el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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viernes, 19 de julio de 2024

VIERNES AL MEDIODIA

Medio bizarro, pero bueno... es el rato que encontré para sentarme a redactar las reseñas de los dos libritos que terminé en estos días. Me faltaba un TPB para completar la etapa de Hawkeye que empezó con Matt Fraction, terminó con Jeff Lemire y tuvo tres números 1, en ese furor demencial de Marvel por relanzar las colecciones todo el tiempo. Por suerte la colección de los TPBs va del 1 al 6, sin hacerse cargo de los reinicios en la numeración de los comic books. Si el tomito anterior me entusiasmó, este directamente me conmovió. Lemire retoma el tema de los tres pibitos medio freaks con hiper-poderes psiónicos y los convierte en el núcleo de dos tramas: una que sucede en el presente y otra que sucede en un futuro posible, 30 años después de lo narrado en el tomo anterior. Ah, y por si fuera poco, después se suma una tercera trama ambientada diez años antes, cuando Kate Bishop era una nenita de ocho o nueve años. Evidentemente hay que prestar atención para no perderse, pero por suerte Ramón Pérez da (una vez más) cátedra de versatilidad, al presentar cada una de estas ambientaciones temporales en un estilo gráfico distinto. Para el presente elige (como ya vimos) ese trazo adusto, sintético, basado en una línea gruesa que por momentos recuerda a David Ajá y por momentos a David Lapham, para ilustrar el pasado de Kate vuelve a esas acuarelas bellísimas que utilizó para mostrarnos el pasado de Clint y Barney, y finalmente para las secuencias del futuro pela un tercer estilo, más crudo, parecido a un boceto sin entintar, donde está todo más jugado al trabajo de color que incorpora Ian Herring. Acá es donde el trazo de Pérez más se parece al del propio Lemire. Los guiones están llenos de hallazgos, de diálogos tremendos y momentos ultra-emotivos. Lemire subraya todo el tiempo algo que ya nos había marcado Fraction: Clint se parece muy poco al resto de los superhéroes de la cosmogonía de Marvel. Y está muy bien que lo recalquen lo más posible. Por otro lado, el canadiense se ensaña un poco con el arquero: tal vez para darle chapa a Kate (que está pensada como un personaje perfecto, sin fisuras ni dobleces), son varios los momentos en los que a Clint lo hace quedar como un forro. Un forro querible, con esos defectos que lo acercan un poco más a los lectores, que tampoco nos parecemos demasiado a los típicos superhéroes, pero un forro al fin. La verdad que el contraste entre Clint y Kate funciona tan bien, y enriquece tanto la mitología de Hawkeye dentro del Universo Marvel, que no se lo puede putear a Lemire por "torcer" un poquito la caracterización, ni de Clint ni de Maria Hill, que es otra figura bastante relevante en este tomo, pero que por momentos se siente "fuera de personaje". Me voy muy contento de esta etapa de Hawkeye. Ya cerré esta serie, cerré la primera de Daredevil de Mark Waid, y ahora es hora de avanzar con otras series segundonas y terceronas de Marvel, de esas que me gustan a mí.
Me vengo más cerca: Diciembre de 2023, República Oriental del Uruguay. La banda conocida como La Tabaré (liderada por Tabaré Rivero) lanza su 15º álbum, llamado Urutopías, y el historietista charrúa Nicolás Peruzzo no solo ilustra afiches, portadas y demás piezas gráficas para el disco, sino que además arma una novela gráfica cuyo argumento surge del concepto del álbum, y en la que la mayoría de los textos son -ni más ni menos- las letras que Tabaré escribió para cada una de las canciones. Así, Urutopías se convierte en un disco por un lado, y en un comic por el otro: dos experiencias muy distintas entre sí, pero que cuentan la misma historia y bajan la misma línea. Es una aventura fantástica, ambientada en una Montevideo post-desastre ecológico, con elementos futuristas, animales antropomórficos y hasta vacas voladoras. Las letras del disco hablan de resistencia, de un resurgir de la libertad y el arte tras un período de opresión, apatía y resignación, y las historietas de Peruzzo le ponen a ese discurso la fuerza y la dinámica de un comic con mucha acción, persecuciones y situaciones extremas para los personajes. El resultado es realmente bueno, porque podés leer la historieta sin tener la menor idea de lo que sucede en el disco y aún así se entiende todo y se disfruta como (ya lo dije) una buena aventura de acción en la que un grupito resiste y confronta con un régimen represor. ¿Hay muchas de esas historietas? Sí, pero esta tiene animales en los roles de los humanos, está ambientada acá nomás y se nutre de la poesía que Tabaré Rivero le puso a sus letras. Y además el dibujo de Peruzzo (resuelto en blanco, negro y grises) es ágil, expresivo y hasta amistoso a pesar de los niveles de violencia que despliega en algunas escenas. Lo más difícil, que era tomar las canciones de La Tabaré y darles un sentido narrativo, una curva dramática que permita convertir un disco en un relato, está perfectamente logrado. Un poco porque Urutopías es un álbum conceptual (siguen existiendo, mirá vos...) y un poco porque Peruzzo es un narrador nato, al que le tirás cualquier idea y le encuentra la vuelta para convertirla en una historia ganchera. A veces cómica y a veces (como acá) vibrante, tensa, con momentos épicos. Si sos fan de La Tabaré, supongo que ya conocerás el disco. Pero por ahí no sabías que había un comic basado en el mismo concepto, y en ese caso, te lo recomiendo. Y si no sos fan de La Tabaré, podés leer Urutopías como una historieta atípica dentro de la vasta y muy diversa) producción de Nicolás Peruzzo. En ambos casos me parece que vas a salir más que satisfecho. Y nada más, por hoy. Puede ser que mañana también haya reseñas, así que atenti. Mientras tanto, no dejes de descargar la Comiqueando Digital nº9 en https://comiqueandoshop.blogspot.com/, así por muy poca guita te llevás una cantidad brutal de artículos espectaculares y QRs para acceder a contenidos audiovisuales exclusivos. La seguimos pronto.

domingo, 7 de julio de 2024

TARDE DE FRÍO Y SOL

Bueno, acá vamos de nuevo... Tenía colgada desde 2018 la serie de Hawkeye de Matt Fraction, o no, porque Fraction la deja después de aquel Vol.4 (reseñado el 15/02/18) y este Vol.5 es prácticamente un nuevo inicio, si bien el nuevo guionista (nada menos que Jeff Lemire) da por sentado que el lector conoce a los dos personajes secundarios más importantes, heredados de la etapa anterior: Barney Barton y Kate Bishop. Lemire no pierde ni media viñeta en explicarte nada y al toque pone en marcha dos historias paralelas: una en el presente, con Clint y Kate, y otra en la infancia del héroe, junto a Barney. Con el virtuosismo que lo caracteriza, Lemire cuenta las dos historias de modo que "dialoguen entre sí" tantas veces como resulta verosímil: las emociones, las sensaciones, los volantazos de una y otra secuencia están conectados, o van más o menos para el mismo lado, y el talento del guionista hace que esa conexión se potencie, incluso cuando el dibujante, Ramón Pérez, hace gala de una gran versatilidad y dibuja cada tramo en un estilo totalmente distinto. Vamos un toque con esto, y después vuelvo a la/s trama/s: para la parte de la historia ambientada en el presente, Pérez va por un trazo dinámico, compacto, adusto, bastante en la línea de lo que había mostrado David Ajá en los primeros números. Y para la parte ambientada en el pasado, opta por una técnica más pictórica, un dibujo basado en acuarelas, donde no existe la línea negra, ni los bordes de las viñetas, y donde todo está definido por pinceladas de color muy sueltas, con momentos de gran belleza plástica. No lo tenía a este dibujante, pero me pareció buenísimo. En cuanto al guion, la historia de Clint y Barney en su infancia es espectacular. No solo porque echa luz sobre hechos que nunca antes habían sido narrados en detalle, sino porque se mete con temas jodidos como el abuso (laboral y sexual) de menores, y porque habla de las cosas a las que se exponen dos chicos huérfanos cuando no hay un estado presente que los proteja. No hay un gran componente de acción y aventura, pero sí momentos muy impactantes y emotivos en lo que es la transición hacia la adolescencia de estos dos hermanos tan distintos entre sí. Y la historia de Clint y Kate en el presente es -básicamente- una remake apresurada de Akira, en la que los héroes se meten en un kilombo de proporciones cuando tratan de liberar de una base secreta de HYDRA a unos chicos con devastadores poderes psíquicos, a los que los villanos convirtieron en auténticas armas vivientes. Lo mejor que tiene (además de permitirnos ver a Pérez dibujando machaca de la buena) es que termina para el orto. Lemire le escapa al final feliz y redondea un tomo en el que la tristeza saca pecho, nos emboca unas cuantas piñas en la cara y nos enseña que la vida de Clint (como pibito huérfano y como superhéroe de la B) no es fácil y no consiste solamente en levantar copas y colgarse medallas. Hay un tomito más de Hawkeye escrito por el ídolo canadiense, al que prometo entrarle pronto porque ya está en la pila de las lecturas pendientes.
En pleno cebamiento infinito de la Copa América, me devoré un comic sobre futbol llamado (coherentemente) Futbolitas. Se trata de una novela gráfica de unas 140 páginas a cargo de dos experimentados autores chilenos: Kote Carvajal está a cargo del guion y el color, mientras que los dibujos corren por cuenta de Claudio Muñoz. Desde la portada queda claro lo que después vamos a constatar adentro del libro: Futbolitas es una historieta apuntada a un público principalmente compuesto por nenas de unos 8-11 años. La narración es sencilla, las páginas rara vez tienen más de cinco viñetas, aparecen todo el tiempo expresiones faciales y líneas cinéticas que nos remiten al manga más pochoclero, y el argumento es muy lineal, con casualidades que rompen el verosímil más de una vez. El foco está puesto en contar una historia de superación en términos alegres, optimistas, como para dejar un mensaje positivo, con valores que tienen que ver con la amistad, la familia, el esfuerzo, el apostar por las pasiones, romper con ciertos prejuicios... una especie de película del Disney Channel contada en forma de historieta. Si la pensás como una obra para entretener un rato a pibitas de 10 años, la solidez de Futbolitas es incuestionable. Mirada desde afuera, por un señor de 56 al que le hablás de futbol chileno y no sabe si cagarse de risa o ponerse a llorar, la historia está muy bien apoyada en el carisma de los personajes. La protagonista, Elisa, es una pibita absolutamente entrañable, y los vínculos que establece con el resto del elenco están teñidos de esa buena onda avasallante que emana Elisa y que contagia a los demás. Hay momentos más emotivos, momentos más épicos, momentos más de comedia pavota, pero lo que sostiene todo es eso: la onda de los personajes, que (uno lo sabe desde la primera viñeta) van a dejarlo todo para conseguir algo que a priori parece totalmente imposible. El dibujo de Muñoz me remitió a los dibujantes yankis que a fines de los ´90 trataban de parecerse a J. Scott Campbell y Joe Madureira, en esa línea que incorporaba rasgos de los mangas de comedia. No está mal. Es una estética que para mi gusto atrasa un poco, pero Muñoz la maneja con aplomo y logra un buen resultado. Si bien sobran los primeros planos y toda la historieta está narrada demasiado "de cerca", no escasean para nada los fondos. El diseño de los personajes está muy logrado, las escenas de acción (los partidos) son vibrantes, y el color de Kote se complementa muy bien con el dibujo. Por supuesto se nota mucho que esta no es LA historia que Kote se moría por contar y Claudio por dibujar, porque son adultos a los que (me consta por conocerlos a ellos y a sus trabajos) les interesan otros temas y otras formas de encararlos. Pero a la hora de generar un producto atractivo y comercialmente viable para otro tipo de público, no se bajaron los lienzos ni escatimaron esfuerzos. No te digo que Futbolitas le pasa el trapo a las novelas de Raina Telgemeier apuntadas a ese mismo segmento, pero tampoco queda eliminada en fase de grupos. Vamos Argentina, que nos traemos otra vez la copa a casa, no se olviden de descargar la nueva Comiqueando Digital en https://comiqueandoshop.blogspot.com/ y a estar atent@s que en cualquier momento suben nuevas reseñas al blog.

