado en 2017 en varios países y por suerte tuvo edición argenta, de la mano de Wai Comics. Se trata de un recopilatorio de cinco historias cortas realizadas en 2015 por Berliac, gran autor argentino radicado en europa. Acá explota el Berliac 2.0, el que abandonó la estética oscura onda José Muñoz para subirse (50 años tarde) a la impronta gráfica de los grandes maestros del gekiga, que rompían todo a fines de los ´60 en la mítica revista Garo.
Como decía recien hablando de Schwartz, lo de Berliac no se queda en la mímesis, si no que actualiza ese estilo clásico, le pone mucho de su propia cosecha. No como para que un europeo se dé cuenta de que se trata de un dibujante argentino, pero casi. Aun así, algunas de estas historias cortas dejan ver rasgos de identidad argenta, y eso las enriquece bastante.
Me cuesta elegir una favorita entre las cinco… La primera es la que brilla por su poder de observación, la segunda se basa en una idea excelente, la tercera plantea un misterio muy loco, con una tensión muy lograda, la cuarta es la más profunda, la más realista, la más cercana, y la quinta tiene una ironía y una mala leche sumamente seductoras. Lo más notable es cómo en pocas páginas, con pocas viñetas por página, Berliac logra no sólo contar pequeñas historias, si no también tirar temas, problemáticas o ideas que subyacen a las tramas y a los personajes en cuestión.
El dibujo es muy parejo a lo largo de los cinco relatos, la narrativa es clarísima, muy eficaz, así que si no te ahuyenta el estilo que adoptó Berliac, seguramente esto te va a resultar muy satisfactorio. Y si sos fan del gekiga clásico, ni hablar, esto te va a resultar cautivante. Por suerte en 2017 salieron varios libros más de este talentoso artista, así que volveremos a ocuparnos de él.
Hoy llegamos hasta acá, y la seguimos pronto, ni bien tenga nuevos libros para reseñar. Gracias por el aguante.

jueves, 28 de marzo de 2013

28/ 03: CIEN VOLANDO

En mi intento de ponerme al día con el material que se editó en Argentina durante 2012, me encuentro una vez más con un libro de Llanto de Mudo, un sello que el año pasado no paró un minuto y lanzó toneladas de material. Esta vez se trata de una novela gráfica a cargo de Berliac, en la que el autor de Rachas y 5 para el Escolaso vuelve a escribir sus propios guiones.
Cien Volando nos muestra cómo Berliac, sin abandonar la temática de crímenes que suele abordar en sus otras obras, se juega también a coquetear con el realismo mágico. No quiero explicar mucho el argumento, porque además Berliac lo plantea en términos bastante ambiguos. Traducción: no quiero boquear al pedo porque tengo miedo de no haber entendido una chota. La onda es así, medio rara, medio onírica, medio película de David Lynch. Hay una trama romántica y el resto del libro está compuesto de breves historias (en realidad, fragmentos de historias) que le toca presenciar a Yolanda durante ese instante de duración indefinida, en el que su mente y sus sentidos viajan simultáneamente (dijo Jorge Corona) en un montón de pájaros.
Cada una de estas pequeñas historias involucran algún hecho delictivo, o por lo menos algo zarpado: una muerte misteriosa, una traición miserable, una pelea absurda que termina con una pérdida irreparable... momentos cruciales en las vidas bastante grises de personas a las que Berliac define con mucha precisión en muy pocas viñetas. Pero repito: no quiero extenderme en el argumento, porque me parece mucho más productivo que cada lector se acerque a la obra lo más virgen posible y decodifique a su propio modo los significados (en plural, porque estoy seguro que hay más de uno) que Berliac le asignó a esta concatenación de sucesos intrigantes.
Vamos con el dibujo, que no ofrece mayores sorpresas respecto de Devil Got My Woman, la obra anterior de Berliac que reseñamos en el blog. En la columna de lo que a mí no me gusta, lo mismo que la vez pasada: el tamaño de las letras, inmensas, casi decididas a disputarle el protagonismo al dibujo; y el tema de no dejar espacios blancos entre las viñetas (las zanjas, o calles), lo que le da a la página una sensación de estar apretada, comprimida, y hasta a veces entorpece un poquito el fluir de la lectura. El resto me gusta mucho. Me encanta esa especie de “realismo deforme”, en el que las proporciones anatómicas están perfectamente respetadas pero los rostros aparecen como borrosos, como incompletos, casi sin rasgos, por ahí con una mancha gris para sugerir algún volumen. Creo que hay pocos dibujantes de estilo realista que laburen tan bien como Berliac el tema de la referencia fotográfica. Me hice fan a muerte de ese tratamiento originalísimo de esos fondos y esos paisajes que Berliac obviamente toma de fotos, pero hace propios con el trazo y la mancha. Como en las otras obras de este autor, se disfruta también el logradísimo equilibrio entre blancos y negros, y esa aparición esporádica, subrepticia y sugestiva de los grises.
Cien Volando no es una historieta fácil, ni obvia, ni típica. Es un tapiz complejo, armado con trozos de historias, sensaciones, diálogos y silencios, en el que lo ambiguo juega un rol fundamental. Si estas pequeñas historias te atrapan, si el viaje mágico y misterioso de Yolanda te intriga, si alguno de esos textos te pega fuerte y si el dibujo te resulta atractivo, seguro vas a atesorar este libro y a recomendárselo hasta a tu gato. Como su nombre lo indica, este es un libro con vuelo que, a pesar de esos momentos medio crípticos, me cerró bastante. Berliac sigue sin pelar ESA obra definitiva, ESE clásico instantáneo que nos cierre el orto a todos y nos deje sin chances de discutirle nada. Pero está bien, porque eso le permite repartir los aciertos generosa y equilbradamente entre muchas obras muy distintas, que siempre ofrecen cosas nuevas sin eclipsar a las anteriores y –por lo menos para mí- resultan más que satisfactorias.

