el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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martes, 21 de noviembre de 2023

TRES DE UN SAQUE

Bueno, retomamos. Pasó muchísimo tiempo sin nuevas entradas en el blog, pero la idea es volver a postear de manera bastante frecuente de acá a fin de año. No está fácil, porque estoy a full trabajando en el nº8 de la Comiqueando Digital, pero también en Enero se viene la votación de los Premios Cinder y eso me obliga a ponerme al día con las lecturas de material editado en Argentina durante 2023. De hecho, en la entrada de hoy, los tres libros que tengo para reseñar fueron publicados en Argentina durante 2023. Me traje una bestialidad de material de Europa, pero eso va a tener que esperar, porque el grueso de las reseñas hasta fin de año van a ir por este lado. Los Animales Prehistóricos es prácticamente una secuela de La Caja Negra, el libro de historias cortas de Javier Olivares que vimos acá el 15/08/19. Hay unas 10 ó 12 páginas que son las mismas (y se lucen mucho más en La Caja Negra, cuya calidad de edición supera ampliamente a la del libro publicado por Loco Rabia) pero Los Animales... ofrece por lo menos 40 ó 50 páginas de material que no está recopilado en otros libros, ni siquiera en España. Lo que menos me emocionó son las historias cortitas (a veces de una sola página) de Ono y Hop. El dibujo es descomunal, hay textos bellísimos, los climas son fascinantes, pero a veces con todo eso no alcanza para que el resultado final sea contundente. Por ahí por exceso de pretensiones o por escasez de espacio para desarrollar las ideas, pero esas historietas -sin ser chotas- no me terminaron de cerrar. Después hay material realmente magnífico como la historieta que le da título a la antología, Maine 1961, o incluso la última, donde reaparece Hop. Las dos historietas escritas por Santiago García (Amanecer Nuclear y especialmente 3 Páginas Sobre el Guernica) son verdaderas gemas, al igual que la adaptación que hace Olivares de Finlandia, un excelente relato del argentino (e hincha de Racing) Hernán Casciari. También hay una historia corta muy, muy buena escrita por el prestigioso crítico (y a veces guionista) Pepe Gálvez. Lástima la edición, que no está a la altura del material. Hay páginas en las que le falta muchísima fuerza a los negros, que se ven apagados, casi grises, lejos de ese claroscuro visceral que Olivares maneja con tanta solvencia. Tengo a mano La Caja Negra y el catálogo de la Semana Negra de Gijón donde se publicó por primera vez 3 Páginas Sobre el Guernica, y la comparación es demasiado elocuente, no deja margen para el debate. Algo salió mal en el paso entre los archivos que trabajó la editorial y el libro tal como lo entregó la imprenta, es lo único que se me ocurre para explicar por qué se ven tan lavados los negros. De todos modos, el dibujo de Olivares se disfruta muchísimo y hay historietas donde tanto el color como la puesta en página están ahí para que el trazo mágico del madrileño se luzca aún más. Y hay grandes historias cortas, algunas en dupla con quien sin dudas es el socio ideal para Olivares (García, obviamente). Así que Los Animales Prehistóricos es un libro que recomiendo sin tapujos a los fans del comic experimental, de fuerte impronta autoral, o a quienes quieran descubrir a un autor fundamental del comic español de los últimos 35 años que -injustamente- no tiene otras obras publicadas en nuestro país.
El segundo libro de hoy es secuela directa del que vimos el 14/03/22. De hecho, en Argentina se llama "Me Prometiste Oscuridad II". Nada, un bajón. Pensé que me iba a gustar tanto o más que el primer tomo, pero esta vez no me pude enganchar con lo que me trató de contar Damián Connelly. Me aburrí mucho, me saturó rápido el jueguito de los saltos temporales a antes, durante y después del supuesto apocalipsis, los personajes no me generaron empatía, las pinceladas de humor no me causaron gracia... La única explicación que le encuentro es que hay un cambio de registro: el primer Me Prometiste Oscuridad era un comic de misterio sobrenatural con pibes y pibas que tienen superpoderes. El segundo es básicamente machaca sobrenatural entre pibes y pibas que tienen superpoderes. Y la estética de Connelly y el ritmo que elige para narrar se ajustan (para mi gusto) mucho más al misterio que a la machaca. Para ver peleas entre personajes con poderes locos, prefiero una onda Mike Allred, colores, otra dinámica en la puesta en página, otra claridad en la narrativa... Me Prometiste Oscuridad II no se puede tildar de "secuela innecesaria" porque el primer libro dejaba varias puntas abiertas para explorar y había presentado un universo complejo y atractivo. Pero este regreso de Sebastián, Yuko y el resto de los hijos del cometa no me transmitió las mismas sensaciones, se me hizo tedioso, confuso, enroscado al pedo. Por ahí es todo producto de ese ruido que me hace un estilo ultra-dark y ultra-fotográfico que utiliza Connelly para el dibujo, no lo sé. Lo cierto es que así como la primera saga me resultó interesante y promisoria, la segunda requirió un esfuerzo enorme para llegar al final. La edición argentina a cargo de Deriva, impecable, un verdadero lujo.
Con menos pretensiones y más fidelidad al concepto de "misterio sobrenatural", Favor con Favor se Paga me entretuvo y hasta me emocionó de punta a punta del librito (también, bellamente editado en este caso por Multiversal). La dupla de Lubrio y Nicolás Viñolo funcionaba bárbaro en la versión digital de Fierro y acá se termina de consolidar con una muy buena historia, emotiva, profunda, cercana, a la que no le faltan dosis muy logradas de violencia, mala leche y momentos pesadillescos en los que los autores coquetean con el género del terror. Creo que lo único que no me fascinó es el color, muy jugado al truco de engamar la página entera en tonos azules, rojos, naranjas o verdes (según la secuencia). En la secuencia final, donde se ve un coloreado más tradicional si se quiere, se nota que Viñolo la tiene muy clara en ese rubro, y uno se empieza a imaginar cuánto mejor se vería toda la novela si estuviera toda coloreada como esa última página, que es hermosa. Pero el dibujo es excelente (al nivel de lo que había mostrado el dibujante mendocino en la gloriosa Vorágine), hay un gran trabajo en los personajes, sus expresiones, su vestimenta, su entorno. El relato fluye con naturalidad, conserva la claridad y ese gancho casi adictivo incluso cuando el guion de Lubrio se hace más enroscado, más introspectivo, menos aventurero. En el guion también, se nota un gran trabajo en el desarrollo de los dos personajes centrales (Branda y Zefira), muy buenos diálogos, muy buen manejo del tempo narrativo como para mantener el suspenso y la intriga hasta el final. Favor con Favor se Paga es un comic muy notable, incluso con méritos más que suficientes para enganchar a lectores que habitualmente no consumen historieta, o a los que les cuesta entrarle a la historieta argentina actual. Tiene la duración justa, un equipo creativo en un nivel altísimo, mucha fuerza y mucho corazón. Quiero más trabajos de esta dupla autoral, en lo posible hoy mismo. Y nada más, por hoy. Ni bien tenga más libros leídos, los comentamos por acá. Gracias y hasta pronto.