jueves, 12 de enero de 2023

NOCHE DE JUEVES

Bueno, acá estamos con nuevas lecturas para comentar. Después de un larguísimo paréntesis, me devoré el Vol.2 de Black Hammer (la reseña del Vol.1 apareció el 27/06/19), la gran serie de Jeff Lemire que le da una vuelta de tuerca extrañísima y brillante al típico homenaje/ deconstrucción de los clásicos superhéroes de la Silver Age y aledaños. Acá tenemos una historia coral, tan atrapante que te hipnotiza, porque Lemire todo el tiempo incorpora elementos dramáticos pensados para generar tensión y al mismo tiempo para profundizar en la construcción de los personajes. El plot que en el Vol.1 era bastante secundario (la hija de Black Hammer quiere llegar a la verdad y descubrir qué pasó con su padre y sus compañeros de super-grupo) esta vez es mucho más importante, al punto de ser el auténtico hilo conductor de la trama. Pero hay mucho más, porque entre flashbacks y escenas medio descolguettis (el nº9, dibujado como los dioses por David Rubín, es prácticamente una escena descolguetti que dura todo un número) el universo de Black Hammer gana coherencia y profundidad página a página. Para el final del tomo, uno empieza a sospechar que acá está pasando algo muy parecido a lo que pasó en WandaVision, varios años después: alguien de infinito poder mágico alteró la realidad y creó un mundo con sus propias reglas, restringido a una zona específica. Veremos si esto realmente es así. Ya que nos metimos con la magia, es una buena manera de explicar lo que hace Dean Ormston en la faz gráfica. Lo de Rubín es excelente porque el guion le permite jugar al despliegue, al kilombo, a la estridencia, que son terrenos que el gallego domina de taquito. Pero lo de Ormston te parte el cráneo, porque va justamente para el otro lado, para el lado de des-enfatizar la machaca, de recordarnos todo el tiempo que estos tipos y minas alguna vez fueron superhéroes, sin apelar en lo más mínimo a la estética ni al ritmo narrativo que caracterizan a los relatos de este género. O sea que estamos frente a un comic con un guion profundo, atrapante y original, al que acompañan dibujantes de un nivel exquisito. ¿Hace falta pescar las referencias a las mitologías de Marvel y (especialmente) DC para entender Black Hammer? Yo creo que no, que se puede disfrutar perfectamente sin cazar todos esos guiños nerds a los comics de los ´60 y ´70 que mete Lemire. Por eso me animo a recomendársela a full incluso a quienes no tienen mucha lectura superheroica (piyamera, diría el maestro Álvaro Pons) a cuestas. Espero conseguir pronto el Vol.3, porque esto me dejó infinitamente cebado.
Flashback a otra antigua reseña de este blog, ahora al 25/03/13, cuando veíamos aquella historieta centrada en la batalla de Tucumán y otras proezas militares del general Manuel Belgrano. Hoy tengo para comentar un libro de 2021, titulado Las Hazañas de Belgrano y el Pueblo Jujeño, obra de las historiadora Gabriela Quiroga y el historietista Fernando León González (también conocido como Junior). El libro tiene dos problemas insoslayables, a saber: 1) se imprimeron solo 1000 ejemplares de un libro que debería estar en las bibliotecas de toda Argentina, o incluso de toda Latinoamérica. 2) Por momentos la tipografía de los diálogos es tan chiquita que se torna ilegible. Esto empeora en los bloques de texto, donde un genio del mal tuvo la perversa idea de poner la letra en blanco sobre bloques negros. El relato, contado en primera persona por el propio Belgrano, recurre mucho al bloque de texto, pero hay muchas páginas en las que estos son imposibles de leer Fuera de estas malas decisiones, el libro ofrece una lectura sumamente placentera. Cuenta los hechos históricos con rigor documental, pero les pone onda, los hace gancheros, se anima a darle profundidad a un par de personajes, te hace sentir el espesor de los conflictos, la épica, y además explica muy bien el contexto en el que se producen estos actos de heroismo, valentía y patriotismo extremos. Todo avanza a muy buen ritmo, porque felizmente la narración no está estirada, ni comprimida para meter todo en una X cantidad de páginas. Por supuesto Belgrano acá es un capo absoluto, incuestionablemente bueno, rayano en la perfección moral. Lo cual no sé si es 100% preciso a nivel histórico, pero funciona muy bien en el contexto de la historieta, que para encajar en el molde de la aventura épica necesita un héroe, y lo encuentra con creces en el creador de la bandera argentina. La lectura se hace entretenida en buena medida gracias a la labor de González, que dibuja todo de manera muy dinámica, con tanta cancha para la narrativa gráfica que a veces le alcanzan solo las siluetas negras para retratar una escena. El dibujo es rico en detalles de gran rigor documental, y a la vez expresivo y accesible. González sorprende con algunas ilustraciones a todo color muy hermosas, y con esas páginas dobles en las que grafica las batallas de una manera clara y espectacular, algo difícil si tenemos en cuenta la cantidad de elementos que hay en escena. Por momentos el dibujante pone en juego más técnicas de las que convenía utilizar, pero esto no hace demasiado ruido porque en todas demuestra un manejo más que competente. Hace unos años hubo una colección de historietas basadas en hechos de la historia argentina que coordinaba Felipe Pigna para la editorial Planeta, que se conseguía en cualquier librería del pais. Eso en un momento se discontinuó y hoy hay esto: un libro impreso en San Salvador de Jujuy del que solo existen 1000 ejemplares, que probablemente desconozcan la mayoría de los fans de la historieta argentina, e incluso muchos potenciales interesados en la vida y las hazañas de Manuel Belgrano. Por lo menos está bueno. Imaginate si además fuera una cagada... Nada más, por hoy. Gracias por tanto, perdón por tan poco y será hasta la próxima.