viernes, 13 de enero de 2012

13/ 01: DEVIL GOT MY WOMAN

Nunca había leído nada de Damián Connelly, pero esta novela gráfica me bastó para catalogarlo como un guionista muy raro, con buen manejo de los géneros y de muchos recursos para jugar con situaciones familiares sin caer en algo trillado o predecible.
A ver, de entrada uno se come el amague de que va a leer un thriller, una investigación por parte del periodista Henry Rowland que lo va a llevar a desentrañar (no sin antes asumir unos cuantos riesgos) el misterio detrás de la prolongada ausencia de Skip James, el legendario músico de blues. Debe haber... 10 ó 12 álbumes franceses movidos por una trama similar.
Una vez transitadas las primeras 25 páginas, Connelly le empieza a poner fichas a los elementos sobrenaturales y la historia empieza a cobrar ese tinte davidlyncheano, esa cosa espesa y extraña que suelen tener las historias ambientadas en los pantanos de Louisiana, donde siempre pasan cosas jodidas que nunca se terminan de explicar, por lo menos en términos racionales. Primero te ponés nervioso, después decís “nah, tengo demasiado comic de Vertigo leído como para que me perturbe una secuencia onírica medio enroscada o una vieja que tira profecías”. Y cuando estás ocupado buscando la forma de conectar al desaparecido Skip James con estos elementos sobrenaturales, la historia pega otro giro y resulta que eso no era lo importante, sino que la verdadera tensión dramática, el plot que a Connelly más le interesaba explorar, era el del romance entre Rowland y Marion, la taciturna hija del intempestivo dueño del bar.
Sí, al final Devil Got My Woman era una historia de amor y el misterio era apenas un complemento. Si a Connelly se le ocurría otra excusa para que Rowland llegara al pueblito de Bentonia, por ahí ni hacía falta construir la leyenda del enigmático Skip Johnson. Lo importante era eso: que el tipo (periodista, oculista, verdulero, no importa) cayera a ese pueblito donde todos son negros menos él y pegara onda con esa mujer sombría, esquiva, ominosa. El resto era chamuyo, relleno, jueguito para la tribuna de un guionista al que le pareció divertido engañarnos con su buen manejo de los tópicos del thriller y del misterio sobrenatural. Y del erotismo, que también están muy bien logradas las escenas hot entre Henry y Marion. Y bueno, a mí, por lo menos, me hizo entrar. Me tuve que conformar con una revelación totalmente anticlimática acerca del paradero de Skip James, pero claro, cuando Connelly blanquea qué fue de la vida del músico, ya estaba clarísimo que lo importante en la trama era lo otro, el romance fatídico del periodista y la camarera.
Al frente de la faz gráfica tenemos a Berliac, acostumbrado a dibujar sus propios guiones, pero muy compenetrado con lo que Connelly le propone contar. Berliac opta por una línea escueta, adusta, sin estridencias, cercana a lo que hacían los españoles de El Cubri en los ´70. Hay bastante referencia fotográfica, pero Berliac le mete tanta mano, agrega tanto y saca tanto, que termina por no sacrificar nada de su propia identidad gráfica. Lo único que no me cerró es que no dibujó zanjas entre las viñetas y cuando estas se apoyan unas contra las otras, a veces hacen tambalear la composición de la página o complican al pedo la lectura de las secuencias. Pero se trata de un muy buen trabajo de Berliac, firme en su estilo de meter pocos cuadros por página, de apostar fuerte a los climas densos, de lograr que blancos, negros y grises no repitan los pasitos ya gastados que nos sabemos de memoria, sino que bailen y se entreveren de modo novedoso, y hasta riesgoso.
Una vez que tirás a la basura esa sobrecubierta espantosa que lo envuelve, Devil Got My Woman es un libro más que interesante, que muestra cuotas muy satisfactorias de pasión y talento por parte de sus dos autores. Descubrilo.