lunes, 23 de enero de 2023

NOCHE DE LUNES

Vengo a un gran ritmo, me estoy fagocitando las pilas de material pendiente de lectura a una velocidad muy notable. En una mesa de saldos de Estados Unidos, rescaté un TPB del año 2007 llamado Planetary Brigade. ¿Qué me llamó la atención? Que lo escriben Keith Giffen y J.M. DeMatteis, totalmente en joda. Esta es una iteración más de la Justice League bufonesca de fines de los ´80, pero como en vez de DC la publica BOOM! Studios, los personajes no son los reales, sino versiones mínimamente camufladas de Superman, Batman, Wonder Woman, Martian Manhunter y el resto. La dinámica del equipo, los conflictos con los villanos y sobre todo los diálogos, nos remiten al toque a la época en que Giffen y DeMatties convirtieron a la Justice League en una revista en la que la comedia, la bizarreada y el bwa-ha-ha eran tan importantes (o más) que los combates entre superhéroes y supervillanos. Planetary Brigade va para el mismo lado, pero como está escrita 20 años después, sin la supervisión de DC ni del Comic Code Authority, ofrece algunos chistes más zarpados en materia de sexo y escatología. No toda la miniserie es igual de graciosa, y conviene no leerla toda de un saque para no aburrirse, sobre todo por la cantidad de diálogo que meten estos desubicados en cada página. A cualquier otro guionista, le decís "tomatelás, flaco, aprendé a sintetizar; no me pongas ocho cuadros por página, con cinco diálogos en cada cuadro". A Giffen y DeMatteis se lo toleramos, porque sabemos que nos van a hacer cagar de risa. Pero hay que racionarlo, no bajarse de una los cinco episodios, que de todos modos son bastante autoconclusivos. Leído en su justa medida, este es un comic alucinante, que lleva la deconstrucción de los superhéroes a nuevos picos, a fuerza de un humor efectivo y sin piedad. No es algo muy original, porque los propios autores ya lo hicieron varias veces antes, pero la gracia y la mala leche están intactas. Obviamente acá falta una pata para completar el Trío Terrible, que es el irreemplazable Kevin Maguire. Para este proyecto no lo pudieron reclutar y en su lugar dibuja... Juan Carlos Nadie. Los dos primeros episodios están repartidos entre varios dibujantes (algunos muy capos, como Fábio Moon, Mark Badger o el maestro Eduardo Barreto) y los tres últimos los dibuja enteros una tal Julia Bax, a la que nunca había oído nombrar. Su trabajo no es horrible ni mucho menos, pero no descolla ni por casualidad, y en la comparación con Maguire pierde como si fuera yo a jugar al ping-pong contra el campeón de Japón o de Corea. Esto mismo, con un único dibujante para los cinco episodios, en lo posible de bueno para arriba, mejoraría muchísimo. Incluso si Giffen hubiera provisto a los distintos dibujantes de bocetos o breakdowns como para marcarles el tempo narrativo, también mejoraría ostensiblemente. Pero Giffen solo figura como co-guionista y no mete mano en una faz gráfica muy irregular, no siempre a la altura de los magníficos guiones de la dupla. Si amás a la Justice League en joda de Giffen y DeMatteis, entrale sin dudarlo a Planetary Brigade, que la vas a pasar bomba.
Y después de un comic con tanto exceso de texto, necesitaba uno casi mudo, y así caí en Mute, una obra de autores argentinos publicada en 2021. Esta historia es secuela de la que vimos hace seis años, el 02/02/17, y cuenta con el mismo equipo creativo: guion de Damián Connelly y dibujos de Gabriel Luque. Y el mismo problema que la primera parte: mucha espectacularidad, mucho despliegue visual, pero cero profundidad, cero indagación en el universo en el que transcurre la saga, o en los personajes que la protagonizan. Acá está todo el pochoclo del universo junto: hay robots, zombies, nazis, vikingos, motoqueros, dinosaurios, unos bichos medio yetis y medio licántropos, alienígenas, monstruos onda Chtulhu... lo que quieras. Todo esto envuelto en una trama de acción que no tiene mucha lógica, más allá de impactar al lector. No hay un diálogo como la gente, no hay motivación para el accionar de los personajes, simplemente una misión que debe cumplir uno de ellos y lo lleva a confrontar con todos los demás. El dibujo de Luque es bastante bueno, aunque muy poco narrativo. Por momentos, Mute es una colección de excusas para meter pin-ups. De hecho, cada capítulo de 13 páginas tiene su propia portada. Da la sensación de que a Luque le gusta dibujar eso: portadas y posters. Por suerte no derrapa, excepto en las escenas en las que tiene que dibujar a seres humanos normales que habitan un mundo similar al nuestro... Ahí el dibujo se hace tosco, los fondos escasean horriblemente y al resultado final no lo salva ni el talento que indudablemente tiene el dibujante para aplicar los grises. Lo mejor es el diseño de los dos personajes principales: si salieran muñecos creo que me los compraría, de lo grossos que son visualmente. El resto se pasa de pochoclero, de estridente y por momentos hasta se hace confuso. Hace unos años yo cerraba la reseña del primer libro de Mute con la esperanza de que una secuela echara luz sobre el mundo creado por Connelly y Luque, y le agregara coherencia a la trama. Lamentablemente, no sucedió y hoy no puedo recomendar ni el primer Mute ni el segundo. No mucho más, por hoy. Ni bien tenga leídos unos libritos más, vuelvo a la carga. Gracias totales.

domingo, 4 de diciembre de 2022

TRIPLETE DOMINGUERO

Incluso con los partidos del Mundial, estos días que no pude salir por un temita de salud, encontré tiempo para devorarme otras tres publicaciones de autores argentinos aparecidas en 2022. Le sigo comprando libros a Muñones, la puta que me parió, pero bueno... Eduardo Mazzitelli y Enrique Breccia, obra completa, material que salió en la última etapa de Skorpio y del que no me acordaba un carajo... difícil resistirse. Después ves esas páginas todas empastadas, con el dibujo de Enrique reproducido para el infra-ojete y te arrepentís, pero ya es tarde. El Extranjero es una saga de seis episodios que podría definirse como de "ciencia ficción conceptual". La aventura y la acción no están muy enfatizadas, el conflicto grosso entre el Bueno Pulenta y el Malo Pulenta cobra dimensión recién en el tercio final de la obra, y el resto son casi fábulas, cuentos de hadas en los que el hada en realidad es un extraterrestre (de ahí el nombre de la historieta) que baja línea y guía a seres humanos en un camino que, en una de esas, impida que la Humanidad se aniquile a sí misma. En el medio, Mazzitelli habla de violencia, de corrupción, de falsas utopías diseñadas para engañar a la gilada y de cómo ni el caos absoluto ni el orden asfixiante sirven para que una especie como la nuestra prospere y se desarrolle en un contexto más o menos armónico. Sin esos bloques de texto magníficos, repletos de poesía y de sentencias apabullantes que solemos ver en sus obras con Quique Alcatena, Eduardo narra de modo escueto, cortito y al pie, desarrolla muy bien a un par de secundarios y saca a relucir su chapa de capo de los guionistas en un último episodio electrizante, memorable, por momentos perturbador por lo descarnado del mensaje. No estamos frente al mejor comic de la extensa trayectoria de este monstruo, pero sí frente a una obra que vale la pena rescatar (en lo posible del pilón de los números viejos de Skorpio) y volver a leer unas cuantas veces. La labor de Enrique también es muy notable porque creo que es la única vez que abordó un guion de Mazzitelli (en Skorpio solía formar dupla con Walter Slavich, Robertino Ferro y algún otro que ahora no recuerdo) y se nota que -como el eximio profesional que es- enseguida le sintonizó la onda. No se siente que Eduardo se haya esforzado para "amoldar" su guion a Enrique, sino que Enrique se bancó como un duque jugar de visitante en un mundo creado por un guionista con el que nunca había trabajado. Y sí, está ese último e inolvidable episodio, en el que ya se puede sospechar un diálogo entre la dupla y una sabia decisión por parte de Mazzitelli de meter en juego a simios, que es algo que Breccia dibuja magistralmente desde siempre. La onda de los tres primeros episodios, esos que son más tipo fábulas socio-políticas, simples (en cuanto a que intervienen pocos personajes), sin mucha conexión entre sí, recuperan algo de los climas que imaginaba Carlos Trillo en sus historias cortas de fines de los ´70, y Breccia ahí reconoce un terreno en el que se mueve feliz y letal, como un tigre en plena selva. Los episodios 1, 3 y 6 están dibujados a un nivel casi inexplicable. Y sin dudas toda la faz gráfica (repito, reproducida de modo deficitario en el libro de Deux) le suma puntos a El Extranjero. Necesitamos editoriales más serias, comprometidas con el rescate de las muchas gemas aparecidas en Skorpio que nunca se recopilaron en libros.
Breve glosa para Flores Secas Manchadas de Sangre, un albumcito que compila dos historias cortas autoconclusivas escritas y dibujadas por Damián Connelly. La primera, Helena, es un clásico thriller sobrenatural, de horror muy al límite. El guion está muy bien llevado, los diálogos y los bloques de texto están muy bien escritos y -como gran lector de Vertigo- Connelly logra imbricar perfectamente una historia 100% fantástica y sobrenatural con un contexto costumbrista cuyo verosímil no tambalea nunca. La segunda historieta, Una Noche, no tiene una trama, ni un conflicto, ni un intento por desarrollar personajes. Es como un poema, o una letra de una canción, graficada en forma de comic, con viñetas y bloques de texto (también muy bien escritos), con la idea de transmitir sensaciones o emociones que no tienen que ver con la narración. Un experimento breve, de 10 páginas, que no me sedujo pero tampoco me desagradó. A nivel gráfico, Connelly sigue explorando los límites del dibujo basado en fotos, a los que recontra-satura con unas texturas hipnóticas para lograr efectos que (vistos así, en blanco, negro y grises) quedan espectaculares. También agrega de a poco trazos propios, sucios y potentes, y acá se enamora también de los triangulitos que inventara Dave McKean y luego heredara David Mack. En estas páginas hay triangulitos por todas partes, y algo me dice que, si fueran a color, tendrían una estética MUY a lo David Mack.
Cerramos con Yilé, obra de Matías Muzzillo, un autor al que no conocía, y que me sorprendió con un guion excelente, complejo, dinámico, muy bien narrado, con gran oído para el diálogo argento, buenos personajes, un conflicto zarpado, un mundo real distorsionado para darle cabida a todo un lado oculto sumamente atractivo, y un final redondo, que a la vez te deja con ganas de leer más aventuras de Josefina Ferrán, más conocida como Yilé. Una gran saga crepuscular, en una Buenos Aires alternativa infestada de criaturas sobrenaturales, brujería y crimen, en la que los protagonistas deberán combinar intelecto, violencia y algo de ojete para desarticular una conspiración macabra y atroz. Lo único que me hizo un poco de ruido del guion es que arranca tarde, como en la página 30. Lo anterior parecen secuencias pensadas como historias cortitas, como para presentar a Yilé y al mundo en el que vive, y luego ensambladas para sumarlas a la trama central del libro. La primera de esas secuencias "preliminares" tiene 14 páginas y está dibujada a un nivel descomunal. Es realmente impresionante, como si Muzzillio reprodujera una estética tipo David B., o Blutch, la combinara con un toque más salvaje, de expresionismo onda Alberto Breccia y la usara para narrar en modo acelerado, con un ritmo más de mainstream yanki, orientado a la acción de palo-y-palo. Una bola de demolición que te quita el aliento y te hace decir ¿en serio tengo que aguantar 80 páginas más a este ritmo?". Pero no. Me imagino que por una cuestión de tiempos de producción, Muzzillio simplifica un poco el estilo, apuesta fuerte a la acción solo cuando hace falta, y nos lleva al terreno de una trama basada en la investigación cuasi-detectivesca, en la que se habla y se piensa más de lo que se pelea. Sobre el final se nota cierto apuro en algunas páginas, aunque no se ven pifias ni deficiencias notables en el dibujo en sí. Lo que no me terminó de convencer nunca, ni siquiera en las páginas de mayor despliegue de virtuosismo por parte de Matías, es la paleta de colores, muy acotada, muy opaca, coherente en un punto con el clima opresivo que plantea la obra, pero estéticamente poco atractiva. Esas páginas finales en la reserva ecológica, resueltas con un rojo furibundo, un verde apagado y un violeta estridente la verdad que no me gustaron para nada. Hubiese preferido mil veces leer Yilé en blanco y negro. De hecho, al principio del libro hay dos páginas en blanco y negro, de una secuencia onírica, en la que Muzzillio parece una amalgama perfecta entre el Viejo Breccia y Frederick Peeters, dos de los mejores dibujantes de la historia del Noveno Arte. Son cinco viñetas, nomás, pero la próxima la quiero toda así. Nada, más allá del tema del color, está claro que Yilé es una historieta potentísima y que Matías Muzzillo es un narrador gráfico de la hostia, un excelente guionista y un nombre al que de acá en más hay que seguir de cerca. Nada más por hoy. Gracias y hasta pronto.