sábado, 29 de octubre de 2022

SÁBADO DE SUPER CIENCIA FICCIÓN

Para hoy se me juntaron dos obras de un mismo género, la ciencia ficción. Y las dos me gustaron mucho. Empiezo en la bisagra entre los ´70 y los ´80, con Ricardo Barreiro y Juan Giménez en plena aventura europea. A veces coincidían en el mismo país, a veces no, pero durante unos cuantos años trabajaron juntos en historias cortas de ciencia ficción (o "machine fiction", como le gustaba decir a Juan) que finalmente aparecen todas recopiladas en un único libro, War III, al que realmente no le falta nada. Creo que lo más impactante de War III es cómo nos invita a redescubrir y revalorizar los trabajos de Giménez en blanco y negro. Tanto acá como en Ciudad (ver reseña del 03/12/15) queda muy claro que el maestro mendocino no solo era un capo a nivel mundial cuando le ponía color a sus historietas, sino que también cuando trabajaba en blanco y negro hacía gala de un trazo exquisito y de una cantidad de recursos expresivos francamente pasmosa. En algunas historietas se vuelca a las rayitas de rotring típicas de Moebius de los ´70, pero en general, en esta época de Giménez vemos a un autor versátil, sólido, que no solo deja la vida en cada máquina y en cada nave espacial, sino que además le sabe poner a los personajes unas expresiones faciales que poco tienen para envidiarles a las del mejor Solano López. Además, el armado de las secuencias siempre funciona, no hay tropiezos sino aciertos en la elección de los ángulos, las escenas mudas son apoteóticas y las páginas en las que Barreiro se excede un toque con la cantidad de texto también se ven bien. Este libro se puede comprar tranquilamente para flashear con los dibujos de Giménez, aunque los guiones no te interesen en lo más mínimo. ¿Y qué onda los guiones? Desparejos, como en cualquier compilado. La última aventura, por ejemplo (la extensa Puesto Avanzado), se toma 30 páginas para llegar a un remate irónico que se parece mucho a un chiste malo. El argumento es una excusa para que Giménez dibuje muchas páginas de batalla entre naves espaciales, y no mucho más. En cambio, en Adiós, Soldado y Nosotros los Héroes, tenemos al Loco Barreiro mucho más inspirado, con relatos muy eficaces, que además de la inevitable dosis de violencia, explosiones, armas y drogas, tienen una bajada de línea dura, desoladora, por momentos conmovedora, acerca del tema de la guerra. Y después hay tres historias que no son ni gemas ni choreo: guiones cortos, correctos, que cumplen sus dos funciones primarias: 1) llenar un puñado de páginas en una antología donde aparecían 10 ó 12 historietas distintas; y 2) permitir el lucimiento del dibujo de Juan Giménez. Me da la sensación de que en ninguno de estos trabajos Barreiro buscó crear una obra maestra, ni establecer un hito en su carrera como guionista. Por el contrario, me lo imagino muy distendido, dispuesto a pasarla bien junto a su amigo "el Pelado" que se cebaba tanto como él con el tema de las guerras ambientadas en el futuro. Siempre el mejor de los recuerdos para ambos.
Salto a Estados Unidos, año 2019, cuando la ignota editorial TKO publica Sentient, una saga de ciencia ficción originalmente serializada en seis comic books, con guion del maestro Jeff Lemire y dibujos de Gabriel Hernández Walta. Sentient tiene la complejidad suficiente como para que te la puedan vender de dos formas totalmente distintas. Por un lado, te la puedo recomendar como una obra que transmite unos valores lindísimos de solidaridad, de coraje, de responsabilidad, de jugarse todo para proteger a los seres queridos. Desde ese lado, vas a encontrar una obra muy emotiva, en la que Lemire logra que nos encariñemos con una inteligencia artificial tanto como si fuera un ser humano, lo cual no es poco. El hecho de que casi todos los protagonistas sean niños también refuerza esa mirada familiera, tierna, de "caricia al alma". Pero también podemos hacer énfasis en la otra faceta de Sentient, una obra con un nivel de violencia tremendo, en la que los niños terminan más de una vez salpicados de sangre, envueltos en una runfla política de la que no entienden nada, pero que hace aflorar en los adultos una mala leche atroz. La obra hace equilibrio todo el tiempo entre esos dos polos opuestos. Para hacerla apta para todo público o "family-friendly" habría que limpiarle toda esa faceta más extrema y más sangrienta, y para profundizar un poco más en la faceta más oscura y ominosa los protagonistas tendrían que tener 10 o 15 años más. Lo realmente notable es que, así como está, apoyada en esa ambigüedad que la convierte en un bicho rarísimo dentro del comic yanki reciente, Sentient funciona perfecto. Está apenitas estirada (seguramente con 20-30 páginas menos pegaría más fuerte) pero logra sorprender incluso al lector más curtido, porque nunca te ves venir las guachadas que Lemire tiene bajo la manga para sacudir a la tripulación (humana y no tanto) del U.S.S. Montgomery. La lectura de este comic me retrotrajo a la semana pasada, cuando el maestro Gipi me hizo emocionar con esos adolescentes desamparados, librados a su suerte en un mundo devastado, precario y extremo. Sentient va medio por ese lado, es un poco un El Último Recreo en el espacio, pero con un personaje que modifica de lleno la ecuación como es Valarie. Un guion muy fuerte, muy impactante, donde Jeff Lemire demuestra una vez más que, sin salir de los géneros más transitados, es una usina inagotable de ideas novedosas y arriesgadas. El dibujo de Gabriel Hernández Walta es excelente, bien expresivo, dinámico, con gran atención por los climas opresivos, de altísima tensión, que se viven a bordo de la nave, y perfectamente realzado por un trabajo sublime en el color. De aca en más, cada vez que vea una historieta de Walta donde no lo dejan colorearse a sí mismo, voy a putear en no menos de 15 idiomas. Tengo sin leer otro libro (sí, ese libro) dibujado por este gran autor nacido en Melilla, así que no falta demasiado para que se venga una reseña por acá. El ensamblaje entre Walta y Lemire en estas páginas es tan potente que ojalá se reúnan pronto para una nueva colaboración. Si sos fan de cualquiera de ellos, o de la ciencia ficción, o del buen comic en general, no tengo dudas de que Sentient te va a encantar. Y hasta acá llegamos, por hoy. En una de esas hay nuevas reseñas el lunes, y si no, nos reencontramos el mes que viene, acá en el blog.

viernes, 22 de mayo de 2020

VIERNES EN ALZA

Concha de la lora, otro fin de semana largo sin poder salir de casa. Esto ya es inhumano. Pero bueno, la ventaja es que cada vez que me tomo un bondi viajo sentado y le puedo meter rosca a las lecturas, para que nunca falten reseñas en el blog.
Me clavé el Vol.11 de la colección de Nippur de Lagash, y me gustó un poco más que los anteriores. La primera historia sería una más del montón (o una garcha, incluso) si no fuera porque uno sabe qué va a pasar más adelante entre Nippur y Karien. La fórmula argumental es la de siempre, los bloques de texto están muy bien y lo grosso es lo que va a pasar después, lo que Robin Wood y Ricardo Villagrán abren en estas 16 páginas de 1972. La segunda historia sí, es una más, bien del montonardo, con muy poco para rescatar. Tiene la que probablemente sea la mejor página de Nippur dibujada por Sergio Mulko (la última), que es de una belleza y una complejidad dignas de los mejores momentos de Lucho Olivera en esta serie. En la tercera historia vuelve Villagrán a todo power y toda elegancia, y otra vez Robin nos presenta a un personaje raro y atractivo, que no muere, sino que (eventualmente) va a acompañar al protagonista en varias aventuras. Bien, era por ahí. Y no hay más Villagrán, me quedan sólo tres aventuras dibujadas por Mulko.  
Arranco con “La Ciudad”, casi un comic de Vertigo avant la lettre. Una fumanchereada mística, por momentos MUY cargada de texto, en la que Nippur se encuentra con los fantasmas de un montón de personajes que desfilaron por esta serie, obviamente con menos suerte que la vieja que ahorró toda su vida para conocer Europa y sacó pasajes para el 1º de Abril. Vínculos, amores, nostalgia… una historia muy loca, muy emotiva, en la que Nippur no mata a nadie, para variar. Después viene otra muy rara, “Los Niños que Cabalgan en las Estrellas”, que parece el título de una canción del Flaco Spinetta. No. Es una historia muy menor que una madre le cuenta a su hijo, donde no es el sumerio quien narra en primera persona, y donde Wood nos tira lo mejor de su prosa florida y sofisticada. Y la última no está mal, pero es la enésima historia del poderoso garca, que abusa de su poder y termina muy mal. Cobra un poco más de relieve si pensamos que cuando se publicó, Argentina estaba gobernada por una dictadura militar.
Habrá más Nippur muy pronto, obviamente, pero ahora salto a 2015, Estados Unidos, para encontrarme una historieta muy, muy hermosa. Lo único que tengo para criticarle a Plutona es que el guión de Jeff Lemire requiere 116 páginas para contar una historia que se podría haber compactado tranquilamente en 80. Todo lo demás, está buenísimo. La idea que motoriza la trama (unos chicos de escuela secundaria encuentran el cadáver de una superheroína muerta en un bosque en las afueras de la gran ciudad), el desarrollo de los personajes, el clima, los diálogos, los volantazos imprevisibles, todo está al nivel de Black Hammer, Descender, Sweet Tooth, o cualquier otro de los grandes trabajos de Lemire, que últimamente me viene dando muchas alegrías.
Plutona es un comic de misterio, pensado para atraparte y para ponerte nervioso, a medida que la trama se va enroscando. Y además tiene una complejidad alucinante en el aspecto de los vínculos entre los personajes, el periplo interior de cada uno y las emociones que cada uno nos transmite. O sea que además de enredarte en el misterio, Plutona te llega al corazón, te hace sentir que querés a estos chicos como si fueran amigos tuyos. En ese sentido, me pegó como cuando vi por primera vez The Breakfast Club, a los 17 años. Otra ovación de pie para Jeff Lemire.
Al frente de la faz gráfica está Emi Lenox, a quien yo no conocía, y a quien las citas laudatorias de la contratapa del TPB me vendieron como si fuera la Segunda Venida de Jesucristo, pero con pizzas y Levité gratis para todos. La verdad que lo de Lenox no es malo, se acopla bien por lo menos a la faceta más emotiva de la historia. Pero para ser una dibujante de primer nivel le falta (entre otras cosas) variedad en los planos, plasticidad en los cuerpos en movimiento, y sobre todo equilibrio entre espacios blancos y masas negras. Me imagino estas páginas sin el color de la siempre gloriosa Jordie Bellaire y me pongo a llorar, la historieta se me desploma unos cuantos escalones. Al final de cada capítulo hay un par de paginitas dibujadas por el propio Lemire, que obviamente marcan la diferencia. Recomiendo a full Plutona y nada, a prestar atención a futuros trabajos de Emi Lenox, que por ahí despega y se pone al nivel del hype con el que la manijean críticos y colegas.

