el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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lunes, 11 de septiembre de 2017

VAMOS CON OTRAS DOS

Acá estamos como siempre, con otros dos libros leídos, listos para ser reseñados.
Después de aquel memorable tomo con tres historietas de Alberto Saichann que reseñáramos hace cinco años, un ya lejano 10/09/12, Loco Rabia vuelve a la carga con un nuevo tomo de más de 200 páginas, esta vez con dos series completas del virtuoso historietista: por un lado, Rio Kid, una serie de la que en Argentina se habían publicado poquísimos episodios, realizada por Saichann entre 1990 y 1991 junto al recordado guionista Carlos Albiac; y por el otro, El Príncipe de las Oscuridad, una serie más breve, de sólo seis capítulos, en la que Saichann trabajó junto a dos guionistas, a falta de uno: Eduardo Mazzitelli y Walter Slavich. Esta obra data de 1992 y se publicó completa en las páginas de la revista Skorpio.
Rio Kid es una típica serie de los ´80: protagonista canchero, soltero, independiente, que vive en un paraje exótico (en este caso la Rio de Janeiro de la década del ´30), labura de investigador privado y se mete en un bolonki atrás de otro. No sabemos mucho de él, excepto que le gusta el escabio, el cigarrillo, las mujeres y responder siempre con diálogos filosos, repletos de ironía. Dentro de estos parámetros bastante trillados, el maestro Albiac logra urdir tramas muy ingeniosas, con espacio para que además de piñas, persecuciones y garches, haya misterios bien elaborados, pasos de comedia y una cierta mirada más social, centrada en las profundas desigualdades de la época.
El trabajo de Saichann es asombroso y basa su atractivo principalmente en el contraste entre fondos y un par de personajes dibujados de modo realista y el resto de los personajes dibujados en un estilo más salvaje, más caricaturesco, decididamente grotesco. Es como si en un comic de… Dieter Lumpen de pronto aparecieran personajes de Barrio Gris. Parece rarísimo, pero Saichann lo hace funcionar a la perfección. Lástima el rotulado, que es muy feo. Tardé varios episodios en acostumbrarme a leer diálogos con una letra tan chota.
El Príncipe de las Oscuridad, en cambio, está muy bien rotulada (por Paula Canelo), mantiene una línea de dibujo más uniforme, mucho más clásica y menos descontrolada que la de Rio Kid, y se inscribe en la tradición de relatos de misterio sobrenatural. Acá tenemos un protagonista más tragicómico, menos banana que Rio Kid, metido en tramas oscuras, donde por momentos Slavich y Mazzitelli apuestan fuerte al terror. Hay algo de comedia, alguna escena de sexo, pero la posta es armar climas que te pongan nervioso y sorprenderte con resoluciones inesperadas. En ese sentido, hay un episodio realmente magnífico que es el anteúltimo, el del talismán al que le falta una gamba. Evidentemente, la idea de los guionistas daba para mucho más de seis episodios, pero la cosa llegó hasta ahí. Y está bien.
Salto a 2015, cuando Image publica el Vol.2 de Velvet (vimos la reseña del Vol.1 el 27/09/15), la serie de Ed Brubaker y Steve Epting. No hay tanto para agregar a aquella primera reseña, realmente. El misterio se desarrolla a buen ritmo, hay volantazos inesperados, hay desarrollo de personajes, hay un gran aprovechamiento por parte de Brubaker de las posibilidades que le brinda ambientar la historia en la época de la Guerra Fría, se nota un conocimiento profundo del género del espionaje y de la propia actividad… Lo único medio cuestionable es que Velvet Templeton, señora de cuarenta y pocos que lleva 15 años atrás de un escritorio y que fuma un pucho atrás de otro, tiene un estado atlético impecable, que le alcanza para pasarse casi todo el TPB exigiendo su cuerpo al máximo y hasta para ganar peleas a mano limpia contra varios tipos armados.
El dibujo de Epting sigue a un nivel altísimo, con un trabajo formidable en la reconstrucción de distintas épocas y lugares, y con ese ancho de espada que es el color de Elizabeth Breitweiser, que lo potencia muchísimo. Y los textos de Brubaker, narrados en primera persona por distintos personajes, ayudan muchísimo a sumarle profundidad a la intriga. Obviamente ni bien pueda le entro con todo al Vol.3.
Por ahora, llegamos hasta acá. Intentaré volver a postear en la semana, y si no, aprovecho para invitarlos a todos a la tercera edición de Sismicomix, este sábado y domingo en el Espacio Sísimico (Lavalleja 960, ciudad de Buenos Aires). Ahí vamos a estar charlando con un montón de autores grossos y con un stand repleto de papa fina a precios cuidados. Además va a ser el último evento en el que voy a estar antes de mis vacaciones.
Este es el link para el evento en Facebook: https://web.facebook.com/events/1606795786021949/
¡Nos vemos pronto!