miércoles, 10 de agosto de 2022

ACÁ ESTOY DE NUEVO

Estuve varios días totalmente absorbido por el cierre de la Comiqueando Digital, sin tiempo para leer comics, mucho menos para escribir acerca de ellos. El esfuerzo dio sus frutos (suele suceder) y la nueva entrega de la revista ya está disponible en https://comiqueandoshop.blogspot.com/, donde se puede descargar por muy poquita plata y acceder a unas notas tremendas, historietas gloriosas y contenidos audiovisuales exclusivos de primer nivel. Vamos con las lecturas. El Brujo es una historieta de autores chilenos que se publicó a lo largo de varios años y en distintas revistas, y que se recopiló este año en un tomo integral del cual tuve el privilegio de escribir el prólogo. El libro es un lujo, está armado con cariño, con jerarquía, por momentos hasta con picardía, y realmente tiene todo lo que cualquier fan de Román Farías (que así se llama El Brujo) quería ver en un integral. El punto débil de esta serie, breve pero de gran impacto entre los fans trasandinos, son los dibujantes. Uno tras otro, se suceden dibujantes con muy escasa onda, en su mayoría tributarios de la estética que imperaba en el mainstream yanki a mediados de los ´90: Scott Campbell, Joe Madureira, Humberto Ramos... esa onda, pero en versiones de menor calidad. Eso sí, con una paleta de colores totalmente distinta a la que usaban los comics de esos autores, obra de un hábil Carlos Badilla. Y con una puesta en página totalmente opuesta a la de los dibujantes a los que imitaban: acá todo está muy apretado, muy comprimido, las historias se narran en pocas páginas en las que pasan muchas cosas y hay muchas viñetas, algunas muy cargadas de texto. El Brujo es un comic abigarrado, agorafóbico, que por momentos te agobia por la cantidad de elementos que hay en cada página. Estas mismas historias, contadas en más páginas, con más aire para que el dibujo se luzca (ponele) se verían mucho mejor. Los guiones de Brian Wallis y Francisco Inostroza están muy bien, porque son 100% en joda. La idea de crear un superhéroe que en realidad es un joven chileno medio garca los lleva enseguida al terreno de la comedia, donde se mueven con mucha soltura. La aventura más divertida es la que está escrita más en joda, la menos aventurera, que es la del casting de supervillanos. Ahí Wallis demuestra ser un alumno aventajado en las cátedras que dictaron Keith Giffen y J.M. DeMatteis en su Justice League, a la que por supuesto le tira homenajes y referencias copadas. También hay mucha referencia a la cultura pop de los ´90, desde Ren & Stimpy a las cámaras ocultas de VideoMatch. Así que son unas cuantas páginas muy entretenidas. Esto mismo, con historias menos comprimidas y dibujantes más capaces, podría ser un clásico que trascienda ampliamente sus coordenadas temporales y geográficas. Pero bueno, les tocó en suerte esta narrativa tan sobrecargada y dibujantes que quizás ahora superaron este nivel, pero lo que muestran en El Brujo es bastante inconsistente, especialmente en el caso de Javier Bahamonde. Yo conocí a El Brujo cuando mi amigo Francisco Inostroza me mandó este libro en .pdf para invitarme a escribir el prólogo. Y la verdad que me pareció una idea muy atractiva, cuyo desarrollo por ahí no resultó tan eficaz, pero que para pasar un rato y rememorar las boludeces de los ´90, está muy bien.
Entre los años 2014 y 2015, el maestro británico Brendan McCarthy produjo para Dark Horse una obra fascinante llamada Dream Gang, luego recopilada en libro en 2016. El argumento es una epopeya fantástica en el mundo de los sueños: la clásica aventura de buenos contra malos que aspiran a destruir la realidad toda, pero ambientada en un universo onírico, con reglas más extrañas que las de cualquier otro mundo fantástico que puedas imaginar. Es una fórmula clásica, pero fresca, muy bien condimentada con ideas atractivas, buenos diálogos y algo de desarrollo de personajes. En ese aspecto, McCarthy todavía tiene muy marcado el genoma de la 2000 A.D., donde todo está jugado al plot y rara vez se le da bola al desarrollo de los personajes, y ese puede llegar a ser el único punto algo insatisfactorio de Dream Gang. Todo lo demás es un festival de imaginación, magia y audacia creativa pasada de rosca. La trama avanza a un ritmo cautivante, los peligros se siente reales, el final es brillante, quedan ventanitas por las que volver si alguna vez el autor decide hacer una secuela, y la extensión de la obra es la ideal para lo que quería contar McCarthy. Pero seamos sinceros: cualquier hallazgo que encontremos en el guion es un bonus track. Todos nos compramos los comics de McCarthy por los dibujos, y medio que los guiones nos chupan un huevo. Blanqueado ese punto, estoy en condiciones de afirmar que el dibujo de Dream Gang es perfecto. Es esa narrativa clásica, casi adusta, de los autores de la 2000 A.D., que identificamos con (por ejemplo) Carlos Ezquerra o Steve Dillon, combinada con un trazo mágico, psicodélico, lleno de yeites heredados de Moebius y Philippe Druillet, pero absolutamente personal. Y por supuesto con ese coloreado alucinante que caracteriza desde siempre al genio salvaje que es McCarthy. Visualmente, Dream Gang es un comic insuperable, que te hipnotiza en la primera secuencia y te lleva a delirar por climas, paisajes y momentos asombrosos, que te quitan el aliento. Si sos fan de Brendan McCarthy, ni hace falta que te lo recomiende. Y si no, este es un buen punto de entrada al universo desaforado y demencial de este genio del Noveno Arte.
Para cerrar, breve mención a La Sonrisa de Duchenne, una historieta corta de Damián Connelly que salió en formato de comic book de 20 páginas. A pesar de los climas oscuros y la temática sumamente perturbadora, la historia no me logró atrapar. Me pareció que había mucho impacto pero poca sustancia. Por otro lado, el de la gráfica, me encantó ver a Connelly más suelto, más libre, cada vez más cerca de despegarse de ese realismo foto-dependiente que adoptó desde que volvió a dibujar. Sin dudas ese es el camino a seguir. No sé cuándo voy a volver a postear en el blog, pero seguramente habrá más reseñas en algún momento. Y nos cruzaremos durante el finde con quienes asistan a Crack Bang Boom. No sean ortivas y saluden. Gracias y hasta pronto.