Bueno, that´s all folks. Cierro contento, porque me tocaron un libro más que aceptable y uno casi excelente. Nada más, por hoy. Gracias y hasta la próxima.

miércoles, 13 de mayo de 2020

MIERCOLES DE CIENCIA-FICCION

Bueno, seguimos acá, en casa. Y con algunas lecturas más para comentar en este espacio.
Efectivamente, ni bien terminé de leer el Vol.9 de Valérian, me fijé en la biblioteca a ver si estaba el Vol.10, que es la segunda parte de la historia que comentamos el viernes. Lo tenía. Y mejor aún: lo leí y sentí la sensación mágica de no haberlo leído nunca. El álbum empieza con un muy breve resumen de lo sucedido en el tomo anterior, así que sospecho que yo debo haber frenado ahí el hipotético intento de lectura, hace mil años, cuando lo conseguí (por supuesto no me acuerdo ni cuándo ni dónde). 
Creo que nunca fui tan feliz leyendo Valérian como con este díptico. Muchas cosas que en Metro Chatelet no terminaban de cerrar, acá los maestros Pierre Christin y Jean-Claude Meziéres lo cierran perfecto. ¡Y hasta tiran puntitas de sagas que vendrán después! Acá se resuelve el misterio, hay acción, comedia, traiciones, engaños, seducción, violencia, misticismo, teorías conspiranoicas, runflas entre mega-corporaciones, celos entre amigovios… Ah, y una bajada de línea maravillosa acerca del saqueo colonialista que invade a culturas menos avanzadas y les impone una religión trucha mientras le chorea las riquezas. No se le puede pedir más a 46 páginas de una aventura apuntada al público adolescente, de verdad.
Lo único que no me pareció taaaan genial es el debut de Laureline en el rol de yiro manipulador, de femme fatale, que volverá a interpretar en álbumes posteriores. Se hace demasiado larga la secuencia en la que se viste, peina y maquilla para verse MUY zorra y detonarle las hormonas a dos giles que supuestamente son muy malos, pero Christin los muestra como víctimas del ardid de esta chica otrora casta y mojigata, ya virada en sex symbol. Atenti fans de Sin City, que en esa secuencia van a encontrar un par de viñetas que sin ninguna duda Frank Miller “tomó como referencia” para algún episodio de esa saga de los ´90. Pero bueno, el dibujo de Meziéres en este tomo es tan zarpado, alcanza picos tan sublimes, que debe ser difícil que un dibujante lea esto y no se quiera “llevar algo de recuerdo”.
Brillante, absolutamente satisfactorio y con muchos toques de genialidad este arco de dos álbumes (aparecidos en 1980 y 1981, respectivamente) de la saga de Valérian. El día que se me prenda fuego la colección, ya sé cuáles son los tomos que hay que rescatar sí o sí de entre las llamas.
Sigo en el terreno de la ciencia-ficción, pero ahora en EEUU y en 2015, para empezar (tarde, como siempre) con Descender, la muy elogiada serie escrita por Jeff Lemire y dibujada por Dustin Nguyen. Hace poco leí (online, claro) Gotham Sirens, una serie con guiones de Paul Dini, cuyos primeros episodios dibujaba Nguyen. Y me pareció una garcha, inclusive el dibujo bajaba el nivel número a número hasta llegar a extremos bochornosos. Acá, todo lo contrario. Arranca muy arriba y va mejorando. No sé si Nguyen trabaja realmente con acuarelas, o si logra ese efecto con herramientas digitales, pero la verdad que la idea de ilustrar todo un comic de recontra-ciencia-ficción con esta estética es alucinante y me hizo revivir los años de gloria de las revistas tipo 1984 y Zona 84. Por momentos Nguyen dibuja tan bien, que parece una especie de Scott Hampton, con una narrativa más sólida. Para el final se relaja un poquito, se le ocurre una excusa bastante legítima para que las últimas… 40 páginas tengan pocos fondos, pero se gana ampliamente la ovación.
¿Dije “el final”? No, esto no tiene final. El libro trae seis episodios y deben ser… más de 30. Y si bien el argumento me re-enganchó, si bien hay varios personajes realmente fascinantes, sin bien Lemire pone en marcha una dinámica entre ellos muy atractiva… me da la sensación (ojalá me equivoque) de que la idea que tuvo el canadiense funcionaría mejor en una historia infinitamente más acotada. 200 páginas, a lo sumo. Planteada en el formato de serie de más de 30 episodios de 20 páginas, Descender corre el riesgo de irse por las ramas, de que algunas de esas buenas ideas que nacen en este tomo se diluyan en los que vienen después.
Ojalá me equivoque y esto esté tan bien escrito como los 40 episodios de Sweet Tooth, que es la obra de Lemire con la que más puntos de contacto le veo a Descender. Acá también hay aventuras, héroes, antihéroes y villanos, momentos de ternura, momentos de mala leche muy al límite, dilemas morales, fenómenos que la ciencia no logra controlar… y además momentos en los que Lemire, como todos los grandes autores de ciencia-ficción, usa al futuro como metáfora crítica del presente. Hasta ahora, la lectura Descender justifica las muy buenas críticas que había leído. Así da gusto irse al Descenso.

Y nada más por hoy. Se me tiene que ocurrir algo para hacerme millonario, porque la comiquería de mi barrio recibió un envío de material de España y hay unos libros gloriosos… a precios de lesa humanidad. Mientras tanto, sigo leyendo lo que tengo acovachado, como para que no falten las reseñas acá en el blog.

jueves, 21 de noviembre de 2019

DOS Y A CATAMARCA

A pocas horas de emprender otro largo viaje (¿el último del año?), me tomo un rato para redactar las reseñas de dos libritos que tengo leídos.
Retomo la lectura del Moon Knight de Jeff Lemire, que empecé el 01/11/19 (y andá a saber cuándo voy a terminar, porque son tres tomos y el tercero no lo vi jamás). Esto es un delirio, mal. Un comic que hace… diez años era impensable. 80 páginas sin villanos, en las que los “conflictos” se desarrollan en la mente del protagonista, cuando se enfrentan cuatro realidades distintas, que responden a las distintas personalidades en las que se fragmentó la psiquis de Moon Knight. Recién al final Lemire blanquea lo obvio, que es que todo lo que vemos pasa dentro de la mente del héroe y a su vez es todo un prólogo a lo que –supongo- va a pasar en el tercer tomo.
Si te quedaba alguna duda acerca de la salud mental de Moon Knight, este tomo te la termina de despejar: el paladín de Khonshu está totalmente chapa, y ese es el principal sostén de todo este arco argumental. Una alucinación, una exploración de la demencia como pocas veces se vio en este medio, una danza bizarra entre realidades que se interconectan en una psiquis hecha añicos. No es exactamente una aventura, pero igual te atrapa a full. Y sí, pegaría mucho más fuerte si en vez de 80 páginas fueran 48, o 60.
Esta vez Greg Smallwood tiene una participación mínima en la faz gráfica. Alguien (un genio) decidió que tres dibujantes invitados se hagan cargo de las secuencias protagonizadas por las distintas identidades de Moon Knight, en un juego hipnótico que nos permite incluso ver tres estilos gráficos muy distintos… ¡en la misma página! De los tres invitados, a Wilfredo Torres le tocan las escenas más tranqui, al alucinante Francesco Francavilla las más fuertes, las más violentas, y esas escenas de ciencia-ficción tipo Star Wars (que son las que menos peso tienen a nivel del guión) fueron a manos del glorioso James Stokoe, así que las disfruté enormemente. Otra locura brillante para esta serie, que sigue acumulando méritos para ser la mejor iteración de Moon Knight después de la etapa clásica (la de Doug Moench y Bill Sienkiewicz). Ojalá en algún momento me encuentre a buen precio el Vol.3.
Me vengo a Argentina, año 2019, cuando se recopila en libro El Rey de la Historieta, una novela gráfica de Federico Baert originalmente publicada por entregas (y a todo color) en un popular blog. La verdad que, al sacarle el color, el dibujo de Baert no pierde casi nada. Es un dibujo adusto, por momentos medio bestia, medio precario. Como un Marcos Vergara desangelado, sin el menor esfuerzo por agradar al lector. Muy eficaz en términos narrativos, pero visualmente un poco limitado. Voy a ser muy injusto con Baert, pero me imaginé esta historia dibujada por Peter Bagge y casi me desmayo de la emoción.
Claramente el fuerte de El Rey de la Historieta es el guión. La construcción del personaje central (Fabricio Barraza, el exitoso guionista de historietas infantiles que venden fortunas) y la tremenda sucesión de situaciones límite por las que atraviesa a lo largo de estas 78 páginas. La trama es un espiral incandescente de violencia, abyección moral y locura, teñida de un fatalismo devastador y un humor negrísimo, que destila hectolitros de mala leche. No hay muchas historietas así, tan jodidas, tan pensadas para incomodar al lector, con un mensaje tan contrario a cualquier tipo de corrección política, sin esperanza, ni empatía, ni solidaridad, ni ningún tipo de vínculo afectivo real entre los personajes.
Baert se jugó una carta fuerte y –por lo menos para mi gusto- ganó. A fuerza de truculencia, insensibilidad y sacudones tan brutales como verosímiles, Fabricio Barraza se convierte en un personaje definitivo, icónico, un arquetipo perfecto dentro de la categoría “tipos de mierda”.
Si no te molesta que el dibujo no sea virtuoso, y no te escandalizan los diálogos en los que se agrede sin ningún tapujo a mujeres, homosexuales, gordos, pobres, o chicos con Síndrome de Down, ni las escenas de abuso de drogas y alcohol, femicidios, pedofilia y canibalismo, El Rey de la Historieta te va a impactar. El tema es aguantar todo ese tsunami de sordidez y miseria y llegar al final. Para aquellos que lo logren, Baert tiene la más valiosa de las recompensas: no te deja salir del libro igual que como entraste. Sin dudas eso es lo que lo hace fundamental.