viernes, 7 de enero de 2011

07/ 01: 5 PARA EL ESCOLASO


Hay gente que habla y gente que, además de hablar, hace. El nombre de Berliac suele sonar a menudo vinculado a debates sobre la novela gráfica, o sobre la labor de varios historietistas locales, y generalmente aparece en el ojo de polémicas bastante virulentas, a milímetros de pasar de la argumentación a la puteada. Se puede coincidir o no con los conceptos que esgrime Berliac en los distintos debates, pero hay algo fundamental que lo separa del típico opinólogo online: su obra. Que no es tanta, porque lleva pocos años abocado a la producción de historieta, pero sí muy interesante y de un nivel que lo pone entre lo más promisorio de la generación que se viene en esta nueva década.
Su último trabajo editado es 5 Para el Escolaso, un recopilatorio de la historieta que serializó a lo largo de varias semanas en el sitio web llamado Factum. La portada dice “novela gráfica”, pero la verdad es que ese rótulo le queda un poquito grande. El comic tiene apenas 58 páginas y menos de la mitad arrima a las cuatro viñetas. O sea que se trata de una obra breve y que además se lee MUY rápido. Por ahí “cuento gráfico” le quedaba mejor.
Pero el estilo narrativo de Berliac es así: adusto. Cuanto menos te cuente, mejor. Cuanto menos hablen los personajes, mejor. ¿Qué hacen esos tipos ahí metidos, prisioneros en un sótano con un mazo de naipes? Te lo contamos en tres viñetas, en flashbacks minimalistas donde tenés que deducir por vos mismo buena parte de lo que sucede. Aún así, el plan de “los malos” (no quiero dar datos para no spoilear) se entiende perfecto y está muy bueno. Sin explicar más que lo absolutamente indispensable, con muchas viñetas sin texto, el guión se abre camino y llega a un final redondo y satisfactorio.
Por supuesto, si Berliac en vez de un guionista competente fuera un grosso del guión, el tema de los naipes tendría más protagonismo, se convertiría en un elemento con más peso en la trama, aunque sea para hacer firuletes de virtuoso (moorismos) al conectar imágenes o secuencias del guión con la dinámica, las reglas o los dichos de los juegos de cartas. Acá el escolaso está, pero muy des-enfatizado, casi desaprovechado. De hecho, uno de los cinco protagonistas (el de mayor injerencia en la trama) no llega nunca a sentarse a la mesa ni a tocar un sólo naipe. ¿Qué apuestan estos cuatro cautivos en sus juegos? Tampoco lo sabemos. Hay mucho para ampliar, para explorar, para aprovechar. Pero Berliac convierte este argumento potencialmente rico y extenso en un guión sintético, compacto, que seguramente pega más así que si durara 100 páginas, pero que te deja con ganas de más. Sobre todo en el desarrollo de los personajes, que es alucinante en uno o dos (Melián y en menor medida Pelayo) pero escaso en el resto.
El dibujo de Berliac es absolutamente asombroso. A partir de la técnica ya gastadísima de laburar con fotos, logra unos resultados realmente impactantes. No estamos para nada frente al enésimo Juan Carlos Flicker que afana fotos, copia, pega y retoca lo mínimo indispensable. Berliac domina el truquito de la foto (hiper-retocada) con la misma solvencia con la que domina todos los efectos grossos que se pueden lograr trabajando en blanco y negro, entre los que se destacan dos, que ya son su marca de fábrica: las manchas (veraderas lagunas de tinta, al mejor estilo José Muñoz) y las texturas, muchas veces aplicadas con una desprolijidad calculada, 100% intencional, que resultan una herramienta infalible a la hora de enfatizar los climas sórdidos y decadentes del guión.
Si te gusta el policial negro, las historias con tiros, runflas espurias, femme fatales, antihéroes medio losers, corrupción urbana y abyección moral de la buena, timbeale unos mangos a 5 Para el Escolaso. No es una obra maestra (de hecho, estoy seguro de que los próximos laburos de Berliac la van a superar ampliamente) pero sí es una historia sólida, bien pensada y mejor dibujada.