lunes, 14 de marzo de 2022

TRES DE UN SAQUE

Tengo tres libritos leídos, pero hay dos a los que voy a reseñar muy brevemente, por distintos motivos. Por un lado, el Vol.2 de la colección que recopila toda la etapa de Walt Simonson al frente de Thor. Acá, a nivel gráfico tenemos notables mejoras respecto del tomo anterior, con un Simonson más jugado, más atrevido, y más en sintonía con el letrista, John Workman, que tira magia en las onomatopeyas, a las que les otorga un peso gráfico poco frecuente. El argumento banca los trapos, resuelve plots pendientes, continúa subplots heredados del Vol.1 y agrega algunos nuevos y garantiza un nivel de epopeya y fantasía de una ambición y una potencia dignas de Jack Kirby. Pero hay algunos problemas (menores, por suerte): páginas hiper-cargadas de texto al punto de resultar virtualmente ilegibles, y un par de personajes que el autor incorpora al canon de Thor (un señor estadounidense ya maduro y un nene asgardiano de unos 9 años) que no me despertaron el menor interés, aunque Simonson insiste en tratar de darles chapa. Por el lado del dibujo, el tomo cierra con un episodio en el que el Gran Walt se toma un respiro y lo reemplaza Sal Buscema, algo así como que en un partido de la Selección se lesione Messi y lo reemplace yo. En años posteriores, Buscema va a sintonizar mucho mejor la onda que Simonson le quería dar a esta serie, y hasta va a ser el dibujante titular de los últimos números, donde nos dará las mejores páginas de su extensa carrera. Pero acá no lo salvan ni las onomatopeyas de Workman, ni el color de Steve Oliff ni la posibilidad de entintarse a sí mismo.
Otro que me decepcionó profundamente es Junji Ito, que me cagó como de arriba de un puente con Soichi y sus Maldiciones Caprichosas, un tomo de muchísimas páginas con historietas de 2011 que me parecieron pésimas. Si la idea era que las historias de Soichi me dieran miedo, no sucedió. Si era que me causaran gracia, tampoco. Si buscaba que me identificara con algún personaje, tampoco. La única historia que me generó algo mínimamente cercano a la sensación que uno asocia con un buen relato de terror fue “El ataúd”. Todo el resto es un naufragio absoluto, repleto de situaciones muy forzadas, sin onda, sin sorpresa. Con dibujos que oscilan entre buenos y excelentes, y con algún que otro diálogo ingenioso, pero muy lejos de lo que uno espera de un capo como Junji Ito. Una pena, porque Ivrea le puso el alma a la edición.
Bastante más rico para el análisis me resultó Me Prometiste Oscuridad, el nuevo trabajo de Damián Connelly, ahora como artista integral. El comic venía con la chapa de haber vendido cantidades impresionantes en EEUU, y la verdad es que no me defraudó. Hay un momento de la trama, cerca del final, en el que Connelly parece acelerar y resumir en pocas páginas un montón de escenas que, narradas al ritmo de los dos primeros tercios del libro, podrían haber abarcado no menos de 40 o 50 páginas más. Como si originalmente hubiese planificado una saga de seis episodios y luego la hubiese comprimido en cuatro. De hecho, el cuarto episodio es bastante más extenso que los tres primeros, así que por ahí es el resultado de haber metido en esa última entrega material originalmente pensado para desarrollarse en varias más. Irónicamente (o no) esa acelerada le viene muy bien al relato, le sacude la modorra, lo obliga a no colgarse en detalles menores y centrarse en el conflicto principal. Connelly, además, consigue meter ese cambio de ritmo sin sacrificar lo que (creo yo) más le interesa, que es el desarrollo de estos personajes, una versión dark y apenas kinky de los mutantes de Marvel. Reducido a su esencia, Me Prometiste Oscuridad es la enésima batalla entre los mutantes buenos y los mutantes malos. Pero (como en La Extraña Desaparición de Barnabás Jones), Connelly logra revestir esa trama tan trillada con varias capas interesantes de desarrollo de personajes, ideas ingeniosas en materia de narrativa, buenos diálogos, poderes locos, algún subplot atractivo, pinceladas de sexo explícito y una impronta oscura que los comics de superhéroes de Marvel no nos van a mostrar jamás. ¿”Los X-Men de Vertigo”, dijo alguien por ahí? Ponele. No es una mala definición. Y después está el tema gráfico. Connelly vuelve a dibujar, ya mejor de la lesión en el brazo que lo alejó de los lápices y lo llevó a convertirse en guionista, y la verdad que lo hace muy de a poco. Me Prometiste Oscuridad se apoya muchísimo en el trabajo sobre fotos, más que cualquier otra historieta de los últimos años. Los fondos son fotos retocadas, los personajes son fotos retocadas (la profusión de masas de negro hace maravillas para integrar al dibujo imágenes tomadas de distintas fuentes) y en todo caso la imaginación de Connelly aparece cuando nos muestra alguna que otra criatura monstruosa que no se puede fotografiar porque no existe en la realidad. En el contexto de la trama, nada de esto hace demasiado ruido ni llega a provocar rechazo, porque de alguna manera, Connelly logra darle a estas imágenes tan estáticas cierta fluidez. “De alguna manera” no: manipulando de forma inteligente la puesta en página y el tempo narrativo. El final está bien, no cierra todo pero resuelve lo más importante. Y shockea al lector, que no se imagina nunca que va a pasar… algo que pasa al final. O sea que es un relato sólido, que toma cierta distancia del lector, que trata de ocultar la estridencia que le es intrínseca, y que lo hace muy bien, de manera llevadera y por momentos realmente atrapante. Ya hay una secuela de Me Prometiste Oscuridad, publicándose en EEUU. Ojalá le sirva a Damián para recuperar la práctica, la gimnasia del dibujo y eventualmente volver a una línea más personal, con expresiones faciales y corporales propias, diseños de vestuario y decorados propios y menos dependencia de la masa negra para amalgamar imágenes que vienen de fotos. Nada más, por hoy. Seguramente antes del finde haya más reseñas, acá en el blog. Gracias y hasta pronto.

domingo, 26 de julio de 2020

HASTA LA MUERTE

Hacía mucho tiempo que quería leer esta novela gráfica de 2014 y finalmente se me dio, gracias a un seguidor de mi canal de YouTube que me lo hizo llegar desde México. Porque –aunque cueste creerlo- Hasta la Muerte es una obra de autores argentinos que sólo se editó en México. Probablemente haya una explicación para eso, pero estoy seguro de que me va a parecer una ridiculez. Se trata de una obra breve, de 60 páginas, escrita por Damián Connelly y dibujada por Renzo Podestá, dos autores prolíficos, con muchos seguidores en el mercado local. Y trae como complemento un CD con cinco canciones de Cuervo Viejo (un músico argentino radicado en México) cuyas letras tienen bastante que ver con lo que narran Connelly y Podestá en la historieta. Paradójicamente, el tema que más me gustó es el que no tiene letra.
La trama es lineal y bien de género. Es una típica historia de corrupción, venganza y violencia pasada de rosca, ambientada en La Cruz, un pueblito condenado al atraso y la miseria, donde los poderosos hacen lo que se les da la gana. Ahí va a llegar Alex, un músico de la gran ciudad, que se va a ver envuelto en un flor de despelote muy por afuera de sus expectativas. Acorralado e intoxicado por el clima de La Cruz, Alex va a tener que elegir entre ser víctima o verdugo, y así es como este tipo aparentemente tranquilo se va a metamorfosear en pocas páginas en un héroe de acción a la Antonio Banderas en Desperado. Hay una conspiración, un traidor, un romance, mucha acción y mucha mala leche. Nada fuera de lo que dicta el manual para escribir este tipo de historias, más allá de que Connelly logre colar en algunos pasajes ciertas pinceladas de lirismo, como para que no sea todo tan brutal.
Lo mejor que tiene el guion, o te diría la novela en su totalidad, es ese clima ominoso, tremendo, agobiante. No es sólo el protagonista el que se ve sobrepasado por la impronta sucia, crota, putrefacta de La Cruz. Tanto Damián como Renzo le ponen un esfuerzo extra a crear esa atmósfera de desolación y violencia que se te queda pegada incluso después de terminar el libro. No te quiero contar si el protagonista gana o pierde, palma o sobrevive, pero sí subrayar que los autores logran que, desde las primeras páginas, 1) te importe qué le va a pasar y 2) no tengas idea de lo que le va a pasar. Con eso alcanza para mantener mi interés a lo largo de 60 páginas, incluso sin necesidad de shockearme con tiros, cuchillazos y violaciones.
Connelly elige contar la historia con una notable economía de textos, apenas con los diálogos indispensables como para entender qué está pasando, por supuesto escritos en neutro. Eso le otorga muchísimo espacio para el lucimiento al dibujo de Podestá, un autor que sabe muy bien cómo narrar sin textos. No sé si Connelly le entregó un guion detallado, o si el desarrollo viñeta-a-viñeta fue planificado por Podestá, pero el resultado habla a las claras de una muy buena conjunción entre ambos y de una solidez en la narrativa realmente encomiable. Incluso sin ajustarse a la narrativa más clásica, incluso asumiendo unos cuantos riesgos, Damián y Renzo impactar y conmover al lector, y darle a una obra de género una fuerte impronta autoral.
En el apartado gráfico, Podestá se luce con una variedad amplísima de recursos para sacarle el máximo provecho a blancos, negros y sobre todo grises, que aparecen en todas sus formas y todos sus matices. Para 60 páginas me parece que hay pocos fondos (que oscilan entre las fotos retocadas y los dibujos a mano alzada, al filo del mamarracho), pero la verdad que no es ahí donde la historia requiere más atención ni más despliegue por parte del dibujante. Las claves de Hasta la Muerte pasan por el peso de los climas, el dinamismo de la acción y la expresividad de los personajes, todos rubros en los que Podestá demuestra con creces su categoría. Yo siempre digo que meterle a una misma página muchas técnicas de entintado distintas pueden complicar la fluidez del relato, y acá tenemos un ejemplo elocuente (y excelente) de lo contrario: Renzo no deja técnica sin aplicar y el efecto es el de un dibujo con una fuerza plástica espectacular, totalmente funcional al ritmo del relato.
Como para terminar, Hasta la Muerte no te cambia la vida. El hecho de no leerla nunca no te convierte automáticamente en un subnormal invertebrado con el gusto en el ojete que se masturba pensando en la próxima saga de Batman escrita por Jeph Loeb y dibujada por Marc Silvestri (o algún otro fiambre de los ´90). Pero el hecho de leerla te garantiza un momento de placer intenso, en el que te podés entregar sin mayor reparo a una historia fuerte, vibrante, jodida, potenciada por un dibujo al nivel de los mejores trabajos de Podestá, lo cual es mucho decir. Y acompañado de cinco canciones, como para sumarle una dimensión más a la lectura. Algún día alguien se va a poner las pilas para que Hasta la Muerte se pueda editar en Argentina (no hace falta ni traducirla) y esta obra que en México tuvo una tirada muy chiquita (1000 ejemplares) acá va a poder aspirar a un techo de ventas bastante más alto y por supuesto a una mayor repercusión. Méritos artísticos no le faltan.