Gracias a todos por el aguante y nos vemos este sábado y domingo en la ColossusCom de Catamarca.

viernes, 1 de noviembre de 2019

OTRA VEZ NOVIEMBRE

Una vez más arranca un mes que me gusta mucho, no sólo por el clima, sino porque se me suelen acumular muchos eventos y casi todos me llevan de viaje por distintos lugares del país o el continente. Esta noche, sin ir más lejos, estoy con todas las ganas de salir, pero me tengo que ir a dormir temprano para estar mañana al mediodía en la Pergamino Comicon. Aprovecho, entonces, para postear las reseñas de los últimos libritos que leí.
Hace no mucho, el 11/06/19, me despedía del Moon Knight de Brian Wood y Greg Smallwood con la promesa de reencontrarme con el personaje y el dibujante en la etapa donde los guiones van a manos del siempre sorprendente Jeff Lemire. Y acá estoy, con este TPB de 2016 en el que el guionista canadiense le pega otra vuelta de tuerca, extrema, de altísimo impacto, al justiciero creado en los ´70 por Doug Moench. Si hasta acá guionistas como Brian Michael Bendis, Warren Ellis o el propio Wood venían coqueteando con la posibilidad de que a Moon Knight le faltaran un par de jugadores, Lemire lleva esa idea al carajo y más allá. En esta saga (coherentemente titulada “Lunatic”), Marc Spector no es un héroe, ni un justiciero urbano, ni nada. Es un demente internado en un manicomio, en el que además están… ¡los cuatro personajes secundarios más importantes de la etapa de Moench!
Son 100 páginas llenas de sacudones impredecibles, todo el tiempo sobre la delgada cornisa que separa la cordura de la demencia, con Khonshu dejando cáscaras de banana en la cornisa, como para que no falten oportunidades de ver a Moon Knight derrapar hacia el abismo. Lemire trabaja durísimo para que vos no le creas a nadie: ni a los buenos, ni a los malos, ni a los psiquiatras, ni a personajes que cambian de alineación más de una vez durante la saguita. Esto es rarísimo: un comic de acción, con piñas y persecuciones, con climas opresivos, agobiantes, pesadillas, alucinaciones, drogas, electroshocks y varias versiones contradictorias de los mismos hechos. La deconstrucción más bestial de un personaje clásico que recuerdo haber leído en mucho, mucho tiempo.
Y el dibujo de Greg Smallwood es devastador. Casi todo está dibujado en un estilo que combina la estética dura, potente, oscura de Sean Phillips y Shawn Martinbrough con la elegancia y la plasticidad de García López. Una gloria absoluta. Pero además, en los flashbacks y las secuencias oníricas el dibujante cambia el estilo y prueba con cosas loquísimas, entre ellas homenajes al trazo de Bill Sienkiewicz, el dibujante que hiciera levantar vuelo a Moon Knight a principios de los ´80. El color de Jordie Bellaire también es magnífico, y por suerte tengo un TPB más de estos mismos autores para leer pronto.
Allá por el 26/03/11, después de leer La Ciudad de los Puentes Obsoletos, me quedé a la espera de una nueva novela de Federico Pazos en la que –en una de esas- el autor lograra combinar su descomunal talento para el dibujo, el color y el armado de las secuencias con un guión fuerte, sólido, 100% convincente. Y esperé, y esperé, y esperé, y finalmente se publicó La Resaca y ¿con qué me encontré? Con otras 120 páginas dibujadas a un nivel inhumano, con cuatro estilos distintos, mil variantes brillantes en la puesta en página, un manejo del color demasiado perfecto para ser real, mucho, muchísimo más texto que en Los Puentes Obsoletos… y de nuevo, un guión que no me terminó de cerrar.
La Resaca tiene algunos momentos absolutamente geniales. Toda la secuencia del pirata y toda la del viejo mal llevado son páginas y páginas fascinantes, muy bien escritas, repletas de hallazgos en la narrativa. Todo el tiempo (en estas secuencias y en las otras) te preguntás ¿a dónde va todo esto?, ¿cómo enganchan las cuatro historias? ¿son realmente historias, o son larguísimas escenas de gente que habla o piensa? Y sí, todas esas escenas aparentemente inconexas, todos esos diálogos interminables (algunos muy graciosos, otros muy introspectivos) van hacia un lugar. Y no, no son exactamente historias. Son… situaciones, pongamoslé. Ni siquiera situaciones límite, de esas que los autores suelen usar para definir rápidamente a los personajes. Estos personajes se definen de a poco, haciendo y diciendo boludeces, cosas de todos los días… Filosofan, cuentan anécdotas, algunos casi no se mueven. Entonces entra en escena la magia de Pazos para imaginar metáforas visuales zarpadísimas, como para no dibujar 120 páginas de tipitos conversando. Y ahí es donde La Resaca te lleva puesto y te estrola contra la pared.
De nuevo, el guión me generó unos cuantos “peros”. Y de nuevo, todo el aspecto visual de la obra, desde la portada hasta la tipografía de los textos, me lleva a pensar que Fede Pazos es un Genio del Noveno Arte, un creador de climas, universos y personajes que no intersectan fácilmente ni con la aventura ni con los otros géneros clásicos, pero que te seducen, te incluyen, te emocionan y te dejan pensando. Demasiada belleza para 120 páginas, en serio.

Y nada más, por ahora. Ah, el miércoles a las 19hs voy a estar en la Casa de la Cultura de Vicente López, como moderador de un panel de guionistas. La entrada es gratis y los guionistas son capos, así que si están al pedo, vengan. Nos reencontramos la semana que viene, con nuevas reseñas acá en el blog.