lunes, 10 de noviembre de 2014

10/11: INSPECTOR BULL

Esta es una historieta originalmente realizada para Italia entre 1989 y 1990, aproximadamente. Algo se había visto en la efímera revista Hora Cero de Ediciones de la Urraca y años más tarde Perfil había reunido seis episodios en un número de 45 Toneladas. Pero esta es la primera vez que se editan todos juntos y en castellano los 13 episodios que componen este clásico del inolvidable Carlos Albiac y el siempre vigente Horacio Lalia, una dupla que para fines de los ´80 estaba muy afianzada, con varios y muy buenos trabajos previos en su haber.
Cada uno de los 13 episodios plantea y resuelve un enigma policial, en el que el Inspector Bull debe aguzar de su ingenio para encontrar e interpretar pistas que lo lleven a resolver los crímenes. No hay demasiado espacio para el desarrollo de Bull como personaje, más allá de algunas sutiles pinceladas que tira Albiac para contraponer a un tipo duro en la profesión con un tipo sensible en su relación con la mujer a la que corteja. Quizás el rasgo más interesante que nos permite separar a Bull de los otros clásicos detectives de la Londres de muy principios del Siglo XX sea que a este policía no le salen todas bien. Casi siempre gana, pero también empata y pierde. Muchas veces no logra impedir un asesinato, o no llega a tiempo a meter en cana al asesino, que muere de alguna manera casi siempre sorprendente.
Los casos están muy bien pensados, son muy distintos entre sí y las pistas no aparecen por milagro. Con el correr de los episodios, uno ya empieza a tomarle el pulso a Albiac y anticiparse a Bull en la resolución de los misterios, lo cual significa que las pistas están puestas desde el principio por el guionista, no las saca de la manga cuando se le acaba el episodio y tiene que cerrar el caso.
Los diálogos son muy formales, muy protocolares, porque estamos hablando de la Inglaterra victoriana y de casos que generalmente involucran a gente de los estratos sociales más altos. Rara vez se filtra en los diálogos algún chascarrillo, aunque la ironía tan típica de los guiones de Albiac suele estar presente, generalmente en los episodios con desenlaces trágicos. Y también hay otro rasgo frecuente en los guiones de Albiac, que son las ideas sumamente visuales, pensadas para que se luzca el dibujante, para que la imagen cargue con el peso de la narración y el el texto resigne preponderancia. Casi todos los episodios tienen secuencias mudas, muy impactantes y además importantes para el desarrollo de las tramas. Eso es algo que Albiac siempre hizo muy bien y que no muchos supieron valorar en su momento, quizás porque estaba de moda una historieta más hablada, con más protagonismo para la palabra, en la que el bloque de texto (a veces farragoso, a veces redundante) era un recurso del cual los guionistas abusaban más que Nik del copy-paste.
Por el lado del dibujo tenemos a un Horacio Lalia inspiradísimo, capaz de darle vida, onda e identidad a muchos personajes distintos, magistral en la reconstrucción de la época, en el manejo de la referencia fotográfica, en las expresiones faciales y en su especialidad de toda la vida, que son los climas ominosos, en los que siempre acechan el horror y la muerte. Pero claro, acá también se ve el problema que tienen todos los trabajos de Lalia: los tropiezos notables en la planificación de la página. No menos de dos veces por episodio, el ritmo del relato se frena porque el lector se pierde en un laberinto del terror, en el que uno nunca sabe cuál es la siguiente viñeta que tiene que leer. A veces Lalia suple esta falencia con el recurso desesperado de la flechita, y otras veces deducir en qué secuencia hay que leer la página es más difícil que resolver los casos que investiga el Inspector Bull. Un globo de diálogo mal ubicado, una viñeta más larga que las dos de al lado, un inset puesto donde no iba, pueden hacer muy complicada la lectura de una secuencia y eso es lo que sucede muchas veces a lo largo de este libro y lo que empaña la encomiable labor de Lalia al frente de la faz gráfica.
Más allá de esto, Lalia y Albiac son palabras mayores cuando hablamos de historieta argentina clásica y acá lo demuestran sobradamente. Las aventuras del Inspector Bull son verosímiles, atrapantes, dramáticas y felizmente no perdieron vigencia con el paso de los años, con lo cual me parece que incluso el lector virgen de Albiac y Lalia las va a poder disfrutar.