Gracias por estar ahí y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 3 de octubre de 2019

ARRANCÓ OCTUBRE

Vengo de unos días complicados, con poco tiempo para leer comics y menos aún para reseñarlos. Pero bueno, la meta de clavar 120 reseña a lo largo del año todavía está ahí, con muchas probabilidades de cumplirse.
Me gustaría pensar que en el mes y moneditas que pasó desde que reseñé la adaptación de Frankenstein (29/08/19) mucha de la gente que habitualmente lee este blog se tomó el laburo de googlear a Denis Deprez y flasheó a lo guanaco con las maravillas que hace este increíble artista francés, injustamente desconocido en los países de habla hispana. Pero bueno, no me hago muchas ilusiones. Vamos a suponer que la gran masa del pueblo sigue sin haber descubierto a Deprez y voy a empezar la reseña de su adaptación de Otelo (el clásico de William Shakespeare) contando que hay un tipo que pinta como si fuera Vincent Van Gogh y que en vez de dedicarse a la plástica, hace historietas. Un mago post-impresionista que maneja una paleta alucinante, que (como Lorenzo Mattotti) planta muy pocas viñetas por página y que además pone su virtuosismo pictórico al servicio de un relato, en función de contar una historia.
Esta vez la historia es la de Otelo, el imbatible general al servicio del poderoso Duque de Venecia, quien se verá envuelto en una red de engaños, operetas y dimes-y-diretes orquestada por su mano derecha, el envidioso y perverso Yago. La historia de amor entre el moro Otelo y la bella Desdémona naufragará en un tsunami de celos, intrigas y verdades a medias y al final (no spoileo nada, la obra de teatro debutó en 1604) la tragedia vencerá al romance. La versión de Deprez es sumamente respetuosa de la original, con textos que suenan 100% shakesperianos y con el truquito de que sea Yago quien narre la historia en primera persona. Un trabajo realmente hermoso, de alto impacto visual, que capta a la perfección las tres aristas del Otelo de Shakespeare: la político-militar, la romántica y la trágica. Ojalá algún día se publiquen las obras de Denis Deprez en nuestro idioma, así mucha más gente lo descubre.
Salto a Argentina, a 2019, para comentar La Extraña Desapari- ción de Barnabas Jones, una excelente novela gráfica escrita por Damián Connelly y dibujada por Kundo Krunch. De todas las veces que Connelly jugó a trastocar los géneros más clásicos, a meterle idiosincracia y bizarreada a las estructuras narrativas tradicionales, esta es la vez que más se acercó a crear una Obra Maestra. La Extraña Desaparición… retoma un montón de convenciones de los comics de superhéroes, pero es mucho más que un homenaje, una sátira o una visión deconstructivista.
Acá vemos superpoderes zarpados, dimensiones alternativas, clones, zombies, armas mega-poderosas, dioses, piñas… lo de siempre, pero mostrado como nunca. La Extraña Desaparición… además, repite el mejor truco de Watchmen: te hace creer que es una “de superhéroes” cuando en realidad toma la estructura de un policial, un clásico “whodunnit”, en el que los protagonistas intentan descubrir al culpable de un homicidio. Connelly va para el mismo lado, pero esta vez la investigación tiene que ver (como lo explicita el título) con la desaparición de un poderoso personaje cuyo rastro llevará a Anima Riot y sus amigos por los rincones más extraños de este universo. El personaje de Anima (elegida por Connelly para contar la historia en primera persona) es otro gran acierto, al igual que el sutil desarrollo de las tramas que además de piñas y rayos involucran besos y caricias, a veces tan letales como las piñas y los rayos.
Buena parte de esta onda extraña, única y adictiva tiene que ver con la estética de Kundo Krunch, este prolífico dibujante que (a partir de la obra que reseñamos el 28/09/18) pegó un vuelco estilístico increíble y se convirtió en una especie de Ted McKeever. Acá lo vemos despegarse un poquito de ese molde, probar cosas nuevas, exigirse muchísimo en materia de fondos, angulaciones, puesta en página, y además incorporar con inmejorable criterio el color, importantísimo en la creación de estos climas asfixiantes y cautivantes de La Extraña Desaparición… Un trabajo absolutamente consagratorio para el artista marplatense.
La edición es excelente, tanto el tamaño, como la calidad del papel, la encuadernación, la impresión, el diseño… Sin dudas este libro pone a la editorial Deriva en la lista de los sellos a los que seguir muy de cerca, mientras uno se pregunta cómo fue que La Extraña Desaparición de Barnabas Jones escapó al radar de las editoriales más afianzadas en el mercado (mercadito) de la historieta argentina contemporánea. Obviamente espero ansioso nuevas aventuras ambientadas en el universo de Goddard (así se llama la ciudad donde operan Anima y sus compañeros), o aunque más no sea, otras obras de Connelly y Krunch, que exploren otro universo pero conserven la magia, el ingenio, la imaginación y la impronta de La Extraña Desaparición de Barnabas Jones.
Nada más por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.


miércoles, 28 de noviembre de 2018

MIERCOLES MAGISTRAL

Hoy la verdad que no me puedo quejar. Los dos libros que me tocó leer en estos días me parecieron excelentes.
Empiezo con Pánico en el Atlántico, un álbum de Spirou de la serie en la que autores famosos aportan su versión (no necesariamente canónica) del popular personaje creado hace 80 años por Rob-Vel. Esta entrega data de 2010 y lleva las firmas del inmenso Lewis Trondheim y de un dibujante al que no conocía y del que me hice fan en el acto: Fabrice Parme. Firmemente enrolado enla línea clara, Parme combina la influencia de la clásica historieta franco-belga con la de los dibujos animados norteamericanos de vanguardia, desde los famosos cartoons de la UPA hasta hitazos más recientes como Los Padrinos Mágicos. Imaginate una mezcla entre el Sáenz Valiente de Norton Gutiérrez y el Nahuel Sagárnaga de Wachín, con la aparición esporádica de expresiones o detalles más sacados, tipo Gustavo Sala. Lo que nos ofrece Parme en este álbum es una verdadera fiesta para los ojos, perfectamente apuntalada por la labor de la colorista Véronique Dreher.
El guión, por su parte, es totalmente adictivo. No es frecuente leer 62 páginas en las que pasen tantas cosas. Es como si Trondheim tomara el clásico álbum infanto-juvenil de Spirou o Tintin (o cualquiera que se plantee combinar aventuras con comedia) y lo acelerara con un enema de merca y speed, para que vaya a 400 km por hora por la banquina del lado contrario. Pánico en el Atlántico no para un segundo, no da respiro. Termina una escena trepidante con Spirou y arranca una desopilante con Fantasio, Spip o el Conde de Champignac. Trondheim rebota como la bolita de un pinball enloquecido entre las peleas, las persecuciones y los chistes, a veces más físicos y a veces más típicos de las comedias de enredos onda Juan Carlos Mesa.
Ves todos esos personajes en la portada y decís “no hay forma de que haya espacio en 62 páginas para que todos intervengan y tengan escenas en las que se lucen”. Hay forma. El guión de Trondheim tiene un acelere tan vertiginoso y aprovecha tan al mango cada viñeta, que todos esos personajes tienen su peso en la trama. Incluso algunos son tan copados que querés verlos en todos los álbumes de Spirou. Si querés vivir un rato largo de emociones, humor y aventura enla que el verosímil no importa en lo más mínimo, no dudes en embarcarte en este álbum de la mano de Trondheim y Parme. En los próximos meses habrá bastante más Spirou acá en el blog, así que atentos.
Me vengo a Argentina, a 2018, cuando se reúnen dos autores muy atípicos, ambos dueños de idiosincracias narrativas muy personales. ¿Qué sale de la unión entre dos autores “raros”? ¿Un comic MUY raro? Nah, tranqui. Con guión de Damián Connelly y dibujos de Pedro Mancini, Felicidad no es una historieta obvia, ni trillada, ni siquiera convencional, pero tampoco es un delirio críptico o incomprensible como la permanencia en el gobierno de Patricia Bullrich. El guionista maneja un grado de abstracción importante, simplifica tremendamente la trama para concentrarse en lo que más le interesa: una historia en la que el afecto derrota a la violencia, salpicada con reflexiones acerca de la felicidad, qué es, para qué sirve y hasta dónde vale llegar para tratar de alcanzarla.
Los diálogos son breves, muy eficaces, y hay un sólo personaje al que Connelly desarrolla a lo largo de estas 60 páginas: el farmacéutico Alan Rimbauer, el tipo que conoce la fórmula química de la felicidad y sin embargo nunca será feliz. El resto del elenco acompaña, pero el que motoriza la trama y al que el guionista más le interesa explorar es a Alan. ¿Se podía contar esta misma historia de un modo más simple, menos afectado? Obviamente que sí, pero en una de esas era un embole. Así como está, Felicidad ofrece una dosis muy bien equilibrada entre introspección, misterio, acción y momentos más oníricos, más bizarros, más davidlyncheanos.
Este aspecto más surreal encaja perfecto con la propuesta estética que suelen tener las historietas en las que Pedro Mancini dibuja sus propios guiones. Y se nota que el dibujante se sintió cómodo en su incursión por este mundo imaginado por Connelly. Lo único a lo que me costó mucho acostumbrarme es a ver a Mancini dibujando expresiones faciales. El estilo de Pedro se basa mucho en la síntesis, y en esa búsqueda, suele prescindir de los rasgos faciales para mostrarnos rostros básicamente inexpresivos, que tienen mucho sentido en la mayoría de sus historias. El guión de Felicidad, en cambio, le otorga mucho protagonismo a las expresiones faciales y al principio esos primeros planos que dibuja Pedro me hicieron un poco de ruido. Después me acostumbré. El resto de la faz gráfica es impecable, con personajes y fondos muy bien diseñados, con muchos logros en la composición de las viñetas y el armado de las secuencias. Una obra muy recomendable, seas fan de Connelly, de Mancini, de ambos, o incluso de ninguno de los dos.
Y hasta acá llegamos por hoy. Parece que se cancela el viaje a Santiago del Estero que tenía previsto para este finde, así que es probable que en los próximos días tenga tiempo de sobra para leer material y escribir reseñas. La seguimos pronto.