jueves, 27 de junio de 2019

JUEVES FRESQUITO

Vengo leyendo poca historieta, porque por distintos motivos estoy saliendo poco de mi casa y no tengo esos viajes en subte, tren o colectivo que (si consigo asiento) generalmente uso para leer. Pero como siempre, algo hay.
Empiezo con una gema a la que le tenía mucha fe, pero que superó ampliamente mis expectativas: el Vol.1 de Black Hammer, la serie de Jeff Lemire y Dean Ormston que publica (con gran éxito y numerosos spin-offs) Dark Horse. Black Hammer es un comic con disforia de género: Lemire nos presenta a un grupo de personajes forjados en el molde de los superhéroes clásicos (hasta nos explica en los textos del final en qué personaje de DC estaba pensando cuando creó a cada uno) pero puestos a funcionar en otro género, un género que les resulta hostil, o por lo menos incómodo.
Tras un combate contra un villano cósmico infinitamente poderoso (una especie de Darkseid/ Galactus), estos héroes y heroínas reaparecen en una granja, en algún lugar del Bible Belt de los EEUU. Algunos conservan sus cuerpos originales, otros ven sus mentes trasladadas a cuerpos que no son los suyos, ninguno puede salir de esa zona, a todos les cuesta adaptarse a una vida normal, rural, apacible, sin más conflictos que los que emergen de sus propias personalidades y de su interacción con la gente del pueblito vecino a la granja. Lemire acierta al revelarnos con cuentagotas la información que necesitamos acerca de estos personajes, los poderes que tienen, el combate que terminó en este brutal cambio del status quo, el rol que cumplió en esa batalla el héroe principal de este universo (Black Hammer, cuya ausencia en esta nueva realidad es más que notoria)… Todos esos puntos dramáticos que tienen que ver con el costado superheroico de la serie “sacan número” y esperan su turno mientras el guionista explora lo que más parece interesarle, que son los vínculos entre los personajes, sus inseguridades y lo mucho que les cuesta adaptarse a la nueva situación. Y por detrás de todo esto avanza el subplot de la hija de Black Hammer, que quiere llegar a la verdad y descubrir qué pasó con su padre y sus compañeros de super-grupo.
Sin dudas es un comic raro, que juega con el conocimiento que tienen el lector de los tropos del género supeheroico, pero además agrega varias capas de profundidad y un montón de elementos pensados para descolocar al cancherito que cree que ya ningún comic de tipos y minas con superpoderes lo puede sorprender. Lo que está haciendo Lemire en Black Hammer es algo que –posta- nunca hizo nadie y lo está haciendo asombrosamente bien.
Por supuesto, me pongo de pie para ovacionar al maestro Dean Ormston por su labor al frente de la faz gráfica. Obvio, juega con seis anchos de espada en el mazo porque lo colorea Dave Stewart, pero el trabajo del inglés es realmente exquisito. Ormston no falla en los climas, en las referencias visuales a los comics que Lemire quiere que recordemos cuando tira un flashback, se mata en los fondos y resuelve todos los efectos de iluminación con un claroscuro poderosísimo, expresivo y evocativo al mango. No tengo comprado el Vol.2, pero ni bien lo vea a un precio razonable, le entro como el agua al Titanic.
Después de este escarceo con la gloria, necesito una lectura más tranqui, más livianita, y salto a Argentina para ver qué onda el Vol.14 de Macanudo, con más de 250 tiras de las que publica Liniers en el diario La Nación. El tomo arranca fuerte, con una seguidilla de tiras acerca de garcas coimeros, testaferros de otros garcas coimeros, que hablan de cuentas offshore y de ser felices dilapidando el dinero malhabido. No es una temática que habitualmente aparezca en las tiras de Liniers, y la verdad que fue una muy grata sorpresa. Después tenemos el tradicional desfile de personajes al que nos acostumbró Macanudo, todos vehículos para que Liniers explore distintas facetas del humor y del dibujo sin aburrirse.
De las ideas que no había visto en tomos anteriores, la que más me gustó es Charlas Entre Chicos de Cinco Años, pero hay varias muy buenas y otras (como siempre) muy raras. Un tema que aparece mucho en tiras muy distintas entre sí es el de la relación entre la gente de hoy y el mundo de las redes sociales, los celulares, las selfies y demás pelotudeces de la era digital. Liniers es sumamente crítico de todo esto, y arroja sus dardos con sutileza y elegancia, en parte porque sabe que su público es parte de la gran masa que compró y abraza todas estas pelotudeces.
Y como siempre, por encima de la comicidad, o de la ternura, o de la bizarreada que le pone Liniers a cada tira, emerge el tremendo placer que genera ver a un tipo dibujando a este nivel, con esta amplitud de registro, este manejo del color, de la línea, de las formas de las viñetas, del armado de las secuencias. Debe ser muy frustrante ser historietista, publicar hace mil años una tira en un diario y tener que ver todos los días lo que hace Liniers en Macanudo…

Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

sábado, 12 de septiembre de 2015

12/09: TRILLIUM

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dijo alguna vez el inmortal Jorge Luis Borges. Y no soy fan de empezar las reseñas con citas, pero esta vez el amor (por Borges) es más fuerte. Estamos ante una historieta que TODO EL TIEMPO me remitió al máximo exponente de nuestra literatura fantástica. Una historieta plagada de ideas que obsesionaron a Borges, plasmadas de un modo distinto, en otro lenguaje (la narrativa basada en secuencias de imágenes), pero con la fuerza y la sensibilidad de los grandes relatos del maestro.
Con Trillium, el canadiense Jeff Lemire se anima a una obra con un componente de ficción mucho más presente que en sus trabajos anteriores. Esta vez, casi nada de lo que vemos existe en la realidad y nos muestra al autor lanzado a la aventura de imaginar, además de una historia, mundos enteros, culturas, razas y hasta un lenguaje. Pero claro, está la impronta de Lemire, presente y resonante más allá de los géneros en los que incursione el autor. Y además la impronta de Borges, que flota implacable sobre esta trama hipnótica de espejos rotos, paralelos perfectos y recuerdos desfasados.
¿Es una historia de amor a contramano, de guerra impulsada por la ambición, de viajes en el tiempo, de preservación de una especie? Sí, Trillium es eso y mucho más. No quiero contar nada del argumento, para no spoilear, porque es un trabajo bastante reciente que quizás más de uno no leyó. Pero que alcance con decir que es brillante. Lemire se anima a hacer cosas que nunca vi hacer a ningún otro historietista, sobre todo en ese quinto episodio, en el que las 20 páginas aparecen divididas por la mitad, en forma de espejo, para trazar un paralelismo entre los personajes como sólo el comic permite hacerlo.
Borges habría terminado la historia 30 ó 35 páginas antes del final que le da Lemire, antes de que los personajes se vean forzados a ese acto de heroismo extremo, a resolver el conflicto por la vía de la violencia. Un conflicto que hasta ahí aparecía como un plot secundario, en las márgenes de la historia, lejos del foco de esos otros conflictos más chiquitos, más humanos pero mucho más potentes en los que se centran las primeras 120 ó 130 páginas de Trilium. En las 10 páginas finales, Lemire retoma la senda de la no-aventura y de nuevo, ya no hay epopeya cósmica que opaque el verdadero núcleo de la obra, que son Nika y William.
El dibujo merece su párrafo aparte, por supuesto, porque una vez más vemos a Lemire en un excelente nivel, con el desafío extra de tener que dibujar naves espaciales, tecnología del futuro y un montón de cosas más que nunca antes había dibujado. Pero, mirá lo que son las cosas, el ancho de espadas de Trillium no es tanto el dibujo como el color. Como en Sweet Tooth, acá Lemire hace team-up con el maestro José Villarrubia, el poeta del photoshop. Y deciden amalgamarse como nunca antes: Villarrubia usa las técnicas tradicionales para colorear las secuencias ambientadas en 1921, y otras técnicas totalmente distintas para las del año 3797. Tan distintas, que por momentos pareciera que abajo hay dos dibujantes distintos. Las secuencias del futuro son visualmente increíbles, con tonalidades que parecen logradas con acuarelas y lápices de colores y que le dan al dibujo de Lemire (que es bastante agreste) una elegancia majestuosa.
Entre el guión, la narrativa gráfica, el dibujo y el color, Lemire y Villarrubia despliegan una cantidad de recursos expresivos realmente apabullantes y los ponen al servicio de una historia tensa, conmovedora, muy original, más allá de los géneros y más allá de lo que uno creía que podría alcanzar Lemire a sus jóvenes 39 años. Climas, diálogos, expresiones faciales, ideas, truquitos narrativos… no hay nada en Trillium que no me haya parecido genial. Sin duda, un clásico instantáneo de esos que se le pueden recomendar incluso a la gente que nunca leyó historietas.

jueves, 16 de octubre de 2014

16/ 10: ANIMAL MAN Vol.3

Tomo voluminoso de Animal Man, con ocho episodios de la serie que escribía Jeff Lemire y dos de Swamp Thing, escritos por Scott Snyder. Sospecho que cuando lea el Vol.3 de Swamp Thing me voy a encontrar con que ahí también se republican cuatro de los 10 episodios de este libro, pero me parece razonable, sobre todo para la gente que seguía una sola colección.
La estructura de la saga de Rotworld es de un videojuego mediocre: de pronto, toda la realidad cambió. El mal triunfó, la putrefacción arrasó a la tierra (o por lo menos a EEUU), los superhéroes y villanos se convirtieron en unos monstruos tipo zombies totalmente corrompidos por el Rot, y Animal Man y Swamp Thing (cada uno por su lado) deben tratar de llegar a un lugar puntual de EEUU, donde –si hacen todo bien y tienen culo- quizás puedan vencer a Arcane y reestablecer el orden, rescatar a sus seres querido, etc. En el medio, Buddy Baker se encontrará con otros personajes que, por algún motivo, no fueron contagiados por el Rot y algunos (como Steel y Frankenstein) estarán bien aprovechados por el guión.
Pero básicamente, lo que vemos a lo largo de muchísimas páginas es a Buddy y estos personajes que se le van sumando, en una ruta lineal hacia el lugar donde tal vez se resuelva todo, en una peregrinación cuesta arriba, interrumpida todo el tiempo por la machaca sanguinolienta contra monstruos, criaturas abisales y héroes y villanos horrendamente mutados. Por suerte Lemire no se olvida de la familia de Buddy, y en todos los episodios le dedica unas páginas a un subplot protagonizado por Maxine, que está sumamente estirado pero por lo menos sirve para matizar, para que no sea todo “Animal Man y sus amigos avanzan por la tierra podrida machacando monstruos”.
Sobre el final, la saga levanta bastante la puntería. Cuando Buddy y Swampy confrontan al Rot y descubren el verdadero rol de Arcane en la trama, se produce un volantazo que funciona. Para cuando Lemire logra unir la trama de Buddy con la de Maxine, el clima ya está bien espeso, ya se generó una tensión muy grossa. Y el epílogo (llamado “El Funeral”, aunque no te voy a blanquear de quién) es lo mejor que leí hasta ahora en esta versión de Animal Man. Por los huevos para sacudir de esa manera el status quo de la serie, pero sobre todo por la emotividad, la efectividad de Lemire para pegarle a Buddy un golpe que nos duele a todos. Tan perfecto es el final de ese n°19, que era un gran momento para cancelar la revista, o seguirla, pero con otro equipo creativo y otra dirección. Yo, por mi parte, creo que la cuelgo ahí, que no me voy a comprar los TPBs que me faltan para completarla, a menos que los vea a un precio ridículamente bajo.
¿Te acordás de Travel Foreman, el dibujante de los primeros números? Bueno, olvidate porque acá no está más. Por suerte lo tenemos a Steve Pugh, en un gran nivel, como siempre muy jugado a la figura humana, a dejar la vida en cuerpos y rostros y darle mínima bola a todo lo demás. Pero bien, con onda, con polenta, con buena sintonía con los coloristas. Todo el subplot de Maxine permite ver en cada episodio un puñado de páginas dibujadas por un inspiradísimo Timothy Green II, cada vez más afianzado, más personal, más fino. Quiero ya una novela gráfica íntegramente dibujada por este animalito, que por ahí no se luce tanto en las escenas de machaca, pero en las escnas más tranquis la tiene atada. En los dos episodios de Swamp Thing tenemos lo más flojo a nivel dibujo: primero al verdulero Marco Rudy, un Juan Carlos Flicker de la B Metropolitana, con errores en las caras y cero idea en los fondos, y después al impresentable Andrew Belanger, a quien jamás había visto y a quien no quiero ver nunca más, porque –posta- menos la puesta en página, todo lo demás lo hace mal.
El Vol.3 de Swamp Thing (que por lo visto conecta MUCHO con este) lo tengo bastante más abajo en el pilón, pero lo voy a subir para leerlo pronto, así veo si la historia me termina de cerrar o qué. Por ahora, no más Animal Man acá en el blog.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

03/09: FRANKENSTEIN, AGENT OF S.H.A.D.E. Vol.2

Hace más de dos años, el 19/08/12, leí el primer tomo de esta serie. Y la verdad que no me imaginé que el segundo tomo fuera a ser el último, creí que o el público, o cierto sector de la crítica, o la propia DC la iban a bancar un poco más. Al final, la aventura duró solo 17 meses y este voluminoso TPB reúne los últimos 10 episodios.
El tomo arranca con una sorpresa: Jeff Lemire resuelve en apenas 20 páginas el plot del hijo de Frankenstein, que para el final del Vol.1 pintaba para ser el detonante de una saga compleja y extensa. Me comí el amague, mal. Le sigue un unitario bastante intrascendente, en el que Lemire empieza a vincular a esta serie con la otra que escribía en ese mismo momento, Animal Man. Así, Frankenstein y otros agentes de S.H.A.D.E. tienen sus propios escarceos con las fuerzas del Rot, lo cual se verá con más claridad en un arco argumental posterior. El primer arco extenso, el que gira en torno a Leviathan, marca la despedida de Lemire de la serie y la llegada de su amigo Matt Kindt, que lo reemplaza a la mitad de la saga. Y sí, podría haber sido mucho más corta, pero es una buena saga, con un final potente, con cambios grossos en el status quo del protagonista y pequeñas pistas de lo que va a suceder después, sembradas con buen criterio por Kindt.
El siguiente unitario nos lleva al origen de Frankenstein, a explorar sobre todo su relación con Victor, su creador. Se me hizo corto, me enganchó como para querer que durara mucho más. Después sí, vienen los tres episodios en los que el monstruo y sus aliados tienen que hacerle el aguante a Victor y al Rot en la tierra, mientras Animal Man y Swamp Thing combaten uno en el Rojo y uno en el Verde (supongo). Acá hay, como en toda la serie, muchas ideas limadas, conceptos raros, jugados… pero que pierden en la comparación con la machaca. En la saga del Rot se nota que Frankenstein es una serie de monstruos que se cagan a palos, y que ese espacio que ocupan las ideas limadas es un bonus track, algo que está, pero si no estuviera no tendríamos siquiera que quejarnos, porque se supone que uno compraba la revista para ver monstruos que se cagan a palos. El unitario que cierra la serie es lo más flojo del tomo, una aventurita menor, genérica, en la que Kindt no se calienta en explicar por qué están vivos personajes a los que vimos morir en el arco anterior.
A lo largo de todo el tomo y sin faltar nunca, tenemos los dibujazos del maestro italiano Alberto Ponticelli, al que se nota que le encanta la onda de la machaca salvaje y grandilocuente, pero que nunca cae en la tentación de salir a chorear con las splash pages. Ponticelli, además de ponerte los pelos de punta con lo bien que dibuja a los bichos bizarros que le pide el guión, se mata en la narrativa, propone todo el tiempo buenas transiciones, buenas composiciones, puestas arriesgadas, enfoques muy diversos… La verdad que es un placer estudiar la narrativa del tano, porque se nota que la pasó bárbaro y dejó la vida en cada página. Además le ponen un entintador finoli como Wayne Faucher y un colorista exquisito como José Villarrubia, con lo cual los excesos de Ponti, sus coqueteos con el grotesco más cabeza, están muy bien balanceados con la elegancia de sus colaboradores. Obviamente, si esto fuera más oscuro, más denso, más visceral, seguramente se vería mejor y hasta sería más genuino, porque estaría más de manifiesto el estilo de Ponticelli. Pero en ese caso hubiese sido imposible que el tano entregara todos los meses y el TPB estaría lleno de dibujantes suplentes, casi seguro inferiores.
En fin, se terminó Frankenstein. Una serie rara, muy jugada a la estridencia y la espectacularidad, a la que Jeff Lemire y Matt Kindt le lograron meter varias ideas atípicas, interesantes, y bastante desarrollo de personajes. De alguna manera, la fórmula no prendió, y esto que parecía la oportunidad de tener un Hellboy y un B.P.R.D. perfectamente integrados al Universo DC no pasó de una bizarreada efímera, de la que probablemente jamás se haga cargo ningún otro guionista. Es lo que hay.

jueves, 24 de julio de 2014

24/ 07: SWEET TOOTH Vol.6

Final para otra serie de la que vimos todos los tomos anteriores acá en el blog. Este es un tomo gordo, poderoso, con más de 180 páginas de historieta en las que Jeff Lemire buscará coronar con una vuelta olímpica una campaña que hasta acá era memorable, sobre todo para un equipo chico que –cuando arrancó Sweet Tooth, en 2009- no tenía experiencia en esto de la ongoing mensual, de la construcción de una historia a muy largo plazo, que probablemente haya arrimado a las 1000 páginas.
Y felizmente en este tomo final, todo lo que hasta acá estaba bueno, acá está mejor. El ritmo, la impronta aventurera, el costado de la ternura freak, el misterio de la plaga (a medio camino entre lo científico y lo sobrenatural), el contexto post-apocalíptico, la sensación de cosa primal, salvaje, pre o post civilización, y algo que ya vimos en el libro reseñado ayer, que son nenes y nenas sometidos a situaciones de carencias y de violencia impropias para su edad. Si el autor se hubiese conformado con lograr un buen equilibrio entre acción y caracterización, ya lo estaríamos aplaudiendo. Pero hete aquí que Lemire fue mucho más allá y logró redondear una serie extraordinaria, con todos los condimentos del buen comic de entretenimiento y una potente impronta autoral. Todo el tiempo se nota que Sweet Tooth es una obra de Lemire, que detrás de esas páginas hay un autor comprometido con la obra, que se está divirtiendo y que está realizando la historieta que siente, la que lleva adentro, la que brota de su sensibilidad y su inteligencia con fuerza, con convicción y sobre todo con talento.
El tomo anterior terminó con la muerte de un personaje importante y esta vez son varios más los que van a estirar la pata, con lo cual hay un cierto clima tristón, melancólico, de fin de curso. Compensado, por supuesto, por los aciertos de Lemire a la hora de resolver los misterios y los plots que arrastró durante toda la serie y porque, realmente, había un final muy digno, muy bien pensado y muy acorde para cada personaje con peso en la trama. Creo que el único personaje que medio “se disuelve” en algún momento del epílogo es Becky. Todos los demás salen de escena de manera muy convincente. Las 40 páginas del epílogo son una cátedra: acá Lemire pasa en limpio un montón de cosas, deja todo ordenado, prolijito, responde preguntas, amplía la data (como Sofovich en Los 8 Escalones) y en la segunda mitad propone un nuevo status quo, que no va a explorar, porque la serie se termina, pero que es interesantísimo y deja abierta una puerta para, eventualmente, volver a incursionar en el universo de Sweet Tooth.
Aquello de “todo lo que hasta acá estaba bueno, acá está mejor”, se aplica también al dibujo. Lemire está muy suelto, muy canchero, muy afianzado en su estética de cero refinación y máximo expresionismo. Prueba cosas locas con la puesta en página, sube la apuesta en las escenas de machaca y se va al carajo y más allá cuando le da un descansito a José Villarrubia y entrega esas páginas coloreadas por él mismo, con unas acuarelas fastuosas, de increíble belleza y enorme power. La verdad es que te olvidás muy rápido de que no estamos frente a un virtuoso del dibujo, y eso es mérito del Lemire narrador, de ese increíble contador de historias que te envuelve y hace lo que quiere con vos secuencia tras secuencia. En este tomo tenemos también un extenso flashback al pasado del principal villano, a cargo de Nate Powell, una especie de Sam Kieth del Nacional B, sin la locura ni el talento del creador de The Maxx.
Y se terminó Sweet Tooth, una historia imposible de olvidar, una historia que nos hizo sufrir y gozar, una historia de coraje, de amistad, una historia de los riesgos de ser distinto, del tránsito a la madurez, una historia de violencia, de crueldad, de esperanza, de redención. Una historia…