jueves, 1 de marzo de 2018

SEGUNDO BIMESTRE

Cuando te querés dar cuenta, ya se fueron Enero y Febrero y ya está el subnormal balbuceando mentiras en el Congreso para inaugurar el período de sesiones ordinarias…
En materia de lecturas, por fin me enteré por qué The Nao of Brown ganó tantos premios allá por 2013-14. Ojo, no me subo al tren de los que elevaron a esta novela gráfica de Glyn Dillon (hermano menor del recordado Steve) al status de “Historieta Perfecta”. Algún problema tiene. Subrayo sobre todo el hecho de que el… 95% de los sucesos relevantes para la trama se concentran en la segunda mitad, mientras que las primeras 100 páginas ofrecen un slice of life muy llevadero, con escenas muy divertidas y/o emotivas, pero que se quedan en la presentación de personajes, no aspiran a tener más peso en el desarrollo argumental. Probablemente esta historia sería mejor si en vez de 200 páginas tuviera 120.
Por suerte, Dillon tira magia desde el guión y el dibujo para que cada una de estas secuencias tenga algún atractivo, más allá de su incidencia en la trama. Y por otro lado, ese ritmo hiper-descomprimido que muestra The Nao of Brown tiene que ver con la mayor pretensión que tiene el libro, que es la de parecer 100% real. Dillon centra la historia en una chica con Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) y es obvio que no toca de oído, si no que investigó a fondo el tema. Por ende, nos lo quiere mostrar del modo más fidedigno posible, necesita que el lector entre en la mente de Nao y vea la vida como la ve ella. O sea que no es un delirio trazar una historia que avance muuuuy de a poco, con un énfasis a primera vista desmedido en algunos detalles.
Donde no se le puede decir ni mu a Dillon es en el dibujo. Realmente, majestuoso es poco. Imaginate una estética muy realista, de dibujante académico perfecto, tipo Milo Manara o John M. Burns, pero con la tinta y el color a cargo de un dibujante un toque menos careta, más expresivo, tipo un Scott Hampton. Y todo eso llevalo a una ambientación urbana contemporánea, que te obliga a trabajar con referencias fotográficas y a dejar la vida en los detalles. Bueno, yo (que conocía a Glyn Dillon sólo por una oscura miniserie que le publicó Vertigo en los ´90) no me imaginaba ni en pedo que me iba a encontrar con un trabajo de esta calidad, con esta belleza visual tan apabullante. Después de lo que dibujó en estas 200 páginas, le compro todo lo que publique de acá al fin de los tiempos.
Me vengo a Argentina, a 2017, cuando Damián Connelly y Fer Calvi lanzan Flash Card Mistery Man, una historieta ambientada (al igual que Psicocandy) en el universo de Ojo Eléctrico. Lo que hicieron Connelly y Calvi en este trabajo no sólo es muy raro, sino también muy difícil de hacer: si bien la historia tiene sus momentos tranquilos, sus pausas, los autores juegan a desenfatizarlas por completo. Y les sale tan bien, que recién la segunda vez que lo leí (por suerte son sólo 48 páginas de historieta, se pueden leer más de una vez) noté que había pausas. La primera lectura fue como un torbellino, me sentí adentro de un vórtice desaforado en el que el comic me bombardeaba con acción, acción, acción, palo y palo, todo el tiempo, sin respiro. Después noté que por debajo de esa explosión de machaca constante, había un par de cambios de ritmo, pero como ya dije, desenfatizados, ocultados, disfrazados de más acción vertiginosa por Connelly y Calvi. Eso me pareció lo más notable del librito, junto con la perfecta integración entre los dos creadores. Como pasa de vez en cuando, acá te tenés que esforzar para deducir que hay dos autores y no uno sólo.
La trama en sí es… típica, no muy distinta de otras que ya leí chotocientas veces, y en todo caso se aprecia la viveza de Connelly por potenciarla con las referencias a las canciones de David Bowie y a algunos de los elementos que ya nos presentó en Psicocandy. Hay un intento de desarrollo para el personaje central, pero la verdad que entre tanto kilombo de tiros y estallidos, mucho no se destaca.
Calvi, por su parte, despliega en estas páginas uno de sus trabajos más salvajes, con un trazo vibrante, explosivo, pensado para acompañar este festival estridente de acción y violencia. Creo que la técnica que usa es la pluma, con la que logra una línea muy plástica, muy dinámica, muy expresiva, con un grosor que va variando todo el tiempo y puede llegar a generar una cierta confusión en el lector poco acostumbrado a leer historieta en blanco y negro. Y después te tira la fatality con las tramas mecánicas, que es un recurso que Calvi maneja como los dioses desde que empezó, allá por mediados de los ´90. Flash Card Mistery Man es un comic bien de acción, que le aporta impacto y alguna que otra idea copada al universo Ojo Eléctrico, pero es sobre todo la primera colaboración de una dupla que se entiende demasiado bien, y que ojalá reaparezca pronto con nuevos trabajos en conjunto.
Y yo también planeo reaparecer pronto, ni bien tenga leídos un para de libritos más. Hasta entonces.

jueves, 14 de diciembre de 2017

JUEVES DE SUSPENSO

¿Que onda? ¿Aprobará la cámara de Diputados la ley de Reforma Previsional pergeñada por el Gobierno para que los jubilados y beneficiarios de la AUH pongan lo que antes ponían los ricos mediante impuestos que ya no se les cobran? Si ese esperpento jurídico llegara a prosperar, se supone que mañana habrá paro… y se me complicará seriamente el viaje a Catamarca. Así que estoy ahí, carcomido por la incertidumbre. Mientras tanto, comparto las reseñas de un par de libritos que leí en estos días.
El Cazador de Rayos fue una serie de tres ábumes realizada a principios de este siglo por el español Kenny Ruiz, con la que logró insertarse en el mercado francófono. La edición integral ofrece la saga completa y la recomiendo muy por encima de los tres álbumes individuales, a menos que los encuentres MUY baratos. Felizmente, en este tamaño bastante más chico que el del clásico álbum francés, el dibujo de Ruiz se aprecia plenamente, incluso en esas páginas de 16 o 18 viñetas. La tipografía se ve muy bien, no hay ningún obstáculo para disfrutar de la faz gráfica de esta historieta… que no está tan lograda como los trabajos posteriores de Ruiz, pero que nos muestra ya desde temprano a un artista sumamente sólido. Como le pasó a Enrico Marini, Ruiz también empezó tratando de imitar a Katsuhiro Otomo y logra reproducir unos cuantos de los yeites clásicos del sensei. Pero a la larga, aflora la impronta del español y El Cazador de Rayos se ve como un comic europeo moderno, no como un remedo berreta de Akira. Los puntos fuertes: sin duda el color y la narrativa, los dos rubros donde se siente todo el tiempo la pasión, el riesgo y la personalidad que pela Ruiz en este trabajo.
El guión también es sorprendentemente bueno para tratarse de un autor primerizo. Como en toda aventura clásica hay buenos y malos, y nada se resolverá sin que antes se caguen a palos entre sí. Pero hay más. Los personajes secundarios están muy bien trabajados, el protagonista tiene un conflicto interno atrapante, el mundo en el que transcurre la historia está presentado de un modo muy ganchero, sin aburrir en absoluto a la hora de explicar todo lo que hay que explicar… La machaca tiene consecuencias, no está ahí para llenar páginas… y hasta nos encontramos con un cierto vuelo poético. Se entiende perfectamente por qué El Cazador de Rayos puso a Kenny Ruiz en el mapa de los autores a los que conviene seguir de cerca…
Psicocandy, la historieta de Damián Connelly y Nicolás Brondo con la que se inicia la saga Ojo Eléctrico, se basa en una premisa que ya leímos chotocientas veces: una minita es alterada mediante experimentos científicos, se le da vuelta a sus captores y se dedica a confrontar con una mega-corporación maligna. ¿Qué se le puede agregar a esa base para construir algo interesante? “Probemos con sexo, droga y rockanroll”, pensó Connelly… y acertó. Repleta de referencias a temas de David Bowie y The Jesus and Mary Chain, la novela nos sumerge rápidamente en una trama sumamente violenta, donde la machaca tiene mucho más protagonismo que en cualquier otro trabajo de Connelly. Por si le faltara impacto a estas peleas, los personajes se enfiestan entre sí en reiteradas ocasiones, en dos planos de realidad distintos, donde el acto sexual los sana, los empodera y les abre puertas a otras dimensiones.
La batalla con el villano no pasará de una escaramuza, porque esto es sólo el principio, y la trama de Psicocandy se terminará de resolver más adelante, una vez que Connelly y otros guionistas hayan explorado el resto de este extraño universo. Esta primera parte tiene mucho ritmo, no se empantana nunca, presenta a los personajes y los conflictos con eficacia y muestra un crecimiento de Connelly en la materia donde solía dejarme algunas dudas, que era la de los diálogos.
Brondo, por su parte, alterna secuencias en las que dibuja unos fondos de la San Puta con otras en las que (aceptablemente justificado por el guión) no te dibuja un fondo ni con un chumbo en la cabeza. Como siempre, sus personajes son vibrantes, expresivos, nerviosos, como si estuvieran tan pasados de merca que están a punto de explotar. Los garches, las escenas de pelea y esos momentos flasheros mitad oníricos-mitad lisérgicos le dan al astro cordobés la posibilidad de irse bien al carajo, de generar imágenes extremas, pasadas de rosca. Por suerte Brondo logra conservar un cierto grado de delirio y un alto nivel de dibujo en las secuencias más tranqui, en las que se limita a narrar tramos menos kilomberos de la trama. El resultado es raro, porque el dibujante experimenta todo el tiempo con la línea, las tramas, los enfoques… pero se disfruta a full, porque el propio guión requiere esa sensación de bizarreada permanente y porque Brondo no da puntada sin hilo.
Me imagino a Psicocandy como un dibujo animado, con color, movimiento y música y me estalla el bulbo raquídeo. Pero con lo que me dieron hasta ahora me dejaron contento, con ganas de seguir recorriendo el universo de Ojo Eléctrico.
Bueno, si ven nuevos posts acá antes del martes, significa que no pude viajar a Catamarca por el paro. Si todo sale bien, retomamos la semana que viene. Gracias y hasta entonces.