miércoles, 5 de febrero de 2014

05/ 02: ANIMAL MAN Vol.2

Ma-mita, cómo me aburrí con este libro...
En este segundo tomo, Jeff Lemire repite los vicios que le marcamos en la reseña del Vol.1, allá por el 06/12/12. Básicamente, el capricho de avanzar MUY lento en la historia, con páginas y páginas en las que no pasa nada y con secuencias importantes (o meramente impactantes) sumamente estiradas. Y además pasa LO MISMO que en el Vol.1 de Swamp Thing: Animal Man es re-creado por sus creadores, ahora con más poder, para hacerle el aguante a la imparable amenaza del Rot, que lo llevará a aliarse con la criatura del pantano, seguramente en el Vol.3. En el primer tomo de Swamp Thing ese “argumento” hacía más ruido, porque le robaba a Scott Snyder páginas que necesitaba para presentar mejor a los personajes. Acá, por suerte, la presentación de personajes fue uno de los (no tantos) logros de Lemire en el tomo anterior. Y por si faltara algo, este TPB incluye el n°0, en el que la acción se traslada cinco años al pasado para revelarnos en detalle el origen de Animal Man.
Dos cosas me gustaron mucho: por un lado, las caracterizaciones de Cliff y Maxine, los hijos de Buddy Baker. No es fácil escribir chiquitos creíbles y Lemire lo logró ampliamente. Por el otro, las referencias al Animal Man de Grant Morrison: no sólo hay una explicación o una reinterpretación para los aliens amarillos cabezones que metieron mano en el origen del héroe. Lemire también resignifica la saga central de Morrison, aquella en la que Buddy presenciaba la muerte de su familia y terminaba cara a cara con el guionista escocés, en un intento desesperado para que el demiurgo reviera su decisión de boletear a sus seres queridos.
Después me pareció atractivo el upgrade en los poderes del héroe, y lindo pero muy estirado el subplot de los poderes de Maxine (esto ya había sucedido en la revista de Animal Man de los ´90). El resto, muy aburrido. Lemire le escribe un rol muy choto a Ellen, la esposa de Buddy, todo el tiempo con cara de orto y con planteos de pelotuda que no entendió que su marido ahora es más que humano y tiene responsabilidades mayores. Y lo peor, lejos, es el Annual: una “aventura” paralela, tangencial, en la que a lo largo de casi 40 páginas, Socks (otro personaje bien delineado por Lemire) le cuenta a Maxine una historia que apenas tiene que ver con la trama, totalmente prescindible.
Para remar de alguna manera el embole que plantean los guiones, este tomo tiene un elenco de dibujantes de la San Puta, envidiable para cualquier otro comic del mainstream de DC. Esta vez hay poco Travel Foreman (las portadas y alguna que otra paginita interna), pero no se sufre, porque hay mucho Steve Pugh, que a mí me gusta más. Pugh es un muy buen dibujante de estilo clásico, con mucha destreza para dibujar cuerpos y rostros humanos y al que le copa el tema del terror visceral y los monstruos pasados de rosca, que acá abundan y mucho. En el capítulo donde no está Pugh, tenemos al tano Alberto Ponticelli (que trabajaba con Lemire en Frankenstein), también muy sólido y muy pícaro para zafar de dibujar fondos. Y en el Annual, un invitado de lujo: Timothy Green II, un virtuoso sin límites, un dibujante exquisito, con gran talento para la narrativa y un estilo personal, fino, distinguido, muy alejado de los simios amaestrados que llenan 20 páginas por mes en las series regulares de las Big Two. Este pibe, con tiempo y libertad, puede ser un nuevo P. Craig Russell, o un Travis Charest con buena narrativa. Me encantaría verlo en un álbum francés, a ver si no le pinta una onda medio Humanoides...
Y bueno, dentro de unos meses leeré el Vol.3 (que ya lo tengo comprado) y si ahí la historia no cierra de modo satisfactorio, será momento de hacer guita o cambiar por otra cosa los tres tomos de Animal Man. Ya escuché por ahí que muere un personaje importante y me intriga ver cómo, y sobre todo por qué no lo reviven al toque. Esto no va ni en pedo para el lado que a mí me hubiese gustado que fuera y ni siquiera me estoy divirtiendo, así que no veo muchos motivos para bancarla. Incluso sabiendo que la serie está por terminar y que después del Vol.3 quedarán, a lo sumo, dos TPBs más. Puede fallar...

lunes, 30 de diciembre de 2013

30/ 12: SWEET TOOTH Vol.5

No podía dejar que se terminara el año sin retomar esta serie, a la que tenía abandonada desde un ya lejano 25/08/12. Injusticia asboluta, porque (como todos los lectores de Sweet Tooth, creo) venía muy cebado con las intrigas y los cliffhangers malignos que nos había dejado Jeff Lemire en el tomo anterior.
Ya muy cerca del final (el próximo TPB es el último), Lemire dedica tres de los siete episodios de este tomo a contarnos una historia ambientada en el extremo norte de Norteamérica en 1911. Es una historia tensa, violenta, muy jodida... y además nos muestra cómo y por qué nace en ese momento un bebito con osamenta de ciervo, destinado además a transmitir una plaga que puede acabar con la humanidad toda. En ningún momento Lemire nos aclara que esto mismo sucedió casi 100 años después, cuando nació Gus. Pero la data está, los antecedentes ya existen. El canadiense le pone toda el alma a esta historia, como para que uno se enganche con personajes que no son los de siempre, y en vez de dibujarla él, se la sirve en bandeja a su amigo Matt Kindt. Y Kindt la dibuja así nomás, a los santos pedos, con un cuidado milimétrico en la narrativa y un “me chupa un huevo” absoluto en el dibujo y el color. La verdad que yo no esperaba una performance desbordante de elegancia y virtuosismo, como tampoco esperaba este dibujo tan básico, tan crudo, tan al filo del mamarracho.
Tan personal, tan visceral y tan al límite es lo de Kindt, que cuando das vuelta la página y arranca el arco dibujado por Lemire, parece que estuvieras leyendo un comic de... Phil Jimenez, o Mike Kaluta. Digo, en el contraste. No es que Lemire haya empezado de golpe a dibujar careta, respetando la anatomía clásica y demás. El canadiense se mantiene firme en su estilo despojado, a veces rústico, sumamente expresivo, en ese registro en el que rápidamente el dibujo pasa a un segundo plano para darle todo el protagonismo a la narrativa, que es perfecta. Lemire es un maestro a la hora de manipularnos mediante el armado de las secuencias. Logra ponernos nerviosos, hacernos sufrir, relajarnos, maravillarnos, esperanzarnos, shockearnos... Nos lleva y nos trae como a unos muñecos de trapo, fáciles de zangolotear.
El guión tiene su infaltable cuota de giros impredecibles, de momentos tremendos, de revelaciones impactantes y sobre todo de una constante sensación de peligro, que rara vez decae. Esta vez se desactiva el juego de la road movie: todo sucede en un radio de pocos kilómetros, siempre en torno al bunker al que accedieron los protagonistas en el tomo anterior. Y aún así, casi sin moverse de esa base, Lemire se las ingenia para –una vez más- sumar personajes interesantes y descartar a otros, que garpan más muertos que vivos. Lo único que no me cierra mucho es que en muy poco tiempo (van apenas 32 episodios) Gus pasó de nene a muchacho. Al principio, Lemire lo dibujaba como a un nene de 9 ó 10 años y ahora parece tener 13 ó 14. Me gustaba más cuando era más borreguito (diría un cura pedófilo).
Y así como Jeff Lemire no quiso estirar más de la cuenta esta obra maestra y decidió terminarla en el n° 40, yo elijo no estirar al pedo esta reseña. Lo más importante ya está dicho: Sweet Tooth avanza hacia su último tomo a un ritmo trepidante, sin desviarse nunca de ese rumbo inicial, marcado por la aventura al palo, la violencia, la mala leche y la forma siempre sorprendente de hilvanar las historias de un elenco de personajes complejo, variado y de enorme profundidad. Dentro de unos meses, llegará la hora de comprobar si el final está al nivel de las glorias acumuladas hasta el momento por esta gran serie.