miércoles, 19 de abril de 2017

ARGUMENTO vs. GUION

Vengo complicado con los tiempos, no tanto para leer comics, pero sí para encontrar un rato en el que sentarme tranqui a reseñar el material que leo. Desde el último post se me acumularon unas cuantas lecturas, y bueno… ya las iremos bajando.
Hoy vamos con el super-clásico Argumento vs. Guión, en dos obras recientes de autores argentinos.
The Pathetic Life de Mel O´Griffin es una breve novelita gráfica de Nicolás Brondo, donde el argumento es… menor. Mel es un tipo patético, pusilánime, un boludo convencido de que el suicidio es la mejor forma de escapar a sus angustias y penurias. Tiene una mujer y una hija, que reaparecerán en su vida, y en los diálogos con ellas se replanteará algunas cosas… y otras no. A priori no parece una consigna muy fértil, ni muy ganchera, pero la magia está no en el argumento, sino en el guión. En cómo elige Brondo contarnos esta historia. En los diálogos, en los silencios, en el armado de las secuencias, en cómo entran en escena los personajes, en dónde nos clava cada flashback y cada elipsis.
No quiero contar detalles, porque es ahí donde reside la gracia de Mel O´Griffin. Pero sí subrayar que estamos ante un ejemplo clarísimo de cómo un buen guión puede levantar enormemente a un argumento a priori medio del montón para llegar a un resultado que impacta, conmueve, por momentos te hace reir, por momentos putear, y hasta si sos muy sensible capaz que te arranca una lágrima. Y del dibujo, casi ni tiene sentido hablar, porque el nivel que alcanzó Brondo hace ya varios años está más allá de la exégesis. Expresivo, versátil, extremo cuando quiere serlo, medido cuando el relato lo recomienda… el trazo de Brondo no falla nunca y es parte del motivo por el cual The Pathetic Life de Mel O´Griffin tiene todo para cobrar chapa de gema de culto, de pequeña obra maestra en la trayectoria (a esta altura demoledora) de un autor definitivamente indispensable en la escena de la historieta argentina actual.
Vamos a un ejemplo inverso, con otra obra reciente de autores argentinos: el Vol.1 de Kormákr, escrito por Damián Connelly y dibujado por Nicolás Nieto. La premisa es totalmente atrapante: estamos en 1980 y los agentes Lydia White y Yuri Spektor son enviados al pueblito de Ludgard a investigar misteriosos asesinatos. La referencia a Twin Peaks es tan obvia, que en un punto lo intoxica a Connelly y lo convence de que puede hacer bien lo que sólo David Lynch puede hacer bien: convertir a la trama de un thriller en la excusa perfecta para limar, para meter alucinaciones, flashbacks retorcidos, personajes estrambóticos… y que todo se entienda y el espectador la pase bien. No es el caso.
Connelly la rompe en un rubro complicado: la construcción de los personajes. White y Spektor aparecen en estas cincuenta y pocas páginas como personajes complejos, atractivos, muy bien pensados y desarrollados por el guionista. El resto del guión, en cambio, contribuye poco a que brille el argumento. Es oscuro, es críptico, por momentos es caprichoso, por momentos donde tendría que generar tensión genera aburrimiento, y hasta repite un recurso (el lobo) que ya vimos en La Sombra de Alec Foster, otra obra del mismo guionista. Por ahí levanta en la segunda y última parte… por ahí no.
El dibujo de Nieto es muy raro, nunca se decide por un estilo gráfico, sino que va saltando, probando cosas distintas página a página. Esto obviamente empantana el flujo narrativo, porque por momentos la página parece un álbum de figuritas, con seis imágenes dibujadas por seis tipos distintos, sin ningún correlato entre sí. Lo mejor que tiene Nieto es el manejo del cross-hatching extremo, y cuando lo usa con onda, con elegancia y con criterio logra imágenes muy potentes, que me recordaron a viñetas del maestro Sergio Toppi. De todos modos, tantos recursos gráficos mezclados, tantas técnicas juntas me generan desconcierto, me transmiten la sensación de “tiro 50 trompadas al aire y alguna voy a acertar”. Ojalá en sus próximos trabajos Nieto se decida por UNA técnica de dibujo y UNA técnica de entintado y crezca y se afiance en una sóla dirección. Y después, cuando sea muuuuuy capo en una técnica, que pruebe con otra y así, hasta convertirse en el Viejo Breccia.
Ni bien tenga un rato, reseño un par de libritos más que están ahí, pidiendo pista. ¡Gracias y hasta pronto!

jueves, 2 de febrero de 2017

NUEVO MES, NUEVAS LECTURAS

Bueno, tardé un poquito en volver a postear porque estaba a full con un libro bastante voluminoso y con mucho para leer.
Me refiero al tomo de MAD´s Original Idiots dedicado al genial Will Elder, quizás el más virtuoso, el más salvaje, el más rupturista de los dibujantes de la legendaria revista que empezó como comic-book. Elder es una bestia con más superpoderes que Amazo. Es el que más loco te vuelve con la sobrecarga de efectos de iluminación, crosshatchings y detalels microscópicos. El que te llenaba cada viñeta de información y de gags visuales chiquititos, casi imperceptibles (muchos de los cuales no estaban en los guiones), mucho antes de que lo hiciera Francisco Ibáñez. El que más limaba con eso tan típico de MAD de dibujar las cosas distintas de una viñeta a otra. Y además el tipo que dominaba 1.574.892 estilos: acá lo vemos desarrollar el propio y además parodiar la estética de los comics de terror de la E.C., la de Elzie Segar, la de Harold Foster, Al Capp, Rudolph Dirks, Walt Disney, George McManus, Harold Gray, Frank King, Phil Davis, Chic Young, los primeros dibujantes de Archie y un montón de artistas plásticos. Son 200 páginas repletas de magia, vértigo y descontrol, donde vemos pelar a un tipo tan adelantado a su época que cuesta creer que son historietas de principios de los años ´50.
Por supuesto, estas historietas también impactan por los guiones, todos obra de un Harvey Kurtzman afiladísimo, que sale con los tapones de punta a faltarle el respeto a todo lo que huela a convencional, tradicional, a cosa bien vista por el establishment o la autoridad. Kurtzman se zarpa con la cantidad de texto por viñeta, es cierto, pero tira unas frases y unos chistes maravillosos. Me imagino lo que se habrán reído los pibes de aquella época con estas historietas y me dan ganas de profanar su tumba para darle un abrazo.
Salto bestial a Argentina, año 2016, para hablar un poquito de Mute, una historieta escrita por Damián Connelly y dibujada por Gabriel Luque. Del dibujo esperaba muy poco porque uno, que es fan de Verdad, Memoria y Justicia, jamás le perdonará a Luque esa abominación hedionda llamada Operación Towertank (editada por Ivrea). Y claro, en los muchos años que pasaron desde aquel aborto, Luque mejoró bastante, especialmente en el dibujo propiamente dicho. En la aplicación de los grises, por ejemplo, alcanzó un nivel realmente formidable. Y en la narrativa, en cambio, sigue teniendo más problemas que la AFA. Cada vez que una secuencia parece cobrar ritmo y fluir con cierta elegancia, choca de frente contra una splash page totalmente innecesaria, o con elecciones muy bizarras en materia de planos. Hay 10 páginas seguidas narradas de forma muy interesante, que son las que desembocan en la orgía de sexo y canibalismo. El resto, parece confuso a propósito, como si eso sumara algo.
El guión tampoco ayuda a la claridad del relato. Connelly abusa del recurso de narrar la historia “en desorden”, intercalando escenas del pasado con otras del futuro. No está mal, no te llega a marear, pero te distrae del argumento en sí. Connelly juega también a narrar con muy pocas palabras, lo cual hace que Mute tenga esa impronta efectista, de alto impacto visual, pero nos deje gusto a poco en materia no sólo de diálogos atractivos, sino de profundidad en el desarrollo de personajes. Las causas y consecuencias de las cosas que pasan no están del todo explicadas, y quizás se deba a que estas 70 páginas de historieta son algo así como un primer arco argumental dentro de una saga más extensa. La verdad que no lo sé, pero no sería descabellado que hubieran secuelas o precuelas de Mute en las que se explore un poco más el mundo en el que transcurre la acción y sobre todo en las que haya un equilibrio más logrado entre la machaca (que acá copa la parada como pocas veces en la historieta argentina reciente) y la indagación en los personajes y las situaciones que animan la trama.
Y hasta acá llegamos. Espero juntar varias lecturas más en los próximos días, así clavamos otra entrada en breve. ¡Hasta entonces!

miércoles, 24 de agosto de 2016

TRES NUEVAS LECTURAS

Acá estamos, con otros tres libros leídos y un ratito para reseñarlos.
Arranco con Ka-Zar: The Burning Season, una saga de 2011 escrita por el británico Paul Jenkins y dibujada por el francés Pascal Alixe. Al dibujo le falta un poquito de dinamismo, le falta comprometerse un poco más con la narrativa, pero tiene un gran punto a favor: se ve MUY bien. Alixe es una especie de Olivier Coipel más detallista, y los coloristas Jesus Aburtov y Jorge Maese dejan la vida en cada viñeta para potenciar muchísimo cada imagen que sale del lápiz del francés. Además les añaden unas texturas y unas iluminaciones increíbles a los fondos, para que se note menos que son fotos de dudosa procedencia. De todos modos, lo realmente grosso de esta saga es el guión. Jenkins vuelve a animarse a lo imposible, en una historia en la que se dedica, básicamente, a explorar la relación entre los países pobres del Tercer Mundo y el mega-capitalismo global. La famosa Savage Land se convierte en una metáfora por momentos de los países petroleros de Medio Oriente y por momentos de los países de Africa, mientras que la corporación Roxxon juega el rol del Empresario Garca que se quiere quedar con todo. ¿Qué rol cumple Ka-Zar en una historia cuyo conflicto principal es decididamente socio-económico? Un rol chiquito, a tal punto que podría no estar. Pero para que esto lo publicara Marvel, hacía falta una trama aventurera, algo que se pudiera resolver a los bifes, y ahí es donde entra Ka-Zar. No es que Jenkins se esfuerce mucho por darle bola ni sentido a esa trama más “de machaca”, pero está y funciona como complemento menor de lo otro, que es lo que hace interesantísima, emotiva y muy recomendable a The Burning Season.
El año pasado, la editorial Humanoïdes Associés relanzó la franquicia del Metabarón con una miniserie en dos tomos, basada en ideas de Alexandro Jodorowsky, escrita por Jerry Frissen y dibujada por Valentin Secher. Difícil opinar habiendo leído nada más que la primera mitad de esa miniserie, pero bueno, vamos a intentarlo. Me costó mucho bajarme estas 52 páginas y no porque estuvieran escritas en francés. Los diálogos de Frissen me resultaron aburridos, predecibles, anticuados, nada que ver con sus otros trabajos. Acá todo está muy explicado, muy masticado. Los malos nos recuerdan todo el tiempo lo malos que son, el robot Tonto trata de meter sus clásicos chistes pavotes y hasta los bloques de texto narrados en tercera persona se esfuerzan por no dejar nada librado a la imaginación del lector. La idea es interesante. Está estiradísima, pero tiene esa chispa de genialidad que pelaba Jodorowsky en La Casta de los Metabarones. Habrá que ver cómo la resuelven. Los conceptos están, porque este arco toma varias puntas de La Casta… para reactivarlas y explorarlas desde otro lado. El Metabarón, fiel a su estilo, habla poco y (al menos en este tomo) hace muy poco. Por supuesto que le alcanza la chapa para hacer sentir su presencia en la trama aunque casi no aparezca, pero uno es fan y quiere verlo más. El dibujo de Valentin Secher me resultó un poco frío, una onda Vicente Segrelles pero más dark. De todos modos es imponente su manejo de los fondos, de la figura humana y del color. Quiero verlo soltarse más.
Y termino con la breve La Sombra de Alec Foster, de Damián Connelly y Alfredo Retamar, a la que no me animo a llamar “novela gráfica” precisamente por su brevedad (menos de 40 páginas). Acá reaparece el principal defecto de Connelly, que son los diálogos, escritos en neutro y totalmente carentes de onda. Y también las virtudes de este guionista: la capacidad de crear climas sombríos, retorcidos, inquietantes, sin recurrir a elementos sobrenaturales. Connelly nos cuenta una vida que podría ser 100% real y logra que nos interesemos a fondo por el personaje en los distintos momentos que visita la trama. Hay buenos conflictos, introspección, misterio y grandes recursos narrativos puestos al servicio del suspenso y la intriga. Lástima que el guión le quedó un poco grande a Retamar, un dibujante correcto, pero al que le falta originalidad y un poquito más de precisión en la anatomía. Retamar se gastó todos los cartuchos en esos primeros planos hiper-realistas del lobo (claramente basados en fotos) que le quedaron impecables. En el resto de la historia, el impacto que me generó el dibujo fue bastante menor y me parece que, en general, está por debajo de lo que merecía el guión de Connelly.
Espero tener nuevos libros leídos para el finde. Por ahora, esto es todo. Gracias por el aguante y hasta pronto.

martes, 28 de abril de 2015

28/ 04: UNA ULTIMA CARTA

En esta breve novela gráfica, Damián Connelly (uno de los guionistas favoritos de los trolls que solían pulular por este blog) se reencuentra con el noir puro y duro, en una historia ambientada en lo profundo del hampa a la que el prólogo de Leonardo Oyola emparenta muy acertadamente con The Road to Perdition.
El protagonista es Callaghan, un descendiente de irlandeses (como Connelly) cuyo trabajo consiste en matar gente a pedido de un capo de la mafia que controla un montón de negocios sucios en una ciudad yanki de la década del… ´40, diría yo. Pero los ciclos inevitablemente se cumplen y Callaghan decide colgar los guantes, retirarse del negocio, no sin antes realizar un último trabajo… que obviamente se va a complicar. Alrededor de esa consigna ya empleada por muchas otras obras de este género, Connelly teje una atractiva red de relaciones humanas, con romances, traiciones, convicciones, replanteos, sueños, misterio y un par de garches bastante subidos de tono. El tono es trágico, el jazz se hace presente como banda de sonido (y aporta unas resonancias a las mejores obras de Carlos Sampayo), y hay una especie de contrapunto entre un típico clima de violencia y sordidez y ciertos elementos más personales, más ambiguos, menos brutales, que le dan a Una Ultima Carta una lograda pátina de sofisticación. Por supuesto, esa impronta trágica va a ser la que se imponga al final, que es potente, impredecible y sumamente emotivo.
A lo largo de las 60 páginas de la novela, Connelly se esfuerza por prescindir lo más posible de los diálogos, por narrar lo más posible con la imagen. Y cuando no queda más remedio que escuchar hablar a los personajes, queda al descubierto el único punto flojo de Una Ultima Carta. Quizás para ceñirse más firmemente a las convenciones del género, Connelly recurre al castellano neutro para los diálogos, y eso significa que muchas veces los personajes hablen como en una película yanki mal traducida, con frases que suenan raras (o torpes) para el oído argento.
Hablaba recién de ese “algo más”, de esos rasgos más personales, más finolis que diferencian a esta obra de tantas otras del mismo género, y buena parte de ese mérito le corresponde al dibujo de Lauri Fernández. Acá vemos a la mendocina dar cátedra en materia de enfoques, de documentación histórica y sobre todo de equilibrio entre blancos, negros y grises. La puesta en página arriesga mucho y casi siempre acierta (hay un par de pequeñas pifias, pero a nivel de la composición, sin afectar nunca el flujo narrativo), con lo cual tenemos algunas secuencias e incluso algunas splash pages realmente logradísimas. El dibujo de Lauri parte de una base muy realista, que me hizo acordar mucho a Solano López, y a la vez incorpora (en los rasgos faciales y en la forma de manchar con el pincel) rasgos más expresionistas, más para el lado de Igort, o de José Muñoz. Y cuando opta por una línea más clara, especialmente para tomas vistas desde lejos, o para diferenciar a los fondos de los planos principales, pela cositas que me hicieron acordar a Ben Katchor. De hecho, en la página 53 hay un personaje menor, casi idéntico a Julius Knipl. Este es un muy buen trabajo de Lauri Fernández, en el que una vez más demuestra su gran versatilidad tanto técnica como temática.
No te digo que Una Ultima Carta está al nivel de las grandes historias urbanas, jodidas y profundamente reflexivas de Carlos Sampayo (con quien casualmente laburaron tres de los cuatro dibujantes a los que mencioné cuando hablaba de la faz gráfica), pero claramente va para ese lado. Es una muy buena historia, muy bien dibujada, y retoma de alguna manera esa línea que emprendió Connelly en sus obras junto a Berliac (Cien Volando, DGMW), aunque con menos saltos al vacío, cero elementos fantásticos y un vuelo poético más acotado, o en realidad más supeditado a las convenciones de este género en el que tan cómodo se lo ve al guionista. Tengo otro librito de Connelly para leer y reseñar muy pronto, acá en el blog.